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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Inquisición (16 page)

BOOK: Inquisición
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Yo no estaba tan seguro de eso y pude percibir la sombra de la duda. ¿Qué ocurriría si el emperador, o su agente, decidía ordenarle al Dominio que nos cogiese? Alejé esa idea de mi mente tanto como pude. Era demasiado improbable, considerando que el emperador bien podía haberme hecho seguir sin mayor complicación. ¿Quién sabía qué haría Midian si me atrapara? Si no lo había comprendido mal, el emperador deseaba mi rendición, no mi muerte. O al menos eso era lo que yo esperaba.

— Pues podría haber dado nuestra descripción sólo por si acaso —señaló Palatina— Y ninguno de nosotros es indescriptible. No sería mala idea que te deshicieras de esa túnica de oceanógrafo.

— Hacerlo llamaría la atención —objeté— Además, yo podría ser un oceanógrafo de media jornada. Viajo como oceanógrafo, no como vizconde de Lepidor. Será mejor que la conserve.

— ¿Qué es lo que haremos entonces? ¿Dirigirnos hacia el puerto dentro de dos días y rezar para no ser arrestados por los sacri? Si eso ocurre no habrá ninguna solución intermedia.

— Otra vez te comportas como una paranoica —le espeté. Entendía sus miedos, pero me asustaba más la idea de permanecer por siempre en Ral´Tumar. Y, lógicamente, si nos movíamos lo bastante de prisa, cualquier informe que recibiese Midian quedaría obsoleto.

— Me comporto como alguien sensato, y eso ya ha salvado mi vida en una ocasión.

Supuse que se referiría a Thetia, donde los asesinatos eran habituales. La mayor parte, como podía deducir, eran promovidos de un modo u otro por el propio emperador.

— A bordo de esa nave llegaremos a Ilthys mucho antes de que ponga el pie allí ningún inquisidor. Entonces contactaremos con los disidentes mientras aún pueda ser...

— ¿Y entonces qué? —interrumpió Ravenna deteniendo nuestra conversación para mirarme con auténtica furia en los ojos— Os comportáis como si se tratase de movimientos de ajedrez en medio de la vida real. Ya no podemos ceñirnos a los planes originales, pues las cosas han cambiado. Los inquisidores están aquí para destruir el Archipiélago y en ese proceso matarán a mucha gente. Mi gente, aunque eso no os incumba. Llevará varios meses organizar el comercio de armas, y ¿de qué servirá? Quizá para entonces no queden ya herejes con los que tratar. Sarhaddon está sediento de nuestra sangre, pero también de la de cualquier otra persona. Todos los que conocimos en la Ciudadela, Laeas, Persea, Phocas y sus familias. Toda esa gente cuyas vidas intentamos salvar hace un mes, gente que carece de ciudades continentales hacia las que huir cuando la situación empeore.

— Como tú, no quiero que el Dominio me coja, pero si la Inquisición llega a conseguir lo que se propone, quizá también eso suceda. Con sólo hacer el contacto para dar seguridad a Hamílcar habremos sido de ayuda. Si logramos hallar el Aeón, tendremos la oportunidad de invertir la situación. Es posible que sea preciso hacer muchas otras cosas, pero ése sería un comienzo. Y un sitio donde refugiarnos.

Proseguimos la discusión, inconscientes de que la decisión ya había sido tomada sin nuestro consentimiento.

CAPITULO VIII

La mañana siguiente empezó en forma bastante tranquila, aunque no encontramos ninguna solución evidente a nuestros problemas. Por insistencia de Ravenna, regresé a la biblioteca oceanógrafica para ver si había allí algo que pudiese servir. No albergaba demasiadas esperanzas, pero valía la pena probar, sobre todo ahora que parecían ir cerrándose otras vías.

De forma sorprendente, Palatina no se opuso al cambio de plan tras las apasionadas palabras de Ravenna de la noche anterior. Estaba seguro de que no estaba de acuerdo, pero contuvo la lengua para evitar otra discusión que llamase la atención. Palatina era más realista que Ravenna, pero no hubiese podido afirmar que eso fuese positivo en esas circunstancias. Las cosas no parecían muy prometedoras y, sin embargo, ella había decidido volver a entrar en el templo, lo que me parecía una absoluta locura. Aun así, era tan inflexible como habría podido serlo Ravenna y no fue posible disuadirla.

Ravenna insistió en acompañarme al instituto a pesar de que a mí no me entusiasmaba que lo hiciese. En especial, por si el agente del emperador volvía a presentarse. Los oceanógrafos podrían incluso sospechar de nosotros. Pero no hubo nada que hacer y Ravenna insistió claramente en que no quería permanecer todo el día sentada sin hacer nada.

Ninguno de nosotros tenía grandes deseos de pasar junto al puerto submarino, de manera que nos adentramos en el confuso laberinto del casco antiguo de la ciudad, agrupado alrededor de un pequeño altozano que debió de haber albergado alguna vez el palacio y la fortaleza primigenios de la ciudad. En la cima de aquella enorme base de piedra que partía de la calle inferior había una típica casa tumariana, más bien ordinaria. La base estaba formada por colosales bloques de piedra reunidos de modo bastante primitivo; definitivamente no había sido construida por los thetianos. ¿Acaso Tuonetar había extendido alguna vez sus dominios tan hacia el sur?

Encontramos a Rashal en su oficina de la estación oceanográfica, completando la petición presupuestaria junto a su barbado colega Ocusso.

— Cathan, —me preguntó con amabilidad, sin sorprenderse por verme de nuevo— ¿quién es ella?

Presenté a Ravenna. Afortunadamente, a Rashal no le pareció extraña su presencia allí o, al menos, no lo dio a entender. Se le veía demasiado preocupado por sacarle hasta la última posible corona a la sede central del Instituto Oceanográfico. Ya iría luego, nos informó, para ver si podía sernos de ayuda. Ocusso asintió con un gesto cordial aunque distraído. Teniendo en cuenta su expresión, parecía estar menos interesado que Rashal en el presupuesto. Semejante actitud nunca lo llevaría a un ascenso.

Por segunda vez no había nadie en la biblioteca, pero yo era consciente de que no podíamos contar con que esa situación se mantuviese demasiado. Le expliqué a Ravenna qué era lo que buscábamos de forma tan precisa como pude y le ofrecí el relato de los viajes de la Revelación y unas hojas de papel en blanco. Por mi parte, encontré un intrigante papiro sobre la construcción de una manta que debía de tener al menos un siglo de antigüedad, si no más. Lo que cautivó mi atención fue el hecho de que había sido escrito y emitido por los astilleros imperiales de Salemor, en el sur de Thetia. Los mismos astilleros a los que había sido conducido el Aeón después de que Carausius lo rescató del océano.

— ¿Qué sucedió exactamente con la Revelación? —preguntó Ravenna tras un silencio de apenas unos minutos.

— ¿Jamás has oído la historia?

— Mi profesores siempre tenían cosas más cercanas con las que bombardear mi mente, como la historia de la cruzada.

— ¡Qué increíble! Pues bien, el Dominio y los thetianos lo construyeron transformando lo que era una manta de guerra, del mismo modo que intentan hacerlo ahora con la Misionera, para explorar las profundidades del océano. Nadie sabe si hay allí abajo una civilización oculta o ruinas de Tuonetar. El emperador, creo que entonces era Aetius V, gastó grandes sumas de dinero en el proyecto a fin de convertirlo en el buque de exploración mejor equipado jamás construido. A continuación pasó varios años haciéndolo sumergirse a profundidades cada vez mayores. Su tripulación confeccionó mapas del abismo y estableció registros en toda la extensión del Archipiélago. Todo eso fue de inmenso valor para el instituto, y tanto los thetianos como el Dominio se mostraron felices al descubrir que nada podía sobrevivir a tal profundidad, por lo que nunca podrían ser atacados por sobrevivientes submarinos de Tuonetar. Así fue como el Dominio perdió gradualmente el interés, pero se trataba del proyecto predilecto del emperador, que siguió subvencionándolo. Unos tres años después de ser estrenada la Revelación, alguien decidió comprobar la profundidad límite a la que podía navegar. Por ello la enviaron con un escuadrón naval a algún punto de Qalathar, creo que fue Tehama, fue preparada lo mejor posible y luego se ordenó la inmersión. Llegó a alcanzar catorce kilómetros y medio antes de que se perdiera su rastro de forma definitiva. No hubo ningún mensaje de emergencia, ninguna señal de que la nave hubiese sido destruida... tan sólo se perdió el contacto.

— ¿No fue posible emplear la magia para localizarlo?

— El Dominio lo intentó. Incluso había un mago suyo a bordo, pero no consiguieron establecer contacto, ni siquiera saber si ese mago estaba vivo o muerto, aunque se supone que se podía hacer. Hubo algo extraño en la última transmisión de la Revelación. Pero no puedo recordar qué fue.

Ravenna recorría las páginas del libro, leyendo los párrafos finales de cada una.

— Su último mensaje fue: «Informe quince: catorce kilómetros y medio de profundidad, el ángulo de descenso es de uno sobre ocho, todas las condiciones son estables. La temperatura es increíble: les he permitido a los miembros de la tripulación cambiar sus uniformes debido al calor. Hemos dado con una poderosa contracorriente de varios nudos, dirección sur sureste, que parece estar muy concentrada en un pequeño espacio. La Revelación corta la comunicación».

— Eso es lo que era inusual, la corriente concentrada —advertí. Era algo que sólo podía parecerle misterioso a un oceanógrafo, pues nadie más sabría que a tal profundidad las corrientes miden cientos de miles de kilómetros de ancho y no se concentraban en un pequeño espacio, como había informado el capitán. Una corriente arremolinada o contracorriente semejante a la que habían descrito hubiese sido factible cerca de la superficie, ya que la costa de Tehama en Qalathar era muy peculiar, con un sistema propio de corrientes. Había allí formaciones costeras, cuevas y promontorios, que podían causar ese fenómeno. Pero no a más de catorce kilómetros de profundidad, y menos aún cerca de Tehama— Existen aguas traicioneras cerca de la costa —expliqué— , allí donde hay poca profundidad, pero nadie ha podido explicar jamás esa contracorriente.

— ¿Por qué navegaban tan cerca de la isla? —preguntó Ravenna— Conozco la costa de la que hablas. La llamamos Orilla de la Perdición debido al gran número de naves que han desaparecido por allí.

— No iban tan cerca de la costa. Por algún motivo, las autoridades a las que obedecían escogieron Tehama, y ellos debieron de acercarse lo suficiente para alcanzar una de las islas cercanas si se desataba una tormenta. No imagino por qué se decidirían por la costa más peligrosa de la isla.

— Tehama es un sitio extraño —dijo ella en un murmullo— ¿Sabes? Allí hay un lago a unos siete u ocho kilómetros por encima del nivel del mar, y en la costa occidental el agua cae en una catarata directamente al mar. Sólo lo he visto desde arriba, pero debe de ser muy hermoso desde abajo en un día despejado. Era nuestra única salida en los viejos tiempos, después de que Valdur destruyó la carretera y cercó la meseta..O al menos eso creyó hacer.

El resto de Qalathar estaba en su mayoría ocupado por bosques, como cualquier otra isla del Archipiélago pero a mayor escala. El interior había sido explorado y representado en mapas mucho tiempo atrás, y no se había encontrado allí otra cosa que una serie infinita de estrechos valles llenos de árboles. La zona conocida como Tehama, que se alzaba desde el extremo occidental de Qalathar, era muy diferente. Sus montañas estaban envueltas por densas nubes y el interior seguía siendo un misterio. Excepto para los que habían vivido allí, como Ravenna.

— Nunca me dijiste cómo es Qalathar. La consideras tu hogar, no Tehama.

— ¿No lo hice? —Ravenna parecía realmente sorprendida— Supuse que lo sabías.

— Sé del bosque y del mar, pero no es a eso a lo que me refiero.

Ravenna dejó el libro sobre la mesa frente a ella y fijó la mirada en el vacío.

— No sé qué decir, de verdad. El clima siempre es templado, nunca caluroso como se supone que es en Thetia, y tampoco tan húmedo, salvo durante el invierno, cuando todo está siempre empapado. —Hizo una pausa— Estoy haciendo que suene terrible, ¿no crees? Ves verde dondequiera que mires, hay bosques tierra adentro y a lo largo de la costa, pero nunca es triste. Tehama está siempre muy fría y despejada, pero Qalathar no es así Es hermosa, sencillamente —concluyó sin convicción y me dirigió una de sus medias sonrisas— Creo que has escogido un mal momento para preguntarme.

— Nunca me hablas de ella, sólo eso.

— No me gusta pensar en ella. Cuando estemos allí te llevaré a ver las ruinas de Poseidonis y comprenderás por qué. Claro, si es que las ruinas se encuentran todavía allí y la Inquisición no ha construido un zigurat en su lugar.

Comencé a darme cuenta de que ni Palatina ni yo teníamos derecho a discutir las decisiones de Ravenna respecto a Qalathar. Era su país el que había sido destruido de modo sistemático por el Dominio en nombre de la ortodoxia religiosa, y su gente la que estaba muriendo.

Ravenna retomó la lectura de los viajes de la Revelación y yo inicié la del papiro sobre la manta, que se refería a la historia del astillero de Salemor. Buena parte de éste hablaba de aspectos de la construcción de una manta, completados con ejemplos, especificaciones y detalles técnicos. Podría haber claves allí, pero descubrirlas llevaría mucho tiempo, así que lo dejé a un lado por el momento.

El astillero de Salemor era mucho más antiguo que cualquier otro que hubiese oído nombrar: databa de los primeros días del imperio y su estatuto inaugural había sido firmado por Aetius II, nieto del fundador. No era en absoluto sorprendente que hubiesen enviado allí al Aeón a fin de equiparlo adecuadamente. Leí superficialmente el relato de los primeros años, la construcción de la enorme fortaleza por encima del astillero y cómo éste había sido ampliado hasta cubrir las exigencias de los sucesivos emperadores en su guerra contra Tuonetar.

Entonces llegué al año de la ascensión de Aetius IV y descubrí que, sin advertencia previa, la crónica omitía toda mención a los siguientes veintiún años. En un párrafo hablaba sobre un sistema perfeccionado de armas que no se congelaría en las heladas aguas del norte y, en el que venía a continuación, Valdur I asistía a la ceremonia de botadura del primero de una serie de buques fabricados para reemplazar las pérdidas producidas en la guerra. Valdur había traicionado y asesinado a Tiberius, hijo de Aetius IV, un año antes del final de la guerra. Era quien había establecido la supremacía del Dominio y había sido amigo del primer primado.

— ¡Maldición! —exclamé, resistiendo la tentación de arrojar al suelo un documento tan insultante. No había señales de que hubiese sido censurado. Tan sólo estaba escrito como si los años de la guerra de Tuonetar no hubiesen transcurrido. Desistí de seguir con la historia.

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