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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Ciencia ficción, Novela

Inmunidad diplomática (5 page)

BOOK: Inmunidad diplomática
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—Por lo que sé, el hombre parecía gozar del aprecio de la tripulación de la
Idris
. Se dedicaba al trabajo y no se metía en discusiones.

—Sin embargo, ¿deduzco que su primera… impresión, fue que había desertado?

—Parecía posible —admitió Brun—. No es que quiera calumniar a nadie, pero era komarrés. Tal vez le resultó más duro de lo que había pensado. El almirante Vorpatril no estuvo de acuerdo —añadió escrupulosamente.

Vorpatril agitó una mano en gesto de juicioso equilibrio.

—Tanto más motivo para no pensar en deserción. El alto mando ha tenido mucho cuidado con los komarreses que admite en el Servicio. No quiere fracasos públicos.

—En cualquier caso —dijo Brun—, todos pusimos en alerta a nuestra gente de seguridad y empezamos a buscarlo, y pedimos ayuda a las autoridades de la Estación Graf. Cosa que no ofrecieron con demasiado entusiasmo. No dejaron de repetir que no lo habían visto en las secciones de gravedad ni en las de cero-ge, y que no había ningún registro de nadie que casara con su descripción que hubiera salido de la estación en sus transportes locales.

—¿Y qué sucedió luego?

—Se acabó el tiempo —respondió el almirante Vorpatril—. Las reparaciones de la
Idris
concluyeron. Hubo presiones —miró a Molino sin afecto—, para que dejáramos la Estación Graf y continuáramos con la ruta planeada. Yo… yo no dejo a mis hombres abandonados si puedo evitarlo.

—Económicamente, no tenía sentido supeditar toda la flota a un solo hombre —dijo Molino, entre dientes—. Podría haber dejado una nave ligera o incluso un pequeño grupo de investigadores para estudiar el asunto, que nos siguieran cuando terminaran, y dejar que el resto continuara.

—También tengo órdenes estrictas de no dividir la flota —dijo Vorpatril, la mandíbula tensa.

—Pero no hemos sufrido ningún intento de piratería en este sector desde hace décadas —argumentó Molino. Miles advirtió que estaba siendo testigo de la enésima ronda de un debate interminable.

—No desde que Barrayar les proporcionó escolta militar gratis —dijo Vorpatril con falsa cordialidad—. Extraña coincidencia, ésa —su voz se hizo más firme—. Yo no abandono a mis hombres. Lo juré en la debacle de Escobar, cuando era un alférez barbilampiño —miró a Miles—. A las órdenes de su padre, por cierto.

Uf… Aquello podía significar problemas… Miles dejó que sus cejas se alzaran, mostrando curiosidad.

—¿Cuál fue su experiencia allí, señor?

Vorpatril hizo una mueca al recordarlo.

—Yo era un piloto inexperto en una lanzadera de combate que quedó huérfana cuando los escobarianos enviaron al infierno a nuestra nave madre en la órbita. Supongo que si hubiéramos conseguido llegar durante la retirada nos habrían volado con ella, pero qué más da. Sin ningún sitio donde atracar, sin ningún sitio al que huir, ni siquiera las pocas naves supervivientes que tenían un punto de atraque abierto se detuvieron por nosotros, con un par de centenares de hombres a bordo incluyendo a los heridos… Fue una auténtica pesadilla, déjeme que se lo diga.

A Miles le pareció que el almirante había estado a punto de añadir un «hijo» al final de la última frase.

—No estoy seguro de que al almirante Vorkosigan le quedaran muchas posibilidades cuando heredó el mando de la invasión tras la muerte del príncipe Serg —dijo Miles con cautela.

—Oh, claro que no —reconoció Vorpatril, haciendo otro gesto con la mano—. No estoy diciendo que el hombre no hiciera todo lo que pudo con lo que tenía. Pero no pudo hacerlo todo, y yo estuve entre los sacrificados. Pasé casi un año en un campamento de prisioneros escobariano antes de que las negociaciones pudieran devolverme por fin a casa. Los escobarianos no hicieron que fueran unas vacaciones, se lo aseguro.

«Podría haber sido peor. Podrías haber sido una prisionera de guerra escobariana en uno de nuestros campamentos.» Miles decidió no sugerirle al almirante este ejercicio de imaginación por ahora.

—Imagino que no.

—Lo único que estoy diciendo es que sé lo que es verte abandonado, y no permitiré que eso les ocurra a mis hombres por cualquier motivo trivial.

Su mirada al consignatario dejó claro que no consideraba que la pérdida de los beneficios corporativos komarreses tuviera el peso suficiente para violar este principio.

—Los acontecimientos demostraron… —vaciló, y volvió a formular la frase—. Durante un tiempo, pensé que los acontecimientos me daban la razón.

—Durante un tiempo —repitió Miles—. ¿Ya no?

—Ahora… bueno… lo que sucedió a continuación fue bastante… bastante preocupante. Hubo un movimiento no autorizado de una compuerta de personal en la bodega de carga de la Estación Graf que está junto al lugar donde estaba atracada la
Idris
. Sin embargo, no se avistó ninguna nave ni cápsula personal… Los sellos del tubo no estaban activados. Para cuando el guardia de seguridad de la Estación llegó allí, la bodega estaba vacía. Pero había bastante sangre en el suelo y signos de que habían arrastrado algo hasta la compuerta. La sangre, en las pruebas, resultó ser de Solian. Parecía que estaba intentando regresar a la
Idris
y alguien lo empujó.

—Alguien que no dejó huellas de pisadas —añadió Brun ominosamente.

Ante la mirada inquisitiva de Miles, Vorpatril se explicó:

—En las zonas de gravedad donde viven los planetarios, los cuadrúmanos se trasladan en pequeños flotadores personales. Los manejan con las manos inferiores, dejando libres sus brazos superiores. No hay huellas de pisadas. No tienen pies, tampoco.

—Ah, sí. Comprendo —dijo Miles—. Sangre, pero ningún cuerpo… ¿Se ha encontrado algún cadáver?

—Todavía no —respondió Brun.

—¿Se ha buscado?

—Oh, sí. En todas las trayectorias posibles.

—Supongo que se les habrá ocurrido que un desertor podría intentar simular su propio asesinato o suicidio, para librarse de ser perseguido.

—Podría haber pensado eso —dijo Brun—, pero vi el suelo de la bodega de carga. Nadie podría perder tanta sangre y vivir. Debía de haber tres o cuatro litros como mínimo.

Miles se encogió de hombros.

—El primer paso en una preparación criónica de emergencia es quitarle la sangre al paciente y sustituirla por criofluido. Eso puede dejar fácilmente varios litros de sangre en el suelo, y la víctima…, bueno, vivir potencialmente.

Había tenido una experiencia personal del proceso, o eso le habían dicho Elli Quinn y Bel Thorne después, en aquella misión de la Flota de los Dendarii Libres que salió desastrosamente mal. Cierto, no recordaba esa parte, a pesar de la vívida descripción de Bel.

Brun alzó las cejas.

—No había pensado en eso.

—Se me acaba de ocurrir —dijo Miles, como pidiendo disculpas. «Podría enseñarte las cicatrices.»

Brun frunció el ceño, y luego negó con la cabeza.

—No creo que hubiera habido tiempo antes de que los miembros de seguridad de la Estación llegaran al lugar.

—¿Aunque hubiera una criocámara portátil preparada?

Brun abrió la boca y luego la volvió a cerrar. Finalmente, dijo:

—Es un planteamiento complicado, señor.

—No insisto —dijo Miles tranquilamente. Consideró el otro extremo del proceso de criorresurrección—. Pero me gustaría señalar que hay otras explicaciones para varios litros de sangre fresca de una persona, además del cadáver de la víctima. Como un laboratorio de resurrección o un sintetizador hospitalario. El producto sin duda aparecería en un estudio de ADN. Ni siquiera se podría considerar un falso positivo, exactamente. Pero un laboratorio de bioforenses detectaría la diferencia. Los rastros de biofluido también serían obvios, si a alguien se le ocurriera buscarlos. Odio las pruebas circunstanciales —añadió con tristeza—. ¿Quién hizo la comprobación de la sangre?

Brun se agitó, incómodo.

—Los cuadrúmanos. Les entregamos el escáner del ADN de Solian en cuanto desapareció. Pero el oficial de relaciones de seguridad de la Rudra ya había llegado entonces: estaba allí en la bodega, observando a sus técnicos. Me informó en cuanto el analizador avisó de que la sangre encajaba. Por eso me acerqué a verlo con mis propios ojos.

—¿Recogió otra muestra para hacer una segunda comprobación?

—Yo… creo que sí. Puedo preguntarle al cirujano de la flota si recibió una muestra antes de que, hum, los acontecimientos nos desbordaran.

El almirante Vorpatril parecía desagradablemente sorprendido.

—Pensé que el pobre Solian había sido asesinado. Por algún… —guardó silencio.

—No me parece que esa hipótesis pueda descartarse todavía —lo consoló Miles—. En cualquier caso, usted lo pensó sinceramente en ese momento. Que su cirujano examine las muestras más concienzudamente, por favor, y que me informe.

—¿Y a Seguridad de la Estación Graf también?

—Ah… mejor que no.

Aunque los resultados fueran negativos, la investigación sólo serviría para levantar más sospechas de los cuadrúmanos respecto a los de Barrayar. Y si eran positivos… Miles quería pensárselo primero.

—En cualquier caso, ¿qué pasó luego?

—El hecho de que Solian fuera el encargado de seguridad de la Flota hace que su asesinato… su aparente asesinato, resulte especialmente siniestro —admitió Vorpatril—. ¿Intentaba regresar a la nave con algún tipo de advertencia? No podíamos saberlo. Así que cancelé todos los permisos, pasé a estado de alerta, y ordené que todas las naves se alejaran de los puntos de atraque.

—Sin ninguna explicación del porqué —intervino Molino.

Vorpatril se lo quedó mirando.

—Durante una alerta, un comandante no se para a explicar sus órdenes. Espera que sean obedecidas al instante. Además, por la manera en que ustedes se habían estado comportando, quejándose por los retrasos, no me pareció que tuviera necesidad de repetirme. —Un músculo dio un tirón en su mejilla; inspiró, y regresó a su narración—. En este punto, sufrimos una especie de ruptura de comunicaciones.

«Aquí viene la pantalla de humo, por fin.»

—Teníamos entendido que una patrulla de seguridad compuesta por dos hombres y enviada a reemplazar a un oficial que se retrasaba en presentarse…

—¿El alférez Corbeau?

—Sí. Corbeau. Teníamos entendido, en ese momento, que la patrulla y el alférez fueron atacados, desarmados y detenidos por los cuadris. La verdadera historia, tal como se vio más tarde, fue más compleja, pero eso fue lo que tuve que dilucidar mientras trataba de sacar a nuestro personal de la Estación Graf y prepararme para cualquier contingencia hasta la evacuación inmediata del espacio local.

Miles se inclinó hacia delante.

—¿Creyó que eran unos cuadris cualesquiera los que atraparon a sus hombres o entendió que eran de Seguridad de la Estación?

A Vorpatril no llegaron a rechinarle los dientes, pero casi. A pesar de todo, respondió:

—Sí, sabíamos que eran de seguridad.

—¿Le pidió consejo a su oficial jurídico?

—No.

—¿Ofreció voluntariamente su consejo el alférez Deslaurier?

—No, milord —consiguió susurrar Deslaurier.

—Ya veo. Continúe.

—Le ordené al capitán Brun que enviara una patrulla de asalto en represalia; tres hombres para controlar una situación que consideré letalmente peligrosa para el personal de Barrayar.

—Armados con algo más que aturdidores, tengo entendido.

—No podía pedir a mis hombres que se enfrentaran a tantos sólo con aturdidores, milord —dijo Brun—. ¡Hay un millón de mutantes de esos ahí fuera!

Miles enarcó las cejas.

—¿En la Estación Graf? Creí que la población residente estaba en torno a los cincuenta mil. Civiles.

Brun hizo un gesto impaciente.

—Un millón contra doce, cincuenta mil contra doce… No importa, necesitaban armas de disuasión. Mi patrulla de rescate necesitaba entrar y salir lo más rápidamente posible tras tratar con la mínima resistencia o los mínimos argumentos posibles. Los aturdidores son inútiles como armas de intimidación.

—Un argumento con el que estoy familiarizado. —Miles se echó hacia atrás y se frotó los labios—. Adelante.

—Mi patrulla llegó al lugar donde nuestros hombres estaban siendo retenidos…

—El Puesto de Seguridad Número Tres de la Estación Graf, ¿no es así? —interrumpió Miles.

—¿Sí?

—Dígame… En todo el tiempo que la flota lleva aquí, ¿ninguno de sus hombres de permiso ha tenido ningún encontronazo con los de seguridad de la Estación? ¿Ningún borracho, ningún desorden, ninguna violación de seguridad, nada?

Brun, con cara de que le estuvieran sacando las palabras de la boca con tenazas dentales, dijo:

—Tres hombres fueron arrestados por los agentes de seguridad de la Estación la semana pasada por hacer carreras de sillas flotantes de manera peligrosa mientras estaban borrachos.

—¿Y qué les sucedió? ¿Cómo resolvió el asunto el consejero legal de su flota?

—Se pasaron unas cuantas horas encerrados —murmuró el alférez Deslaurier—, luego me encargué de que pagaran sus multas y me comprometí ante el magistrado de la Estación a que serían confinados a sus habitaciones durante el resto de nuestra estancia.

—¿Entonces estaban familiarizados con los procedimientos estándar para recuperar a los hombres de cualquier contratiempo que pudieran haber tenido con las autoridades de la Estación?

—Esta vez no estaban borrachos ni hubo desórdenes. Se trataba de nuestras propias fuerzas de seguridad cumpliendo con su deber —dijo Vorpatril.

—Continúe —suspiró Miles—. ¿Qué sucedió con su patrulla?

—Sigo sin tener informes de primera mano, milord —dijo Brun, envarado—. Los cuadris sólo han dejado que un oficial médico desarmado los visitara en el lugar donde están confinados. Hubo un intercambio de disparos, fuego de plasma y de aturdidores, dentro del Puesto de Seguridad Número Tres. Los cuadris asaltaron a montones el lugar, y nuestros hombres, superados, fueron hechos prisioneros.

Los «montones» de cuadris incluían, cosa bastante lógica desde el punto de vista de Miles, a la mayoría de las brigadas de bomberos profesionales y voluntarios de la Estación Graf. «Fuego de plasma. En una estación espacial civil. Oh, me duele la cabeza.»

—Bien —dijo Miles en voz baja—, después de disparar contra la central de policía y prender fuego al lugar, ¿qué nos faltaba para rematar la faena?

El almirante Vorpatril apretó los dientes brevemente.

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