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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Inquisición (10 page)

BOOK: Inquisición
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— Si piensas ignorar todo lo que digo, puedes hacerlo, pero no pretendas que salga de ello nada bueno.

— Eres una auténtica thetiana si no crees que sea capaz de arreglármelas por mí misma. Tú, por el contrario, te consideras capaz de ocuparte de los asuntos de todos los demás.

— Como quieras. Olvida entonces que hemos visto a esa gente y no me pidas ayuda en Thetia. Eres tan terrible como lo fue tu abuelo, siempre obstinada y cerrada a ceder.

Antes de que a Ravenna se le ocurriese algo para responder, Palatina aceleró el paso hasta perderse de vista en una estrecha calleja un poco más adelante. Había poca gente en la ancha y sinuosa avenida y nadie parecía haber notado nuestro altercado. Ninguna ventana se había abierto en el frente de la casa junto a la cual habíamos discutido, y los niños que jugaban a la pelota en el jardín contiguo estaban demasiado concentrados en lo suyo para prestarnos la menor atención.

— Permite que vaya a esconderse a algún sitio, no sea que los agentes thetianos vayan tras ella —dijo Ravenna en tono burlón— Además, ¿quién es Palatina para hablar de abuelos? ¡Mírala!, ¿qué es lo que ha hecho por Thetia?

Su humor corrosivo prosiguió durante todo el trayecto hasta el puerto, hacia el que nos dirigimos cogiendo otra vez la avenida principal y atravesando el bullicio del mercado en la plaza principal, mucho más activo entonces que el día anterior. Sin embargo, Ravenna no se enfadó conmigo, porque yo me las compuse para evitar cualquier reacción ante los permanentes insultos que lanzaba contra mi familia Tar' Conantur, que en no pocos casos me parecieron incluso justificados. La verdad es que para mí representaban bien poco y muy rara vez me había puesto a pensar en Palatina como mi prima.

Cuando nos aproximamos a la costa aumentó la cantidad de gente. Muchas personas se arremolinaban en dirección a los embarcaderos y los accesos al puerto submarino.

— Me parece que los oceanógrafos están allí —dijo Ravenna señalando hacia el este— , en aquel edificio con la cúpula de cristal azul y el balcón.

Apenas habíamos recorrido un corto trecho a lo largo de la playa cuando el murmullo habitual de los embarcaderos enmudeció de repente. Prácticamente lo único que podía oírse era el bramido de las focas alrededor del puerto. Preguntándome qué había sucedido, cogí de la mano a Ravenna antes de que pudiese avanzar más y me volví para comprobar la causa del silencio.

— ¿Qué es lo que estás...? —protestó Ravenna y se detuvo. Aunque ninguno de los dos era demasiado alto, nos hallábamos un poco por encima del nivel de los embarcaderos centrales y logramos ver lo suficiente. La mano de Ravenna se puso de pronto muy tensa y apretó la mía con firmeza, pero yo estaba demasiado abstraído en mis propios y profundos temores para correspondería

La doble hilera de siluetas de sacri con sus cascos púrpura salía del puerto submarino sin que sus botas produjeran ruido alguno sobre la piedra. El gentío se hizo a un lado y me permitió observar a los hombres encapuchados, cuyo paso emitía apenas el casi inaudible roce de sus túnicas. Sentí un repentino brote de vana furia recordando la última ocasión en que los había visto.

La Inquisición acababa de llegar a Ral´Tumar.

CAPITULO V

La multitud se mantuvo en un sombrío silencio, como si la presencia misma de los sacri los hubiese vuelto de piedra. Nadie deseaba llamar la atención abandonando el muelle o alejándose en la dirección opuesta. Sólo observaban, haciéndose a un lado a medida que los sacri avanzaban lentamente a lo largo de la explanada y se detenían formando una doble fila. Los seguían muchos otros, que descendían por la escalinata para unirse a sus camaradas formando alrededor de la entrada al puerto un semicírculo completo.

Detrás aparecieron los inquisidores, casi idénticos entre sí dentro de sus túnicas negras con rayas blancas y sus puntiagudas capuchas que les cubrían prácticamente todo el rostro. Parecían deslizarse en lugar de caminar y arrastraban la parte inferior de las túnicas. Con todo, lo más sobrecogedor era su silencio: aparentemente no hacían ningún ruido al moverse. Y la hilera parecía prolongarse de forma infinita cuando, finalmente, unos cuarenta inquisidores formaron en los escalones inferiores detrás de los sacri.

Como casi todos los edificios de Ral´Tumar, el puerto submarino tenía el portal de entrada ligeramente echado hacia atrás dando lugar a un arco decorativo, ubicado en este caso en lo alto de una pequeña estructura de escalones de mármol. Cuando el último inquisidor ocupó su lugar, el inquisidor principal, que estaba de pie frente al portal con los brazos cruzados y las manos ocultas en las mangas de la túnica negra, se hizo a un lado para permitir que alguien saliera del tenebroso interior.

Un momento después pude ver un haletita barbado de complexión poderosa que salió y se detuvo en el más alto de los escalones. Su túnica roja y anaranjada con el emblema de las llamas estaba recubierta de piedras preciosas.

— ¡Es él! —dijo Ravenna en un susurro apenas lo bastante audible para que yo lo comprendiese— ¿Cómo es posible que lo hayan enviado a él?

Un tercer hombre vestido con la túnica escarlata de los magos se colocó a la derecha del hombre con barba, seguido de otros sacerdotes (uno de ellos con ropas de avarca) y una docena más de inquisidores que se situaron a su alrededor. Supuse que sería el avarca de Ral´Tumar, pues tenía en el rostro la típica expresión servil que sin duda reservaba para los superiores que lo honraban con su visita.

— En nombre de Ranthas, que es Fuego y que trae la luz al mundo, y de su santidad Lachazzar, viceadministrador de Dios y primado del Dominio —empezó a proclamar el mago, leyendo un pesado pergamino de imponente aspecto. Los edificios del puerto amplificaban su voz haciendo eco— Sea de conocimiento de todos que, en desafío a la ley de Ranthas y a las enseñanzas de su Dominio, el mundo se halla profundamente afligido por la plaga de la herejía. Que andan por ahí quienes niegan las enseñanzas de la fe y desafían la autoridad de Ranthas. Que, aunque poco numerosos, predican su herejía contaminando las mentes de aquellos cuyo corazón permanece puro y que han renunciado al señor verdadero, al hacedor de la creación y a su siervo Lachazzar, quien por derecho de sucesión es el único legislador de la fe en Aquasilva. Al rechazar la verdadera fe han condenado sus almas a estar por siempre fuera del poder generador vital de las llamas y han propagado su contaminación por todo el mundo.

Era un edicto universal, un decreto de fe general, promulgado por el primado en persona, una ordenanza que ningún poder del cielo ni de la tierra podía desobedecer. Mientras que los edictos específicos era algo común y se emitían cada vez que el primado creía conveniente intervenir en algún asunto, por lo general transcurrían años sin que se promulgase un edicto universal. Perfectamente consciente de que nuestras cabezas sobresalían un poco sobre la multitud, no me atreví a moverme, aterrorizado ante la idea de hacer algo que pudiese atraer la atención de los hombres que llenaban la escalinata. Ravenna estaba absolutamente rígida, con la mano a modo de garra que aplastaba mis dedos. Di un pequeño tirón y ella relajó el puño lo bastante para permitirme moverlos.

— Por consiguiente, su santidad, viceadministrador de Ranthas, decreta que la Inquisición se extenderá a todas las tierras y a todos los océanos. Que los agentes del Santo Oficio de la Inquisición actuarán, en concordancia con la voluntad de Ranthas, a fin de eliminar de raíz la plaga de la herejía de la faz de las aguas. Que actuarán con la santa autorización de Ranthas y del Dominio universal. Que nadie deberá obstruir, demorar, impedir o pretender confundir esta misión sagrada, y que quien intentase hacerlo recibirá el trato que merecen los pecadores y los herejes. Que todo hombre o mujer, grande o pequeño, deberá demostrar su fe verdadera a los agentes del Santo Oficio de la Inquisición, y que todos aquellos que tengan alguna autoridad deberán prestar al Santo Oficio toda su asistencia y ayuda. De acuerdo con todo esto, queda establecido a partir de ahora por su santidad que cualquiera que se arrepienta y confiese sus pecados en el lapso de los próximos tres días, admitiendo su culpa y exhibiendo deseos sinceros de enmendarse, será absuelto y castigado con indulgencia, de manera que nunca más se aleje de la verdad o se desvíe de la senda correcta. Que cualquier hombre o mujer que posea información concerniente a las herejías informe de inmediato al Santo Oficio, ya que en caso de ocultarla se le considerará hereje. Que sobre aquellos herejes que no se arrepientan espontáneamente de sus pecados el Santo Oficio empleará cuantos métodos considere necesarios conforme a la ley de Ranthas, a quien no constriñen las leyes de los hombres. Que a aquellos cuyos pecados sean considerados demasiado graves por el Santo Oficio se permite aplicar la purificación mediante el fuego sagrado acorde con la doctrina de Ranthas, y que quien ose intervenir será juzgado culpable de sus actos. A fin de ejecutar su sagrada misión en los territorios del Archipiélago, su santidad decreta por la presente que encomienda la máxima autoridad al inquisidor general Midian, quien en el transcurso de su deber no deberá responder a nadie más que a su santidad en persona y cuyo poder será equivalente al de su reverencia Talios Felar, exarca del Santo Oficio de la Inquisición. Reconozcamos todos su autoridad o seamos excluidos de la protección de Dios. Rubricado de mano de su santidad, Lachazzar, viceadministrador de Ranthas, el primer día de invierno del bendito año 2774.

Cuando el mago volvió a enrollar el pergamino y se lo devolvió al hombre barbado, el recién ascendido inquisidor general Midian, se produjo un silencio absoluto. Entonces Midian alzó la mano izquierda y, con la misma coordinación que la rompiente de una ola, todo el gentío se puso de rodillas. Conscientes de ser dos personas de baja estatura y cabellos negros en medio de una multitud de ciudadanos del Archipiélago con rasgos muy similares entre sí, caímos de rodillas tan pronto como pudimos y hundimos nuestras cabezas sin intentar desafiar la mirada de los inquisidores. Mi cuerpo se lanzó contra el suelo de piedra tan violentamente que sentí una sacudida en todos los huesos.

Casi no escuché la plegaria de Midian o su bendición, o lo que fuese. Sólo sentí como puñaladas las grandilocuentes frases habituales exhortando a todos a seguir la senda de Ranthas y a no cuestionar las enseñanzas del Dominio.

Nunca había admitido cuánto me aterrorizaba la Inquisición, ya que hacerlo hubiese sido el paso previo a la herejía. Pero no me habría avergonzado admitirlo. Al contrario que prácticamente todos los demás en Aquasilva, yo había sido testigo de la muerte de inquisidores, derrumbados por las flechas de los centinelas de Lepidor y de los hombres de Hamílcar. Pero desde entonces ésta era la primera ocasión en que los veía y, por algún motivo, me sentí mucho peor.

En aquel momento me había visto a su absoluta merced, sujeto a los designios de su piedad (aunque ésta no significaba mucho para ellos). De cualquier modo, en Lepidor los inquisidores sólo habían desempeñado un papel secundario. No había existido ninguna duda sobre mi culpabilidad o la de Ravenna, y por lo tanto no tuvieron tampoco ocasión de planteársela. Aquí, en Ral´Tumar, yo estaba libre y en condiciones de escapar. Pero si Sarhaddon llegaba a tener la más mínima sospecha de que yo me encontraba en el Archipiélago...

Midian acabó su oración e informó a la multitud reunida de que ya podía retirarse. Por un momento nadie se movió. Luego un grupo de personas hizo amago de ponerse en pie y saludó con una reverencia al nuevo inquisidor general. Las jerarquías de sacerdotes que ocupaban los escalones abandonaron su rígida formación y volvieron a ponerse en fila para marchar. Unas ocho sillas de mano fueron traídas desde un lado de la biblioteca. Eran similares a tronos, construidas en firme madera, y cada una era sostenida por dos fornidos portadores haletitas. Nadie se atrevió a moverse hasta que todos los sacerdotes principales se subieron a las sillas y la procesión dio comienzo, similar a una serpiente negra y roja avanzando hacia el corazón de la ciudad.

Entonces, por fin, cuando la última armadura carmesí se perdió de vista, la multitud recuperó la voz y empezó a dispersarse. Ravenna aflojó la presión de mi mano y permaneció inmóvil por un instante.

— Será mejor que regresemos —me dijo con su antigua voz entrecortada y desprovista de emociones— Ya no tenemos tiempo para ir a la biblioteca.

Avanzamos durante un tiempo por la costa siguiendo el flujo del gentío y, luego de mutuo consentimiento, cogimos una empinada y estrecha callejuela que salía entre una farola y un bar. Miré, nervioso, sobre mi hombro cuando alcanzamos la siguiente intersección, donde se cruzaba una calle algo más amplia pero extrañamente vacía que discurría paralelamente al puerto. No había nadie siguiéndonos, pero ¿por qué tendría que ser así?

— Me siento como un ratón acechado por un tigre —afirmó Ravenna, carente de su vitalidad y energía habituales— Porque es un gran gato, juega conmigo antes de matarme, pero, como es tan grande, pisa a cualquiera mientras se divierte jugando.

— El Dominio no hace todo esto por ti —la contradije sin convicción.

— No seas estúpido —insistió Ravenna en un súbito arranque de enojo que se diluyó tan de prisa como había surgido— Sé que no están aquí para atraparme, están para atrapar herejes. Son un tigre en un sitio lleno de ratones, y en eso no exagero. Nos dicen a todos que lo que pasó en Lepidor no tuvo la menor importancia. Que no les causamos la menor impresión.

— Así fue. Sólo le arrancamos al tigre uno o dos pelos, pero volverán a crecerle, y ahora el gran gato está furioso.

— No, no lo está. Es implacable. Eso no le importa. Si pisotea la suficiente cantidad personas, entonces dejaremos de figurar entre sus objetivos. Eso sí, en caso de que nos atrape se tomará un poco más de tiempo en matarnos. Pero salvo por ese detalle, para él sólo somos estadísticas. Lachazzar ha promulgado un edicto universal, y nadie en Aquasilva se atreverá a desafiarlo. Ha decidido que el Archipiélago es su próxima meta y ni siquiera el propio Orosius lo cuestionará lo más mínimo. Según la ley thetiana la totalidad del edicto es virtualmente ilegal, pero el Dominio es demasiado poderoso para oponerse a él.

— Ravenna, no durarán para siempre. Nada es eterno. Tras la caída de Aran Cthun, los thetianos no opusieron resistencia en ningún lugar de Aquasilva. Sin embargo se derrumbaron, y mira en qué se han convertido ahora.

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