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Authors: Jack Campbell

Tags: #Ciencia-Ficción

Intrépido

BOOK: Intrépido
12.46Mb size Format: txt, pdf, ePub
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«El mundo ideado por Campbell es tan innovador, detallado, y lógico en sus bases que su serie me recuerda inevitablemente a dos creaciones imprescindibles: la Federación de Hamilton y la cultura de Banks» —Locus

La Alianza lleva combatiendo contra los síndicos todo un siglo y siempre ha acabado perdiendo irremisiblemente. Su única esperanza es un hombre idealizado hasta lo impensable.

Las hazañas legendarias del capitán John Black Jack Geary son bien conocidas por todos. Reverenciado por su forma de resistir heroicamente durante los primeros días de la guerra, se pensaba que había muerto. Sin embargo, un siglo después, Geary regresa milagrosamente después de superar su periodo de hibernación, y acepta a regañadientes tomar el mando de la flota de la Alianza en un momento en el que los síndicos amenazan con aniquilarla. Aunque le abruma toda la parafernalia de héroe que hay montada a su alrededor, Geary sigue siendo un hombre comprometido con su deber. Sin embargo, para ganar esta guerra, tendrá que estar a la altura de la heroica leyenda de Black Jack.

Intrépido, el primer volumen de la serie 'La flota perdida', ha confirmado la valía de un autor imprescindible en el panorama de la ciencia ficción militar actual. La saga de Jack Campbell es original, oscura y perturbadoramente adictiva.

Jack Campbell

Intrépido

Saga La Flota Perdida - 1

ePUB v1.4

elchamaco
05.08.12

Título original:
Dauntless

Jack Campbell, 2006.

Traducción: Roberto Geldo Marcos

elchamaco: (v1.0) 18.02.2012. Escaneado + OCR + 1ª Revisión + Maquetado

Malorix: (v1.1) 25.02.2012. Erratas

Malorix: (v1.2) 04.03.2012. Erratas

elchamaco: (v1.3) 19.04.2012. Arreglados estilos

elchamaco: (v1.4) 05.08.2012. Actualizado a plantilla V2, erratas

ePub base v2.0

A Christine y a Larry Maguire.

Buena gente y buenos amigos que enriquecen nuestras

vidas por el mero hecho de estar ahí.

Para S., como siempre.

Agradecimientos

Estoy en deuda con mi editora, Anne Sowards, por su valioso apoyo y su trabajo de revisión, así como con mi agente, Joshua Blimes, por sus sugerencias acertadas y por su ayuda. Gracias también a Catherine Asaro, J. G. (Huck) Huckenpöhler, Simcha Kuritzky, Michael LaViolette, Aly Parsons, Bud Sparhawk y Constance A. Warner, por sus sugerencias, comentarios y recomendaciones.

1

El aire frío que se colaba en el interior a través de los conductos de ventilación aún destilaba una ligera peste a metal sobrecalentado y equipamiento quemado. A su camarote llegó el tenue eco de una explosión y la nave se paró abruptamente. Mientras al otro lado de la escotilla empezaban a escucharse voces colmadas de miedo, una batida de pies pasó a toda prisa por delante de donde él se encontraba. Pero no se movió, sabedor de que si el enemigo había reanudado el ataque, las alarmas tendrían que estar sonando y en la nave se notaría algo más que un golpe. Además, independientemente de que hubiera o no ataque, no se le había asignado misión alguna que debiese apresurarse a cumplir; no había, por ende, tarea alguna que completar.

Se sentó en el pequeño camarote que le habían dado, de brazos cruzados y con las manos metidas por dentro para intentar ahuyentar un frío interno que no parecía abandonarlo nunca. Desde allí escuchaba los sonidos de la nave y de su tripulación y, siempre y cuando la escotilla siguiera cerrada, podría seguir fingiendo que la nave era la nave que conocía y la tripulación era la gente con la que había trabajado. Sin embargo, aquellas naves y aquella gente ya no estaban allí, y aquello era lo mismo que, indudablemente, debería haber sucedido con él.

Cambió ligeramente de postura, juntando sus manos con más fuerza para combatir el frío que manaba de su interior y, en ese momento, se golpeó una rodilla contra el borde tosco del pequeño escritorio que adornaba el camarote. Se quedó mirando aquel borde, tratando de descifrar qué era aquello. Se suponía que el futuro era suave. Suave y limpio y brillante. Se suponía que no iba a ser más tosco y usado que el pasado. Era algo que sabía todo el mundo. Pero por aquel entonces tampoco se suponía que las guerras pudiesen ser aparentemente interminables, no había manera de imaginar que durasen años y años en los que se fuese borrando hasta el más mínimo vestigio de suavidad y luminosidad de un futuro en el que ahora ya solo se podía aspirar a la eficacia.

—Capitán Geary, se requiere su presencia en el muelle del transbordador —ordenó una voz.

Él tardó un momento en comprender lo que implicaba aquello. ¿Por qué se le reclamaba? Con todo, las órdenes eran órdenes y si ahora le daba por empezar a ignorar la escala de disciplina podría encontrarse con que al final no le queda nada a lo que agarrarse. Suspiró profundamente, y acto seguido se levantó, con las piernas aún rígidas por el frío que sentía tanto dentro como fuera. Las dudas lo invadieron antes de abrir la escotilla. No quería enfrentarse a la gente del exterior, pero finalmente tiró de ella, la abrió y comenzó a caminar.

Los pasillos del crucero de batalla
Intrépido
, perteneciente a la Alianza, estaban repletos de personal reclutado y una amalgama de otros oficiales. Se apartaron a su paso, formando así un camino estrecho que parecía abrirse por arte de magia y que se iba cerrando justo detrás de él a medida que iba caminando con una cadencia pesada y continua hacia el muelle del transbordador. Sus ojos seguían sin posarse de manera fija en ninguna parte y su mirada seguía yendo hacia delante sin reparar en las caras que lo rodeaban. Él sabía qué era lo que se estaría reflejando en ellas. Ya había visto esa mezcla de esperanza e intimidación, aunque ni la comprendía ni la deseaba. Ahora sabía que la intimidación estaría salpicada de angustia y desesperación y, precisamente por eso, ahora menos que nunca deseaba ver esas caras. Como si los hubiera decepcionado, cuando nunca les había prometido nada ni había dicho ser nada más de lo que realmente era.

De repente la multitud se hizo tan densa delante de él que tuvo que detenerse. Una joven oficial miró hacia atrás y lo vio aparecer.

—¡Capitán Geary! —exclamó, con el rostro iluminado por un halo de esperanza irracional.

La oficial tenía una parte de la cara manchada con fluido hidráulico y una escayola de luz en un brazo, que le tapaba una herida sufrida recientemente en una batalla. Su uniforme mostraba marcas de quemaduras en el lado del brazo dañado.

Geary sabía que debía decirle algo a la oficial, pero no fue capaz de encontrar palabra alguna.

—Muelle del transbordador —farfulló finalmente.

—No puede llegar hasta allí por aquí, capitán —repuso con avidez la teniente, fatigada y ajena a la falta de reacción de Geary. Su entusiasmo repentino la hacía parecer tan joven que casi resultaba imposible, lo cual provocaba que Geary se sintiese incluso más viejo.

—Está sellado hasta que reparen los daños ocasionados durante la batalla. ¿Sintió usted el último choque, verdad? Tuvimos que deshacernos de varias células de combustible antes de que explotaran. Pero pronto volveremos a estar preparados. Todavía no nos han derrotado, ¿a que no? No pueden derrotarnos.

—Tengo que ir al muelle del transbordador —repitió Geary lentamente.

La teniente pestañeó.

—Muelle del transbordador. Baje dos niveles y a partir de ahí siga todo recto —indicó—. No tiene pérdida. Me alegro de verlo, señor.

Su voz se quebró al pronunciar la última frase.

¿Que se alegra de verme?
, pensó Geary. La ira al escuchar aquello provocó que ardiese de ira que, por un momento, combatió el frío que seguía sintiendo en su interior. ¿
Por qué
? Con todo, se limitó a asentir con la cabeza y a responder sin mostrar emoción alguna.

—Gracias —espetó Geary.

Tras bajar los dos niveles por las escaleras y seguir recto después, Geary continuó caminando en solitario entre la multitud que seguía abriéndose y cerrándose a su paso. A pesar de sus esfuerzos por no mirar, esta vez sí percibió de reojo caras que reflejaban la misma angustia y se iluminaban con el mismo optimismo chiflado al ver a Geary.

El almirante Bloch esperaba a la entrada del muelle del transbordador, junto con su jefe de personal y una pequeña multitud compuesta por otros oficiales. Bloch se movió hacia Geary y se lo llevó hacia un lugar más apartado para hablar con él en privado. Al contrario que el resto, Bloch no parecía tan desesperado como sorprendido por la batalla que acababa de acontecer, como si todavía no fuese capaz de alcanzar a comprender qué había pasado.

—Los líderes síndicos han aceptado negociar. Insisten en que tanto yo como todos los demás oficiales de mando participen en las negociaciones en persona. No estamos en posición de rechazar sus exigencias. —La voz del almirante sonaba triste, muy distinta del entusiasmo atronador que Geary se había acostumbrado a escuchar en sus años mozos. Sus ojos también mostraban tristeza

—Eso lo deja a usted como oficial de mayor rango en nuestra ausencia, capitán —prosiguió Bloch.

Geary frunció el ceño. No se había parado a pensar en eso hasta aquel momento. Su rango preferente databa del momento en el que fue ascendido a capitán. Pero de aquello hacía mucho tiempo. Y aquel rango comportaba unas responsabilidades.

—No puedo…

—Sí —replicó el almirante Bloch, tras lo cual respiró hondo—. Por favor, capitán. Su flota lo necesita.

—Señor, con el debido respeto…

—Capitán Geary, no lo voy a culpar por preguntarse si estaría usted mejor si no lo hubiésemos encontrado. Yo pensé, al igual que mucha otra gente, que había sido un golpe de buena suerte enorme.
Black Jack
Geary vuelve de entre los muertos para unirse a la flota de la Alianza y conducirla hacia su victoria más grande. —Bloch cerró los ojos durante un instante—. Ahora tengo que dejar la flota en manos de alguien de quien me pueda fiar.

Geary hizo una mueca de disgusto. Deseaba pegarle un grito a Bloch, quería decirle al almirante que el hombre al que quería dejar al mando de la flota no era el que tenía allí delante, que tal persona no había existido nunca. Pero no era solo que los ojos de Bloch estuvieran tristes, y Geary se empezaba a dar cuenta de ello ahora. Estaban muertos. Finalmente, Geary se limitó a asentir lentamente con la cabeza.

—Señor, sí, señor —acató Geary.

—Estamos atrapados. Esta flota es la última esperanza de la Alianza —explicó Bloch—. Doy por sentado que usted lo comprende. Si ocurriese algo… hágalo lo mejor posible. Prométamelo.

Geary tuvo que hacer esfuerzos para frenar un nuevo impulso de gritarle al almirante todas sus objeciones. Sin embargo, habría costado mucho romper todo ese hielo que tenía en su interior y, además, dentro de él seguía latiendo un empecinado sentido del deber que le insistía en que no podía rechazar la petición del almirante Bloch.

—Así lo haré —asintió Geary.

—El
Intrépido
. escuche, capitán. —Bloch se acercó a Geary, hablando aún más bajo—: El
Intrépido
tiene la llave aquí a bordo. ¿Me entiende? Pregúntele a la capitana Desjani. Ella sabe de lo que hablo y se lo podrá explicar. Esta nave debe llegar a casa. Da igual cómo lo consiga. La Alianza tiene que recuperar la llave hipernética. Si lo logramos, todavía habrá una oportunidad y las naves y la gente que hemos perdido no habrán sido en vano. Prométamelo, capitán Geary.

BOOK: Intrépido
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