—¿Alguna novedad sobre las cápsulas de salvamento que lanzamos desde los buques mercantes? —inquirió Geary.
—Están acercándose por detrás de los mercantes en estos momentos. —Desjani se quedó mirando como si le diese la impresión de que había algo que fallaba—. Las defensas orbitales síndicas se han cargado a unas pocas de ellas.
—Mierda —blasfemó el capitán.
—Me apostaría cualquier cosa sin temor a equivocarme a que han dado por supuesto que cuando les dijimos que no las habíamos convertido en armas estábamos mintiendo y, antes que arriesgarse a que los engañáramos, han preferido matar a algunos de los suyos. Ya sabe cómo son —recordó Desjani.
—Lo sé. —Geary meneó la cabeza—. Pero tenía que intentarlo.
Desjani se encogió de hombros.
—Vayamos a lo que nos interesa: el hecho de que las defensas síndicas se hayan visto forzadas a concentrarse en los buques mercantes significa que es razonable pensar que tal vez la mitad de las cápsulas de salvamento llegarán intactas a la superficie —vaticinó la capitana.
—Gracias. Una vez que lleguen allí, la población síndica del planeta va a descubrir que decíamos la verdad —apuntó Geary.
—Supongo que eso les podría hacer sentir mal por haber matado a los síndicos que había en las naves de salvamento restantes —observó Desjani dubitativa.
—Supongo que así será. —Geary se encorvó para estudiar más de cerca las imágenes que se proyectaban delante de su asiento—. No queda mucho hasta el impacto.
—No. —Desjani parecía ahora llena de alegría—. Las instalaciones orbitales son siempre un blanco fácil.
A pesar del malestar que le producía escuchar cuál había sido el destino de algunos de los «tripulantes mercantes» síndicos, el propio Geary casi esbozó una sonrisa al comprobar la exactitud de la afirmación de Desjani.
Una y otra vez, los militares siguieron dando pruebas de que los objetos situados en órbitas fijas no eran solo blancos fáciles sino blancos muertos cuando se enfrentaban a oponentes en movimiento. Aun así, los líderes civiles seguían construyendo fortalezas orbitales de todas formas.
—Hacen que las poblaciones de los planetas en torno a los cuales orbitan se sientan más seguras. Al menos, eso es lo que nos dijeron la última vez que estuve en el espacio de la Alianza. No sé si el razonamiento ha cambiado desde entonces —explicó Geary.
—No lo ha hecho. Siguen sin aprender. Tal vez deberíamos mandarles un vídeo con esto —sugirió Desjani con una nueva sonrisa.
Geary volvió a centrarse en el visualizador, que mostraba una panorámica muy ampliada de la zona cercana al mundo habitado con numerosas etiquetas que aclaraban las identidades de los distintos objetos que había allí. A pesar de los denodados esfuerzos de los defensores síndicos, varios buques mercantes seguían abalanzándose sobre las distintas instalaciones militares orbitales, listas para colisionar en breve. A Geary le entró algo de miedo, no fuera a ser que acabaran impactando contra el planeta por error, pero recordó que los mercantes habían ascendido desde la superficie del sistema hasta llegar a la posición en la que se encontraba la flota de la Alianza y, una vez allí, fueron expelidos de nuevo en dirección descendente. Desde ese ángulo, los buques mercantes se separaron para impactar contra objetivos situados a ambos lados del planeta. Ninguno de ellos estaba situado en un ángulo tal que hiciese que su trayectoria relativa con respecto al planeta fuese una línea recta, así que si alguno acababa rozando la atmósfera del planeta, lo haría de manera oblicua y debería acabar rebotando.
Geary se quedó mirando a los indicadores de tiempo y distancia, lo cual le recordó que estaba observando acontecimientos que habían tenido lugar hacía una hora y media. Las imágenes parecían tan inmediatas que resultaba difícil recordar que la luz que transportaba aquellos acontecimientos llevaba viajando mucho tiempo.
—Diez minutos para avistamiento del primer impacto —recordó el consultor de armamento.
Entonces empezaron a aparecer pequeños fogonazos de luz que parpadeaban alrededor de los puntitos brillantes que eran lo único que Geary podía ver de los buques mercantes. El capitán seleccionó una instalación orbital y centró su atención en ella. A continuación agrandó la imagen hasta que se hizo visible el buque mercante más cercano a su objetivo, más como una nave que como un punto de luz. Un momento después, la nave comenzó a hacerse más grande, hasta el punto de que Geary bajó la vista para comprobar que no estaba siendo él el que seguía ampliando la imagen.
Y no era así.
—El primer mercante con objetivo instalación orbital síndica Alfa ha sido destruido —anunció el consultor de armamento. La nave se estaba haciendo más grande porque el casco se había roto y todo lo que componía la nave y su cargamento se estaban desperdigando ahora por el espacio. Era precisamente la inercia la que seguía conduciendo a los escombros hacia el objetivo aun cuando los motores habían quedado inutilizados.
Algo parecido a unas lanzas infernales salió disparado desde la base síndica y logró limpiar gran parte de los escombros, pero fue incapaz de evitar que quedasen todavía algunos más por la zona. Además, mientras el fuego síndico se concentraba en los escombros del mercante de cabeza, el siguiente en la formación, cuyos motores empujaban con más fuerza aún, se puso a la altura de los despojos del primero. Geary notó cómo la mandíbula se le tensaba al comprobar que las defensas síndicas de corto alcance cambiaban la dirección de su fuego al mercante que seguía intacto, si bien no alcanzaba a comprender cuál era el propósito de aquella maniobra. Era evidente que la instalación no tenía salvación posible. Geary esperaba al menos que las defensas estuvieran en modo automático y que no se hubiese dejado allí a nadie para morir en un intento inútil por salvar la instalación orbital.
Minutos después, el segundo mercante dio de lleno contra uno de los lados de la instalación síndica, lo cual redujo una amplia sección de la misma a pedazos de chatarra. Los restos de la nave también quedaron reducidos a escombros a causa de la colisión, tras la cual salieron rebotados y continuaron su marcha.
Detrás de ella llegó la inmensa nube de escombros del mercante que antes había ido en cabeza, que acto seguido comenzó a impactar contra la instalación. Geary se quedó mirando, fascinado a su pesar, cómo la base orbital síndica se tambaleaba después de sufrir repetidos impactos, mientras toda su estructura se combaba hasta romperse y cientos de toneladas de material se clavaban en ella a una velocidad altísima. Resultaba extraño, pero parecía como si la base síndica se estuviese disolviendo bajo los impactos de aquella oleada de escombros que la estaba destrozando. El plano se bamboleó al hacerse eco el
Intrépido
del movimiento de la instalación. Bajo la fuerza de los impactos provocados por los escombros, los restos de la base síndica empezaron a salir despedidos fuera de la órbita, alejándose más y más del planeta que había estado protegiendo y amenazando a la vez durante quién sabía cuánto tiempo. La imagen se fue volviendo borrosa a medida que los escombros se fueron desperdigando a consecuencia de los impactos que se iban sucediendo uno detrás de otro, lo que acabó dificultando la visión que tenía la flota de la Alianza de todo aquel desastre.
Geary pulsó los botones correspondientes para alejar la imagen de manera que pudiera observar la situación de un modo más general y observó cómo los buques mercantes que quedaban iban pasando por encima del que había sido su objetivo. Como estaba previsto, el ángulo existente entre las trayectorias de los buques y el planeta aseguraba que ninguno de los mercantes acabase incrustándose en el planeta. Uno de los mercantes golpeó la atmósfera superior del planeta con un ángulo muy oblicuo y salió rebotado, si bien la fricción del impacto fue suficiente para romperle el casco y verter toda su carga, que salió despedida por todo el espacio. Otros tres mercantes sí golpearon las zonas superiores de la atmósfera a una gran velocidad, socavando agujeros incandescentes a través del cielo del planeta a medida que sus cascos se evaporaban en forma de plasma. Los restos herrumbrosos de los buques y su carga acabaron saliendo despedidos igualmente hacia el espacio exterior, todavía emitiendo un brillo cegador por el calor irradiado.
—Se lo tienen que haber pasado bien en la superficie del planeta viendo esa escena —murmuró Geary.
—Se ha visto mejor desde el otro lado, capitán Geary —matizó Desjani—. Esa parte del planeta estaba oscura. ¿Quiere la repetición?
—Sí —aceptó Geary.
La diferencia de detalles consistía en que, en esta ocasión, los tres buques mercantes que habían logrado sobrevivir no consiguieron ninguno impactar contra su objetivo, de modo que cada uno de ellos se quedó a diferente distancia; pero al final el resultado fue el mismo, ya que por casualidad el cuarto logró golpear de lleno contra la instalación síndica, sobre cuya superficie horadó un profundo cráter. Aquello destruyó cualquier equipamiento que quedara por allí, aunque solo fuera por la fuerza del impacto. Por ese lado solo había dos buques mercantes que entraron y salieron de la atmósfera, pero Geary tuvo que darle la razón a Desjani. En contraposición a aquel cielo oscuro, el feroz rastro de buques muertos brillaba tanto en lo alto que los sistemas ópticos del
Intrépido
tuvieron que realizar unos cuantos ajustes para rebajar su sensibilidad y que así la imagen no acabara fundiéndose a blanco.
Me pregunto qué pensará de nuestro pequeño espectáculo la fuerza de persecución síndica. Geary comprobó su ubicación. No van a verlo hasta dentro de otras dos horas, así que nosotros no veremos su reacción hasta al menos dentro de ocho horas. Bueno, tampoco es que puedan hacer gran cosa aparte de proferir algún que otro insulto.
—¿
Por qué no hemos recibido otra exigencia de rendición? —preguntó Desjani, como si hubiese estado leyendo los últimos pensamientos de Geary—. Ya ha pasado tiempo más que suficiente para que esa fuerza síndica nos la hiciera llegar.
—Buena pregunta. No perderían nada mandándonos otra. Tal vez ya no tengan intención de ofrecernos la opción de rendirnos más veces —apuntó Geary.
Desjani sonrió aviesamente.
—Con el debido respeto, señor, no creo que los síndicos tuvieran nunca la intención de hacernos una oferta sincera para que aceptáramos la rendición. Fueran cuales fueran las condiciones que nos ofreciesen, e independientemente de las condiciones que nosotros hubiéramos aceptado, no habrían significado nada —afirmó Desjani.
—Teniendo en cuenta lo que le hicieron al almirante Bloch y a sus acompañantes en el sistema interior síndico, no me queda más remedio que estar de acuerdo con usted —reconoció Geary.
—También pensaba en lo que había sucedido en este sistema —recordó Desjani.
—Otro buen ejemplo, capitana. Tiene usted mucha razón. —Geary se rascó detrás de una oreja—. Pero si nunca tienen la intención de acatar las condiciones de una rendición, ¿qué tienen que perder ofreciendo o exigiendo a sus enemigos que lo hagan?
Esta vez fue la copresidenta Rione la que le contestó.
—No quieren dar la apariencia de ser débiles planteando exigencias cuyo cumplimiento no están en posición de obligar —aseveró la copresidenta.
Geary volvió la vista hacia atrás y comprobó que Rione estaba sentada en el escaño destinado a los consultores.
—Discúlpeme, señora copresidenta —se excusó el capitán—. No sabía que había vuelto al puente de mando.
—Entré cuando los buques mercantes síndicos estaban llegando al planeta poblado, capitán Geary. —El rostro de Rione se ensombreció momentáneamente como consecuencia de alguna emoción oscura—. Tengo entendido que el acuerdo que negocié ha sido violado.
—Algo así se podría decir —respondió Desjani con un tono de voz anodino.
—Pero no es culpa suya —añadió Geary, lanzando una mirada en dirección a Desjani.
—En cualquier caso, permítame ofrecerle mis disculpas. —Rione asintió con la cabeza mirando hacia los visualizadores que se erigían delante de los asientos de Geary y Desjani—. Como he dicho, los comandantes de los Mundos Síndicos no pueden seguir exigiendo nuestra rendición. Se trata de una cuestión de política y de imagen. Esta flota ha escapado de una trampa en el sistema interior síndico y ha huido a través del sistema Corvus sin que nada se haya interpuesto en su camino. Cada vez parece más evidente que los comandantes síndicos no son capaces de meternos en cintura. En estas circunstancias, son ellos los que nos deben destruir u obligarnos a que pidamos la rendición en aras de reafirmar su potencial.
Geary se frotó la parte inferior del rostro, sopesando las palabras de Rione.
—Eso suena muy lógico. —El capitán miró a Desjani que, con renuencia, asintió con la cabeza a modo de respuesta—. Puede que haya otra razón también. Le apuesto a que ahora mismo el comandante de esa fuerza de persecución sabe que hay una gran fiesta de bienvenida esperándonos en Yuon. Está suponiendo que, cuando llegue a Yuon detrás de nosotros, estaremos tratando de salir de la emboscada y él llegará para rematarnos. Por eso no querrá hablar de rendición cuando se está viendo a sí mismo o a sí misma a punto de convertirse en el héroe de Yuon.
—Eso es ciertamente posible —corroboró Rione.
Geary volvió a echar un vistazo al visualizador, reduciendo la escala hasta que pudo ver el sistema estelar Corvus al completo. La flota de la Alianza y la fuerza de persecución síndica quedaron ambas reducidas a simples puntitos que se desplazaban a lo largo de las enormes distancias que las separaban de la salida del punto de salto y el nuevo punto de salto. La fuerza de la Alianza había completado la mayor parte del recorrido por Corvus, y solo le faltaba un día para llegar al punto de salto y alcanzar la tan ansiada seguridad en Kaliban.
Lo cual me recuerda que tengo sin terminar un asunto importante que debería atender.
—Estaré en mi camarote —dijo Geary.
El capitán pasó por donde estaba Rione, que le lanzó una mirada que escondía una tímida sombra de sospecha. Una vez que se encontró solo y a salvo, empezó a repasar la lista de nombres que el Capitán Duellos le había hecho llegar para buscar a un nuevo comandante para la
Arrogante.
Se había hecho la promesa de que el comandante Vebos no iba a seguir siendo el capitán de esa nave cuando salieran de Corvus y tenía la firme intención de cumplir su promesa.