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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Ciencia ficción, Novela

Inmunidad diplomática (11 page)

BOOK: Inmunidad diplomática
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Cuando salió del interrogatorio, le dijo a Venn:

—Creo que será mejor que hable en privado con el alférez Corbeau. ¿Puede buscarnos un sitio?

—Corbeau ya tiene su propia celda —le informó Venn fríamente—. Como resultado de las amenazas recibidas por parte de sus camaradas.

—Ah. Lléveme con él entonces, por favor.

La puerta de la celda se descorrió para revelar a un joven alto, sentado en silencio en un camastro, los codos sobre las rodillas, la cara sobre las manos.

Los círculos de contacto metálicos del implante neural característicos de los pilotos de salto brillaban en sus sienes y en la mitad de su frente, y Miles triplicó mentalmente los recientes costes de formación del joven oficial para el Imperio. Corbeau alzó la cabeza y frunció el ceño, confundido al ver a Miles.

Era un barrayarés típico: moreno, de ojos castaños, con tez olivácea que los meses en el espacio habían vuelto pálida. Sus rasgos regulares le recordaron un poco a Miles a su primo Iván cuando tenía esa misma edad. El enorme moratón que tenía en un ojo estaba remitiendo volviéndose de un verde amarillento. Llevaba la camisa del uniforme abierta, las mangas subidas. Algunas cicatrices pálidas e irregulares zigzagueaban por la piel expuesta, señalándolo como víctima de la plaga de gusanos sergyaranos de hacía algunos años; evidentemente había crecido, o al menos había sido residente, en el nuevo planeta colonia de Barrayar durante la dura época anterior al perfeccionamiento de los pesticidas orales.

—Alférez Corbeau —dijo Venn—, éste es el Auditor Imperial de Barrayar, lord Vorkosigan. Su Emperador lo manda como enviado diplomático oficial para representar a su bando en las negociaciones con la Unión. Desea entrevistarlo.

Corbeau hizo una mueca de alarma, se puso de pie y agitó la cabeza nerviosamente ante Miles. La diferencia de altura entre ambos se puso rápidamente de manifiesto, y Corbeau frunció el ceño, cada vez más confundido.

Venn añadió, no con amabilidad, sino puntilloso:

—Debido a los cargos que se le imputan y a su petición de asilo, todavía pendiente de revisión, la Selladora Greenlaw no le permitirá apartarlo de nuestra custodia en este momento. —Corbeau exhaló un poco de aire, pero siguió mirando a Miles con la expresión de alguien a quien presentan una serpiente venenosa—. Él se ha comprometido a no ordenar que le fusilen —añadió Venn, sarcástico.

—Gracias, jefe Venn —dijo Miles—. Seguiré a partir de aquí, si no le importa.

Venn entendió la indirecta y se marchó. Roic ocupó su silencioso puesto de guardia junto a la puerta de la celda, que siseó al cerrarse.

Miles indicó el camastro.

—Siéntese, alférez.

Él también se sentó en el otro camastro, frente al joven, y ladeó la cabeza estudiándolo brevemente mientras Corbeau volvía a ocupar su sitio.

—Deje de hiperventilar —añadió.

Corbeau tragó saliva.

—Milord —consiguió decir.

Miles entrelazó los dedos.

—Es usted sergyarano, ¿no?

Corbeau se miró los brazos, e hizo un amago de bajarse las mangas.

—No nací allí, milord. Mis padres emigraron cuando yo tenía cinco años. —Miró al silencioso Roic con su uniforme marrón y plata, y añadió—: ¿Es usted…? —Se tragó la pregunta.

Miles prosiguió por él:

—Soy hijo del virrey y la virreina Vorkosigan, sí. Uno de ellos.

Corbeau esbozó un mudo «Oh». Su expresión de terror reprimido no disminuyó.

—Acabo de entrevistar a los dos patrulleros de la flota que fueron enviados a recuperarlo tras su permiso en la Estación. Dentro de un momento, me gustaría escuchar su versión de esos hechos. Pero antes… ¿Conocía usted al teniente Solian, el oficial de seguridad de la flota komarresa a bordo de la
Idris
?

Los pensamientos del piloto estaban tan claramente concentrados en sus propios asuntos que tardó un instante en comprender la pregunta.

—Lo vi una o dos veces en algunas de nuestras paradas anteriores, milord. No puedo decir que lo conociera. Nunca subí a bordo de la
Idris
.

—¿Tiene alguna idea o teoría sobre su desaparición?

—No…, en realidad no.

—El capitán Brun piensa que puede haber desertado.

Corbeau hizo una mueca.

—Típico de Brun.

—¿Por qué de Brun especialmente?

Corbeau intentó hablar, se detuvo; parecía aún más desgraciado.

—No sería adecuado que criticara a mis superiores, milord, ni comentara sus opiniones personales.

—Brun tiene prejuicios contra los komarreses.

—¡Yo no he dicho eso!

—Eso ha sido un comentario mío, alférez.

—Oh.

—Bueno, dejémoslo por el momento. Volvamos a sus problemas. ¿Por qué no respondió a la orden de regreso de su comunicador de muñeca?

Corbeau se tocó las muñecas desnudas; sus captores cuadrúmanos le habían confiscado los comunicadores.

—Me lo había quitado, y lo dejé en otra habitación. Debí de quedarme dormido y no lo oí sonar. Lo primero que supe de la orden de regreso fue cuando esos dos… —Se debatió un instante, y luego continuó amargamente—: Esos dos matones vinieron a aporrear la puerta de Garnet Cinco. La hicieron a un lado…

—¿Se identificaron adecuadamente y le entregaron sus órdenes con claridad?

Corbeau hizo una pausa, su mirada se volvió penetrante.

—Admito, milord —dijo lentamente—, que oír al sargento Touchev anunciando: «Muy bien, amante de mutis, se acabó el espectáculo», no me pareció exactamente: «El almirante Vorpatril ha ordenado que todo el personal de Barrayar vuelva a sus naves.» No de entrada, al menos. Acababa de despertarme, ya sabe.

—¿Se identificaron?

—No…, no verbalmente.

—¿Mostraron algún documento?

—Bueno…, iban de uniforme, con sus bandas en el brazo.

—¿Los reconoció usted como miembros de seguridad de la flota, o pensó que era una visita privada…, un par de camaradas llevando a cabo una venganza racial por su cuenta?

—Yo… hum. Bueno…, ambas cosas no son mutuamente excluyentes, milord, según mi experiencia.

«En eso el chico tiene razón, por desgracia.» Miles tomó aire.

—Ah.

—Fui lento, estaba todavía medio dormido. Cuando me empujaron, Garnet Cinco pensó que me estaban atacando. Ojalá no hubiera intentado… No le pegué a Touchev hasta que la tiró de su silla flotante. Llegados a ese punto… todo se fue al garete.

Corbeau se miró los pies, calzados con zapatillas de fricción penitenciarias.

Miles se echó hacia atrás. «Lanza un cabo a este chaval. Se está ahogando.»

—Sabe, su carrera no está necesariamente acabada todavía —dijo con suavidad—. No está, técnicamente, ausente sin permiso mientras esté involuntariamente confinado por las autoridades de la Estación Graf, al igual que la patrulla de Brun. Por el momento, se encuentra en un limbo legal. Su formación como piloto de salto y la cirugía a la que ha sido sometido harían de usted una pérdida costosa, desde el punto de vista del mando. Si hace los movimientos adecuados, podría salir limpio de ésta.

Corbeau torció el gesto.

—Yo no… —Se calló. Miles hizo un ruidito para animarlo—. Ya no quiero mi maldita carrera —estalló Corbeau—. No quiero ser parte de… —hizo un gesto inarticulado para señalar a su alrededor— esto. Esta… idiotez.

Reprimiendo cierta compasión, Miles preguntó:

—¿Cuál es su posición actual…, cuánto tiempo lleva alistado?

—Me alisté para un periodo de cinco años, con la opción de reengancharme o pasar a la reserva para los siguientes cinco. Llevo tres años, me faltan todavía dos.

A los veintitrés años, se recordó Miles, dos años todavía parecían mucho tiempo. Corbeau apenas podía ser más que un aprendiz de piloto en esa etapa de su carrera, aunque su destino en la
Príncipe Xav
implicara unas cualificaciones superiores.

Corbeau sacudió la cabeza.

—Veo las cosas de modo distinto, últimamente. Actitudes que antes daba por hechas, chistes, observaciones, la manera en que se hacen las cosas… ahora me molestan. Rechinan. Gente como el sargento Touchev, el capitán Brun… ¡Dios! ¿Siempre fue así de horrible?

—No —respondió Miles—. Éramos mucho peores. Puedo asegurárselo personalmente.

Corbeau lo miró de arriba abajo.

—Pero si todos los hombres de mente progresista se hubieran largado entonces, como piensa usted ahora, ninguno de los cambios que he visto en mi vida habrían tenido lugar. Hemos cambiado. Podemos cambiar aún más. No instantáneamente, no. Pero si todos los tipos decentes dimiten y sólo quedan los idiotas para dirigir el espectáculo, no será bueno para el futuro de Barrayar. Cosa que sí me importa.

A Miles le sorprendió lo apasionadamente cierta que se había convertido esa afirmación últimamente. Pensó en los dos replicadores en aquella sala protegida de la Mansión Vorkosigan. «Siempre pensaba que mis padres podían arreglarlo todo. Ahora es mi turno. Santo Dios, ¿cómo ha sucedido esto?»

—Nunca imaginé un lugar como éste. —Corbeau señaló tembloroso a su alrededor, y Miles dedujo que ahora se refería al Cuadrispacio—. Nunca imaginé a una mujer como Garnet Cinco. Quiero quedarme aquí.

Miles tuvo la desagradable impresión de que estaba delante de un joven desesperado que tomaba decisiones definitivas basándose en estímulos pasajeros. La Estación Graf era atractiva a primera vista, cierto, pero Corbeau había crecido en un país a cielo abierto con gravedad real, con aire real… ¿Se adaptaría, o se apoderaría de él la tecno-claustrofobia? Y la joven por quien se proponía arrojar su vida por la borda, ¿merecía la pena, o Corbeau demostraría ser un pasatiempo divertido para ella? ¿O, con el tiempo, un grave error? Demonios, se conocían desde hacía apenas unas semanas… Nadie podía saberlo, menos que nadie Corbeau y Garnet Cinco.

—Quiero dejarlo —dijo Corbeau—. No lo soporto más.

Miles lo intentó otra vez.

—Si retira su petición de asilo político en la Unión antes de que los cuadrúmanos la rechacen, todavía podríamos aprovechar su ambigüedad legal y hacerla desaparecer, sin más consecuencias para su carrera. Si no la retira, el cargo por deserción seguirá adelante y le hará un daño enorme.

Corbeau alzó la cabeza.

—¿Esa pelea que la patrulla de Brun tuvo con la seguridad cuadri no es suficiente? El médico de la
Príncipe Xav
dijo que probablemente sí.

La deserción ante el enemigo se castigaba con la muerte en el código militar barrayarés. La deserción en tiempo de paz se castigaba con largos periodos de tiempo en puestos extremadamente desagradables. Ambas posibilidades parecían un desperdicio excesivo.

—Creo que haría falta retorcer legalmente las cosas para llamar batalla a ese episodio. Para empezar, definirlo así va directamente en contra del deseo manifiesto del Emperador de mantener relaciones pacíficas con este importante punto comercial. Con todo…, con un tribunal suficientemente hostil y una defensa entregada… Yo no diría que enfrentarse a un consejo de guerra sea una jugada inteligente, si se puede evitar. —Miles se frotó los labios—. ¿Estaba usted borracho, por casualidad, cuando el sargento Touchev fue a recogerlo?

—¡No!

—Hum. Lástima. Estar borracho es una defensa maravillosamente segura. No es política ni socialmente radical, ya ve. ¿Supongo que no…?

Los labios de Corbeau se tensaron, llenos de indignación. Miles advirtió que sugerirle que mintiera sobre su estado etílico no saldría bien. Lo cual le daba una buena opinión del joven oficial, cierto, pero no le facilitaba el trabajo.

—Sigo queriendo dejarlo —repitió Corbeau, testarudo.

—Me temo que los cuadris no sienten mucho afecto por los barrayareses esta semana. Confiar en que le garanticen asilo para resolver su dilema me parece un grave error. Tiene que haber media docena de formas mejores para solucionar sus problemas, si abre la mente a posibilidades tácticas más amplias. De hecho, casi cualquier otra opción sería mejor que ésta.

Corbeau negó con la cabeza, mudo.

—Bien, piénselo, alférez. Sospecho que la situación seguirá siendo pantanosa hasta que descubra qué le pasó al teniente Solian. En ese punto, espero desenmarañar este lío rápidamente, y la posibilidad de que cambie usted de opinión podría acabarse entonces bruscamente.

Se puso en pie. Corbeau, tras un instante de incertidumbre, se incorporó y saludó. Miles le devolvió el saludo asintiendo brevemente y se acercó a Roic, que habló por el intercomunicador de la celda para que les abrieran la puerta.

Salió, el ceño fruncido y pensativo, para encontrarse con el flotante jefe Venn.

—¡Quiero a Solian, maldición! —le dijo Miles, enfurruñado—. Esta desaparición suya no deja en mejor posición su organización de seguridad que la nuestra, ¿sabe?

Venn se lo quedó mirando, pero no rebatió su comentario.

Miles suspiró y se llevó el comunicador de muñeca a los labios para llamar a Ekaterin.

Ella insistió en reunirse de nuevo con él a bordo de la
Kestrel
. Miles se alegró de tener la excusa de escapar de la deprimente atmósfera del Puesto de Seguridad Número Tres. No podía achacarlo a la ambigüedad moral, ¡ay! Peor, ni siquiera podía llamarlo ambigüedad moral. Estaba claro qué bando tenía razón, y no era el suyo, maldición.

La encontró en su pequeño camarote, colgando en una percha su uniforme marrón y plata de la Casa Vorkosigan. Ekaterin se dio la vuelta y lo abrazó, y él ladeó la cabeza para un beso largo y apasionado.

—Bien, ¿cómo fue tu aventura con Bel por el Cuadrispacio? —preguntó él, cuando pudo volver a respirar.

—Muy bien, creo. Si Bel alguna vez quiere cambiar de trabajo, creo que podría dedicarse a las relaciones públicas de la Unión. Me parece que he visto todas las partes interesantes de la Estación Graf en el poco tiempo que hemos tenido. Vistas espléndidas, buena comida, historia… Bel me ha llevado hasta el sector de caída libre más profundo para ver las partes que se conservan de la vieja nave de salto que trajo a los cuadris a este sistema. La tienen como si fuera una especie de museo… Cuando llegamos estaba llena de pequeños escolares cuadris rebotando en las paredes. Literalmente. Eran increíblemente monos. Casi me recordó un altar de antepasados de Barrayar.

Lo soltó, e indicó una gran caja decorada con brillantes y pintorescas imágenes y esquemas que ocupaba la mitad del camastro inferior.

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