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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Ciencia ficción, Novela

Inmunidad diplomática (15 page)

BOOK: Inmunidad diplomática
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Apuró la taza y pulsó el número del jefe Venn en la consola. El comandante de la seguridad cuadri había llegado también temprano al trabajo, al parecer. Su oficina personal estaba evidentemente en la parte en caída libre de la estación. Apareció flotando de lado en el visor de Miles, con una burbuja de café en la mano superior derecha.

—Buenos días, lord Auditor Vorkosigan —murmuró amablemente, pero minó la cortesía verbal al no enderezarse para estar como Miles, quien tuvo que hacer un esfuerzo consciente para no doblarse en su asiento—. ¿Qué puedo hacer por usted?

—Varias cosas. Pero primero, una pregunta: ¿Cuándo se cometió el último asesinato en la Estación Graf?

Venn frunció el ceño.

—Hubo uno hace unos siete años.

—¿Y, ah, antes de eso?

—Tres años antes, creo.

Una auténtica ola de crímenes.

—¿Se encargó usted de esas investigaciones?

—Bueno, tuvieron lugar antes de mi época… Me nombraron jefe de seguridad de la Estación Graf hace unos cinco años. Pero no hubo mucho que investigar. Ambos sospechosos eran planetarios en tránsito: uno mató a otro planetario, el otro asesinó a un cuadrúmano con el que se había puesto a discutir estúpidamente por un pago. Su culpabilidad fue corroborada por testigos y confirmada con un interrogatorio con pentarrápida. Los asesinos casi siempre planetarios, se lo advierto.

—¿Había investigado usted alguna vez un asesinato misterioso?

Venn se enderezó, al parecer para poder mirar a Miles con el ceño fruncido de manera más efectiva.

—Mi gente y yo estamos plenamente entrenados en los procedimientos adecuados, se lo aseguro.

—Me temo que prefiero guardarme mi opinión en lo concerniente a eso, jefe Venn. Tengo una noticia bastante curiosa. Hice que el cirujano jefe de la flota de Barrayar examinara de nuevo la sangre de Solian. Parece que la sangre en cuestión se produjo de manera artificial, presumiblemente a partir de una muestra de la sangre auténtica de Solian o de algún tejido suyo. Tal vez quiera que sus forenses, sean quienes sean, comprueben de nuevo las pruebas archivadas de la bodega de carga y lo confirmen.

Venn frunció todavía más el ceño.

—¡Entonces… desertó, no fue asesinado después de todo! ¡No me extraña que no pudiéramos encontrar ningún cadáver!

—Corre… Se precipita usted, creo. Le garantizo que el panorama se ha vuelto más que pantanoso. Le pido, por tanto, que localice todas las posibles instalaciones de la Estación Graf donde pueda llevarse a cabo una síntesis de tejidos, y que compruebe si se está realizando ese tipo de trabajo y para quién, o si podría haberse hecho de tapadillo, ya puestos. Creo que podemos suponer sin temor a equivocarnos que quien lo haya mandado hacer, Solian o alguien desconocido, estaba muy interesado en ocultarlo. El cirujano jefe me ha dicho que la sangre probablemente fue generada apenas un día antes de que fuera derramada, pero la solicitud tuvo que hacerse en el momento en que la
Idris
atracó, con toda seguridad.

—Yo… le sigo, desde luego. —Venn se llevó a la boca la burbuja de café, la apretó, y luego se la pasó ausente a la mano inferior izquierda—. Sí, desde luego —repitió más débilmente—. Me encargaré yo mismo.

Miles se sintió satisfecho de haber sacudido a Venn lo suficiente para que, avergonzado en el grado justo, se pusiera en marcha sin ponerse a la defensiva.

—Gracias.

—Creo que la Selladora Greenlaw deseaba hablar también con usted esta mañana, lord Vorkosigan —añadió Venn.

—Muy bien. Puede pasarle esta llamada, si quiere.

Al parecer, Greenlaw era una persona madrugadora, o había bebido su café más temprano. Apareció en el holovid vestida con un elaborado jubón, diferente al del día anterior, severa y completamente despierta. Tal vez más por costumbre diplomática que por ningún deseo de complacer, se enderezó para que Miles la viera de manera adecuada.

—Buenos días, lord Auditor Vorkosigan. En respuesta a sus peticiones, le he preparado una cita con los pasajeros de la flota komarresa a las 10.00. Puede reunirse con ellos para responder a sus preguntas en el más grande de los dos hoteles donde están albergados en este momento. El práctico Thorne se reunirá con usted en la nave y lo llevará hasta allí.

Miles echó atrás la cabeza. Aquello era abusar de su tiempo y de su atención. Por no mencionar el descarado movimiento de presión. Por otro lado… le ponían en las manos una sala llena de sospechosos, justo la gente que deseaba estudiar. Equilibró la irritación y la ansiedad, para comentar simplemente:

—Es usted muy amable al hacérmelo saber. ¿Qué es exactamente lo que cree que podré decirles?

—Eso se lo dejo a usted. Estas personas vinieron con ustedes los barrayareses; son responsabilidad suya.

—Señora, si así fuera, ya estarían todos de camino. No puede haber responsabilidad sin poder. Son las autoridades de la Unión las que los han colocado en este arresto domiciliario, y por tanto son las autoridades de la Unión quienes deben liberarlas.

—Cuando terminen de abonar las fianzas, costes y multas de su gente, nos alegrará hacerlo.

Miles sonrió débilmente y unió las manos sobre la mesa. Deseó que la única nueva carta que tenía para jugar aquella mañana fuera menos ambigua. No obstante, le repitió a la Selladora Greenlaw la noticia sobre la muestra sanguínea manufacturada de Solian, bien envuelta en la queja de que la policía cuadri no había determinado antes aquel detalle concreto. Ella replicó al instante, como había hecho Venn, que eso era una prueba más que apoyaba la deserción y no el asesinato.

—Bien —dijo Miles—. Entonces, que Seguridad de la Unión encuentre a Solian. Un planetario extranjero deambulando por el Cuadrispacio no debe de ser tan difícil de localizar para una policía competente. Suponiendo que lo esté intentando.

—El Cuadrispacio —replicó ella— no es un Estado totalitario. Y su teniente Solian puede que lo haya observado. Nuestras garantías de libertad de movimiento e intimidad personal podrían haber sido lo que le atrajo para separarse aquí de sus antiguos camaradas.

—Entonces, ¿por qué no ha pedido asilo como el alférez Corbeau? No. Me temo que lo que tenemos aquí no es a un hombre desaparecido, sino un cadáver desaparecido. Los muertos no pueden reclamar justicia; es deber de los vivos hacerlo por ellos. Y ésa sí que es una responsabilidad de los míos hacia los míos, señora.

Concluyeron la conversación en este punto; Miles sólo esperaba haber conseguido chafarle la mañana tanto como ella a él. Cortó la comunicación y se frotó la nuca.

—Ah. Esto me ata para el resto del día, supongo.

Miró a Roic, cuya silenciosa posición de guardia ante la puerta se había relajado un poco y tenía los hombros apoyados contra la pared.

—Roic.

El soldado se enderezó rápidamente.

—¿Milord?

—¿Has realizado alguna vez una investigación criminal?

—Bueno…, yo no era más que un guardia callejero. Pero a veces acompañaba a los oficiales veteranos y los ayudaba en algún caso de fraude y agresión. Y en un secuestro. La recuperamos viva. Varias personas desaparecidas. Oh, y una docena de asesinatos, aunque como dije, apenas eran misteriosos. Y la serie de incendios de aquella vez que…

—Bien. —Miles agitó una mano para cortar aquella amable oleada de recuerdos—. Quiero que te encargues por mí de los detalles del caso Solian. Primero, el horario. Quiero que averigües todas las cosas documentadas que hizo ese tipo. Sus informes de guardia, dónde estuvo, qué comió, cuándo durmió (y con quién, si durmió con alguien), minuto a minuto, o lo máximo que puedas, entre el momento de su desaparición y hasta donde puedas remontarte. Sobre todo cualquier movimiento fuera de la nave y estando de permiso. Y luego quiero su perfil personal: habla con la tripulación y el capitán de la
Idris
, intenta averiguar lo que puedas sobre el tipo. Supongo que no hace falta que te recuerde la diferencia entre hecho, conjetura y chismorreo.

—No, milord. Pero…

—Vorpatril y Brun cooperarán y no te pondrán impedimentos, te lo prometo. Y si no es así, házmelo saber. —Miles sonrió, un poco ominosamente.

—No se trata de eso, milord. ¿Quién se encargará de su seguridad personal en la Estación Graf si yo estoy husmeando por la flota del almirante Vorpatril?

Miles consiguió tragarse un rotundo «no necesito un guardaespaldas». Según su propia teoría, un asesino desesperado podía estar flotando, tal vez literalmente, por la estación.

—El capitán Thorne me acompañará.

Roic pareció dubitativo.

—No puedo aprobarlo, milord. Él… eso… ni siquiera es de Barrayar. ¿Qué sabe usted realmente del, hum, práctico?

—Muchas cosas —le aseguró Miles. Bueno, las sabía. Colocó las manos sobre la mesa y se puso en pie—. Solian, Roic. Encuéntrame a Solian. O su rastro de miguitas de pan, o algo.

—Lo intentaré, milord.

De vuelta en lo que empezaba a considerar su gabinete, Miles se encontró con Ekaterin, que salía de la ducha, vestida de nuevo con su túnica roja y las calzas. Maniobraron para darse un beso.

—Tengo una cita involuntaria —dijo él—. Tengo que ir a la Estación casi inmediatamente.

—¿Te acordarás de ponerte los pantalones?

Miles se miró las piernas desnudas.

—Pensaba hacerlo, sí.

Los ojos de ella bailaron.

—Ibas distraído. Me ha parecido más seguro preguntártelo.

Él sonrió.

—Me pregunto hasta qué punto podría comportarme de manera extraña antes de que los cuadris dijeran algo.

—A juzgar por algunas de las teorías que mi tío Vorthys me cuenta sobre los Auditores Imperiales de generaciones pasadas, algo mucho más extraño que eso.

—No, me temo que sólo serían nuestros barrayareses leales quienes tendrían que morderse la lengua. —Capturó la mano de ella, y la frotó seductoramente—. ¿Quieres venir conmigo?

—¿Para hacer qué? —preguntó ella, con lógico recelo.

—Para decirles a los pasajeros de la flota comercial que no puedo hacer nada por ellos, que están atascados hasta que Greenlaw cambie de opinión, muchas gracias, que tengan un buen día.

—Eso parece… muy poco prometedor.

—Eso es lo menos que me parece a mí.

—Una condesa es por ley y tradición algo parecido a una ayudante de conde. Sin embargo, la esposa de un auditor no es una ayudante de Auditor —dijo ella con una convicción que le recordó a Miles a su tía: la profesora Vorthys era una esposa de auditor con cierta experiencia—. Nicol y Garnet Cinco acordaron llevarme esta mañana a ver la horticultura cuadri. Si no te importa, creo que me ceñiré a mi plan original.

Ekaterin suavizó su rotunda negativa con otro beso. Un destello de culpa hizo que Miles torciera el gesto.

—Me temo que la Estación Graf no es exactamente lo que tenía en mente para nuestra luna de miel.

—Oh, yo me lo estoy pasando bien. Eres tú quien tiene que tratar con toda la gente difícil. —Hizo una mueca, y él recordó su tendencia a mostrarse extremadamente reservada cuando se sentía dolorosamente abrumada. Cierto que eso sucedía cada vez menos. Durante el último año y medio le había encantado ver cómo adquiría confianza y se sentía progresivamente más cómoda en el papel de lady Vorkosigan—. Tal vez, si estás libre para el almuerzo, podamos reunirnos para que te desahogues conmigo —añadió ella como quien ofrece un intercambio de rehenes—. Pero no si tengo que recordarte que mastiques y tragues.

—Sólo la alfombra.

Esto le valió una sonrisa; un beso de despedida y se encaminó hacia la ducha, tranquilizado de antemano. Aunque podía sentirse afortunado de que ella hubiera accedido a venir con él al Cuadrispacio, todo el mundo en la Estación Graf, desde Vorpatril y Greenlaw hasta el último mono, tenía mucha más suerte.

Las tripulaciones de las cuatro naves komarresas ahora retenidas en sus puntos de atraque habían sido conducidas a un hotel y mantenidas allí bajo arresto. Las autoridades cuadris habían fingido no acusar a los pasajeros, un heterogéneo montón de gente de negocios que, con sus artículos, se habían unido al convoy durante varios segmentos de la ruta, ya que era la manera más económica de viajar. Pero, por supuesto, no podían quedarse a bordo de naves sin tripulación, y por eso habían sido conducidos a la fuerza a otro alojamiento, más lujoso.

En teoría, los pasajeros eran libres para deambular por la Estación sin más requerimiento que firmar sus idas y venidas a un par de guardias de seguridad cuadris (armados sólo con aturdidores, advirtió Miles de pasada) que vigilaban las puertas del hotel. No es que los pasajeros no pudieran abandonar legalmente el Cuadrispacio, pero los cargamentos que la mayoría transportaba estaban todavía inmovilizados a bordo de sus respectivas naves. Y por eso estaban retenidos siguiendo el principio del mono que tiene la mano metida en la jarra de nueces, incapaz de soltar lo que no puede llevarse. El «lujo» del hotel se convertía además en otro castigo cuadri, ya que la estancia obligatoria se cobraba a la corporación de la flota komarresa.

El salón del hotel le pareció grandioso a Miles, con un alto techo abovedado que simulaba una estrella de la mañana con nubes ondulantes que probablemente seguían el ciclo del día con el amanecer, la puesta de sol y la noche. Miles se preguntó qué constelaciones de qué planeta mostrarían, o si podrían variarse para halagar a los inquilinos de paso. El gran espacio abierto estaba rodeado por una balaustrada a la altura del primer piso, que daba a un vestíbulo, un restaurante y un bar donde los clientes podían reunirse, saludarse y comer. En el centro, un conjunto de columnas de mármol de forma aflautada, a la altura de la cintura, sostenía una doble lámina curva de grueso cristal que a su vez sostenía un gran y complejo adorno floral. ¿Dónde cultivaban esas flores en la Estación Graf? ¿Estaba viendo Ekaterin su origen ahora mismo?

Además de los habituales tubos de ascensión, una amplia escalera conducía desde el vestíbulo a la planta de conferencias. Bel guió a Miles hasta una sala de reuniones menos ostentosa de la planta inferior.

Encontraron la sala repleta. Unos ochenta individuos airados de lo que parecía ser cada raza, vestido, origen planetario y género del Nexo estaban allí reunidos. Comerciantes galácticos, con un agudo sentido del valor de su tiempo y ninguna inhibición cultural barrayaresa frente a los auditores imperiales, descargaron varios días de frustraciones acumuladas sobre Miles en el momento en que dio un paso al frente y se volvió hacia ellos. Catorce idiomas eran manejados por diecinueve marcas distintas de autotraductores, varios de los cuales, decidió Miles, debían de haber sido comprados a precio de saldo a unos fabricantes a punto de caer en la bancarrota. No es que sus respuestas a la andanada de preguntas fueran una tarea especialmente difícil para los traductores; el noventa por ciento de ellas fueron: «No lo sé todavía» o «Pregúntenle a la Selladora Greenlaw».

BOOK: Inmunidad diplomática
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