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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Inquisición (43 page)

BOOK: Inquisición
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— Un poco. Pero no deseo volver a estar en esa situación, a menos que sea en la plaza del mercado de Poseidonis, esperando a que la faraona se asome a su balcón y anuncie la refundación de la ciudad.— Brindo por que eso suceda. Pero no tenemos nada para beber..

— Es una idea brillante —asintió Laeas— Vuelvo en un minuto. Y así lo hizo, con una pequeña pero pesada botella de vidrio y cuatro pequeñas copas. No llegué a leer la etiqueta de la botella, pero supuse que sería uno de esos licores letales que tanto adoraban beber en el Archipiélago. Me equivocaba.

— Coñac especiado de Thetia —anunció él sirviendo una reducida medida en cada copa— Te gustará, Cathan, realmente no es tan fuerte como parece al paladar. Te lo has de beber de un trago. —¡Por la faraona!— dijo Persea cuando Laeas cerró la botella— ¡Y por Poseidonis!

— ¡Por la faraona! —repetimos todos, y bebimos.

Apenas pude tolerar su extraño sabor, pero cuando me lo tragué sentí en el pecho su calor y tuve que admitir que no estaba nada mal. Nos miramos mutuamente con incertidumbre. Luego nos levantamos de la cama y le devolvimos las copas a Laeas. Antes de marcharme le di a Palatina un juego extra de ropa de abrigo. Podía ver lo suficiente para seguir el camino de mi habitación y caminé hasta llegar allí junto a Laeas y Persea. Intenté conservar el calor de mi cama como pude. Pasé una noche agitada, con el viento y la lluvia rugiendo en el exterior, y el frío penetrante del dormitorio. Al despertar me esperaba un día todavía más complicado.

CAPITULO XXI

Me despertó Palatina y al abrir los ojos la hallé enfundada en ropas militares, con una bufanda alrededor de la cabeza. ¿De dónde la habría sacado? —Sólo alguien del norte podría dormir en estas condiciones. Eché una mirada por la ventana y mi corazón se acongojó al ver los ríos de lluvia deslizándose por los cristales contra el fondo de un cielo cubierto. Se oyó un trueno, seguido de sucesivos relámpagos.

Volví a correr las cortinas sin voluntad y me puse el impermeable, que por desgracia no era militar. Había dormido vestido todas las noches durante las dos semanas transcurridas desde que se apagó el generador, pero abandonar la cama seguía siendo una experiencia traumática.

— ¿Por qué tan temprano? —le pregunté cogiendo una muda y una toalla de donde las dejé la noche anterior. Ella llevaba la suya bajo el brazo.

— No es tan temprano. Ya hace tres horas que amaneció.

— ¿Ya ha amanecido? —Mis palabras fueron apagadas por otro desafiante trueno— ¿No hay señales de que esto se vaya a acabar?

Ella negó con la cabeza.

— El agua caliente ha sido muy escasa esta mañana, nuestros amigos de afuera están demasiado ocupados asegurándose de que no se derrumben sus propios hogares. Tenía que despertarte o no iba a quedar ni una gota para ti.

— Gracias.

La seguí por los pasillos, donde luces de éter aisladas ardían aquí y allá, de camino al pequeño salón de la planta baja que estaba siendo utilizado como improvisado lavabo. Habían hecho un agujero en uno de los muros, para insertar una cañería de cobre que conectaba con la familia amiga más cercana, que vivía junto al palacio. Echaban por ella cada mañana toda el agua caliente que podían, pero aun así apenas era suficiente.

— Justo a tiempo —dijo Laeas mientras yo resbalaba sobre la piedra húmeda. Allí hacía mucho más calor que en cualquier otra parte del palacio, pero sólo el agua estaba caliente— He guardado una poca para ti. Somos los últimos, todos los sirvientes se levantaron hace siglos.

Coloqué mis cosas en el habitáculo apenas resguardado por cortinas que servía para cambiarse, tan estrecho que sólo cabían dos personas de pie, así que hacerlo era verdaderamente complicado. —Vosotros dos primero.— Era la voz de Persea, desde el otro extremo— Y apuraos, por el amor de Thetis. El agua se está enfriando.

Laeas y yo fuimos tan de prisa como pudimos a la improvisada ducha: una manguera en cuyo extremo se había colocado un recipiente que retenía el agua y luego la liberaba poco a poco, por lo general con pausas lo bastante largas para que quien se estaba duchando llegase a pasar frío. El agua sólo estaba tibia esa mañana y tuvimos que limitarnos a llenar el recipiente dos veces, lo suficiente para mojarnos por completo pero no mucho más. Cuando acabamos, me envolví en la toalla, temblando mientras ponía el mecanismo en marcha para Laeas. Luego los dos nos metimos tras las cortinas y nos vestimos tan rápidamente como pudimos, sin secarnos bien. Era incómodo pero no insoportable. Todo lo hacíamos mecánicamente en la última quincena. Habituados ya a esa rutina, me vestí en apenas un minuto y medio y recogí mi ropa sucia, esperando a que acabasen las mujeres. Como éramos los últimos en usar la ducha, nos entretuvimos en dejar el lugar ordenado. Luego dejamos la muda sucia en la bolsa de la lavandería y nos fuimos arriba con la esperanza de desayunar.

— No nos han enviado mucha comida esta mañana —dijo Laeas con pesar— La tormenta es demasiado fuerte.

— ¿Recuerdas otro invierno semejante? —pregunté.

Laeas negó con la cabeza.

— Este invierno es el peor que he visto, y da la impresión de que el resto de la isla también lo padece. En mitad de la noche se desprendió otro tejado y unas cuantas personas resultaron heridas, Por fortuna no murió nadie, pero fue imposible trasladarlos a la enfermería.

¿Y el virrey?

— Ya sabes cómo es. Está decidido a lograr que recuperemos la luz, pues ya se ha restaurado la conexión con la red de la ciudad. Esperamos poder conectar todo esta misma noche, enviándole a ese cabrón del templo el mensaje de que sus magos no son infalibles. Gracias al cielo, quien construyó esa mole fue demasiado tacaño para instalar iluminación directa sólo por generador de leña.

— Me pregunto cuál será el significado teológico del éter —subrayó Palatina cuando llegamos a la cocina.

Las únicas frutas que quedaban eran en su mayoría naranjas, y cogimos dos cada uno, así como todo lo que pudimos conseguir. Que no fue mucho después de que todos los demás hubieron cogido su parte. Al menos, los sirvientes era alimentados por generosos vecinos. De hecho, comían mucho mejor que nosotros, aunque, en dos ocasiones a lo largo de la última quincena, el virrey nos había llevado a cenar a un restaurante cercano, escoltados por una guardia numerosa para prevenir que Midian intentase algo.

Habíamos esperado hasta hoy, hasta que la tormenta hubiese pasado. La noche anterior los guardias habían acabado de reabrir un túnel (en esta ocasión un pasadizo genuinamente secreto) que descendía hacia una pequeña casa pasando el puerto. También nos proporcionaba, lo que era quizá más importante, una vía de escape para ir a la ciudad. El virrey permitía salir incluso a los dos thetianos, adecuadamente disfrazados, bajo palabra de que no huirían. No había ningún buque en el puerto esperando zarpar, así que no podían ir muy lejos.

Pero, con semejante tiempo, se suponía que no iríamos a la ciudad. Pocas tiendas estarían abiertas en un día tan malo como éste, y en el exterior hacía tanto frío que ninguno de nosotros deseaba enfrentarse a los elementos. Podíamos ver el mismo paisaje, y empaparnos por igual, en el jardín del palacio.

Por otra parte, había tan pocas cosas para hacer en el palacio que Palatina y yo estábamos cada vez más inquietos e irritados a medida que pasaban los días. El palacio nos parecía una prisión, oscura y deprimente con un régimen austero. Y fuera, un grupo de agentes sacri se mantenían atentos a los portales siempre que el tiempo se lo permitía. Midian no había cedido en sus exigencias, no había considerado la diplomacia de Sagantha. Allí en Qalathar, Midian era quien repartía las cartas, y lo sabía muy bien.

— Así que aquí estáis —dijo una voz mientras me acababa la segunda naranja. Miré a mi alrededor y distinguí a la secretaria del virrey de pie en la entrada— El virrey desea veros tan pronto como acabéis.

— Muy bien —respondió Laeas. Me pregunté qué pasaría ahora. Rogué que no fuese nada grave esta vez. Se habían producido nuevos arrestos: más de doscientas personas estaban encarceladas en la prisión del templo, a la espera de ser juzgadas por herejía. Algunas serían quemadas en la hoguera, lo que me ponía malo cada vez que pensaba en ello. ¿De verdad valía la pena? Los sacerdotes ofrecían casi siempre una vía alternativa, pero muchos no optaban por ella. Ahora, como pasó en Lepidor, sería aún peor: les darían menos oportunidades de escoger. Y estaban empleando la tortura, lo que constituía una contradicción flagrante de sus propias leyes, por no mencionar una multitud de decretos imperiales previos que estaban ignorando tanto el actual emperador como los inquisidores. Nadie en su sano juicio deseaba afrontar la tortura o la hoguera, de modo que los arrestados se daban por vencidos, ofrecían más nombres en respuesta a las amenazas y se arrestaba a más gente. La flota de pesqueros no podría zarpar hasta que los inquisidores estuviesen convencidos de que no había ningún hereje entre sus miembros. Y todavía no había ninguna esperanza en el horizonte, con excepción de los por entonces ya viejos rumores sobre la faraona. Pero ése no era el caso, según quedó claro al llegar a la oficina de Sagantha. Ésta era mucho más majestuosa que la sala donde solíamos reunimos cuando él estaba fuera, con altos techos y costosas alfombras en el suelo, a las que la débil iluminación no hacía justicia. Su escritorio era un oasis de brillo en un espacio por otra parte oscuro y monótono, y, tras recibir la invitación a sentarnos de Sagantha, colocamos unas sillas a su alrededor.

— Palatina, Cathan, vosotros y los demás debéis marcharos —dijo sin preámbulos, recostándose en la sencilla pero mullida silla que usaba. Gobernar una nación ocupada desde un palacio oscuro y frío era una desventaja, y su rostro mostraba líneas de expresión que no estaban antes ahí. Aún no podía comprender por qué había aceptado el virreinato.

— Os he permitido ir a la ciudad como una medida temporal, pero eso ya no puede continuar. Las cosas aquí no hacen más que empeorar, y sois una fuente de tensiones. No os estoy echando ni nada parecido, pero tampoco estáis logrando nada por permanecer en el palacio, y me parece que el resto de esta isla es demasiado peligroso.

Palatina y yo nos mirábamos con incomodidad. Ninguno de los dos deseaba permanecer en el palacio, pero marcharnos de la isla equivalía a abandonar a Ravenna, quizá nuestra única esperanza de hallar el Aeón, y lo cierto es que nos sonaba muy mal.

— Puedo adivinar que la idea de marcharos no os agrada a ninguno de los dos.

— ¿No podemos solamente desaparecer? —preguntó Palatina— Sin protección, correremos nuestros propios riesgos.

— Sí, pero ¿para hacer qué? Habéis venido aquí con un plan para reemplazar a la faraona.

— Hemos venido como parte del plan de Mauriz para reemplazar a la faraona —corregí— Yo soy el títere, ¿recuerdas?

— Lo eres, Cathan, pero ¿no estaba Palatina involucrada en esa intriga? Desde el punto de vista político, ambos sois comodines sin ninguna lealtad hacia nadie en concreto.

Sin saber qué opinaba realmente de mí, decidí asumir el riesgo de desviar su atención hacia otra cosa. Incluso si mi treta tenía éxito, no tenía ninguna certeza de que al final no se volviese en mi contra.

— Eso no es cierto —protesté a la defensiva, y luego añadí sin convicción— , respecto a ninguno de los dos.

Sagantha apoyó por un momento el puño contra la barbilla, estudiándome con la mirada. Le dije la verdad, pero sólo parte de ella, con la esperanza de que fuese suficiente. Palatina y yo habíamos acordado no hablarle sobre el Aeón, pues no podíamos estar seguros de que no llamase a los cambresianos.

— ¿Sabes que Ravenna se marchó porque no confiaba en ti? —me dijo.

Fue un golpe bajo de parte de Sagantha, pero era algo que yo ya sabía.

— Ella no confiaba en mí a causa del complot de Mauriz —respondí y en mi mente agregué: «Y porque soy un Tar' Conantur». Me pregunté también si alguna vez conseguiría librarme de ese peso.

— ¿Piensas que ella habría cambiado de idea?

— ¿Es que voy a acabar en otra cosa que no sea jerarca títere?

Decidí aceptar su propuesta después de que Ravenna se marchara, cuando parecía que su plan sería la mejor manera de deshacerse del Dominio. ¿Qué posibilidades les quedan ahora?

— Para ser realistas, no existe ningún modo de deshacerse del Dominio —afirmó con gravedad— Carecemos de tropas, no tenemos con qué contrarrestar el poder de sus magos y ninguna protección contra las tormentas. Sí, sé que Ravenna y tú conseguisteis realizar ese truco increíble en Lepidor, pero eso fue contra un mago y un puñado de sacri en territorio afín. Lo único que puede hacer ahora la faraona es ocultarse en los alrededores de la ciudad. Si comenzase a matar sacerdotes, se producirían más detenciones y más juicios.

Sagantha había estado en lo cierto, de no ser por el Aeón. Los sacri no eran aquí el factor decisivo, por muy bien entrenados que estuviesen. Ellos sólo protegían a la Inquisición mientras ésta cumplía con sus funciones. Y la Inquisición tenía toda la isla a su merced. ¿Apoyaría la gente a Ravenna si el mismo hecho de nombrar a la faraona era declarado herejía?

— Si embarcas a Mauriz, Telesta y compañía —dijo Palatina— , preferentemente de regreso a Thetia, lo único que pedimos nosotros es salir seguros del palacio.

— ¿Los ayudarán vuestros amigos? —le preguntó el virrey a Laeas y Persea.

Ellos se miraron con apuro entre sí y luego asintieron. —Si conseguimos ocultar algunos rasgos de Cathan, podríamos hacerlo. Cambiando el color de sus ojos y oscureciendo su piel, seguiría pareciendo un thetiano pero no resultaría tan reconocible.

— Lo pensaré un poco —anunció sin más Sagantha y pidió que nos marchásemos— Laeas y Persea, necesito vuestra ayuda con esta correspondencia.

— ¿Cómo, por todos los cielos, planea sacarnos de aquí? —dijo

Palatina cuando las puertas se cerraron detrás de nosotros y nuestras voces no pudieron ser oídas— El Dominio revisa cada nave que zarpa, incluso las pesqueras. Estoy segura de que Sagantha tiene algún plan. Ayer decía que nos quedásemos aquí varias semanas más, lo que me parecía muy deprimente. Ahora, de repente, debemos partir, y en especial Mauriz y Telesta. No parece tan preocupado por nosotros dos.

Negué con la cabeza.

— Por lo general estoy de acuerdo contigo, pero eso tampoco me parece cierto. Nosotros somos sin duda más útiles para Sagantha que Mauriz o Telesta. ¿No es así?

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