Teris Tres hizo un gesto con una mano superior e intervino.
—Hablando de eso, el origen de esa máquina remachadora llegó hace unas horas.
—Oh, bien —dijo Venn, volviéndose aliviado hacia ella—. ¿Que tenemos?
—Se vendió hace tres días, en efectivo, en una tienda de suministros de ingeniería cerca de los muelles en caída libre. Se la llevaron, no fue entregada. El comprador no rellenó ningún formulario de garantía. El empleado no estaba seguro de quién fue, porque había mucha gente.
—¿Cuadri o planetario?
—No pudo decirlo. Parece que pudo haber sido cualquiera de las dos cosas.
Y si ciertas manos palmípedas estaban cubiertas con guantes, como demostraba el vid, bien podrían no haber llamado la atención. Venn hizo una mueca, sus esperanzas de haber conseguido algo claramente frustradas.
La supervisora nocturna miró a Miles.
—También llamó lord Vorkosigan, para solicitar que detengamos a uno de los pasajeros de la
Rudra
.
—¿Lo han encontrado ya? —preguntó Miles.
Ella negó con la cabeza.
—¿Para qué lo quiere? —preguntó Venn, frunciendo el ceño.
Miles repitió la historia de su interrogatorio a los tecnomeds y el hallazgo de rastros de sangre sintetizada de Solian en la enfermería de la
Rudra
.
—Bueno, eso explica por qué nosotros no tuvimos suerte en los hospitales y clínicas de la Estación —gruñó Venn. Miles lo imaginó regañando a los agotados cuadris de su departamento por las horas invertidas en la infructuosa búsqueda, y pasó por alto el gruñido.
—También identifiqué a un sospechoso, en el curso de la conversación con la tecno de la
Rudra
. Hasta ahora no son más que pruebas circunstanciales, pero la pentarrápida es la medicina para curar esas cosas.
Miles describió al extraño pasajero Firka, su insuficiente pero acuciante sensación de reconocimiento, y sus recelos por el creativo uso de un flotador. Venn parecía cada vez más y más sombrío. El hecho de que Venn se resistiera por instinto a dejarse avasallar por un barrayarés comepolvo, decidió Miles, no significaba que no estuviera escuchando. Lo que hiciera con ello, a través de sus filtros culturales cuadris, era mucho más difícil de imaginar.
—¿Pero qué hay de Bel? —La voz de Nicol estaba cargada de angustia reprimida.
Venn era obviamente menos inmune a una súplica de una hermosa compañera cuadri. Miró a su supervisora nocturna y asintió.
—Bueno, ¿qué más da uno más? —Teris Tres se encogió de hombros—. Cursaré una llamada a todos los patrulleros para que empiecen a buscar al práctico Thorne, además de al tipo de las membranas.
Miles se mordisqueó preocupado el labio inferior. Tarde o temprano, aquel cargamento viviente a bordo de la
Idris
tendría que volver a atraer al ba.
—Bel… el práctico Thorne les dijo anoche que volvieran a sellar la
Idris
, ¿verdad?
—Sí —dijeron a la vez Venn y la supervisora nocturna. Venn le dirigió a la mujer un breve gesto de disculpa y continuó—: ¿Se encargó de todo ese pasajero betano al que Bel estaba intentando ayudar con sus fetos animales?
—Dubauer. Hum, sí. Están bien por ahora. Pero, ah… Creo que me gustaría que detuvieran a Dubauer, además de a Firka.
—¿Porqué?
—Abandonó su hotel y desapareció ayer por la noche, casi a la misma hora que se marchó Firka, y tampoco ha regresado. Y Dubauer era el tercero de nuestro pequeño triunvirato de blancos de ayer. Llamémoslo custodia preventiva, para empezar.
Venn frunció los labios un instante, reflexionando sobre aquello, y miró a Miles con clara antipatía. Tendría que haber sido menos inteligente de lo que parecía para no sospechar que Miles no se lo estaba contando todo.
—Muy bien —dijo por fin. Agitó una mano hacia Teris Tres—. Adelante, vayamos por todos.
—Bien. —Ella miró el crono de su muñeca inferior izquierda—. Son las 07.00. —Cambio de turno, al parecer—. ¿Me quedo?
—No, no. Yo me encargaré. Que empiece la nueva búsqueda y luego vaya a descansar. —Venn suspiró—. Puede que esta noche no sea mejor.
La supervisora nocturna le dirigió un gesto afirmativo con los pulgares de ambas manos inferiores y salió de la pequeña oficina.
—¿Preferiría esperar en casa? —le sugirió Venn a Nicol—. Estará más cómoda allí, estoy seguro. Nos encargaremos de llamarla en cuanto encontremos a su compañero.
Nicol tomó aliento.
—Prefiero quedarme aquí —dijo con firmeza—. Por si acaso… por si acaso sucede algo pronto.
—Te haré compañía —se ofreció Miles—. Durante un ratito, al menos.
Toma, que Venn intentara mover su masa diplomática.
Por lo menos consiguió sacarlos de su despacho y conducirlos a una pequeña sala de espera, argumentando que era más tranquila. Más tranquila para Venn, al menos.
Miles y Nicol se quedaron mirándose mutuamente en medio de un preocupado silencio. Lo que Miles más quería saber era si Bel tenía algún otro asunto de SegImp en marcha que pudiera haber resurgido de manera imprevista la noche anterior. Pero estaba casi seguro de que Nicol no sabía nada de la segunda fuente de ingresos de Bel… y de riesgos. Además, eso era complicar las cosas innecesariamente. Si algún asunto había rebotado, era probablemente el actual. Y ya era lo bastante lioso para que todos los pelos de Miles se le pusieran de punta.
Bel había escapado de su antigua carrera casi ileso, a pesar de la aureola casi letal del almirante Naismith. Que el herm betano hubiera llegado hasta aquí, tan cerca de conseguir una vida propia y un futuro, para que su pasado lo alcanzara como una especie de destino ciego y lo aplastara ahora… Miles tragó saliva, se guardó su preocupación y se abstuvo de farfullar alguna disculpa inoportuna e incoherente a Nicol. Con algo se había topado Bel la noche anterior, pero Bel era rápido y listo y experimentado; podría enfrentarse a ello. Siempre lo había hecho.
Pero incluso la suerte que uno se labra se agota algunas veces…
Nicol rompió el forzado silencio haciéndole a Roic una pregunta tonta sobre Barrayar, y el soldado contestó torpemente pero con amabilidad para distraerla. Miles miró su comunicador de muñeca. ¿Era demasiado temprano para llamar a Ekaterin?
¿Qué demonios era por cierto lo siguiente en su agenda? Había planeado pasarse la mañana llevando a cabo los interrogatorios con pentarrápida. Todos los hilos que pensaba que tenía en la mano, perfectamente sujetos, habían llegado al mismo preocupante corte final: Firka desaparecido, Dubauer desaparecido, y ahora Bel desaparecido también. Y Solian, no lo olvidemos. La Estación Graf, a pesar de ser como un laberinto, no era un lugar tan grande. ¿Cuántos recovecos podía tener el maldito laberinto?
Para su sorpresa, sus frustrados pensamientos fueron interrumpidos cuando la supervisora nocturna asomó la cabeza por una de las puertas redondas. ¿No se marchaba ya?
—Lord Auditor Vorkosigan, ¿puede atenderme un momento? —preguntó educadamente.
Miles se excusó ante Nicol y flotó tras ella, seguido diligentemente por Roic. La supervisora los condujo por un pasillo hasta el cercano despacho de Venn, que ponía fin a una llamada por comuconsola, diciendo:
—Está aquí, es pesado y lo tengo encima. Es su trabajo encargarse de él.
Miró por encima del hombro y cortó la comunicación. En la placa vid, Miles atisbó las formas de la Selladora Greenlaw, envuelta en lo que podía ser una bata, desaparecer con un chisporroteo.
Cuando la puerta se cerró de nuevo tras él, la supervisora se volvió en el aire y declaró:
—Uno de nuestros patrulleros del tercer turno que acababa de terminar la guardia ha informado de que vio al práctico Thorne anoche.
—¿Después de dejar la
Kestrel
? —preguntó Miles ansiosamente—. ¿A qué hora, dónde?
Ella miró a Venn, que abría una mano en un gesto de permiso.
—En un restaurante, en la Unión. Es uno de nuestros principales pasillos radiales en la zona de caída libre, con una estación de tránsito de coches-burbuja y un jardín público… Un montón de gente se da cita allí, para comer o hacer lo que sea después de los turnos de trabajo. Vieron claramente a Thorne a eso de la 01.00 tomando una copa, y conversando, con Garnet Cinco.
—¿Sí? Son amigos, creo.
Venn se agitó con lo que Miles catalogó tras un instante como incomodidad, y dijo:
—¿Sabe usted por casualidad hasta qué punto son buenos amigos? No quería discutirlo delante de esa joven tan apurada. Pero se sabe que a Garnet Cinco, hum, le gustan los planetarios exóticos, y el herm betano es, después de todo, un herm betano. Explicaciones sencillas, después de todo.
Media docena de respuestas levemente escandalizadas corrieron por la mente de Miles, para ser rápidamente rechazadas. Se suponía que no conocía tan bien a Bel. Y no es que alguien que conociera bien a Bel se hubiera sorprendido lo más mínimo por la delicada sugerencia de Venn…, no. Los gustos sexuales de Bel podían ser eclécticos, pero el hermafrodita no era de los que traicionaban la confianza de un amigo. Nunca lo había sido. Todos cambiamos.
—Mejor que se lo pregunte al jefe Watts —disimuló. Captó la mirada de Roic y su gesto con la cabeza en dirección a la comuconsola de Venn, conectada a la curvada pared del despacho—. Mejor aún —continuó tan tranquilo—, llame a Garnet Cinco. Si Thorne está allí, el misterio queda resuelto. Si no, al menos tal vez sepa adónde se marchó Thorne.
Trató de decidir cuál sería la peor causa de preocupación. El recuerdo de los remaches calientes rozándole el pelo le inclinaba a esperar lo primero, a pesar de Nicol.
Venn abrió una mano superior aceptando la sugerencia, y se volvió a medias para marcar un código de búsqueda en su comuconsola con una mano inferior. El corazón de Miles dio un brinco cuando el rostro sereno de Garnet Cinco y su voz clara aparecieron, pero sólo era un programa contestador. Venn frunció el entrecejo; dejó una petición de que contactara con él en cuanto pudiera, y cortó la comunicación.
—Podría estar dormida —dijo esperanzada la mujer del turno de noche.
—Envíen un patrullero a comprobarlo —dijo Miles, un poco tenso. Recordando que se suponía que era diplomático, añadió—: Si les parece.
Teris Tres, con cara de que una visión de su saco de dormir retrocedía ante sus ojos, volvió a marcharse. Miles y Roic regresaron junto a Nicol, quien los miró ansiosa mientras flotaban para entrar en la sala de espera. Miles apenas vaciló antes de contarle lo que había visto el patrullero.
—¿Se te ocurre algún motivo para que se vieran? —le preguntó.
—Montones —respondió Nicol sin reserva, confirmando la secreta valoración de Miles—. Estoy segura de que ella quería noticias del alférez Corbeau, o de cómo podían afectar a su caso los acontecimientos. Si se encontró con Bel camino de casa, en la Unión, seguro que aprovechó la oportunidad para enterarse de algo. O puede que sólo le hiciera falta alguien con quien desahogarse. A la mayoría de sus otros amigos no les hace demasiada gracia su romance desde el ataque barrayarés y el incendio.
—Muy bien, eso podría explicar la primera hora. Pero no más. Bel estaba cansado. ¿Luego qué?
Ella volvió hacia arriba las cuatro manos, en un gesto indefenso de frustración.
—No puedo ni imaginármelo.
La imaginación de Miles estaba demasiado activa. «Necesito datos, maldición» se estaba convirtiendo en su mantra personal en aquel lugar. Dejó a Roic para que siguiera charlando de nimiedades con Nicol y, sintiéndose un poco egoísta, se dirigió a un lado de la sala para llamar a Ekaterin por el comunicador de muñeca.
Por la voz, Ekaterin parecía adormilada pero alegre, y sostuvo tozudamente que estaba despierta ya y a punto de levantarse. Intercambiaron unas cuantas caricias verbales que no interesaban a nadie más que a ellos, y Miles describió lo que había descubierto como resultado del chismorreo que ella había captado sobre las hemorragias nasales de Solian, cosa que pareció complacerla enormemente.
—¿Dónde estás ahora, y qué has desayunado? —preguntó.
—El desayuno se ha retrasado. Estoy en el Cuartel General de Seguridad de la Estación. —Miles vaciló—. Bel Thorne desapareció anoche, y están buscándolo.
Un pequeño silencio recibió estas palabras, y la contestación de Ekaterin fue tan cuidadosamente neutral como sabía ser Miles.
—Oh. Eso es preocupante.
—Sí.
—Roic te hace compañía todo el tiempo, ¿verdad?
—Oh, sí. Los cuadris tienen guardias armados siguiéndome también.
—Bien. —Ella tomó aire—. Bien.
—La situación se está volviendo bastante pantanosa. Puede que al final tenga que enviarte a casa. Tenemos cuatro días más para decidirlo.
—Bien. Dentro de cuatro días podremos hablar de ello.
Entre su deseo de no alarmarla más y el de ella de no distraerlo, la conversación fue decayendo, y Miles, piadosamente, se apartó del calmante sonido de su voz para dejarla ir a bañarse y vestirse y desayunar.
Miles se preguntó si Roic y él deberían, después de todo, escoltar a Nicol a casa, y tal vez después intentar recorrer la Estación con la esperanza de encontrar a alguien al azar. Eso sí que era un plan táctico destinado al fracaso. Si se lo sugería a Roic, sin duda le daría un ataque plenamente justificado, aunque se comportara con toda educación. Sería como en los viejos tiempos. Pero suponiendo que hubiera algún medio de hacer que fuera menos al azar…
La voz de la supervisora nocturna llegó flotando desde el pasillo. Santo Dios, ¿la pobre mujer no iba a irse a dormir nunca?
—Sí, están aquí, pero ¿no le parece que debería ver al tecnomed primero para…?
—¡Tengo que ver a lord Vorkosigan!
Miles se puso en guardia al identificar la aguda e inquieta voz de Garnet Cinco. La rubia cuadri entró prácticamente rodando por la puerta redonda. Estaba temblorosa y demacrada, casi verdosa, en desagradable contraste con su arrugado jubón carmín. Sus ojos, grandes y ojerosos, observaron al trío que esperaba.
—¡Nicol, oh, Nicol! —Voló hacia su amiga en un feroz abrazo de tres brazos, mientras el cuarto, inmovilizado, temblaba un poco.
Nicol, asombrada, le devolvió el abrazo, pero luego la apartó y preguntó apremiante:
—Garnet, ¿has visto a Bel?
—Sí. No. No estoy segura. Esto es una locura. Creí que nos habían dejado inconscientes juntos, pero cuando me recuperé, Bel ya no estaba. Pensé que tal vez se había despertado primero e ido en busca de ayuda, pero los agentes de seguridad —indicó a su escolta—, dicen que no. ¿No habéis oído nada?