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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Ciencia ficción, Novela

Inmunidad diplomática (8 page)

BOOK: Inmunidad diplomática
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Miles advirtió la elección de palabras de Bel: quien creó ese escenario, no quien asesinó a Solian. Naturalmente, Bel estuvo presente en cierta espectacular criopreparación de emergencia…

—Todas esas naves eran de su flota —intervino Venn, irritado—. En otras palabras, trajeron ustedes sus propios problemas consigo. ¡Aquí somos pacíficos!

Miles miró a Bel con el ceño fruncido y, mentalmente, cambió su plan de ataque.

—¿Está muy lejos de aquí la bodega de carga en cuestión?

—Está al otro lado de la Estación —dijo Watts.

—Creo que me gustaría verla, y sus zonas asociadas, antes de entrevistar al alférez Corbeau y a los otros barrayareses. ¿Quizás el práctico Thorne sería tan amable de guiarme por esa instalación?

Bel miró al jefe Watts y obtuvo un gesto de aprobación.

—Me sentiré encantado de hacerlo, lord Vorkosigan —dijo.

—¿Ahora mismo, si es posible? Podríamos utilizar mi nave.

—Eso sería muy eficaz, sí —respondió Bel, los ojos brillando de inteligencia—. Podría acompañarlo.

—Gracias. Eso sería muy satisfactorio. «Buena jugada.»

Ansioso como estaba Miles por largarse y exprimir a Bel en privado, tuvo que sonreír mientras pasaba por más formalidades, incluyendo la presentación oficial de la lista de cargos, costes, fianzas y multas que la fuerza de choque de Vorpatril se había ganado.

Tomó el disco de datos que el jefe Watts le envió delicadamente por el aire y dijo:

—Adviertan, por favor, que no acepto estos cargos. Sin embargo, me los llevaré para revisarlos al completo en cuanto me sea posible.

Unos rostros serios recibieron este pronunciamiento. El lenguaje corporal de los cuadrúmanos era una asignatura en sí misma. Hablar con las manos estaba aquí cuajado de posibilidades. Las manos de Greenlaw eran muy controladas, tanto las superiores como las inferiores. Venn cerraba mucho los puños inferiores, pero claro, había ayudado a rescatar a sus camaradas quemados después del incendio.

La conferencia llegó a su fin sin que se llegara a nada parecido a un acuerdo, cosa que Miles consideró una pequeña victoria para su bando. Se marchó sin comprometerse ni comprometer a Gregor, de momento. No veía todavía la manera de desenmarañar aquel desagradable lío a su favor. Necesitaba más datos, mensajes subliminales, a alguien, algún punto de apoyo que no había divisado todavía. «Tengo que hablar con Bel.»

El cumplimiento de ese deseo, al menos, parecía garantizado. Tras la orden de Greenlaw, la reunión se disolvió, y la guardia de honor escoltó a los barrayareses por los pasillos hasta la bodega donde esperaba la
Kestrel
.

4

Ante la compuerta de la
Kestrel
, el jefe Watts llevó aparte a Bel para conversar con él en voz baja mientras agitaba ansiosamente las manos. Bel sacudió la cabeza, hizo gestos tranquilizadores y, finalmente, se dio la vuelta para seguir a Miles, Ekaterin y Roic por el flexotubo hasta la diminuta y ahora abarrotada escotilla de la
Kestrel
. Roic tropezó y pareció un poco aturdido hasta readaptarse al campo gravitatorio y recuperar el equilibrio. Frunció el ceño, receloso del hermafrodita betano con el uniforme cuadri. Ekaterin le dirigió una subrepticia mirada de curiosidad.

—¿De qué demonios iba todo eso? —le preguntó Miles a Bel mientras la compuerta se cerraba.

—Watts quería que me llevara a un guardaespaldas o dos. Para protegerme de los brutales barrayareses. Le dije que no habría espacio a bordo y que, además, eras diplomático, no soldado. —Bel, la cabeza ladeada, le dirigió una mirada indescifrable—. ¿Es así?

—Ahora lo es. Hum… —Miles se volvió hacia el teniente Smolyani, que manejaba los controles de la escotilla—. Teniente, vamos a llevar a la
Kestrel
al otro lado de la Estación Graf, a otra bodega de atraque. Su control de tráfico lo dirigirá. Vaya lo más despacio que pueda sin parecer sospechoso. Haga dos o tres intentos para alinearse con las tenazas de atraque, o algo parecido.

—¡Milord! —dijo Smolyani, indignado. Los pilotos de los correos rápidos de SegImp hacían una religión de sus rápidas y precisas maniobras y de sus suaves y perfectos acoplamientos—. ¿Delante de esta gente?

—Bueno, haga lo que quiera, pero consígame algo de tiempo. Tengo que hablar con este herm. Vamos, vamos. —Indicó a Smolyani que se pusiera en marcha, tomó aire, y añadió para Roic y Ekaterin—. Nos quedaremos en el cuarto de oficiales. Disculpadnos, por favor.

Con eso, les indicó que esperaran en sus camarotes. Apretó la mano de Ekaterin en un breve gesto de disculpa. No se atrevió a decir más hasta que hubiera exprimido a Bel en privado. Había aspectos de seguridad, aspectos políticos, aspectos personales…, ¿cuántos aspectos podían danzar en la cabeza de un alfiler?, y mientras la primera emoción de ver aquel rostro familiar vivo se difuminaba, el acuciante recuerdo de que, la última vez que se vieron, el propósito fue privar a Bel del mando y retirarlo de la flota de mercenarios por su desafortunado papel en la sangrienta debacle de Jackson's Whole. Quería confiar en Bel. ¿Se atrevería a hacerlo?

Roic estaba demasiado bien entrenado para preguntar en voz alta: «¿Está seguro de que no quiere que me quede con usted, milord?» Pero por la expresión de su rostro, hacía todo lo posible por enviar el mensaje telepáticamente.

—Lo explicaré todo más tarde —le prometió Miles a Roic en voz baja, y lo envió a su camarote con lo que esperaba fuese un ligero saludo tranquilizador.

Condujo a Bel hasta la diminuta cámara que hacía las veces de sala de reuniones, comedor y sala de oficiales de la
Kestrel
, cerró sus puertas y activó el cono de seguridad. Un leve zumbido procedente del proyector del techo y un titilar en el aire que rodeaba la mesa circular para cenas y vids le aseguró que funcionaba. Se volvió para ver que Bel lo observaba, la cabeza un poco ladeada, los ojos interrogantes, los labios torcidos. Vaciló un momento. Entonces, simultáneamente, los dos soltaron una carcajada. Se dieron un abrazo; Bel le dio golpecitos en la espalda, diciendo con voz tensa:

—Maldición, maldición, maldición, pequeño maníaco mestizo…

Miles dio un paso atrás, sin aliento.

—Bel, por Dios. Tienes buen aspecto.

—Más viejo, ¿no?

—Eso también. Pero no creo que yo sea el más indicado para hablar.

—Tienes un aspecto magnífico. Sano. Sólido. Diría que una mujer te ha estado alimentando bien. O haciendo algo bien, al menos.

—¿No estoy gordo? —dijo Miles ansiosamente.

—No, no. Pero la última vez que te vi, justo después de que te descongelaran, parecías un cráneo en un palo. Nos tenías a todos preocupados.

Bel recordaba aquella última reunión con la misma claridad que él, evidentemente. Más, tal vez.

—Me tenías preocupado también. ¿Te… te ha ido bien? ¿Cómo demonios acabaste aquí?

¿Era una pregunta lo suficientemente delicada?

Bel alzó un poquito las cejas, leyendo quién sabía qué expresión en el rostro de Miles.

—Supongo que anduve un poco desorientado al principio, después de separarme de los Mercenarios Dendarii. Entre Oser y tú como comandantes, había servido casi veinticinco años.

—Lo lamenté muchísimo.

—Seguro que ni la mitad que yo, pero fuiste tú quien se murió. —Bel apartó la mirada un instante—. Entre otros. Ninguno de los dos tenía otra elección, en ese momento. No podría haber continuado. Y, a la larga, fue buena cosa. Me había oxidado sin darme cuenta, creo. Necesitaba algo que me sacudiera. Estaba preparado para un cambio. Bueno, preparado no, pero…

Miles, colgado de las palabras de Bel, recordó dónde estaban.

—Siéntate, siéntate —indicó la mesita. Tomaron asiento uno al lado del otro. Miles apoyó el brazo en la oscura superficie y se acercó más para escuchar.

—Incluso me fui a casa durante una temporada —continuó Bel—. Pero descubrí que un cuarto de siglo dando tumbos por el Nexo como herm libre me habían puesto fuera de contacto con la Colonia Beta. Acepté unos cuantos trabajos espaciales, algunos a sugerencia de nuestro mutuo jefe. Entonces recalé por aquí. —Bel se apartó de la frente el flequillo marrón canoso, un gesto familiar; pronto volvió a su sitio, algo aún más enternecedor.

—Ya no estoy a las órdenes de SegImp, exactamente —dijo Miles.

—¿No? ¿Entonces qué es SegImp, exactamente?

Miles vaciló.

—Mi… instrumento de inteligencia —dijo por fin—. Por mi nuevo trabajo.

Bel alzó aún más las cejas.

—Entonces esta historia del Auditor Imperial no es una tapadera para la última actividad encubierta.

—No. Es de verdad. He acabado con las actividades encubiertas.

Bel torció el gesto.

—¿Y a qué viene entonces ese curioso acento?

—Es mi voz real. El acento betano que adoptaba para el almirante Naismith era el falso. Más o menos. No es que no lo aprendiera en las rodillas de mi madre.

—Cuando Watts me dijo el nombre del pez gordo que enviaban los barrayareses pensé que tenías que ser tú. Por eso me aseguré de formar parte del comité de bienvenida. Pero esto de la Voz del Emperador me pareció algo salido de un cuento de hadas. Hasta que leí de qué iba. Entonces me pareció algo sacado de un cuento de hadas realmente horrible.

—Oh, ¿investigaste la descripción de mi trabajo?

—Sí, es sorprendente que aparezca en las bases de datos históricas que tenemos por aquí. He descubierto que el cuadrispacio está repleto de información galáctica. Casi son tan buenos como Beta, a pesar de tener sólo una fracción de su población. Ser Auditor Imperial es un ascenso sorprendente… Quien te tendió en bandeja un poder tan grande tiene que estar casi tan loco como tú. Quiero oír una explicación de eso.

—Sí, pueden hacer falta algunas explicaciones para los que no son barrayareses. —Miles tomó aliento—. Sabes, esa criorresurrección mía salió un poco torcida. ¿Recuerdas los ataques que empecé a tener, después?

—Sí… —dijo Bel con cautela.

—Por desgracia, resultaron ser un efecto secundario permanente. Demasiado incluso para lo que SegImp considera aceptable para un oficial en campaña. Como conseguí demostrar de manera especialmente espectacular, pero ésa es otra historia. Recibí una baja médica, de manera oficial. Así que ése fue el final de mi carrera galáctica como agente encubierto. —La sonrisa de Miles se torció—. Tuve que buscarme un trabajo honrado. Por fortuna, el Emperador Gregor me dio uno. Todo el mundo supone que mi nombramiento fue nepotismo de los Vor a pleno rendimiento, por cosa de mi padre. Con el tiempo, espero demostrar que se equivocan.

Bel guardó silencio un instante, el rostro impasible.

—Bueno. Parece que maté al almirante Naismith después de todo.

—No te eches la culpa. Tuviste un montón de ayuda —dijo Miles secamente—. Incluyendo la mía. —Recordó que aquel momento de intimidad era precioso y limitado—. La sangre nos salpica a ti y a mí por igual. Tenemos otras crisis que tratar hoy. Resumiéndolo rápidamente: desde arriba me han asignado para que resuelva este lío, con el mínimo coste para Barrayar, si no hay beneficio. Si eres nuestro informador de SegImp aquí… ¿Lo eres?

Bel asintió.

Después de que entregara su dimisión de los Mercenarios Libres Dendarii, Miles se había encargado de que el hermafrodita estuviera en nómina de SegImp como informador civil. En parte era el pago por todo lo que Bel había hecho por Barrayar antes del aciago desastre que acabó con su carrera directamente y con la de Miles indirectamente, pero sobre todo para impedir que en SegImp se pusieran mortíferamente nerviosos por tener a Bel deambulando por el Nexo de agujero de gusano con la cabeza llena de importantes secretos barrayareses. Secretos viejos y rancios ya, en su mayor parte. Miles había supuesto que la ilusión de que tenían controlado a Bel había sido tranquilizadora para SegImp, y por eso, al parecer, lo habían aprobado.

—Práctico, ¿eh? Qué trabajo más soberbio para un observador de inteligencia. Datos sobre todo el mundo y sobre todo lo que entra y sale de la Estación Graf al alcance de tus manos. ¿Te colocó aquí SegImp?

—No, encontré este trabajo por mi cuenta. Pero al Sector Cinco le encantó. Cosa que, en ese momento, pareció un valor añadido.

—Para mí que tendrían que estar contentos como unas castañuelas.

—Los cuadris también están contentos conmigo. Parece que soy bueno tratando con todo tipo de planetarios problemáticos sin perder los nervios. No les he explicado que, después de años de seguirte por ahí, mi definición de una emergencia difiere enormemente de la suya.

Miles sonrió e hizo cálculos mentales.

—Entonces tus informes más recientes están todavía probablemente en tránsito en algún punto entre el cuartel general del Sector Cinco y este lugar.

—Sí, eso es lo que me figuro.

—¿Cuáles son las cosas más importantes que necesito saber?

—Bueno, para empezar, es verdad que no hemos visto a tu teniente Solian. Ni su cadáver. Seguridad de la Unión no ha metido la zarpa en su búsqueda. Vorpatril… ¿tiene alguna relación con tu primo Iván, por cierto?

—Sí, lejana.

—Me pareció notar el parecido familiar. En más de un aspecto. Por cierto, cree que estamos mintiendo. Pero no es así. Además, tu gente es idiota.

—Sí. Lo sé. Pero son mis idiotas. Cuéntame algo nuevo.

—Muy bien, aquí tienes una buena: Seguridad de la Estación Graf ha sacado a todos los pasajeros y tripulantes de las naves komarresas retenidas y los ha alojado en hostales junto a la Estación, para impedir cualquier acción y presionar a Vorpatril y a Molino. Naturalmente, no están nada contentos. Los pasajeros no komarreses que sólo iban a hacer el viaje durante unos cuantos saltos, están locos por largarse. Media docena han intentado sobornarme para que les deje sacar sus cosas de la
Idris
o la
Rudra
, y largarse de la Estación Graf en cualquier otra nave.

—¿Lo ha, hum, conseguido alguno?

—Todavía no. —Bel sonrió—. Aunque si el precio sigue subiendo a este ritmo, incluso yo podría sentirme tentado. Por cierto, algunos de los más ansiosos me parecieron… potencialmente interesantes.

—Compruébalo. ¿Has informado de esto a tus jefes de la Estación Graf?

—Hice un par de observaciones. Pero son sólo sospechas. Los individuos se han comportado bien, hasta ahora…, especialmente en comparación con los barrayareses. No tenemos ningún pretexto para interrogarlos con pentarrápida.

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