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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Ciencia ficción, Novela

Inmunidad diplomática (19 page)

BOOK: Inmunidad diplomática
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—Escoltaré al ciudadano Dubauer hasta su rebaño y luego os alcanzaré —dijo Bel. Dubauer hizo un amago de reverencia y los dos herms avanzaron hacia la compuerta que llevaba a una de las secciones de carga externas.

Roic contó las puertas hasta llegar a un segundo vestíbulo de conexión y tecleó un código en una cerradura, cerca de la popa. La puerta se deslizó y la luz se encendió para revelar una diminuta cámara vacía apenas ocupada por un interfaz informático, dos sillas y algunas taquillas. Miles conectó el interfaz mientras Roic hacía un rápido inventario del contenido de las taquillas. Todas las armas de seguridad y sus cartuchos estaban en su sitio, todo el equipo de seguridad perfectamente colocado. En la oficina no había objetos personales, ninguna imagen vid de la chica que esperaba en casa, ningún chiste soez (ni político) ni eslóganes pegados dentro de las puertas de las taquillas. Pero los investigadores de Brun ya habían pasado por allí, después de que Solian desapareciera pero antes de que la nave hubiera sido evacuada por los cuadris tras el enfrentamiento con los barrayareses; Miles anotó que tendría que preguntarle a Brun (o a Venn, tal vez) si se habían llevado algo.

Los códigos de anulación de Roic pronto recuperaron todos los archivos y diarios de Solian. Miles empezó por el último turno del teniente. Los informes diarios de Solian eran lacónicos, repetitivos, y decepcionantemente carentes de comentarios sobre asesinos potenciales. Miles se preguntó si estaba escuchando la voz de un muerto. En toda regla, debería haber alguna conexión psíquica. El extraño silencio de la nave estimulaba la imaginación.

Mientras la nave estaba en puerto, su sistema de seguridad hacía continuas grabaciones vid de todo el mundo y todo lo que entraba o salía a través de las compuertas de la Estación o de cualquier otra compuerta que hubiera activada, como precaución rutinaria contra robos y sabotajes. Repasar los diez días de idas y venidas antes de que la nave fuera inmovilizada, incluso en versión resumida, iba a ser una tarea agotadora. Y también habría que explorar la posibilidad de que los registros hubieran sido alterados o borrados, como Brun sospechaba que Solian había hecho para cubrir su deserción.

Miles hizo copias de todo lo que parecía incluso vagamente pertinente, para examinarlo con más detalle, y luego Roic y él hicieron una visita al camarote de Solian, situado apenas unos metros más abajo en el mismo pasillo. Era demasiado pequeño, estaba vacío y resultaba poco revelador. No se podía saber qué artículos personales podría haberse llevado Solian en la maleta que faltaba, pero desde luego no quedaban muchos. La nave había partido de Komarr, ¿cuándo?, ¿hacía seis semanas? Recalaron en media docena de puertos intermedios. Cuando la nave estaba en puerto, era el momento más delicado para su seguridad; tal vez Solian no había tenido mucho tiempo para comprar artículos de recuerdo.

Miles trató de encontrar sentido a lo que quedaba. Media docena de uniformes, unas cuantas prendas de paisano, una chaqueta abultada, algunos zapatos y botas… El traje de presión personalizado de Solian. Aquél era un artículo caro que uno querría conservar para una estancia prolongada en el Cuadrispacio. Pero no era muy anónimo, con sus emblemas militares de Barrayar.

Como no encontraron nada en el camarote que los librara de la tarea de examinar las grabaciones vid, Miles y Roic regresaron a la oficina de Solian y se pusieron manos a la obra. Al menos, se consoló Miles, revisar los vids de seguridad le proporcionaría una imagen mental de las
dramatis personæ
potenciales… enterradas en alguna parte de la multitud que no tenía nada que ver con nada, seguro. Examinarlo todo era un claro signo de que no sabía qué demonios estaba haciendo todavía, pero era la única manera de detectar esa huidiza pista que todos los demás habían pasado por alto…

Levantó la cabeza, un rato después, al atisbar movimiento en la puerta. Bel había regresado y estaba apoyado contra el marco.

—¿Has encontrado algo ya? —preguntó el herm.

—Hasta ahora no. —Miles detuvo la imagen vid—. ¿Resolvió sus problemas tu amigo betano?

—Todavía está trabajando en ello. Da de comer a los bichitos y acarrea estiércol, o al menos añade un concentrado de nutrientes a las reservas del replicador, y está quitando las bolsas de residuos de las unidades de filtración. Comprendo por qué Dubauer estaba molesto por el retraso. Debe de haber un millar de fetos de animales en esa bodega. Será una pérdida financiera importante, si llega a convertirse en pérdida.

—Ya. La mayoría de la gente envía embriones congelados para cruzarlos —dijo Miles—. Así importó mi abuelo su bonita cuadra de la Tierra. Los implantó en una yegua superior a su llegada, para que terminaran de cocerse. Más barato, más ligero, menos mantenimiento… Los retrasos en el envío no se convierten en un problema, llegado el caso. Aunque supongo que de esta manera se utiliza el tiempo del viaje para la gestación.

—Dubauer dijo que el tiempo era esencial. —Bel se encogió de hombros, incómodo—. ¿Qué dicen los archivos de la
Idris
de Dubauer y su cargamento, por cierto?

Miles recuperó los archivos.

—Subieron a bordo cuando la flota se agrupó en la órbita de Komarr. Destino a Jerjes…, la siguiente parada después de la Estación Graf, lo cual debe hacer que este lío le resulte aún más frustrante. La reserva se hizo unas… seis semanas antes de que la flota partiera, a través de un consignatario komarrés.

Una compañía legítima. Miles reconoció el nombre. Aquel registro no indicaba de dónde habían salido Dubauer y su cargamento, ni si el herm había intentado contactar en Jerjes con otro transporte comercial, o privado, para dirigirse a otro destino. Miró a Bel, suspicaz.

—¿Algo te revuelve las tripas?

—Yo… no lo sé. Hay algo curioso en Dubauer.

—¿En qué sentido?

—Si pudiera decirlo, no me molestaría tanto.

—Parece un viejo herm apurado… ¿Tal vez algún académico?

La investigación y el desarrollo universitarios, o ex universitarios, encajarían con aquel estilo extrañamente preciso y educado. Y con la timidez personal.

—Eso podría explicarlo —dijo Bel, pero no estaba convencido del todo.

—Curioso. Bien.

Miles anotó que debía observar con especial atención los movimientos de entrada y salida del herm en los archivos de la
Idris
.

—Por cierto, Greenlaw se ha sentido secretamente impresionada por ti —comentó Bel.

—¿Ah, sí? Desde luego consigue ocultármelo.

La sonrisa de Bel chispeó.

—Me dijo que parecías muy orientado en tu trabajo. Eso es un cumplido en el Cuadrispacio. No le expliqué que considerabas que te dispararan parte normal de tu rutina diaria.

—Bueno, diaria no. A ser posible. —Miles hizo una mueca—. Ni normal, en mi nuevo trabajo. Supongo que ahora estoy un escalón por detrás. Me estoy haciendo viejo, Bel.

La sonrisa de Bel se tiñó de sardónica diversión.

—Hablando desde el punto de vista de alguien que casi te dobla la edad, y por citar tu vieja frase barrayaresa de antaño, Miles: mierda de caballo.

Miles se encogió de hombros.

—Tal vez se deba a la inminente paternidad.

—Te tiene acojonado, ¿eh? —Bel alzó las cejas.

—No, por supuesto que no. Ni… Bueno, sí, pero no como crees. Mi padre fue… Tengo el listón muy alto. Y tal vez incluso unas cuantas cosas que hacer de manera diferente.

Bel ladeó la cabeza, pero antes de que pudiera volver a hablar, sonaron unos pasos en el pasillo. La ligera y cultivada voz de Dubauer preguntó:

—¿Práctico Thorne? Ah, está aquí.

Bel entró en la oficina cuando el alto herm apareció en la puerta. Miles advirtió el parpadeo de Roic antes de que el guardaespaldas fingiera devolver su atención a la pantalla vid.

Dubauer se tiró ansiosamente de los dedos y le preguntó a Bel:

—¿Va a regresar pronto al hotel?

—No. Quiero decir, que no voy a regresar al hotel.

—¡Oh! ¡Ah! —El herm vaciló—. Verá, con cuadris de lo más raro dando vueltas por ahí y disparándole a la gente, no quisiera salir solo a la Estación. ¿Ha oído alguien…? No lo han detenido todavía, ¿verdad? ¿No? Esperaba… ¿Puede alguien acompañarme?

Bel sonrió compasivo ante esta muestra de nervios deshechos.

—Enviaré con usted a uno de los guardias de seguridad. ¿Le parece bien?

—Le estaría enormemente agradecido, sí.

—¿Ha terminado ya?

Dubauer se mordió los labios.

—Bueno, sí y no. Es decir, he terminado de atender mis replicadores, y he hecho lo poco que puedo hacer para refrenar el crecimiento y el metabolismo de sus contenidos. Pero si mi cargamento sigue retenido mucho más, no podré llegar a mi destino antes de que mis criaturas sigan creciendo y no quepan en los contenedores. Si tengo que destruirlas, será desastroso.

—Creo que los seguros de la flota komarresa deberían cubrir también eso —dijo Bel.

—O podría usted demandar a la Estación Graf —sugirió Miles—. Aún mejor, haga ambas cosas y recupere el doble.

Bel le dirigió una mirada exasperada. Dubauer consiguió sonreír dolorosamente.

—Eso sólo cubriría la pérdida financiera inmediata. —Tras una larga pausa, el herm continuó—: Para salvar lo más importante, las alteraciones biológicas del propietario, tendré que tomar muestras de tejidos y congelarlas antes de eliminarlos. También necesitaré equipo para destruir por completo la biomateria. O acceso a los convertidores de la nave, si no se sobrecargan con la masa que debo destruir. Va a requerir un montón de tiempo, y me temo, será una tarea extremadamente desagradable. Me estaba preguntando, práctico Thorne… Si no puede conseguir que liberen mi cargamento de la retención cuadri, ¿podría al menos conseguirme un permiso para permanecer a bordo de la
Idris
mientras me encargo de la eliminación?

Bel arrugó el entrecejo imaginando la horrible escena que conjuraban las suaves palabras del herm.

—Esperemos que no se vea obligado a tomar medidas tan extremas. ¿Cuánto tiempo tiene, en realidad?

El herm vaciló.

—No mucho. Y si he de eliminar a mis criaturas… cuanto antes, mejor. Preferiría acabar de una vez.

—Comprensible. —Bel resopló.

—Podría haber algunas posibilidades alternativas para ampliar su plazo de tiempo —dijo Miles—. Contratar una nave más rápida y más pequeña que le lleve directamente a su destino, por ejemplo.

El herm negó tristemente con la cabeza.

—¿Y quién pagaría esa nave, lord Vorkosigan? ¿El Imperio de Barrayar?

Miles se mordió la lengua antes de decir «¡Sí, claro!» o señalar a Greenlaw y la Unión. Se suponía que tenía que estar investigando las implicaciones generales del caso, no atascándose con todos los pequeños detalles humanos… o inhumanos. Hizo un gesto poco comprometedor y dejó que Bel acompañara al betano a la salida.

Miles se pasó unos cuantos minutos más sin conseguir encontrar nada excitante en los archivos vid. Bel regresó poco después.

Miles apagó el vid.

—Creo que me gustaría echar un vistazo al cargamento de ese curioso betano.

—En eso no te puedo ayudar —dijo Bel—. No tengo los códigos de los contenedores de carga. Se supone que sólo los pasajeros tienen acceso al espacio que alquilan, por contrato, y los cuadris no se han molestado en conseguir una orden judicial para vaciarlos. Eso disminuye la posibilidad de que haya robos mientras los pasajeros están a bordo, ¿sabes? Tendrás que pedirle a Dubauer que te deje entrar.

—Mi querido Bel, soy Auditor Imperial, y ésta no es sólo una nave registrada en Barrayar, sino que pertenece a la familia de la mismísima emperatriz Laisa. Voy donde quiero. Solian tiene que tener una llave maestra para todas las puertas de esta nave. ¿Roic?

—Aquí estoy, milord. —El soldado dio un golpecito en su anotador.

—Muy bien, pues, vamos a dar un paseo.

Bel y Roic lo siguieron pasillo abajo y a través de la compuerta central que conectaba con la sección de carga. La puerta doble de la segunda cámara cedió ante el cuidadoso teclear de Roic sobre su mampara. Miles asomó la cabeza y encendió las luces.

Era impresionante.

Brillantes hileras de replicadores, en apretadas filas, llenaban el espacio dejando sólo estrechos pasillos intermedios. Cada fila estaba unida a su propia plataforma flotante, en cuatro capas de cinco unidades: veinte por hilera, de la altura de Roic. Bajo los oscuros indicadores de cada una, los paneles de control chispeaban con tranquilizadoras luces verdes. Por ahora.

Miles recorrió el pasillo formado por cinco plataformas, llegó al final, y siguió hasta la siguiente, contando. Más plataformas se alineaban con las paredes. Bel calculó que habría unas mil.

—Y yo que pensaba que las cámaras de placenta serían más grandes. Parecen casi idénticas a las que hay en casa.

Con las que se había familiarizado últimamente. Aquellos aparatos, resultaba evidente, estaban diseñados para la producción en masa. Las veinte unidades apiladas en cada plataforma compartían económicamente reservas, bombas, aparatos de filtrado y el panel de control. Se acercó a observar.

—No veo la marca del fabricante.

Ni un número de serie ni nada que revelara el planeta de origen de unas máquinas que eran, sin duda, muy buenas.

Dio un golpecito a un control para que la pantalla del monitor cobrara vida.

La brillante pantallita no contenía tampoco datos de fabricación ni números de serie. Sólo la estilizada silueta de un pájaro escarlata sobre fondo plateado…

El corazón de Miles se desbocó. ¿Qué demonios estaba esto haciendo allí…?

—Miles —dijo la voz de Bel, como si llegara desde muy lejos—, si vas a desmayarte, pon la cabeza…

—Entre las rodillas, y date un beso de despedida en el culo —rezongó Miles—. Bel, ¿sabes qué es este símbolo?

—No —respondió Bel, con retintín.

—El Nido Estelar de Cetaganda. No los ghem-lores militares, ni sus cultivados (y lo digo en el doble sentido) amos, los lores haut, ni siquiera el Jardín Imperial Celestial. Aún más alto. El Nido Estelar es el núcleo interno del anillo más interno de todo el maldito proyecto de ingeniería genética que es el Imperio cetagandés. El mismísimo banco de genes de las damas haut. Diseñan a sus emperadores allí. ¡Demonios!, diseñan a toda la maldita raza haut allí. Las damas haut no trabajan con genes animales. Eso sería rebajarse. Eso se lo dejan a las ghem-damas. No, adviértelo, a los ghem-lores…

BOOK: Inmunidad diplomática
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