Irania (15 page)

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Authors: Inma Sharii

Tags: #Intriga, #Drama

BOOK: Irania
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Aquello era amor aunque yo no lo sabía reconocer.

Después de cenar fui al salón, habían encendido la chimenea. Busqué con la mirada a Kahul pero no estaba. Caminé hasta la sala del taller y lo encontré de espaldas meditando.

Me giré para no molestarlo pero su voz me detuvo:

—¿Querías algo?

—Disculpa ya vendré más tarde —le contesté.

Me hizo un suave gesto con la mano.

—Pasa. No me había quitado los zapatos para entrar y caminé esquivando las alfombras. —Quería disculparme por el plantón de antes. Lo siento. Me acuclillé delante de él. —No debes disculparte, eres tú misma la que debes darte la oportunidad. Yo estoy aquí para enseñar a quien quiera oírme. Pero si no quieres, no hay problema, puedes buscar las respuestas en otros lugares y con otras personas.

—No es por ti, es que es complicado. Mi vida es complicada y me he asustado.

—Somos nosotros quienes la complicamos. La vida en sí misma, es muy sencilla.

—Bueno, a veces son otros los que nos la complican —dije pensando en mi familia.

—Pues no lo permitas. No consientas que dirijan tu vida. —Llevan toda la vida haciéndolo y ahora no sé qué hacer, cómo tomar de nuevo el control. —¿Tienes miedo de equivocarte, verdad? Asentí.

— ¡Pues equivócate! Al menos habrás fallado por tu propia decisión y no por la decisión que hubiesen tomado otros por ti ¿No crees?

—No es tan sencillo.

—¿Por qué no confías en ti? Esa desconfianza está tan arraigada en tu interior que está bloqueando todo tu ser. Tienes miedo de expresarte libremente.

Sentí como mi cuerpo temblaba, unos escalofríos recorrieron toda mi columna vertebral.

—Yo no estoy bien, no debería de haber venido aquí. Mi médico no lo aprobaría.

—Sandra, ¿quién te dijo que no creyeras en ti? ¿Quién te ha anulado de tal forma?

Su pregunta fue catarsis para mí:

—Cuando era pequeña estuve en un centro psiquiátrico —me temblaba la voz—. Me encerraron, ¡fue horrible! No recuerdo mucho pero mis padres me han estado controlando y medicando desde pequeña.

Los ojos de Kahul se tornaron más amorosos, más dulces y comprensivos. Sentí que había compasión en él.

—¿Por qué te encerraron?

—No lo recuerdo.

—No quieres recordarlo. Eras muy pequeña y tu cerebro muy sensible, debió ser una experiencia muy dura, por eso la anulaste. Pero nada permanece oculto para siempre, tu alma quiere sanar eso que tanto te duele, pero es necesario que creas en ti. Si te abres conseguirás sanarlo. Yo puedo mostrarte el camino.

Kahul volvió a ofrecerme su mano y esta vez sí la tomé.

Me sonrió y yo le devolví la sonrisa mientras seguía temblando en mi interior.

Pensé, después de todo, que contar con la ayuda de alguien que veía el mundo con otros ojos no iba a ser tan malo. Que debía darme otra oportunidad, porque después de todo, la ciencia por sí sola no había podido ayudarme.

Olía a desinfectante, era abrumador y me revolvía el estómago. Miré la mesita de al lado de mi cama y la bandeja con comida. No tenía hambre, el pan tenía moho y el agua estaba llena de migas. Miraba con detenimiento los ojos verdes de cristal de mi muñeca de trapo. Mi muñeca se llamaba Eli y no quería dormir.

—¿Por qué no duermes Eli? Yo tengo sueño —le dije.

—No tengas miedo Eli, yo estoy contigo.

De pronto escuché unos pasos acercarse. Me abracé fuertemente a mi muñeca.

El ruido de unas llaves al girar me hizo temblar de pánico. Alguien quería entrar en mi habitación. Lo oía respirar, le olía el aliento desde la cama.

Me arrinconé en la esquina de la pared y me tapé con la colcha.

—Eli no tengas miedo yo te protejo —le dije a mi muñeca mientras la estrujaba contra mi cuerpo.

Entonces sentí una fría y fuerte mano estirar mi pierna. Yo todavía estaba bajo la colcha, y pataleaba con toda la fuerza que tenían mis pequeñas piernas.

— ¡No! —grité.

El intruso me arrancó la colcha y pude ver su horrible rostro de serpiente.

— ¡No! ¡Vete feo! —grité.

— ¡Sandra, despierta! —me dijo Elvira.

Abrí los ojos y junto a mí estaba Elvira y María. Las había despertado con mis gritos. Yo todavía no era consciente de que había tenido una pesadilla.

— ¡Qué horror! —exclamé cuando comencé a revivir las imágenes del sueño en mi cabeza.

—¿Una pesadilla? —me preguntó María.

Elvira me abrazó:

—Tranquila, cielo, es normal. Estos talleres remueven mucho la memoria. Elvira caminó hasta la cómoda y me trajo bolígrafo y papel—. Toma, escríbelo.

La miré confundida y le pregunté:

—¿Para qué?

—Si hubieras estado en clase esta tarde, sabrías que había la posibilidad de que durante el sueño surgieran recuerdos bloqueados. Apunté todo lo que recordaba y para mi sorpresa aquella habitación era la de la clínica psiquiátrica donde había estado ingresada hacía años. Jamás la había vuelto a recordar hasta el sueño, tenía aquella parte de mi infancia completamente en el olvido. Kahul tenía razón, era demasiado doloroso para mí. Recordé mi muñeca Eli, le puse el nombre de mi niñera porque me gustaba mucho.

Recordé la soledad y sobre todo el miedo que pasé. Parecía irreal que hubiera vivido allí y de nuevo el hombre con rostro de reptil ¿qué significaba aquello?, me pregunté. ¿Por qué aparecía en mis sueños, al igual que el sueño que tuve el día del accidente?

No fui la única que había tenido sueños. Muchos de los alumnos, sobre todo los más mentales, según Kahul, habíamos soñado. Habíamos vertido más información del subconsciente para que la trabajáramos sin el estorbo del ego. Ahora estaba fresca y podía haber comprensión sin obstáculos de juicios y razonamientos lógicos.

—Le tenía un pánico atroz a las alturas. En el sueño he visto como caía desde un andamio en una iglesia en Francia. Era albañil, bueno, ayudaba a mi padre. Yo no quería estar allí, tenía mucho vértigo pero mi padre me obligaba. Había mucha miseria en mi casa. Morí muy joven —dijo un alumno de pelo oscuro y rostro aguileño—, y también he visto otra vida donde también caí desde una gran altura. Era marinero, y un golpe de viento soltó una de las velas mal sujetada y me hizo caer. Al menos ahora comprendo el porqué de mi vértigo.

—Bien, Ramiro, es tu historia y solo tu alma sabe el porqué debes recordar esto. Bueno pues si nadie tiene más que añadir doy por finalizado el taller.

—¿Qué significa soñar que te ataca un hombre con cara de reptil? —pregunté.

Kahul me miró sorprendido, quizá ya no esperaba una participación por mi parte.

—¿Qué significa para ti un reptil? —me respondió. Pensé por unos segundos.

—No sé, algo asqueroso.

—¿Asqueroso? —me preguntó con una sonrisa en sus labios— ¿Algo más conciso?

—Frío, sin corazón, sin alma.

—Bueno… pues tú misma te has respondido. Medítalo.

Me despedí de mis dos nuevas amigas con la promesa de un nuevo encuentro. Pero en mi interior sentía que no las volvería a ver. No sabía si era una intuición o mi negatividad a ver que podía tener otras amigas diferentes a mi entorno,
¿en qué parte de mi vida encajaban ellas?,
me pregunté con tristeza.

Kahul se acercó y me tomó las manos.

—Espero que al final saques algo positivo de esta experiencia. Soy consciente que para ti es más difícil que para el resto de los alumnos, ya que no conocías nada de este mundo pero aún así me alegro que hayas venido.

—Gracias por todo. Siento haber roto la armonía del taller pero todavía tengo muchas dudas.

—Cuenta conmigo para lo que sea. Si me necesitas tienes mi teléfono. Es posible que se repitan las pesadillas. ¡Llámame! Esto no lo dudes —me sonrió.

Kahul se acercó más a mí y me abrazó con suavidad. Sentí su abrazo sincero, me hubiera quedado minutos allí entre sus confortables brazos pero mi pudor me hizo retroceder.

—Gracias, lo tendré en cuenta —le dije.

Caminé hasta mi coche arrastrando mi pequeña maleta. Me giré una vez más y Kahul permanecía observándome. Sentí que se preocupaba por mí. Aquel sentimiento me contrarió.

Levanté mi mano y lo saludé justo antes de meterme en el coche.

Al cerrar la puerta y encender el motor sentí una suave palpitación en mi pecho. Algo había cambiado en mi interior, lo presentí.

Cada día al despertar somos algo distintos, es casi imperceptible pero algo cambia. Pero cuando haces algo diferente a lo habitual ya no eres la misma persona. Así me sentí tras el taller, había una parte de mí que había cambiado. Una parte de Sandra se había ido y yo todavía no entendía qué era, porque tampoco se podía medir o pesar y menos analizar. Había habido apertura y crecimiento, expansión y luz, pero todavía lo juzgaba. Una puerta del subconsciente se había abierto y amenazaba con dar guerra pero quizá no fue en el taller, quizá fue tras el coma o quizá nunca se había cerrado solo que yo jamás quise verla o no estaba preparada para hacerlo.

Saber, sabemos; nuestra alma constantemente nos habla, otra cosa bien distinta es que queramos oírla, porque a veces lo que nos quiere decir es diametralmente opuesto a lo que estamos viviendo, siendo o pensando. Nuestras máscaras de ego y razón no quieren alejarse, no desean perder el control y por eso luchan hasta la muerte por hacerse con el total mando de nuestra vida. ¿Quién iba a ganar esta batalla? ¿Irania o Sandra?

Capítulo 9

Te rocías de perfume

pero hueles a rencor.

Porque no hay esencia que cubra la hiel

que desprende tu interior.

Estaba sentada frente a la mesa de la sala de reuniones de la junta. Nos habían convocado a las diez de la mañana para organizar los detalles de la ceremonia de presentación del nuevo medicamento que saldría al mercado. Una nueva patente que prometía curar la hiperactividad infantil: el
pinmetil
.

Miraba absorta, a través de las puertas de cristal, cruzarse por los pasillos a los empleados de las oficinas de Farma-Ros. Todo el mundo tenía una dirección y un propósito, con papeles y carpetas en la mano. Tenían cargos, puestos, cosas importantes que hacer, responsabilidades y yo sentía que en el fondo, aunque se lamentaran del exceso de trabajo, eran felices en su infelicidad. Luego en los descansos frente a la taza del café, los oía quejarse de estrés, alopecia, ardores de estómago y a la vez seguían hablando de lo importante que era entregar los informes “para ayer”, en tanto hablaban con sus secretarias de enviar el regalo de cumpleaños de sus madres o el ramo de flores para su mujer.

Me quedaba abstraída mirándolos, como hipnotizada, al contemplar las máscaras que los cubrían pero que yo tan fácilmente veía. Se sentían importantes pero tras eso, había miedo, se podía palpar, casi oler. Miedo a que en el fondo, sus vidas estuvieran vacías y lo peor… miedo a no ser nadie.

Cuando mi padre entró en la sala observé cómo se reacomodaban los directivos en sus sillones de piel negra. Se percibía admiración pero también miedo.

Yo no sabía por qué me había llamado también a mí, ya que yo no pertenecía al equipo de comunicación y
marketing
pero supuse que siendo la hija del presidente tendría un papel representativo en el evento.

Mi padre le dio una carpeta a su sexagenaria secretaria y esta me la trajo hasta mi puesto en la mesa ovalada.

—¡Estúdialo en profundidad! —me ordenó mi padre— De aquí en adelante, te encargarás de atender a las familias que han accedido a probar el medicamento en sus hijos. Luego serás la encargada de darlos a conocer en la fiesta y de promocionar los excelentes resultados que han tenido en los niños. Tendrás que preparar una pequeña charla para el auditorio. Serás la portavoz del equipo de comunicación.

De pronto todas las cabezas se giraron hacia mí, en especial noté la fría mirada de la ejecutiva de marketing, Lluïsa Alsina. Ella solía hacer esta labor desde hacía años en la empresa, con resultados excelentes.

El corazón me empezó a latir con velocidad, la imagen que empezaba a formarse en mi cabeza me hacía sudar; Yo subida en un púlpito delante de cientos de personas ¡No me lo podía creer!

Y lo que menos creía era que era orden de mi padre. Él sabía que yo era una persona tímida, ¿
a qué venía ese cambio
?, me pregunté.

Cuando terminó la junta me dirigí con paso firme hasta el despacho de mi padre. Todavía no había entrado, di gracias por ello ya que una vez que cerraba la puerta “su perro guardián”, como llamaba todo el mundo a su secretaria, no me iba a dejar entrar.

—¿Papá?

Me evitaba desde el accidente y no tenía muchas esperanzas de que quisiera atenderme.

—Habla rápido, no tengo tiempo —me dijo sin dejar de mirar un informe que tenía en sus manos.

—¿Crees que soy la persona indicada para hablar en la presentación? Bueno, digo… yo creo que Lluïsa lo hará mejor.

Levantó la mirada del papel y me miró.

—Nadie mejor que una Ros, para representar a Farma-Ros. Ya es la hora de que vayas tomando tu lugar en esta empresa, ahora tendrás todo el tiempo del mundo para convertirte en una ejecutiva. Darás tu vida a esta empresa ya que no puedes dar la vida a mis nietos.

Sus palabras se me clavaron en el alma. Me odiaba, lo sentía, y aquella proposición la sentí como un castigo.

La culpa me pudría por dentro y por eso lo acepté. Acepté aquel puesto, y habría aceptado cualquier cosa para que me perdonara, sentía que lo había defraudado, y no solo desde el accidente, sino desde que nací.

—Te quiero a tiempo completo aquí en las oficinas —me dijo casi tras la puerta de su despacho.

Luego dio un portazo.

Al pasar, su secretaria me miró de reojo, percibí cierta satisfacción en su mirada detrás de sus gafas de montura granate.

Aquella mujer que rozaba la jubilación había sido la intermediaria entre mi padre y yo durante muchos años, la que me enviaba las postales y las flores por mi santo o aniversario, el filtro férreo que me impedía acceder hasta él. Reconozco que le tenía cierta manía, inconscientemente la culpaba de la falta de comunicación con mi padre. Pero solo acataba órdenes, luego entendí que ella era un escudo más con el que Don Braulio Ros se protegía.

Me puse de lleno a estudiar la evolución de los niños que ya tomaban el
pinmetil
desde hacía meses. Tenía a mi cargo un equipo de psicólogos y neurólogos que me pasaban los informes cada semana a mi despacho. Aunque mi padre me había dejado al mando sentía que mi labor era solo representativa. Me sentí estúpida.

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