Me sentí inestable y di un paso involuntario hacia atrás, buscando recobrar el equilibrio.
— Tú... —comencé pero no pude continuar. En la hoguera me había preparado para cerrar la mente al mundo exterior y evadir el dolor de la muerte. No hubiese podido oír la voz de Sarhaddon, y Etlae habría tomado mi silencio como respuesta. Nadie más tenía el lujo de la magia para aliviar su agonía, y mi rapidez para emplearla, sin la intervención de Hamílcar, habría tenido como costo tanto mi vida como la de los demás. Tragué con incomodidad, sin deseos de creer en la magnitud de lo que Sarhaddon me decía— ¿Acaso Etlae habría extinguido las llamas para luego volver a conducirnos dentro? ¡Habría parecido una idiota!
— No te habrían quemado, Cathan. Tampoco la Inquisición pretendía que ella te matase. La gente debe ver que los sacerdotes cumplen la voluntad de Ranthas, y la ejecución sumaria no figuraba en sus planes.
— ¿Avanzaste con esa antorcha, listo para encender los leños, pero sin intención de quemarnos? ¿Cómo puedo creer eso?
— Porque eres racional e inteligente. Fue algo brutal, lo admito, y no habría sucedido si hubiese estado al mando otra persona y no Etlae. El terror sólo alimenta el odio, Cathan, y tú eres una prueba viviente. Si la Inquisición empieza a quemar herejes en el Archipiélago, morirán miles de personas, y todo sin ningún sentido. Lachazzar dará inicio a su cruzada y en esta ocasión no permitirá que la destrucción quede inconclusa.
— Pero ya no habrá más herejías. Nadie más se opondrá a vosotros. El Archipiélago estará en cenizas, pero os habréis librado de vuestra oposición.
— ¿Has leído alguna vez a Carinus, Cathan? ¿El historiador thetiano? «Ellos sembraron la desolación y la denominaron paz.»
Dudé que se pudiesen olvidar esas palabras, incluso si alguna vez desaparecía el recuerdo del propio Carinus. Siempre habría alguna persona, algún suceso, al que aplicarlas.
— Nosotros no servimos a Ranthas para convertir su mundo en un desierto —añadió Sarhaddon.
— ¿Su mundo? —pregunté— ¿Flotamos en la superficie de un océano infinito y hablas del mundo como si sólo le perteneciese al ¿Fuego? El mundo está formado por todos los Elementos, no solamente por el que vosotros habéis escogido.
— Pero sin su fuego sagrado no existirían la vida, las ciudades ni la civilización. Apenas una inmensa y vacía desolación. «El fuego es la llama que da vida a todas las cosas», recordé para mis adentros.
— Yo recorro el mundo —aseguró— , y no veo por qué deberían echarse a perder estas islas. ¿Por qué tendría que desear que eso sucediese?
— ¿Por qué alguien querría eso? Porque la población te odia, porque algunos de sus habitantes creen aún en los viejos dioses cuya adoración habéis convertido en una herejía. Porque algunos de ellos se resisten a olvidar la traición del Dominio.
— Historia pasada —repuso Sarhaddon con desdén— Lo sucedido hace doscientos años es importante, por supuesto, pero si llega a dominar nuestras vidas, entonces nunca podremos avanzar.
— ¿Avanzar hacia vuestra tierra prometida en la que no exista ningún disidente?
— Son los métodos del Dominio los que han creado la disidencia, no su mensaje —afirmó con ferviente convicción— Existen millones de almas condenadas para toda la eternidad por haber vivido antes de nuestra llegada. Existen cientos de miles más que se han negado a reconocer nuestra verdad. Y si se produce la cruzada, ¿cuántos más se sumarán?
Creyese o no Sarhaddon en sus propias palabras, yo jamás había escuchado a un inquisidor hablando de esa manera y me vino a la mente la vaga duda de si era posible que fuese diferente, a pesar de su participación en los crímenes de Etlae. Tantos inquisidores eran astutos, manipuladores, calculadores, inteligentes a su modo, pero también fanáticos e incluso estúpidos. Me constaba que Sarhaddon era inteligente, y empezaba a sentir una débil esperanza. No podía perdonarlo, pero deseaba creer que era una persona con ideas propias, no una copia de Lachazzar. —Hemos venido a predicar, a salvar— concluyó— A devolver las almas a la luz. Si el primado ve que la mayor parte del Archipiélago ha vuelto al redil, entonces no iniciará la cruzada. —¿Aislar la herejía para acabar con ella con mayor comodidad?
— Predicaré a los herejes tanto como a los confundidos. Cathan, si las cosas siguen así se producirá una cruzada. La Inquisición acometerá su misión sagrada con demasiado celo, se producirán insurrecciones, y Lachazzar enviará a sus cruzados. En esta ocasión llegarán para quedarse y matarán a cualquier sospechoso de herejía, y habrá tanta muerte, tanta masacre...
— ¿Y por qué me dices todo esto a mí? —le pregunté finalmente— ¿Por qué has venido a verme?
— Porque tú eres un hereje importante, un hombre a quien conozco, y es muy probable que conozcas a la faraona. Ella podría ser restaurada en su puesto. He estado averiguando al respecto y he hablado con el exarca, incluso con el primado. Se le permitiría a la faraona proteger a su gente mientras ella acompañe nuestros esfuerzos de conversión. Esta vez no emplearíamos la fuerza ni la coerción, sino la persuasión, como debimos haber hecho en un principio.
— ¿Pretendes que hable con la faraona y la persuada de que el Dominio, la misma gente que asesinó a su familia y la obligó a esconderse durante toda su vida, desea su cooperación? Eso es más que un cambio de fe.
— Me gustaría que lo intentases. Pero si no lo hicieses, te pido que me permitas intentarlo a mí. Dame tiempo y haré cuanto pueda por anular la orden de captura que el inquisidor general ha impuesto sobre ti.
Sacó entonces de sus ropas un pesado rollo de pergamino y me lo tendió. Lo abrí y empecé a leer las líneas destacadas en el texto. Mis ojos se concentraron en el inmenso sello del primado puesto al final. Hice primero una lectura rápida y luego volví a leerlo más despacio, deteniéndome para analizar algunas frases que apenas podía creer, que a duras penas parecían auténticas.
Por orden expresa de su santidad las actividades de la Inquisición autorizadas por el edicto universal son suspendidas en los territorios e islas del Dominio thetiano del Archipiélago. Todos los miembros de la orden venática son por la presente autorizados a interceder en favor de los herejes acusados si éstos pueden demostrarle a los inquisidores que se arrepienten por completo de sus pecados, en cuyo caso serán aceptados de regreso a la institución de los hombres. Todos los penitentes serán eximidos de llevar señales que muestren su vergüenza mientras obedezcan con fidelidad todos los decretos y leyes canónicas del sagrado Dominio. Se otorga a los hermanos de la orden venática la autoridad de predicar en espacios públicos. Asi mismo, y se autoriza a dicha Orden a presidir y organizar debates religiosos con herejes notables que se atrevan a ello. Estos herejes gozarán de un salvoconducto durante cada debate y por el lapso de un mes desde el mismo.
¿Por qué? ¿Por qué Lachazzar había hecho eso? Todo sonaba tan extraño a su proceder habitual, la idea de predicar y los debates religiosos... cosas que los primados habían autorizado en el pasado pero que no se realizaban desde hacía varios años. ¿Lachazzar, que creía en el fuego y en la espada y había enviado a la Inquisición al Archipiélago, suspendía ahora sus actividades para dejar manos libres a una docena de predicadores? Debía de estar tramando algo.
— ¿Por qué ha permitido esto? —le pregunté a Sarhaddon sin rodeos— ¿Es tu plan o el suyo?
— Yo le di la idea a la orden venática y persuadí a algunos instructores míos de que intentaran la aprobación del primado. Seré sincero contigo, Cathan, servimos muy bien a sus propósitos. Lachazzar me dijo por qué nos permitía seguir con el proyecto. Él ha enviado a la Inquisición y la población está aterrorizada por lo que pueda suceder. Ya se han quemado a algunas personas y serán muchas más si la Inquisición recibe esa orden. Nosotros ofrecemos la esperanza, una salida sin sufrimiento. Si se nos da libertad de acción, sin hostigar a los herejes, entonces la Inquisición recibirá la orden de juzgar sólo a los que nos desafíen abiertamente. —Obligar a la gente a la sincera devoción...
Asintió sin entusiasmo. Eché una nueva mirada al pergamino, firmado y autorizado por el propio primado. Ya había visto antes el sello del primado y no existía manera de que Sarhaddon lo hubiese falsificado. —Todo lo que te pido es ese tiempo de gracia— dijo tras una pausa— Para que tú y los otros herejes permitáis que este plan progrese. Se trata de una hermosa isla, incluso con tan mal tiempo, y no me agradaría verla devastada por una cruzada. Lachazzar desea ser recordado como el primado que acabó con la herejía, aunque tú y yo sabemos que eso no sucederá. Pero me gustaría saber que el Dominio te ha ofrecido una oportunidad para detener la tormenta que se avecina.
— No tengo autoridad para garantizar tal cosa. Deberías hablar con el virrey.
¿Te he convencido al menos? Si los extremistas que te rodean aprovechan la tregua para atacarnos, el período de gracia llegará a su fin. Si no hacéis nada, el Dominio no hará nada. Mientras tanto lo intentaremos. El Archipiélago es el único lugar en el mundo que guarda tanto rencor al Dominio que podría impedir cualquier negociación razonable. Tú y yo sabemos que por todos sitios hay herejes que viven de forma encubierta. Pero el terror no es el mejor método para lidiar con ellos. Y tampoco es el sistema adecuado para encarar aquí el problema.
Enrollé de nuevo el pergamino con sumo cuidado y se lo devolví. Luego me alejé de Sarhaddon para echar un vistazo al pasillo lateral y al tormentoso cielo gris tras la empañada ventana. Si eso era verdad (¿podía serlo?, ¿era siquiera imaginable?), entonces se trataba de una oferta de paz y yo deseaba creer en ella. Pero al mismo tiempo, si Sarhaddon se salía con la suya, todos nuestros sueños de acabar con el poder del Dominio habrían llegado a su fin.
¿O quizá no? Cambress había desafiado al Dominio sin apartarse de la ley religiosa. Sus líderes reafirmaron los principios de Ranthas pero impidieron que se implantase la Inquisición. A lo largo de seis décadas no habían existido hogueras ni juicios por herejía. Mikas me había contado que en Cambress todo se toleraba mientras no incidiese en el Estado ni en la Marina, que en Cambress constituían una verdadera unidad. Es posible que exagerase un poco, pero me constaba que su padre sólo había asistido a una ceremonia religiosa por año, mucho menos del mínimo obligatorio. Su padre había sido juez, y ahora era almirante y miembro superior del consejo de Kanu.
Por otra parte, a lo largo de las últimas semanas yo había sido testigo de lo frágil que era nuestro sueño, tanto debido a la hostilidad del emperador como al hecho innegable de que el Archipiélago no podría ganar una guerra. Pero Ravenna... ella no aceptaría cooperar jamás. El Dominio le había arrebatado prácticamente todo y ella lo odiaba con una pasión que yo nunca podría igualar. Además, la única imagen que tenía de Sarhaddon era la del hombre encargado de encender nuestra hoguera. —Me gustaría consultarlo con los demás— dije por fin— Lo que dices me da esperanza pese a la firma de Lachazzar, pero sin el consentimiento de todos mi palabra no te sirve.
¿Incluye al virrey?
— ¿Quieres pedir audiencia?
— Creo que sería una buena idea, y quizá inspire confianza, si es que acepta una reunión en la que estén presentes tú y todos los demás. Luego me retiraré y os permitiré discutirlo.
— Lo imaginaba —afirmé con reticencia, preguntándome si sería una buena idea o le estaba brindando a Sarhaddon la oportunidad que deseaba para... ¿Para qué? Más allá de perder el respaldo popular que sólo podía proporcionarnos apoyo emocional, no veía de qué modo su plan podía ser un fraude. Incluso la conformidad de Lachazzar tenía sentido, dado el alto coste que tendría una cruzada. Según tenía entendido, la última había agotado las arcas del primado pese al enorme botín conseguido. La toma de Lepidor había tenido por motivo ahorrar dinero para la futura cruzada.
— ¿Qué papel juega Midian en todo esto? —pregunté volviéndome hacia él.
— Midian piensa como el primado. También él será recompensado. —¿Y aceptará perderse tan tentadora carnicería?
— Vas demasiado lejos. Si nuestro plan funciona, su participación será bien premiada, seguramente con un avarcado vitalicio en Equatoria.
— ¿Y todos los que esperan su ejecución en las celdas de la Inquisición?, ¿qué sucederá con ellos?
— Mis hermanos de fe les ofrecerán la posibilidad de arrepentirse. Eso es lo que intentamos lograr, que el Dominio acepte a los que han regresado al buen camino. Algunos se negarán a renunciar a sus creencias y serán quemados, pero sólo entonces habrá alguna ejecución.
— ¿Crees que serás capaz de cambiar sus procedimientos? —insistí— Culpable hasta que se demuestre la inocencia. Eso es lo que causa más odio.
— Recuerda que no soy una figura de peso. No puedo prometer la luna.
No eran demasiadas promesas, entonces. Parecía no estar dispuesto a mentirme, al menos no de forma evidente, para obtener mi respaldo.
— Si esperas aquí, iré ahora mismo a ver al virrey y le resumiré lo que me has propuesto.
— ¿De forma imparcial?
— Sí, seré imparcial. Pero espera aquí. Éste no es mi palacio y no puedo hacerte pasar a otra sala.
— Está bien. Al menos esto está seco —añadió con un destello de su viejo humor ácido.
Lo dejé allí y me retiré del mismo modo que había entrado, a través de los pasadizos traseros, escogiendo para ir a ver al virrey el camino más largo. Necesitaba tiempo para pensar.
¿Debía creer lo que me había dicho sobre aquellos momentos cruciales en Lepidor, que Etlae tenía pensado salvarnos, aunque sólo fuera de la hoguera? Ella y sus secuaces, entre los cuales tenía que estar Sarhaddon, habían invadido mi hogar, envenenado a mi padre y casi asesinado a mi hermano. Ella nos había condenado a muerte a mí y a los demás y nos había atado a unos maderos. ¿Por qué habría de suponer que no pensaba ir más lejos?
Pero Sarhaddon era entonces sólo un sacerdote novato, alguien en cuya lealtad ella seguramente no hubiese confiado. Y ahora él venía a mí con un mensaje de paz y reconciliación. ¿Haría eso el primado para atraparme? Creer eso era el súmmum de la arrogancia, y el mero hecho de que se me hubiese ocurrido demostraba lo maligna que era la influencia de Orosius. Yo no podía ser considerado un líder de los herejes, y, que yo supiera, el Dominio no estaba enterado de mis orígenes familiares.