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Authors: Daniel Goleman

Tags: #Ciencia, Psicología

Inteligencia Social (44 page)

BOOK: Inteligencia Social
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Los resultados de una investigación realizada con cerca de quinientas mujeres casadas, de entre cincuenta y sesenta años, a las que se pidió que respondieran a la sencilla pregunta “¿Cuán satisfecha está usted de su matrimonio?” de las que se realizó un seguimiento posterior durante trece años, nos proporcionan una imagen completamente diferente. Los resultados de esta investigación concluyeron meridianamente que, cuanto más satisfecha se hallaba la mujer, mejor era su estado de salud. Y es que, cuanto más disfruta la mujer del tiempo que pasa con su pareja, cuanto más comprendida se siente, cuanto más coincide con él en las cuestiones económicas, cuanto más satisfecha está de su vida sexual y cuantos más gustos e intereses comparten, los datos clínicos de los hombres y de las mujeres reflejan la misma historia. A fin de cuentas, la presión sanguínea y las tasas de glucosa y colesterol malo de las mujeres que se hallan satisfechas con su matrimonio son inferiores a los de las mujeres que se sienten infelices.

Otras investigaciones que no han diferenciado los datos de las mujeres felices e insatisfechas con su matrimonio han concluido que las mujeres parecen biológicamente más vulnerables que los hombres a los altibajos de su matrimonio. Pero los efectos de esa montaña rusa emocional son selectivos ya que, cuando hay más bajos que altos, la salud de la mujer se resiente mientras que, en el caso contrario, su salud —como la de su marido— se beneficia.

Rescatadores emocionales

Imaginen a una mujer tumbada de espaldas en una camilla que va sumiéndose lentamente en las fauces de un inmenso RMN que sólo le deja libre unos pocos centímetros. Luego escucha el inquietante gemido de los enormes imanes eléctricos girando a su alrededor, mientras contempla una sucesión de imágenes que aparecen en un monitor de vídeo ubicado sobre su rostro.

Cada doce segundos, la pantalla muestra una secuencia de formas geométricas de diferentes colores como, por ejemplo, un cuadrado verde o un triángulo rojo y se le ha dicho que, cuando aparezca una determinada forma y color, recibirá una descarga eléctrica que, aunque no llegue a ser dolorosa, sí resultará desagradable.

A veces afronta la situación a solas, en otras ocasiones, un extraño sujeta su mano y hay veces en que experimenta el reconfortante contacto de la mano de su marido.

Ése fue el problema que tuvieron que afrontar las ocho mujeres que se alistaron como voluntarias para una investigación realizada en el laboratorio de Richard Davidson destinada a averiguar los efectos del apoyo biológico que proporcionan las personas queridas en momentos de ansiedad y estrés. Los resultados demostraron la existencia de una ansiedad muy inferior cuando la mujer sujetaba la mano de su marido que cuando afrontaba a solas la descarga.

El contacto con la mano de un desconocido proporcionaba, por su parte, cierta ayuda, pero tampoco era muy notable. Resulta muy curiosa, en este sentido, la imposibilidad del equipo de Davidson de realizar el experimento a “ciegas” porque, absolutamente en todos los casos, dicho sea de paso, las mujeres sabían perfectamente si la mano que sujetaban era o no la de su esposo.

El análisis RMNf demostró que, cuando las mujeres se enfrentaban solas a la descarga, tenía lugar una activación de las regiones del cerebro social que movilizan la respuesta de emergencia del eje HPA y provocan la descarga de hormonas asociadas al estrés en todo el cuerpo. Si la amenaza no hubiera consistido en una simple descarga, sino en algo mucho más personal —como una entrevista de trabajo hostil, por ejemplo— es casi seguro que los investigadores hubieran asistido a una activación mucho mayor de esas mismas regiones.

Así pues, el contacto de la mano de un ser querido demostró ser muy tranquilizador. Este tipo de investigación arroja mucha luz sobre la importancia que, para bien o para mal, tienen nuestras relaciones, porque nos proporciona una instantánea del funcionamiento del cerebro durante un acto de rescate emocional.

La investigación también concluyó el importante descubrimiento de que, cuanto más satisfecha se siente una mujer con su matrimonio, mayor es el beneficio biológico que proporciona el contacto con la mano de la persona amada. Este descubrimiento parece responder finalmente al viejo misterio científico de por qué algunos matrimonios ponen en juego la salud de las mujeres, mientras que otros, por el contrario, la protegen.

El contacto piel a piel —como hacen también el calor y la vibración— resulta especialmente reconfortante porque promueve la liberación de oxitocina (lo que tal vez explique el alivio del estrés que provocan los masajes o los abrazos suaves y acogedores). La oxitocina actúa como una hormona “reguladora descendente” del estrés, disminuyendo la actividad del eje HPA y del SNS que, cuando perdura mucho tiempo, acaba poniendo en peligro la salud.

La liberación de oxitocina provoca muchos cambios positivos en el cuerpo. Cuando el control de nuestro sistema autónomo pasa del sistema simpático al parasimpático, nuestra presión sanguínea experimenta un claro descenso. En tal caso, el metabolismo cambia desde una modalidad que predispone a la respuesta de la musculatura larga a otra en la que vuelve a acumular nutrientes que posibilitan el desarrollo y la curación. Los niveles de cortisol caen entonces en picado (lo que implica una notable disminución de la actividad del eje HPA), al tiempo que aumenta nuestro umbral al dolor (lo que nos torna menos sensibles a las incomodidades) y también aumenta la velocidad de la cicatrización.

La vida media de la oxitocina en el cerebro es relativamente corta, cuestión de minutos pero, con el tiempo, las relaciones positivas y próximas nos proporcionan una fuente relativamente estable de liberación de ese bálsamo neuroquímico a cada contacto físico, cada abrazo y cada interacción afectuosa. Esta liberación continua de oxitocina —frecuente, por otro lado, cuando estamos con personas que nos quieren— parece uno de los principales beneficios a largo plazo del afecto. De este modo, la misma substancia que nos mantiene cerca de las personas amadas acaba convirtiendo las relaciones afectuosas en una fuente de bienestar biológico.

Recordemos —por regresar al caso de los Tolstoy del que anteriormente hablábamos— que, a pesar del resentimiento que impregna muchas de las páginas de sus diarios, acabaron teniendo trece hijos. Y ello necesariamente implica que, independientemente de los problemas que asediaban a la pareja, el suyo debió ser un hogar en el que abundaba el afecto y en el que se hallaban rodeados de rescatadores emocionales.

El contagio positivo

A sus cuarenta y un años, Anthony Radziwill agonizaba de fibrosarcoma —un tipo de cáncer letal— en la unidad de cuidados intensivos de un hospital de la ciudad de Nueva York. Su viuda Carole nos cuenta que, el día anterior, recibió la visita de su primo John F. Kennedy Jr. que, pocos meses más tarde, acabó muriendo cuando el avión que pilotaba se estrelló cerca de la isla de Martha’s Vineyard.

Cuando John entró en la habitación del hospital, iba todavía ataviado con el esmoquin que llevaba al enterarse de que Anthony había sido ingresado en la UCI y de que, según los médicos, no le quedaban más que unas pocas horas de vida.

Luego, tomando la mano de su primo, empezó a cantar en voz baja la canción de cuna titulada The teddy bears picnic que tantas veces les había cantado su madre, Jackie Onassis, cuando eran pequeños.

Anthony, al borde de la muerte, se unión entonces suavemente a su canto.

Así fue como John, según cuenta Carole, «llevó a Anthony al lugar más seguro que pudo encontrar».

Estoy seguro de que esa afectuosa conexión, que pone claramente de relieve el tipo de contacto más adecuado para ayudar a un ser querido, alivió los últimos momentos de vida de Radziwill.

Esa intuición cuenta hoy con datos sólidos en los que apoyarse, porque la reciente investigación ha demostrado que, en el caso de las personas emocionalmente interdependientes, cada uno desempeña un papel activo en la regulación de las respuestas fisiológicas del otro. Este proceso de acoplamiento biológico significa que los signos que uno recibe del otro poseen la capacidad de movilizar su cuerpo, tanto en un sentido positivo como negativo.

En cualquier relación nutricia, cada uno de los miembros de la pareja ayuda al otro a gestionar sus sentimientos más angustiosos, como hacen los padres que cuidan adecuadamente a sus hijos. Ellos pueden, cuando estamos estresados o alterados, ayudarnos a revisar lo que genera nuestro desasosiego, quizás para responder mejor o simplemente para colocar las cosas en perspectiva pero interrumpiendo, en cualquiera de los casos, la cascada neuroendocrina negativa.

Mantenernos alejados de las personas a las que amamos nos despoja de un apoyo biológico muy importante cuya ausencia seguramente se expresa en forma de añoranza. Y no cabe la menor duda de que parte de la desorganización que experimentamos tras la muerte de una persona querida también refleja la ausencia de esa parte virtual de nosotros mismos. Esa pérdida de un aliado biológico contribuye a explicar el aumento del riesgo de enfermedad o muerte que suele acompañar a la muerte de un ser querido.

De nuevo advertimos aquí la existencia de una curiosa diferencia de género y es que, en situaciones estresantes, el cerebro de la mujer segrega más oxitocina que el del hombre. Esto tiene un efecto tranquilizador que moviliza a la mujer a buscar la ayuda de los demás ... para que se encarguen de sus hijos o para hablar con un amigo, por ejemplo. Según la psicóloga de UCLA Shelley Taylor, cuando las mujeres “cuidan a los demás y hacen amistades”. sus cuerpos liberan una dosis adicional de oxitocina, lo que resulta muy tranquilizador. Este impulso que nos lleva a cuidar a los demás y a relacionarnos con ellos puede ser exclusivamente femenino. Tengamos en cuenta que los andrógenos (las hormonas sexuales masculinas) suprimen los efectos calmantes de la oxitocina, mientras que los estrógenos (las hormonas sexuales femeninas), los potencian. Esta diferencia parece llevar a los hombres y a las mujeres a abordar de manera diferente las amenazas, éstos a solas y aquéllas buscando la ayuda de los demás. Cuando, por ejemplo, se les decía que iban a recibir una descarga eléctrica, las mujeres preferían recibirla en compañía, mientras que los hombres tendían a enfrentarla a solas. Por otra parte, los hombres parecen más capaces de calmar su desasosiego distrayéndose, para lo cual basta, en muchas ocasiones, con una cerveza y un televisor.

Cuantas más amistades profundas tenga una mujer, menos probable es que su cuerpo se deteriore al envejecer y más, por el contrario, que sus últimos años de vida sean más placenteros. La investigación realizada al respecto ha puesto de relieve que el efecto de la falta de amistades es tan intenso, en el caso de la mujer, como el hábito de fumar o la obesidad. Aun después de un golpe tan doloroso como la muerte de la pareja, las mujeres que cuentan con el apoyo de una amistad en la que puedan confiar se recuperan más rápidamente del impacto físico y de la disminución de vitalidad que suele acompañar a la pérdida de un ser querido.

Cada uno de nosotros ha desarrollado algunas herramientas para gestionar adecuadamente sus emociones (como buscar consuelo o revisar lo que le causa problemas, por ejemplo), pero esas herramientas pueden verse complementadas con las que nos proporcionan las personas con las que mantenemos una relación próxima (desde ofrecer consejo o aliento hasta el simple contagio emocional positivo, por ejemplo). La matriz primordial de las relaciones que establecemos con las personas más próximas se asienta en nuestra infancia, es decir, en la fisiología de nuestras interacciones más tempranas. Los mecanismos de este lazo que conecta nuestro cerebro con el cerebro de los demás perduran toda la vida, vinculando nuestra biología a la de las personas con las que más nos identificamos.

La psicología emplea la expresión, bastante desacertada, a mi entender, de “unidad psicobiológica mutuamente reguladora” para referirse a esta combinación en que se relajan las fronteras psicológicas y fisiológicas que habitualmente separan el yo del tú, nuestro yo del yo de los demás. Esta relajación permite una co-regulación bidireccional en la que tiene lugar una influencia biológica recíproca. Resumiendo, pues, no sólo ayudamos (o dañamos) a los demás a nivel emocional, sino también a nivel biológico, porque su hostilidad aumenta súbitamente nuestra presión sanguínea, mientras que su afecto, por el contrario, la disminuye.

Es por todo ello que la pareja, los amigos íntimos o los parientes cercanos en quienes podamos confiar como fundamento seguro constituyen un auténtico aliado biológico. Los nuevos descubrimientos realizados por la medicina sobre la importancia de las relaciones en la salud debería llevarnos a prestar más atención a las relaciones emocionales que mantienen los enfermos graves. No basta, pues, con ocuparnos exclusivamente del tratamiento médico, sino que también deberíamos empezar a prestar atención a esos aliados biológicos que son las relaciones.

La presencia curativa

Cuando, hace ya muchos años, viví en la India rural, me sorprendió enterarme de que los hospitales de la región no solían dar comida a sus pacientes. Pero lo más sorprendente fue la razón que para ello aducían porque, según decían, los pacientes ingresaban acompañado de toda su familia, que acampaba en la habitación, preparaba su comida y, de muchos otros modos, contribuía a cuidarle.

Me parece muy interesante que las personas que aman al paciente permanezcan a su lado día y noche, con lo que su sufrimiento físico no necesariamente debe ir acompañado de un sufrimiento emocional. ¡Qué diferencia con el aislamiento social que habitualmente caracteriza a los hospitales occidentales!

Cualquier sistema sanitario interesado en promover la calidad de vida de sus pacientes debería ocuparse de alentar también su propia capacidad curativa. Basta con imaginar a una paciente tumbada en la cama de un hospital esperando que la operen al día siguiente para darnos cuenta de que no le quedan muchas más alternativas que preocuparse. No olvidemos que las emociones tienden a contagiarse y que, cuanto más estresado y vulnerable se sienta alguien, más sensible es y más claramente registra los sentimientos de las personas que le rodean. No es difícil imaginar dadas estas condiciones que, si la paciente preocupada comparte la habitación con otro paciente que también debe ser operado, la facilidad con la que puede desencadenarse una escalada de ansiedad y miedo. La investigación también ha descubierto que, si en la cama de al lado, yace una paciente que acaba de salir de una operación exitosa —y, en consecuencia, se siente relativamente tranquila y liberada— el efecto emocional sobre su compañera de habitación será más tranquilizador.

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