Inmunidad diplomática (20 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Ciencia ficción, Novela

BOOK: Inmunidad diplomática
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Con manos levemente temblorosas, Miles tocó el monitor y recuperó el siguiente nivel de control. Energía general y de reserva, todo en verde. El siguiente nivel permitía el seguimiento individual de cada ser contenido en cada una de las veinte cámaras de placenta. Temperatura sanguínea humana, masa del bebé, y por si eso no fuera suficiente, diminutas cámaras vid espía individuales insertadas, con luces, para ver los habitantes de los replicadores en tiempo real, flotando pacíficamente en sus bolsas amnióticas. El del monitor agitó los deditos ante el suave brillo rojo, y pareció encoger sus grandes ojos oscuros. Si no estaba desarrollado del todo, aquello (no, ella) estaba bien cerca, dedujo Miles.

Pensó en Helen Natalia y Aral Alexander.

Roic giró sobre sus talones, la boca abierta, y contempló el pasillo lleno de brillantes aparatos.

—¿Quiere usted decir, milord, que todas estas cosas están llenas de bebés humanos?

—Bueno, ésa sí que es una buena pregunta. En realidad, son dos. ¿Están llenos? y ¿son humanos? Si son niños haut, esto último sería un punto a debatir. Para saber lo primero, al menos podemos mirar…

Una docena más de monitores, comprobados a intervalos aleatorios por toda la sala, revelaron resultados similares. Miles respiraba rápidamente cuando lo dio por demostrado.

—¿Pero qué está haciendo un herm betano con un puñado de replicadores cetagandanos? —preguntó Bel, atónito—. Y sólo porque son de fabricación cetagandana, ¿cómo sabes que dentro hay cetagandanos? Es posible que el betano comprara los replicadores de segunda mano.

Miles, con una mueca en los labios, se volvió hacia Bel.

—¿Betano? ¿Tú crees, Bel? ¿Habéis hablado mucho sobre la vieja caja de arena mientras supervisabas esta visita?

—La verdad es que no hemos hablado mucho. —Bel sacudió la cabeza—. Pero eso no demuestra nada. No soy de los que sacan el tema de casa, y aunque lo hubiera hecho, estoy demasiado desconectado de Beta para detectar imprecisiones en los acontecimientos más recientes. No fue la conversación de Dubauer lo que me pareció raro. Había algo… extraño en su lenguaje corporal.

—Lenguaje corporal. Eso es.

Miles se acercó a Bel, extendió la mano y volvió la cara del herm hacia la luz.

Bel no reaccionó mal a su cercanía, sino que sonrió. En la mejilla y la barbilla brillaba un fino vello. Miles entornó los ojos mientras recordaba el corte en la mejilla de Dubauer.

—Tienes pelusilla, como las mujeres. La tienen todos los hermafroditas, ¿verdad?

—Claro. A menos que usen un depilatorio realmente efectivo, supongo. Algunos incluso se dejan barba.

—Dubauer no.

Miles echó a andar pasillo abajo, se detuvo y permaneció quieto con esfuerzo.

—Ni un pelillo a la vista, a excepción de esas bonitas cejas y el cabello plateado, y te apuesto dólares betanos contra arena a que son unos implantes recientes. Lenguaje corporal, ¡ja! Dubauer no tiene doble sexo en absoluto… ¿En qué estarían pensando tus antepasados? —Bel sonrió divertido—. Es completamente asexuado. Es un auténtico «ello».

—«Ello», en el habla betana —empezó a decir Bel con el tono cansado de quien ha tenido que explicarlo demasiado a menudo—, no tiene la connotación de objeto inanimado como en otras culturas planetarias. Lo digo a pesar de cierto ex jefe de mi lejano pasado, que hizo una muy buena imitación del tipo de mueble grande y torpe del que uno no puede deshacerse ni decorar…

Miles hizo un gesto de fastidio.

—No me lo cuentes… Me soltaron ese sermón en las rodillas de mi madre. Pero Dubauer no es un herm. Dubauer es un ba.

—¿Un qué?

—Para los de fuera, los ba son los servidores del Jardín Celestial, donde el Emperador cetagandés habita en serenidad en un entorno de perfección estética, o eso te hacen creer los lores haut. Los ba parecen ser la leal raza servil definitiva, perros humanos. Hermosos, por supuesto, porque todo dentro del Jardín Celestial debe serlo. Me topé por primera vez con los ba hace diez años, cuando me enviaron a Cetaganda (no como almirante Naismith, sino como teniente lord Vorkosigan) en misión diplomática: para asistir al funeral de la madre del Emperador Fletchir Giaja, nada menos, la vieja emperatriz Lisbet. Vi de cerca a un montón de ba. Los que tenían cierta edad (reliquias de la juventud de Lisbet, un siglo atrás, principalmente) eran todos lampiños. Era una moda, que ha pasado desde entonces.

»Pero los ba no son sirvientes, o por lo menos no son sólo sirvientes, de los haut imperiales. ¿Recuerdas lo que te he dicho de que las damas haut del Nido Estelar sólo trabajaban con genes humanos? Con los ba las damas haut prueban los nuevos compuestos genéticos, las mejoras para la raza haut, antes de decidir si son lo bastante buenos para añadirlos al nuevo modelo haut del año. En cierto sentido, los ba son hermanos de los haut. Hermanos mayores, casi. Hijos, incluso, desde cierto punto de vista. Los haut y los ba son dos caras de la misma moneda.

»Un ba es tan listo y peligroso como un lord haut, pero no tan autónomo. Los ba son tan leales como asexuados, porque los han hecho así, y por algunos de los mismos motivos de control. Al menos eso explica por qué no paro de pensar que he visto a Dubauer antes. Si ese ba no comparte la mayoría de los genes del propio Fletchir Giaja, me comeré…

—¿Las uñas? —sugirió Bel.

Miles se apartó rápidamente la mano de la boca.

—Si Dubauer es un ba —continuó—, y juro que lo es, estos replicadores tienen que estar llenos de… algo cetagandés. Pero, ¿por qué aquí? ¿Por qué transportarlos de tapadillo y en una nave del Imperio que antes fue y en el futuro será su enemigo? Bueno, espero que en el futuro no… Las tres últimas guerras declaradas con nuestros vecinos cetagandanos han sido más que suficientes. Si esto era algo directo y claro, ¿por qué no viajar en una nave cetagandana, con todas las comodidades? Garantizo que no es por economía. Se trata de un secreto mortal, pero, ¿de quién y por qué? ¿Qué demonios planea el Nido Estelar? —Se dio media vuelta, incapaz de estarse quieto—. ¿Y qué es tan infernalmente secreto para que este ba traiga a estos fetos hasta aquí, pero luego planee matarlos para mantener el secreto antes que pedir ayuda?

—Oh —dijo Bel—. Sí, eso. Es… un poco inquietante, cuando te paras a pensarlo.

—¡Es horrible, milord! —dijo Roic, indignado.

—Tal vez Dubauer no pretende realmente eliminarlos —respondió Bel inseguro—. Tal vez lo dijo para que presionemos más a los cuadris y que éstos le permitan retirar su cargamento de la
Idris
.

—Ah… —dijo Miles. Ésa sí era una idea atractiva…, lavarse las manos de todo aquel maldito lío—. ¡Mierda! No. Todavía no, al menos. De hecho, quiero que cierres por completo la
Idris
. Por una vez en mi vida, quiero consultar con el Cuartel General antes de saltar. Y lo más rápidamente posible.

¿Qué era lo que había dicho Gregor…, lo que había dejado en el aire, en realidad? «Algo ha agitado a los cetagandanos cerca de Rho Ceta.» Algo peculiar. «Oh, señor, aquí tenemos algo peculiar ahora.» ¿Conexiones?

—Miles —dijo Bel, molesto—. Me he jugado el cuello persuadiendo a Watts y Greenlaw para que dejaran a Dubauer volver a la
Idris
. ¿Cómo voy a explicar este súbito cambio? —Bel vaciló—. Si este cargamento y su propietario son peligrosos para el Cuadrispacio, debería informar de ello. ¿Crees que ese cuadri del hotel podría haberle disparado a Dubauer, en vez de a ti o a mí?

—Esa idea se me ha pasado por la cabeza, sí.

—Entonces no está… bien darle esquinazo a la Estación en lo que podría ser un asunto de seguridad.

Miles tomó aliento.

—Tú eres el representante de la Estación Graf aquí, por tanto la Estación lo sabe. Con eso es suficiente. Por ahora.

Bel frunció el ceño.

—Esta justificación es demasiado descarada incluso para mí.

—Sólo te estoy pidiendo que esperes. Dependiendo de la información que reciba de casa, bien podría acabar comprándole a Dubauer una nave rápida para que se largue con su cargamento. Una que no esté registrada en Barrayar, preferiblemente. Retrásalo un poco. Sé que puedes.

—Bueno…, está bien. Un poco.

—Quiero la comuconsola segura de la
Kestrel
. Sellaremos esta bodega y continuaremos más tarde. Primero, quiero echarle un vistazo al camarote de Dubauer.

—Miles, ¿nunca has oído hablar del concepto de la orden de registro?

—Querido Bel, qué tiquismiquis te has vuelto en la vejez. Ésta es una nave barrayaresa, y yo soy la Voz de Gregor. No pido órdenes de registro, las expido.

Miles dio una última vuelta por la bodega de carga antes de dejar que Roic la volviera a sellar. No vio nada diferente, sólo más de lo mismo. Cincuenta plataformas sumaban un montón de replicadores uterinos.

No había ningún cadáver en descomposición oculto en un rincón, lástima.

El habitáculo de Dubauer, en el módulo de personal, no arrojó ninguna luz sobre el asunto. Era un pequeño camarote económico, y los efectos personales que pudiera haber poseído el… individuo de género desconocido, habían sido empaquetados y retirados cuando los cuadris trasladaron a los pasajeros a sus hoteles. Tampoco había ningún cadáver debajo de la cama ni en el armario. La gente de Brun sin duda lo habría registrado todo rutinariamente al menos una vez, el día después de la desaparición de Solian.

Miles decidió que tenía que pedir un examen forense con microscopio más concienzudo, tanto de la cabina como de la bodega con los replicadores. Aunque… ¿a quién se lo encargaba? No quería poner aquel asunto en manos de Venn todavía, pero los médicos de la flota barrayaresa estaban especializados en traumatología. Nunca antes había echado tanto de menos SegImp.

—¿Tienen los cetagandanos algún agente aquí, en el Cuadrispacio? —le preguntó a Bel cuando salieron del camarote y volvieron a cerrarlo—. ¿Nunca te has topado con tus oponentes?

Bel negó con la cabeza.

—La gente de tu zona está muy poco extendida por este brazo del Nexo. Barrayar ni siquiera tiene un consulado a tiempo completo en Union Station, ni Cetaganda tampoco. Lo único que hay es una abogada cuadri de oficio que se encarga del papeleo de una docena de políticas planetarias menores, por si alguien la necesita. Para los visados y permisos de entrada y esas cosas. De hecho, que yo recuerde, se encarga de Barrayar y de Cetaganda. Si hay algún agente cetagandés en la Graf, no lo he localizado. Espero que ellos tampoco me hayan localizado a mí. Aunque, si los cetagandanos tienen espías, agentes o informadores en el Cuadrispacio, probablemente estarán en Union Station. Yo sólo estoy aquí en la Graf por, hum, razones personales.

Antes de abandonar la
Idris
, Roic insistió en que Bel llamara a Venn para informarse de cómo iba la búsqueda del asesino cuadri del vestíbulo.

Venn, claramente molesto, mencionó los informes de la vigorosa actividad que estaban llevando a cabo sus patrulleros… sin ningún resultado. Roic recorrió alerta el estrecho tramo que separaba la zona de atraque de la
Idris
del lugar donde se encontraba la
Kestrel
, vigilando a su escolta cuadri armado casi con la misma intensidad que las sombras y los pasillos. Pero llegaron a la nave sin incidentes.

—¿Le costaría mucho trabajo a Greenlaw ordenar que interroguen con pentarrápida a Dubauer? —le preguntó Miles a Bel, mientras atravesaban las compuertas estancas de la
Kestrel
.

—Bueno, haría falta una orden judicial. Y una explicación que convenciera a un juez cuadrúmano.

—Mm. Emboscar a Dubauer con una hipospray a bordo de la
Idris
parece una alternativa mucho más simple.

—Lo sería —Bel suspiró—. Y me costaría el empleo si Watts descubre que te he ayudado. Si Dubauer es inocente y no ha hecho nada, sin duda se quejaría después a las autoridades cuadris.

—Dubauer no es inocente. Como poco, ha mentido sobre su cargamento.

—No exactamente. Dice muy claro: «Mamíferos, genéticamente alterados, diversos.» No se puede decir que no sean mamíferos.

—Transporte de menores para fines inmorales, entonces. Comercio de esclavos. ¡Demonios!, ya se me ocurrirá algo.

Miles indicó a Roic y Bel que esperaran, y se apoderó de nuevo de la sala de reuniones de la
Kestrel
.

Se sentó, ajustó el cono de seguridad y tomó aliento, tratando de poner en orden sus frenéticos pensamientos. No había otra manera de enviar un mensaje por tensorrayo desde el Cuadrispacio hasta Barrayar, aunque fuera codificado, que a través del sistema de enlaces comerciales. Los rayos de mensajes eran enviados a la velocidad de la luz a través de los sistemas del espacio local entre las estaciones de punto de salto. Los mensajes de una hora, o de un día, eran recogidos en las estaciones y cargados en sus naves dedicadas a comunicaciones, que saltaban de un lado a otro siguiendo un horario regular para llevarlos a la siguiente región espacial local, o a las rutas menos transitadas, o a la nave que saltara a continuación. El viaje de un mensaje enviado desde el Cuadrispacio al Imperio duraría, como mínimo, varios días.

Dirigió el mensaje, por triplicado, al emperador Gregor, al jefe Allegre de SegImp, y al Cuartel General de Operaciones Galácticas de SegImp en Komarr.

Después de hacer un esbozo de la situación hasta el momento y de asegurar que su atacante tenía mala puntería, describió a Dubauer, con tanto detalle como le fue posible, y el sorprendente cargamento que había encontrado a bordo de la
Idris
. Solicitó información detallada sobre las nuevas tensiones con los cetagandanos a las que había aludido Gregor de manera tan indirecta, y añadió una petición urgente de información, si había alguna, sobre los agentes cetagandanos en activo y sus operaciones en el Cuadrispacio. Pasó los mensajes por el codificador de SegImp de la
Kestrel
y los mandó.

¿Y ahora qué?

¿Esperar una respuesta que podría ser completamente ambigua? Difícilmente…

Dio un salto en la silla cuando el comunicador de muñeca zumbó. Tragó saliva y lo atendió.

—Vorkosigan.

—Hola, Miles. —Era la voz de Ekaterin; el ritmo del corazón de Miles se calmó—. ¿Tienes un momento?

—No sólo eso, tengo la comuconsola de la
Kestrel
. Un momento de intimidad, si puedes creértelo.

—¡Oh! Entonces espera un segundo… —El canal del comunicador de muñeca se cerró. Un instante después, la cara y el torso de Ekaterin aparecieron sobre la placa vid. Volvía a llevar puesto aquel favorecedor vestido azul pizarra—. ¡Ah! —dijo ella feliz—. Ahí estás. Esto está mejor.

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