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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Ciencia ficción, Novela

Inmunidad diplomática (2 page)

BOOK: Inmunidad diplomática
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Miles debe interrumpir su retorno, acudir a la Estación Graf, el mundo de los cuadrúmanos, los seres modificados genéticamente para tener cuatro brazos y trabajar en condiciones de gravedad cero, con lo que se completa una especie de ciclo y se relaciona, ¡por fin!, el universo Vorkosigan con el mundo de los cuadrúmanos, doscientos años después de lo narrado en
EN CAÍDA LIBRE.
Por si ello fuera poco, allí se encontrará también al hermafrodita Bel Thorne, viejo conocido de la época de las muchas aventuras de Miles Vorkosigan como Miles Naismith (el apellido de su madre, Cordelia), almirante de la flota de los Mercenarios Libres Dendarii
.

La aventura está servida. Y como siempre, Bujold no nos defrauda. Pasen y lean, la diversión y el entretenimiento inteligente están garantizados
.

MIQUEL BARCELÓ

1

En la imagen sobre la placa vid, el esperma se rebullía trazando curvas sinuosas y elegantes. Sus sacudidas se hicieron más enérgicas cuando la tenaza invisible del microtractor médico lo agarró y lo guió hacia su objetivo, el óvulo parecido a una perla: redondo, brillante, rico en promesas.

—¡Una vez más, querido muchacho, al ataque… por Inglaterra, Harry, y por san Jorge! —murmuró Miles, animándolo—. O, al menos, por Barrayar, por mí, y tal vez por el abuelo Piotr. ¡Ja!

Con una última sacudida, el esperma desapareció dentro de su paraíso de destino.

—Miles, ¿estás mirando otra vez esas imágenes del bebé? —dijo Ekaterin, divertida, mientras salía del sibarita cuarto de baño de su camarote. Terminó de recogerse el pelo en la nuca, lo aseguró, y se inclinó por encima del hombro de Miles, que estaba sentado delante de la consola—. ¿Es Aral Alexander, o Helen Natalia?

—Bueno, Aral Alexander en todo su esplendor.

—Ah, admirando tu esperma de nuevo. Ya veo.

—Y tu excelente óvulo, mi dama.

Miles miró a su esposa, gloriosa con la túnica de seda roja que le había comprado en la Tierra, y sonrió. El cálido y limpio olor de su piel le hizo cosquillas en la nariz, e inhaló dichoso.

—¿No eran unos gametos monísimos? Mientras duraron, al menos.

—Sí, y unos blastocitos preciosos. Sabes, me alegro de que hiciéramos este viaje. Estoy segura de que estarías allí intentando levantar la tapa del replicador para echar un vistazo, o sacudiendo a los pobrecillos como si fueran regalos de Feria de Invierno para ver cómo reaccionan.

—Bueno, todo esto es nuevo para mí.

—Tu madre me dijo en la última Feria del Solsticio de Invierno que en cuanto los embriones estuvieran implantados te comportarías como si hubieras inventado la reproducción. ¡Y pensar que creí que estaba exagerando!

Él capturó su mano y le dio un beso en la palma.

—¿Eso lo dice la dama que estuvo sentada toda la primavera ante el replicador para estudiarlo? ¿Cuyos encargos de pronto parecieron requerir el doble de tiempo para ser terminados?

—Cosa que, naturalmente, no tiene nada que ver con que su señor apareciera dos veces por hora para preguntar cómo le iba.

La mano, liberada, le acarició la barbilla de manera muy halagadora. Miles pensó en proponer que pasaran por alto el aburrido almuerzo en compañía en el salón de pasajeros de la nave, ordenaran un servicio de habitaciones, se desnudaran de nuevo y volvieran a la cama para el resto de la velada. Sin embargo, Ekaterin no parecía considerar que hubiera nada aburrido en el viaje.

Aquella luna de miel galáctica llegaba tarde, pero quizás así era mejor, pensó Miles. Su matrimonio había tenido un comienzo bastante embarazoso: estaba bien que su acomodamiento hubiera incluido un tranquilo periodo de rutina doméstica. Pero en retrospectiva, le parecía que el primer año desde aquella memorable y difícil boda en el solsticio de invierno había pasado en unos quince minutos de tiempo subjetivo.

Habían acordado hacía tiempo que celebrarían el aniversario dando inicio a los niños en sus replicadores uterinos. El debate nunca fue cuándo, sino cuántos. Miles seguía opinando que su sugerencia de hacerlos todos a la vez resultaba admirablemente eficaz. Nunca había propuesto en serio aquello de que fueran doce; lo había dicho para empezar con esa cifra y quedarse con seis. Su madre, su tía, y lo que parecían ser todas las demás mujeres que conocía se movilizaron para explicarle que estaba loco, pero Ekaterin se limitó a sonreír. Se contentaron con dos, para empezar, Aral Alexander y Helen Natalia. Una doble ración de asombro, terror y deleite.

En el borde de la grabación vid, la Primera División Celular del Bebé fue interrumpida por el parpadeo rojo de un mensaje. Miles frunció el ceño levemente. Estaban a tres saltos del espacio solar, en la profunda ruta interestelar de un trayecto a velocidad subluz entre agujeros de gusano que debía durar cuatro días. En ruta hacia Tau Ceti, donde harían el trasbordo orbital a una nave con destino a Escobar, y de allí a otra en la ruta de salto por Sergyar y Komarr hacia casa. No esperaba ninguna llamada vid.

—Recibe —entonó.

Aral Alexander
in potentia
desapareció para ser sustituido por la cabeza y los hombros del capitán taucetiano de la nave de pasajeros. Miles y Ekaterin habían cenado en su mesa dos o tres veces durante esa parte del viaje. El hombre dirigió a Miles una tensa sonrisa y un gesto con la cabeza.

—Lord Vorkosigan.

—¿Sí, capitán? ¿Qué puedo hacer por usted?

—Una nave que se identifica como correo imperial de Barrayar nos ha localizado y requiere permiso para equiparar velocidades y abarloar. Al parecer, trae un mensaje urgente para usted.

Miles frunció aún más el ceño, y el estómago se le encogió. Sabía por experiencia que aquella no era la manera en que el Imperio transmitía buenas noticias. La mano de Ekaterin se tensó sobre su hombro.

—Por supuesto, capitán. Pásemelos.

Los oscuros rasgos taucetianos del capitán desaparecieron y, al cabo de un instante, fueron sustituidos por un hombre vestido con el uniforme verde del Imperio de Barrayar, con galones de teniente y la insignia del Sector IV en el cuello. Por la mente de Miles pasaron visiones del Emperador asesinado, de la Casa Vorkosigan arrasada hasta los cimientos con los replicadores dentro o, aún más horriblemente probable, de su padre sufriendo un colapso fatal… Temía el día en que algún estirado mensajero se dirigiera a él como conde Vorkosigan, señor.

El teniente lo saludó.

—¿Lord Auditor Vorkosigan? Soy el teniente Smolyani de la nave correo
Kestrel
. Tengo que entregarle un mensaje en mano, grabado con el sello personal del Emperador, y se me ordena que después lo traiga a bordo.

—No estamos en guerra, ¿verdad? ¿No ha muerto nadie?

El teniente Smolyani agachó la cabeza.

—No que yo sepa, señor.

El ritmo cardiaco de Miles se normalizó. Tras él, Ekaterin soltó un suspiro de alivio. El teniente continuó.

—Pero, al parecer, la flota de comercio de Komarr ha sido bloqueada en un lugar llamado Estación Graf, Unión de Hábitats Libres. Está clasificado como sistema independiente, cerca del borde del Sector IV. Mis órdenes de vuelo son llevarlo allí a toda velocidad, y esperar a su conveniencia después. —Sonrió un tanto forzadamente—. Espero que no sea una guerra, señor, porque parece que sólo nos envían a nosotros.

—¿Bloqueada? ¿No en cuarentena?

—Supongo que se trata de algún tipo de retención legal, señor.

«Me huele a diplomacia.» Miles hizo una mueca.

—Bien, sin duda el mensaje sellado lo aclara. Tráigamelo y le echaré un vistazo mientras nosotros hacemos las maletas.

—Sí, señor. La
Kestrel
abarloará en unos minutos.

—Muy bien, teniente.

Miles cortó la comunicación.

—¿Los dos? —dijo Ekaterin en voz baja.

Miles vaciló. No se trataba de cuarentena, según el teniente. Ni, al parecer, de una guerra abierta. «O al menos no todavía.» Por otro lado, no se imaginaba al Emperador Gregor interrumpiendo su largamente aplazada luna de miel por algo trivial.

—Será mejor que vea primero qué tiene que decir Gregor.

Ella depositó un beso en su coronilla y dijo simplemente:

—Bien.

Miles se llevó a los labios el comunicador personal de muñeca, y murmuró:

—Soldado Roic… a mi camarote, de servicio, ahora.

El disco de datos con el Sello Imperial que el teniente le entregó a Miles poco después estaba clasificado como «personal», no como «secreto». Miles envió a Roic, su hombre de armas y guardaespaldas, y a Smolyani a clasificar y preparar el equipaje, pero le indicó a Ekaterin que se quedara. Introdujo el disco en el reproductor seguro que el teniente había traído, colocó éste en la mesita de noche del camarote y pulsó una tecla para que cobrara vida. Se sentó en el borde de la cama junto a Ekaterin, consciente de la calidez y la solidez de su cuerpo. Viendo sus ojos preocupados, le tomó la mano para reconfortarla.

En la placa aparecieron los rasgos familiares del Emperador Gregor Vorbarra, finos, oscuros, reservados. Miles leyó una profunda irritación en el leve frunce de sus labios.

—Lamento interrumpir tu luna de miel, Miles —empezó a decir Gregor—. Pero si este mensaje te llega, es que no has cambiado tu itinerario. Así que de todas formas vienes de regreso a casa.

«No lo lamentaba tanto, entonces.»

—He tenido la buena suerte y tú la mala de que seas el hombre que está físicamente más cerca de este lío. Por decirlo brevemente, una de nuestras flotas de comercio con base en Komarr recaló en una instalación del espacio profundo, cerca del Sector V, para reavituallarse y descansar. Uno (o más de uno, los informes no están claros) de los oficiales de su escolta militar barrayaresa o bien desertó o fue secuestrado. O fue asesinado… Los informes tampoco son claros a ese respecto. La patrulla que el comandante de la flota envió para recuperarlo tuvo problemas con los lugareños. Hubo disparos (cito textualmente), hubo daños en el equipo y las estructuras, y gente de ambos bandos resultó al parecer seriamente herida. No se ha informado aún de ninguna muerte, pero puede que eso haya cambiado cuando tú recibas este mensaje, Dios nos ayude.

»El problema, uno de ellos, al menos, es que recibimos una versión significativamente distinta de los acontecimientos del observador local de SegImp por parte de la Estación Graf, muy distinta a la de nuestro comandante de la flota. Sin embargo, ahora parece que más miembros del personal de Barrayar están retenidos como rehenes, o han sido hechos prisioneros, dependiendo de qué versión creamos. Se han presentado cargos, impuesto multas y generado gastos, y la respuesta local ha sido retener todas las naves atracadas hasta que el lío se resuelva a su satisfacción. Para complicar más las cosas, los consignatarios komarreses nos piden ahora la cabeza de sus escoltas barrayareses. Para tu, ah, deleite, todos los informes originales que hemos recibido hasta ahora, de todos los puntos de vista, están incluidos después de este mensaje. Disfruta.

Gregor sonrió de una manera que hizo que Miles sintiera un escalofrío.

—Para aumentar la gravedad del problema, la flota en cuestión es propiedad de Toscane en un cincuenta por ciento.

La flamante esposa de Gregor, la emperatriz Laisa, era heredera de Toscane y komarresa de nacimiento, un matrimonio político de enorme importancia para la paz de la frágil unión de planetas que era el Imperio. El Emperador continuaba:

—El problema de cómo satisfacer a mis parientes políticos y presentar simultáneamente el aspecto de imparcialidad imperial ante todos sus rivales comerciales komarreses… lo dejo a tu criterio.

La fina sonrisa de Gregor lo decía todo.

—Ya sabes lo que hay que hacer. Te pido y te exijo que, como mi Voz, vayas a la Estación Graf a toda velocidad y con tanta seguridad como sea posible resuelvas esta situación antes de que siga deteriorándose. Libera a todos mis súbditos de las manos de los lugareños y haz que la flota siga su curso. Sin iniciar una guerra, por favor, ni cargarte mi presupuesto imperial.

»Y, ya de paso, averigua quién está mintiendo. Si es el observador de SegImp, es un problema que habrá que pasar a su cadena de mando. Si es el comandante de la flota… que por cierto es el almirante Eugin Vorpatril, entonces tenemos un problema… mucho más problemático.

O, más bien, mucho más problemático para el enviado de Gregor, la Voz de su Emperador, su Auditor Imperial. Es decir, Miles. Miles reflexionó sobre las interesantes pegas inherentes al intento de arrestar, sin apoyo, lejos de casa, a un oficial al mando arropado por sus hombres, todos viejos conocidos y posiblemente fieles a él hasta la muerte. Y además a un Vorpatril, hijo de un clan de la aristocracia barrayaresa con importantes conexiones políticas con el Consejo de Condes. La tía y el primo de Miles eran Vorpatril. «Oh, gracias, Gregor.»

El Emperador continuó:

—En asuntos bastante más cercanos a Barrayar, algo ha agitado a los cetagandanos cerca de Rho Ceta. No hace falta entrar en detalles, pero agradecería que resolvieras esta crisis del bloqueo lo más rápida y eficazmente que puedas. Si el asunto de Rho Ceta se complica, quiero que estés de vuelta en casa. El lapso de comunicaciones entre Barrayar y el Sector V va a ser demasiado largo para que me tengas vigilándote por encima del hombro, pero algún informe de progresos o de situación ocasional sería un detalle simpático, si no te importa.

La voz de Gregor no cambió al lanzar esta ironía. No hacía falta. Miles bufó.

—Buena suerte —concluyó Gregor. La pantalla del visor se convirtió en una muda imagen del Sello Imperial. Miles extendió la mano y lo desconectó. Podría estudiar los informes detallados cuando estuviera en ruta.

¿Él? ¿O los dos?

Miró el pálido perfil de Ekaterin; ella volvió hacia él sus serios ojos azules.

—¿Quieres venir conmigo o continuar camino a casa?

—¿Puedo ir contigo? —preguntó ella, vacilante.

—¡Claro que puedes! La pregunta es: ¿te gustaría?

Ella alzó las oscuras cejas.

—No es la única pregunta, sin duda. ¿Crees que te serviría de algo o sólo te distraería de tu trabajo?

—Hay una colaboración oficial y una colaboración extraoficial. No apuestes a que lo primero es más importante que lo segundo. ¿Sabes cómo habla la gente contigo para intentar hacerme llegar mensajes de forma indirecta?

—Oh, sí —los labios de ella se torcieron de disgusto.

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