Inteligencia Social (35 page)

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Authors: Daniel Goleman

Tags: #Ciencia, Psicología

BOOK: Inteligencia Social
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Entre esos circuitos se cuentan dos estructuras clave del cerebro social, la corteza orbitofrontal y la corteza cingulada anterior, que también se activan cuando los adictos desean consumir o están embriagados y se desactivan durante el proceso de desintoxicación. Este sistema también da cuenta de la sobrevaloración que hace el adicto de su droga favorita y de su absoluta incapacidad de dejar de consumirla. Y lo mismo que sucede con un objeto ocurre también, según Panksepp, en el caso del enamoramiento.

Este investigador opina que la gratificación que obtiene el adicto de su droga reproduce biológicamente el placer natural que obtenemos cuando nos sentimos conectados a las personas amadas, dos situaciones en las que intervienen los mismos circuitos neuronales. Aun los animales, según dice, prefieren pasar más tiempo con aquellos congéneres en cuya presencia hayan segregado oxitocina y opiáceos naturales, lo que induce una relajada serenidad que sugiere que esos neuroquímicos no sólo establecen las bases de nuestros lazos familiares y de nuestras amistades, sino que también desempeñan un papel muy importante en el enamoramiento.

Los tres estilos diferentes del apego

Ya ha pasado casi un año desde que la hija de Brenda y Bob falleciese trágicamente a los nueve años mientras dormía.

Bob está sentado leyendo el periódico cuando Brenda entra con los ojos enrojecidos —un signo evidente de que ha estado llorando— con algo entre las manos.

Brenda le informa de que ha encontrado unas fotografías del día en que llevaron a su pequeña a la playa.

—¡Sí! —asiente Bob murmurando, sin levantar la mirada del periódico.

—Lleva puesto el sombrero que le regaló tu madre —continúa Brenda.

—¡Hmmm! —refunfuña Bob, sin mirarla todavía y con un tono claramente impasible.

Cuando Brenda le pregunta si quiere echar un vistazo a las fotografías, Bob responde simplemente diciendo “¡No!” y pasa bruscamente la página del periódico, escudriñándola sin rumbo fijo.

Brenda le observa en silencio mientras las lágrimas resbalan por sus mejillas, hasta que finalmente estalla:

—¡No te entiendo! ¿No era acaso también tu hija? ¿No la echas de menos? ¿No te importa nada?

—¡Por supuesto que la echo de menos! ¡Pero no quiero hablar de eso! — replica Bob, abandonando el cuarto con cajas destempladas.

Esta dolorosa interacción ilustra perfectamente el modo en que los diferentes estilos de apego pueden provocar la desconexión de una pareja no sólo cuando deben afrontar una situación traumática común, sino prácticamente en cualquier otro momento. Brenda quiere hablar de sus sentimientos, pero Bob los evita. Ella cree que él es frío y distante mientras que él, por su parte, la considera intrusiva y exigente y, cuanto más se esfuerza Brenda en obligarle a hablar de sus sentimientos, mayor es el rechazo que experimenta Bob.

Hace mucho que los terapeutas familiares a los que acuden las parejas para que les ayuden a resolver sus problemas conyugales han constatado la presencia de esta pauta de “exigencia-rechazo” que, según las conclusiones de la neurociencia actual, se asienta en un funcionamiento neuronal diferente. No se trata, pues, de que una sea “mejor” que la otra, sino simplemente de que se derivan de una pauta neuronal diferente.

La infancia deja su impronta en nuestras pasiones adultas, aunque en ningún lugar lo hace más claramente que en el llamado “sistema del apego”. es decir, en las redes neuronales que se activan cada vez que nos relacionamos con las personas que más nos importan. Como ya hemos visto, los niños que reciben la atención empática de los adultos que cuidan de ellos experimentan un apego seguro hacia éstos, es decir, un apego que queda a mitad de camino entre la identificación y el alejamiento excesivos. Es por ello que los niños que no recibieron la adecuada atención de sus padres y cuyos sentimientos, en consecuencia, se vieron ignorados, acaban convirtiéndose en adultos evasivos que han renunciado a toda esperanza de establecer una conexión cuidadosa. Por su parte, los hijos de padres ambivalentes que pasan de manera súbita e imprevisible de la ira a la ternura acaban convirtiéndose en niños ansiosos e inseguros.

Bob pertenece al tipo evasivo, es decir, el tipo que rehuye las emociones intensas y, en consecuencia, trata de minimizarlas mientras que Brenda, por su parte, es del tipo ansioso y, para ella, los sentimientos afloran sin que pueda reprimirlos, razón por la cual necesita hablar de las cuestiones que le preocupan.

El tipo seguro, por su parte, se siente cómodo con las emociones y no está preocupado por ellas. Si Bob hubiese pertenecido al tipo seguro, lo más probable es que hubiera permanecido emocionalmente disponible durante los momentos en que Brenda le necesitaba y, si Brenda hubiese pertenecido al tipo seguro, no habría necesitado tan desesperadamente la atención empática de Bob.

Una vez establecida en la infancia, la modalidad específica de nuestro apego se mantiene relativamente estable. Estos estilos distintivos del apego emergen, en cierta medida, en toda relación cercana, pero en ningún caso lo hacen con tanta intensidad como en nuestros lazos amorosos. Y, como evidencia la investigación sobre el apego y las relaciones dirigida por Phillip Shaver, psicólogo de la University of California, cada uno de ellos posee una marcada influencia en las relaciones que la persona establece posteriormente a lo largo de toda su vida.

Shaver se ha hecho cargo del testigo que, en su día, John Bowlby pasó a su discípula americana Mary Ainsworth y cuyos estudios pioneros sobre el modo en que el bebé de nueve meses reacciona a una breve separación de su madre le llevó a identificar que algunos niños experimentan un apego seguro mientras que el de otros es, de modos muy diferentes, inseguro. Así es como

Shaver, aplicando el descubrimiento de Ainsworth al mundo de las relaciones adultas, ha identificado la existencia de varias modalidades diferentes de apego a las relaciones próximas como, por ejemplo, la amistad, el matrimonio o la relación entre padres e hijos.

Los descubrimientos realizados por el equipo de Shaver han puesto de relieve que el 55 por ciento de los estadounidenses (ya sean bebés, niños o adultos) caen dentro de la modalidad “segura” y, en consecuencia, no tienen problemas de relación y se encuentran cómodos en ellas. Las relaciones de pareja que establecen las personas seguras se asientan en la expectativa de que la otra persona esté disponible y conectada y dan por sentado, en consecuencia, que su pareja se hallará presente en los momentos difíciles y angustiosos, como ellos lo harían en su caso. Son personas que se sienten a gusto en el mundo de las relaciones. Las personas que presentan un estilo seguro se consideran merecedoras de interés, respeto y afecto, al tiempo que consideran que los demás son accesibles, confiables y albergan buenas intenciones. Es por ello, en suma, que sus relaciones tienden a ser próximas y confiadas.

Cerca del 20 por ciento de los adultos, por su parte, establecen relaciones de pareja que caen dentro de la modalidad “ansiosa” y tienden a pensar que su pareja no les ama o que no quiere estar con ellos hasta el punto de que, en ocasiones, su excesiva identificación y la necesidad de sentirse seguros acaba desencadenando inconscientemente el alejamiento. Son personas que se consideran indignas del amor y el respeto de los demás, aunque también suelen idealizar a su pareja.

Una vez que ha establecido una relación, el “ansioso” suele verse asaltado fácilmente por el miedo a ser abandonado o a sufrir de algún tipo de carencia. Son personas propensas a los signos de la “adicción al amor”, es decir, preocupación obsesiva, ansiedad y dependencia emocional. A menudo dominados por la angustia, se sienten asediados por todo tipo de obsesiones ligadas a la relación —como la de ser abandonados por su pareja— y, en consecuencia, permanecen hipervigilantes y celosos de las posibles aventuras de su pareja. No es de extrañar, en consecuencia, que estas personas experimenten el mismo tipo de preocupaciones con respecto a sus amistades.

En torno al 25 por ciento de los adultos pertenecen al tipo “evasivo “y se sienten incómodos con la proximidad emocional, les resulta difícil confiar en su pareja o compartir sus sentimientos y se ponen muy nerviosos con los intentos de establecer una comunicación emocional más íntima. Tienden a reprimir sus emociones y suelen hacer lo mismo con sus sentimientos de angustia. Puesto que su expectativa es la de encontrar una pareja en la que no puedan confiar emocionalmente, sus relaciones íntimas suelen ser muy problemáticas.

La dificultad subyacente a las modalidades “ansiosa” y “evasiva” tiene que ver con la rigidez. Ambas reflejan estrategias que tuvieron su utilidad en una situación concreta y a las que el sujeto sigue aferrándose por más que hayan demostrado ya claramente su ineficacia. En presencia de un peligro real, por ejemplo, la ansiedad estimula la actitud de hacerle frente, pero la ansiedad desmesurada acaba generando relaciones estáticas.

Cuando se siente angustiado, cada uno de los tipos recurre a sus propias estrategias de tranquilización. Las personas “ansiosas” como Brenda se orientan hacia los demás dependiendo, en consecuencia, del consuelo que esperan que éstos les proporcionen, mientras que las personas “evasivas”, como su marido Bob, se mantienen independientes y tratan de resolver sus problemas por sí mismos.

Las personas “seguras”, por su parte, parecen capaces de calmar las inquietudes de un compañero ansioso, de modo que la relación no se resienta demasiado. Si uno de los miembros presenta una pauta de apego seguro, tendrán relativamente pocos conflictos y crisis pero, cuando ambos se sienten ansiosos, es comprensible que sean también más propensos a las discusiones y los arrebatos de ira, que exigen un elevado y continuo grado de atención. Después de todo, la desconfianza, el resentimiento y el desasosiego son contagiosos.

El fundamento neurológico

La investigación dirigida por Shave con neurocientíficos de la University of California, en Davis, ha puesto de relieve que cada uno de esos tres estilos refleja diferencias concretas en los circuitos del sistema cerebral del apego. Estas diferencias afloran con más intensidad en los momentos problemáticos, como durante una discusión, cuando se pierden en cavilaciones o, peor todavía, cuando se obsesionan con la ruptura de la pareja.

La investigación realizada con el RMNf durante los momentos en que tienen lugar esas inquietantes preocupaciones ha puesto de relieve la existencia de pautas cerebrales bien diferenciadas en las mujeres en función de su principal estilo de apego (aunque el estudio se ha centrado únicamente en las mujeres es muy probable que sus conclusiones resulten también aplicables a los hombres ... aunque eso es algo que sólo podrá confirmar la investigación futura).

La tendencia a la obsesión —ante la posible pérdida de la pareja, por ejemplo— del tipo ansioso activa regiones de la vía inferior ligadas al lóbulo temporal anterior (que también se activa durante la tristeza), la corteza cingulada anterior (que moviliza las emociones) y el hipocampo (un emplazamiento esencial de la memoria). Esta actividad neuronal demostró ser específica de la ansiedad ligada a las relaciones y no aplicarse a los miedos en general. También es sorprendente que las mujeres ansiosas sean incapaces, por más que se lo propongan, de desconectar este circuito que perturba la relación, como si la intensidad de sus temores obsesivos excediese su capacidad de desconectar la activación de esos circuitos cerebrales. Pero los circuitos que se ocupan de calmar la ansiedad parecen funcionar perfectamente para mitigar otro tipo de preocupaciones

Las mujeres seguras, por el contrario, no tienen ningún problema en dejar a un lado el miedo a la ruptura de la relación. Su lóbulo temporal anterior generador de tristeza se desactiva apenas prestan atención a otros pensamientos. La diferencia crucial reside en el hecho de que las mujeres seguras activan fácilmente el interruptor neuronal del área orbitofrontal que sosiega la inquietud generada por el lóbulo temporal anterior.

Por el mismo motivo, las mujeres ansiosas pueden evocar más fácilmente que las demás los problemas de relación que más ansiedad les generan. Según Shaver, esta tendencia a preocuparse de los problemas de relación puede interferir con la capacidad de decidir una línea de acción más constructiva.

Las mujeres evasivas poseen una historia neuronal muy diferente ya que, en su caso, la acción depende de una región de la corteza cingulada que sólo se activa durante la represión de los pensamientos inquietantes. En este tipo de mujeres, el freno neurológico de las emociones parece bloqueado y, del mismo modo que las mujeres ansiosas son incapaces de poner fin a sus temores, las evasivas parecen incapaces de acabar con su represión del temor, por más que se les pida que lo hagan. Las demás mujeres, por su parte, no tienen ningún problema en activar y desactivar la corteza cingulada cuando se les pide que piensen en algo triste y luego que dejen de pensar en ello.

Esta pauta neurológica de represión continua podría explicar por qué las personas que pertenecen al estilo evasivo experimentan, por ejemplo, muy poca angustia cuando tiene lugar una ruptura de la relación amorosa o cuando fallece alguien y mantienen relaciones emocionalmente distantes. Pareciera, pues, como si la ansiedad fuese el precio inevitable que debemos pagar por la intimidad emocional, aunque sólo sea porque, en tal caso, afloran los problemas de relación que deben resolverse. El tipo evasivo de Shaver parece mantener una distancia protectora de sus sentimientos perturbadores en detrimento de la conexión emocional plena con los demás. También hay que decir que Shaver tuvo ciertas dificultades en reclutar mujeres del tipo evasivo para su estudio, porque uno de los requisitos del experimento —que muy pocas, dicho sea de paso, pudieron cumplir— era haber mantenido una relación amorosa estable durante un largo período de tiempo.

Recordemos que estos estilos se establecen básicamente durante la infancia y que, por ello mismo, no parecen deberse a la herencia genética. Y es precisamente el hecho de que sean aprendidos lo que explica que posteriormente puedan verse modificados, hasta cierto punto, por algún tipo de experiencia correctiva, ya sea psicoterapia o algún tipo de relación reparadora. Por otra parte, la pareja comprensiva siempre puede adaptarse, dentro de ciertos límites, a esa peculiaridad.

Podemos considerar a los sistemas neuronales del apego, el sexo y el cuidado como los distintos elementos que componen uno de esos móviles de Alexander Calder en los que el movimiento de una parte acaba reverberando en todas las demás. En este sentido, por ejemplo, los estilos del apego modelan la sexualidad de la persona. Las personas que pertenecen al estilo evasivo tienden a tener más compañeros sexuales “de una sola noche” que las del tipo ansioso y que las del tipo seguras. Fieles a su tendencia a la distancia emocional, las personas evasivas suelen contentarse con el sexo sin cariño ni intimidad y, si acaban estableciendo algún tipo de relación, ésta oscila entre la distancia y la coerción, lo que aumenta la probabilidad de que acaben rompiendo la relación o divorciándose para tratar luego de volver con la misma pareja.

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