Irania (19 page)

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Authors: Inma Sharii

Tags: #Intriga, #Drama

BOOK: Irania
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—¿Papá, tu no odiabas a los musulmanes?

Y claro tenía que haber pensado que para él no era lo mismo un moro musulmán que un jeque árabe musulmán.

¡Menuda hipocresía!
, exclamé en mis adentros.

—Irania ha vuelto a irse a la luna —dijo Kahul.

Lo miré y me sonrojé.

—Lo siento —le dije.

Me sonrió, sentí que no le importaba.

—¡Deja de llamarme así! —exclamé sonriendo.

—Me gusta el nombre de tu alma, transmite tantas cosas… Me gusta saber que solo tú y yo lo conocemos.

Bajé la mirada, me sentí violenta como si estuviera transgrediendo alguna ley escrita en una ordenanza invisible.
¿Era decente tener secretos con mi profesor?
me pregunté.

Sorbí un poco del té, lo sentí cálido en mis labios, pero de refrescante paladar.

Tomé un trozo de pasta de hojaldre con pistachos, cerré los ojos y la saboreé.

De pronto me sentí transportada a otro lugar, una visión clara se dibujó en mi mente: el silencio del desierto, un campamento de nómadas junto a un pequeño oasis y allí estaba Kahul, lo vi envuelto en telas azules, parecía y vestía como un tuareg. Estaba sereno, en paz.

Abrí los ojos y lo miré fijamente.

—¿Has vivido en el desierto? —le pregunté.

—Sí, durante dos años. Con una familia nómada.

El corazón me dio un vuelco.

—¿Tuaregs? —pregunté con temor.

Kahul me miró con un ligero gesto de asombro.

—Sí —respondió—. Excelente ejercicio de percepción, Irania.

—Te he visto allí. No entiendo, ¿cómo puede ser?

Me lanzó una sonrisa pícara, pero no me respondió. Cruzó sus piernas sobre el cojín y reposó la cabeza sobre la pared. Miró hacia el techo por unos segundos como si buscara parte de sus recuerdos en la tela que colgaba de ellos.

Me vi en la obligación de volver a preguntarle, mi curiosidad se acrecentaba y él no parecía querer salir del lugar donde se hallaba su mente en aquel instante.

—¿Por qué estuviste dos años en el desierto? —le dije enfrentando mi propia timidez.

Bajó su rostro con lentitud y clavó su mirada sobre mí. Tenía dibujada una suave sonrisa en los labios.

—Fui a buscar respuestas. Quería conocer todas las culturas de la tierra, conocer el origen ancestral del hombre, comprender de dónde venimos y porqué hemos llegado a este punto. Quería saber que fue lo que pasó, qué ha hecho que seamos como somos ahora, qué hemos hecho mal, dónde nos extraviamos.

Me impactaron sus inquietudes. Yo nunca me había planteado esas cuestiones tan profundas, estaban demasiado enmarañadas entre miles de pensamientos, emociones, aspectos y proyecciones mentales. Aunque ahora sé que eran el origen primigenio de mi problema.

—Y… ¿encontraste las respuestas?

—No, pero seguí mi camino, entonces viajé a las cumbres del Tíbet, viví en Indonesia, subí las montañas del Perú, busqué el calor de los indios Hopi, crucé el río Amazonas. Busqué la sabiduría de pueblos antiguos pero luego también viví en Nueva York y en Londres y fue aquí en las grandes ciudades que me di cuenta de muchas cosas; de la profunda desconexión que hay con la madre Tierra.

Ahora empezaba a vislumbrar la riqueza interior que Kahul almacenaba entre sus dedos, hilada entre sus cabellos, y que pintaba el brillo del iris de sus ojos y que colgaba de cada uno de los pliegues de la carne de sus labios. Algo que no se ve, pero que se percibe, y estaba lleno, a rebosar.

Apostaría que puse cara de boba, su sabiduría me estaba acomplejando.

—Has viajado mucho, yo también he viajado pero no he llegado a ninguna conclusión más allá de la gran descompensación económica que hay.

—Es muy difícil ver con los ojos de otros.

—¿A qué te refieres?

—Todo el mundo tiene sus propias opiniones. Si realmente quieres ver, tienes que alejarte de aquellos que tienen ideas fijas de lo que son las cosas y te manipulan. Buscar tus momentos de soledad para reflexionar. Así podrás hallar tus propias respuestas. Nadie puede decírtelo, debes descubrirlo por ti misma. Sentirlas con tu propio corazón.

—No me gusta la soledad.

—La soledad a veces es necesaria si quieres descubrir quién eres. Luego podrás de nuevo reunirte con aquellos a los que amas de corazón. ¿No has imaginado alguna vez coger tu maleta y descubrir el mundo? ¿Acaso nunca has viajado sola?

Medité sus palabras, sus sabias palabras, y en efecto sí, lo había imaginado, soñado, anhelado, pero eran sueños, solo sueños. Nunca sentí que pudieran ser reales, y no entendía qué me había impedido realizarlos. Reconocí que estaba llena de miedos, incertidumbres, tareas, obligaciones que otros y que yo misma me había impuesto y siempre tenía mil excusas para no realizar ninguno de mis sueños. Los miedos autoimpuestos me habían impedido hacer cosas que quería hacer. Reconocí que tenía miedo de viajar sola porque había escuchado que era peligroso. Me imaginaba que me atracaban, me quitaban el pasaporte y me encerraban en una prisión asiática con un plato de arroz y un cubo de agua sucia. Miedo a atentados suicidas, miedo a que me secuestraran o me vendieran como esclava en un mercado africano. Miedos que me habían impedido y me impedían realizar muchos sueños que tenía aparcados por ahí, en algún lugar de mi triste corazón, esperando a ser realizados algún día.

¿De dónde habían salido todos esos sentimientos?

—Los periódicos, la televisión, el cine y mucha literatura de poca consciencia tienen la culpa de propagar el miedo. El miedo es muy contagioso, contamina a la gente y esta a su vez a otras gentes, estas gentes lo propagan a sus hijos y así hasta el infinito. Todo aquello que genera miedo no está apoyado por el amor, y todo aquello que no está apoyado por el amor no aporta crecimiento, no es sano para el alma. El miedo es un instinto de supervivencia que debería activarse solo en contadas ocasiones pero no ser el motor de las decisiones de toda tu vida — me respondió como si hubiera podido leer en mis pensamientos.

—¿Entonces son miedos infundados?

—¿Acaso crees que el Universo es tan poco creativo que tiene preparada las mismas experiencias para todo el mundo? Eso no sería creación, evolución, sería involución y destrucción. Por culpa del miedo los hombres se atacan unos a otros, unos por defenderse y otros por precaución.

Me vino a la mente uno de los lemas favoritos de mi padre: Hay que destruir a la competencia antes de que ella lo haga contigo.

Y esto estaba basado en el miedo, el miedo a la escasez. Sonreí en mis adentros porque comprendí que mis padres estaban muertos de miedo, tan seguros y tan poderosos que se creían, también estaban asustados de perderlo todo.

Cuando miré el reloj habían pasado tres horas: eran las nueve de la noche, el pulso se me aceleró.
¿Cómo pudo pasar el tiempo tan a prisa?,
me pregunté.

Me despedí de Kahul de manera atropellada, porque en mi mente solo había una imagen: Joan. El miedo volvió a asumir el control de mi vida.

Cuando llegué a casa aún sentía la esperanza de que Joan hubiera quedado a cenar con algún cliente, pero no. Estaba allí, con una copa de licor en su mano y el televisor encendido en el salón.

—¿De dónde vienes a estas horas?

—Me quedé con Marta un rato más en el spa, luego salí de compras.

—¿Y dónde está lo que has comprado?

Mis manos estaban vacías.

—No me he quedado nada de lo que he visto.

—No me gusta llegar y encontrar la casa a oscuras. Sabes que detesto que no estés para recibirme. Necesito verte después de estar todo el día mirando a través de un microscopio.

Aunque quise mostrar naturalidad, no sabía fingir muy bien, y yo misma me delaté con la cantidad de explicaciones que le estaba dando, ¿por qué tenía miedo? No había hecho nada malo. Pero aún así yo sentía que le había fallado en algo.

—Esto no se volverá a repetir ¿verdad?

—No Joan, te avisaré cuando vaya a llegar tarde. Lo siento se me ha ido la cabeza.

—Ya, para variar —murmuró. Se acercó a mí y me dio un beso en la frente—. Me preocupa que pueda sucederte algo malo.

Tardé un rato en dormirme, las palabras de Kahul me habían calado hondo. Comencé a imaginarme viajando a Perú, me visualicé saltando de un tren a otro con mi mochila a la espalda, sin horarios ni nadie que me esperara en tal sitio, sin agendas, conociendo gentes amables que me ayudaban, divirtiéndome con la compañía de otros viajeros, dejándome llevar por la magia del Universo. Por primera vez en la vida imaginaba un viaje con amor, sin la irrupción de la sombra del fatalismo. La paz que transmitía Kahul se había adherido a las paredes de mi corazón sin yo quererlo ni buscarlo. Yo quería esa paz, quería sentir ese amor y confianza en la vida y en el ser humano.

Una pregunta salió desde mi interior:
¿Cuándo fue que perdí la fe en el hombre?

Capítulo 12

Que tus ojos me cuenten

lo que brota de tu alma.

A una semana de la presentación del
pinmetil
, tendría que haber tenido más claro el discurso que iba a ofrecer, pero no era así. Había doce carpetas sobre la mesa de mi despacho. Las había alineado por orden, aunque no recuerdo cuál era. Las tenía todas visibles, con las fotos de cada niño escaneadas a todo color sobre la portada del dosier.

No sé porqué lo había hecho así, quizá esperaba que ellos pudieran transmitirme las palabras correctas. Miraba sus rostros y yo misma intentaba convencerme que estaba todo bien, que habían mejorado. Sus padres, a los que había entrevistado uno por uno, así lo habían confirmado. Todo era perfecto, el fármaco era un éxito pero yo no conseguía quitarme de la cabeza a Evaristo García.

Para atenuar mi angustia decidí hablar con Joan, él no esperaba que fuera a asaltarle con preguntas a su despacho, pero estaba decidida a que no quedara ni un resquicio de duda sobre el medicamento.

Como ya había imaginado, Joan se sorprendió al verme entrar. Lo cogí a punto de bajar a su laboratorio.

—¡Querida! ¿Qué haces aquí?

—Hola Joan. Necesito saber algunos datos técnicos sobre el
pinmetil
.

Lo noté incómodo.

—¿Cuándo comenzasteis a probarlo con humanos?

—¡¿A qué viene esa pregunta?! Eso no es necesario que lo sepas, no es tu competencia, limítate a presentar a las familias. ¿Acaso se te subieron los humos? —me preguntó con sarcasmo.

Joan comenzó a ponerse la bata blanca, cogió dos bolígrafos, tomó algunas carpetas bajo su brazo y una caja con ampollas de cristal.

Me estaba ignorando. Mi rostro se tornó serio.

—Necesito saberlo —insistí.

—No necesitas saber nada. Si tu padre te ha dado este trabajo es porque le das lástima. Solo eso, el mero hecho de que estés aquí, haciendo que haces algo, me parece tan ridículo y patético. No voy a seguirte el juego.

—Algún día dirigiré esta empresa.

Me lanzó una mirada complaciente.

—Si no eres capaz de dirigir tu propia vida, ¿cómo vas a dirigir una multinacional? No seas ingenua.

Salió del despacho y caminó unos metros.

Sentí que la sangre me hervía de rabia contenida.

—¡Un niño ha muerto por vuestra culpa! —grité sin poder contener las lágrimas en mis ojos.

Joan se detuvo en seco. Algunos técnicos se habían asomado de sus despachos y empleados, que andaban por los pasillos, se detuvieron al oírme gritar.

Aceleró su paso hacia mí, me agarró del brazo y me empujó hacia el interior de su despacho cerrando de golpe la puerta.

—¡¿Es que te has vuelto loca?! ¿O pretendes volvernos locos a todos?

Joan no me había soltado del brazo y me apretaba zarandeándome de un lado a otro.

—El padre de un niño me abordó en el aparcamiento de la clínica de psiquiatría infantil y me dijo que su pequeño se había suicidado por culpa del
pinmetil
.

—¿Quién era ese hombre?

—Evaristo García —le dije— ¡Por favor, suéltame, me haces daño!

Joan soltó mi brazo.

—Y tú vas y te crees las mentiras de otro loco como tú.

—Me dijo que habían más casos de niños que se habían suicidado, el año pasado, al igual que su hijo. No estoy loca, tienes que creerme.

—Vale, pues dile que venga y que hable conmigo.

—No puede ser… —titubeé— está muerto.

—¡Qué casualidad! ¡Estoy harto de tus chifladuras! No me hagas perder el tiempo.

Joan abrió la puerta para marcharse pero lo detuve cogiéndole del brazo.

—Entiende que no podía permitir que nada estropeara la fiesta, ese hombre apareció de la nada, yo me asusté, creí que decía la verdad.

Yo rogaba para que Joan me creyera.

—El
pinmetil
comenzó a suministrarse hace seis meses a doscientos niños. Tienes todos los expedientes a tu disposición. El jefe del equipo médico te dará toda la información que desees, nombres, datos. Verás por ti misma que no existe ningún niño muerto.

Se acercó y me dio un beso en la frente.

—No hables de esto con nadie, —me susurró— por tu bien, porque no sé hasta cuándo voy a poder esconderles a tus padres que estás como un cencerro.

Se alejó dejándome invadida por la duda y la confusión.

Capítulo 13

Debajo de la tierra enterré mis dragones

por si despertaba al oír sus temblores.

Cada año pasábamos todos juntos las fiestas navideñas en la casa de la montaña en el valle de Boí, en los pirineos de Lleida.

Pasaba cinco insoportables días, conviviendo con Joan, mis padres, mis abuelos, la familia de mi hermana Aurora, tíos y tías y algunos primos que no veía nunca durante el año.

A mi madre le encantaban las navidades porque podía comprar y derrochar a gusto para nosotros y para la casa. Con la excusa de tener invitados cambiaba la decoración navideña todos los años y si algún mueble desentonaba también lo cambiaba. Iba a la casa semanas antes junto al decorador y hacían de la casa una verdadera obra de arte. Aunque para mi gusto era como entrar en un centro comercial, no había personalidad, mucha belleza y coordinación cromática pero le faltaba calidez, la imperfección que la hubiera hecho más humana y acogedora.

Mi recuerdo de infancia en la casa era bueno, porque a esa edad no me importaba lo que pensaban de mí, aunque mis primos se rieran de mis rarezas, me compensaba con creces estar en la naturaleza donde me sentía un hada más entre las flores.

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