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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Inquisición (11 page)

BOOK: Inquisición
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— Aún estamos aquí, y respirando temor. Sé que intentas ayudar, Cathan, pero no estás obligado a hacerlo. Harás lo que puedas, igual que yo, pero al final eso no tendrá importancia. No existe nada que podamos hacer contra este edicto; el Dominio puede aplastarnos sin proponérselo siquiera.

— ¿Y qué hay de las tormentas? —insistí— Quizá no seamos más fuertes que todos los magos del Dominio juntos, pero no hay ninguno tan poderoso verdaderamente como nosotros dos juntos.

— No lo hay, pero incluso cuando destruimos medio Lepidor con esa tormenta, quedamos finalmente indefensos ante el mago mental. Todo lo que podemos hacer es enfurecer al Dominio lo suficiente para que arremeta contra nosotros. Y te ruego que no digas que en ese caso tendríamos posibilidades de resistir.

No me quedaba nada por decir, pues en mi interior sabía que ella tenía razón. Ni Ravenna ni yo estábamos acostumbrados a sentirnos insignificantes. Sin embargo, comparados con el poder que acabábamos de ver, no cabía duda de que lo éramos. Esa certeza me hirió tanto que sentí que algo me corroía por dentro, pero no se me ocurrió nada para mitigarlo.

— Creo que habremos de modificar nuestros planes —señaló Ravenna unos minutos más tarde, cuando alcanzamos la calle que discurría por debajo de la avenida de la embajada y se extendía en dirección a nuestro alojamiento, cerca de las murallas de la ciudad— Qalathar ya no es un sitio seguro. Un solo traidor entre los disidentes, apenas una persona que nos guarde algún tipo de rencor, puede hacer que nos arresten. E incluso si somos afortunados, el Dominio siempre conseguirá capturar a alguien que nos conozca, e interrogarlo.

— ¿Qué me dices de las armas? ¿Tendremos que seguir vendiéndoselas a los haletitas?

— ¿Nunca te rindes, verdad? Eres casi tan terco como Palatina. Escúchame, si nos dirigimos ahora a Qalathar, probablemente no conseguiremos regresar. Han montado aquí un enorme tribunal y el grueso de los inquisidores puede estar aún en camino. No sería extraño que haya más buques en dirección a otros grupos de islas, pero por el momento el avance de Midian sobre Qalathar se está produciendo de un modo lento y calculado. Se detendrá en cada sitio que pueda, sacará su edicto, lo leerá y permanecerá durante unos días para recibir a unos pocos que vuelven al redil.

"Está claro que sus sacerdotes no tardarán en llegar a Qalathar. Desearán impresionar con sus éxitos, de modo que cuando desembarque allí ya tendrán planeada una gran ceremonia durante la cual morirán en la hoguera cincuenta o quizá cien personas. Sus calabozos rebosarán de sospechosos y controlarán a todo el que pretenda marcharse.

— El edicto alentaba a la gente a delatar a sus propios vecinos —subrayé.

— Eso es lo habitual, y en ocasiones se les ofrece incluso una recompensa. ¿No conoces sus métodos? —preguntó Ravenna.

— Lo básico —admití intentando recordar todo lo que nos habían contado en la Ciudadela.

— Me alegro de que Palatina no esté aquí, ya que detesta incluso pensar en ello. Es su método de acción lo que más la perturba, no lo que hacen en sí. Ya sabes cómo confía ella en la ley thetiana.

— La considera opuesta a la interpretación que la Inquisición hace de la ley.

— Sí, eres culpable antes de ser declarado culpable. Te acusan y debes demostrar tu inocencia en una corte secreta sin ningún testigo que te respalde. No es sorprendente que casi todos sean condenados.

— ¿En qué consiste ese «castigo con indulgencia» que mencionaba el edicto? ¿En golpear a alguien para que esté inconsciente cuando arde en la hoguera?

— Estás obligado a llevar un distintivo en tus ropas, ir al templo descalzo cada semana y ser flagelado de forma ritual cada año durante la festividad de Ranthas. Es un castigo establecido. Para los plebeyos. En el caso de los nobles puede diferir, ser mejor o peor, según el caso.

Me quedé estupefacto. Debí de sospecharlo, por cierto, dados mis encuentros previos con el Dominio. Pero llamar a eso «indulgencia»...

— ¿Durante cuánto tiempo deben cumplir la pena? —pregunté.

— Cinco años o diez o el resto de tu vida, dependiendo de lo auténtica que crean que es tu confesión.

— ¿Y la gente realmente acude voluntariamente y confiesa?

Ravenna asintió con tristeza.

— En vista de un castigo semejante, sin duda lo harán. Pues, en caso de que alguien los denunciase más tarde, sería mucho peor. No es que vayan a quemar a tantos, es obvio, pero hay otros castigos casi igual de terribles.

Con actitud casi ausente, colocó el brazo alrededor de mi cintura y yo hice lo mismo pasando mi brazo sobre sus hombros. Ambos teníamos amigos en Qalathar y en el resto del Archipiélago que eran conocidos herejes, tolerados e incluso merecedores de la plena confianza de sus clanes. Pero cuando llegase la Inquisición, las lealtades de los clanes comenzarían a resquebrajarse. Como yo, Persea ya había escapado de la hoguera en una ocasión. Pero ¿cuánto tiempo podría durar su suerte o la de los otros una vez promulgado ese edicto?

Era un pequeño consuelo saber que sólo el Archipiélago estaba en el punto de mira, que la ofensiva del Dominio no se sufriría en Lepidor, ni la viviría Mikas en Cambress, ni Ghanthi bajo el dominio haletita. Lachazzar se proponía destruir el Archipiélago, un sitio demasiado opuesto a sus creencias, demasiado diferente para adecuarse a su ortodoxia.

Entramos en el pequeño patio donde estaba nuestro hostal, un anexo de dos plantas, contiguo a otro edificio administrado también por la familia que vivía allí. Construido al estilo tradicional del Archipiélago, como el resto de la ciudad, era sencillo, pero, siguiendo las costumbres del Archipiélago, estaba también meticulosamente limpio. La hospitalidad era muy importante en el Archipiélago, y el Dominio parecía abusar de ello de forma desvergonzada.

Subimos la estrecha escalera de madera hasta nuestras habitaciones, y Ravenna golpeó en la puerta de la que compartía con Palatina. No hubo respuesta.

— Se ha ido para demostrar que tenía razón —dijo Ravenna, resignada— Sólo espero que se mantenga alejada del camino de Sarhaddon. ¿Cómo es posible que enviasen a esos dos, especialmente a Midian? Es un maldito y fastidioso demonio.

Ravenna metió entonces la llave en la inofensiva cerradura y la giró salvajemente, abriendo luego la puerta de un golpazo. Rogué que nadie la hubiese oído. No daba la impresión de que Palatina hubiese regresado desde la discusión que habíamos tenido con ella. No parecía haber nada fuera de su sitio. Yo ocupaba un estrecho cuarto contiguo, así que la habitación de Ravenna y Palatina era el único sitio lo bastante amplio para conversar. Subí la persiana para que entrase un poco de luz. No hacía tanto calor para abrir también los postigos.

— ¿Tu idea es no seguir viaje hasta Qalathar? —pregunté sentándome en la cama de Palatina, cuya bonita colcha aparté con cuidado— Sé que es arriesgado, pero...

— Pero no deseo que me cojan de nuevo. Entonces no nos torturaron, pero lo harán si nos capturan allí. Has leído las Historias, que hablan de Thetia, así que recordarás al jerarca Carausius, quien después de la tortura y la magia casi no pudo volver a caminar.

— Tampoco es seguro que vayan a cogernos.

— ¿Quieres arriesgarte? No me digas que no tienes tanto miedo de ellos como yo.

— De cualquier modo, no nos matarán, ¿no es cierto? Al menos, no si saben quiénes somos.

Ravenna se sentó a mi lado con una cauta expresión en el rostro.

— Cathan, por mucho que... —comenzó pero se interrumpió. Aunque siguió adelante, omitió lo que había estado a punto de decir— En ocasiones puedes ser muy difícil. Sé que intentas convencerme de que todo saldrá bien, pero tú mismo sabes que eso no es verdad.

— Pero está claro que no nos matarán. ¿Por qué intentabas convencerme de que lo harían?

En realidad, yo mismo no estaba demasiado seguro del motivo que me impulsaba a empeñarme en ir a Qalathar, ya que estaba aterrorizado y no deseaba dirigirme a ningún sitio en el que pudiese volver a caer en manos de la Inquisición.

— En Lepidor —explicó ella con mesura— , yo escogí la hoguera antes que convertirme en su marioneta. No podría decirte realmente por qué, ya que ni yo misma lo sé. Pero ya sólo eso, ¿no te dice nada?

La otra cosa que no conseguí comprender es por qué Ravenna parecía estar tan tranquila, cuando por lo general llegados a este punto de la discusión habríamos estado gritándonos el uno al otro.

— Jamás has querido regresar a tu hogar —insistí— Incluso cuando estábamos en Lepidor y no teníamos idea de que todo esto sucedería pusiste tantas objeciones como pudiste. Está claro que no quieres ir allí, y eso no tiene nada que ver con la Inquisición.

— ¿De verdad crees eso? ¡Como si no hubiese habido inquisidores allí durante el último cuarto de siglo!

— Pues entonces ¿cómo piensas regresar alguna vez si te asustan tanto? Lo que tenemos entre manos no es seguro en absoluto, pero eso tú deberías saberlo mejor que nadie.

— Lo sé —reconoció ella con el ánimo un poco más exaltado. Quizá me había equivocado respecto a su calma— Y ése es el motivo por el que he intentado persuadiros a Palatina y a ti de no acompañarme. Pero sois ambos más tozudos que una mula.

— ¿Por qué? Tú no eres en absoluto cobarde y nunca te habías dado por vencida de esta manera. Incluso querías ir a Tehama, que según tus propias palabras es el peor lugar en el... —La observé con agudeza y mi voz se fue apagando. Ravenna me había dicho en la Ciudadela que ella provenía de Tehama, la meseta que hay sobre Qalathar, cuya gente luchó durante la guerra de parte del Sol Negro, pero había sido aislada del mundo como consecuencia de las represalias thetianas. Tehama parecía un sitio espantoso en todos los sentidos, pero algo no encajaba— Dijiste el otro día que llevabas trece años sin pisar Qalathar —razoné— , o sea desde que tenías unos siete años. Pensé que habías nacido y te habías criado en Tehama...

— Así fue. Pasé sólo un año en Qalathar, pues los hermanos Barrati deseaban que supiese cómo era mi país. El entonces primado era bastante inofensivo y las cosas estuvieron tranquilas por un tiempo. ¿Acaso pensabas que te había mentido?

— Lo siento —me disculpé, maldiciéndome por haber dudado de su palabra y maldiciendo a los inquisidores por sembrar en todas partes la semilla de la desconfianza— ¿Podrás perdonarme?

Me concedió una leve sonrisa.

— Por cierto, estoy tan acostumbrada a mantener todo en secreto que olvido explicarles cosas a las personas en las que confío.

Cogí al vuelo sus últimas palabras; no quería dejar correr la oportunidad.

— Entonces ¿no merezco saber por qué no quieres ir a Qalathar?

— Muy apropiado —lanzó ella, furiosa— Digo algo desde el corazón y tú lo aprovechas con la intención de ganar la discusión. No volveré a cometer ese error.

— ¿Por qué te resulta tan difícil admitirlo, Ravenna? El único motivo por el que lo pregunto es por la posibilidad de que se trate de algo...

— Es algo por lo que tú me tildarías de nuevo de emocional —irrumpió ella— Tú deseas ir a Qalathar, acordar un trato comercial para Hamílcar y comprobar si alguien allí sabe algo sobre el Aeón. Bien, en la cuestión del Aeón estoy de acuerdo contigo, pero no necesitamos ir a Qalathar. No deberíamos ir a Qalathar.

Igual que dos duelistas enfrentándose con espadas de entrenamiento, no estábamos llegando a ningún sitio. Cada vez que yo decía una cosa ella respondía que no quería ir, y todo lo que yo podía hacer era seguir preguntando por qué. Me pareció que era como empujar vanamente una puerta sellada y clausurada.

— He comprendido tu mensaje. Pero si no vamos allí, ¿cómo lograremos llevar adelante el trato con Hamílcar? Si tenemos intenciones de comerciar con los di... con esa gente...

De repente tomé conciencia de que la ventana estaba abierta y hablábamos en voz cada vez más alta. Salté de la cama y me asomé, mirando primero hacia el parque y luego hacia abajo. No había nadie en la fachada del hostal y las únicas personas visibles en el parque estaban en la tienda de frutas de enfrente, examinando unos melones.

— Antes de que Hamílcar pueda firmar ningún acuerdo —proseguí— , debe asegurarse de que pueden pagar y de que son quienes dicen ser. Si ellos están en Qalathar, ¿adonde más podríamos ir?

— Existen otros lugares en el Archipiélago, Ilthys, por ejemplo. Quizá Qalathar sea el centro, pero podemos entablar contacto con ellos en cualquier otro sitio y concertar una reunión en un lugar que no represente ningún riesgo.

— ¿Cómo? ¿Y permitir entonces que sean ellos en lugar de nosotros quienes pongan sus vidas en peligro? Al menos, nosotros podemos defendernos. Pero ¿exponerlos a ellos para salvar nuestra propia piel? Ellos temen a la Inquisición tanto como nosotros, y son ciudadanos de Qalathar.

— Eso es exactamente lo que digo —advirtió Ravenna— Si nosotros vamos a Qalathar, seremos gente extraña sin un buen motivo para estar allí. Ellos saben cómo esquivar a la Inquisición y podrán encontrar buenas excusas para viajar a Ilthys o a cualquier otro sitio. El Dominio no puede impedir que la gente viaje o controlar a cada uno que entre y salga. Por mucho que provenga de allí, no se trata de mi propio terreno.

— ¿Quieres entonces que permanezcamos en Ilthys mientras ellos hacen todo el esfuerzo de ir y venir?

— ¡Qué obstinado eres, Cathan! Al hacer eso no les añadimos ningún tipo de riesgo, mientras que si vamos a la propia Qalathar mientras la Inquisición está allí, no hay duda de que estaremos arriesgando nuestro pellejo. No estás siendo considerado, sino sólo estúpido. Y es cierto que la Inquisición no nos matará si puede capturarnos, eso sería todo un desperdicio. A mí se me hará desempeñar el papel de gobernante títere respondiendo a sus directivas, y a ti te encadenarán antes de enviarte de regreso a la Ciudad Sagrada, donde te mantendrán en un calabozo hasta el momento en que precisen un mago del agua. Probablemente, Palatina vaya a la hoguera. ¿Quieres que suceda eso?

Sus últimas palabras llevaban el tono de la autoridad. Permaneció mirándome fijamente y, por un instante, nuestros ojos se encontraron. Ambos estábamos enfadados y poco deseosos de concederle nada al otro. Nunca me enteraría del motivo por el que ella no quería ir a Qalathar, y probablemente nunca iríamos. Ravenna exageraba, de eso no me cabía duda. Exageraba el peligro, las probabilidades de ser capturados, la ausencia de riesgos que su propuesta representaba para los disidentes. Pero eso dejaba claro que Ravenna escondía una razón más profunda para evitar el viaje, casi con seguridad una razón no vinculada en absoluto a la Inquisición.

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