James Potter y la Encrucijada de los Mayores (19 page)

BOOK: James Potter y la Encrucijada de los Mayores
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Cuando alcanzó la sala común Gryffindor, James pasó agachado por el perímetro de la habitación, evitando los ojos de los allí reunidos, que reían con sus amigos, escuchaban música, discutían sobre los deberes, y haraganeaban en el sofá. Subió rápidamente las escaleras y entró en el dormitorio, que estaba oscuro y silencioso. En los tiempos de su padre, los dormitorios habían estado separados por cursos. Ahora, James se alegraba de compartir habitación con algunos de los mayores. Ellos normalmente daban un aire de consuelo que hacía que todo esto fuera soportable. Necesitaba algo de consuelo ahora, o al menos que alguien notara su desdicha y la validara. Suspiró profundamente en la habitación vacía.

James se aseó en el pequeño baño, se cambió, y después se sentó en su cama, mirando a la noche.

Nobby le observaba desde su jaula junto a la ventana, chasqueando el pico de vez en cuando, deseando salir y buscar un ratón o dos, pero James no se fijó en ella. La lluvia finalmente se agotó. Las nubes se estaban separando, revelando una gran luna plateada. James la observó durante mucho rato, sin saber a qué esperaba, sin comprender en realidad siquiera qué estaba esperando. Al final, lo que estaba esperando no ocurrió. Nadie subió las escaleras. Oía sus voces abajo. Era Viernes noche. Nadie más se iba a ir a la cama temprano. Se sintió absolutamente solo y miserable. Se deslizó bajo las mantas y observó la luna desde allí.

Finalmente, se durmió.

James pasó la mayor parte del fin de semana rondando melancólico por la sala común Gryffindor. Sabía que ni Ralph ni Zane podían entrar sin la contraseña, y no estaba de humor para verles a ellos ni a nadie más. Leyó los capítulos de lectura asignados y practicó movimientos de varita. Se sintió particularmente molesto al descubrir que en su práctica con la pluma no podía llegar a más que una patética carrera alrededor de la mesa. Después de veinte minutos, se empezó a exasperar, gruñó una palabra que su madre no sabía que conocía, y estampó la varita contra la mesa. La varita produjo una ráfaga de chispas púrpura, como sorprendida por el estallido de James.

El castigo de la noche del sábado con Argus Filch llegó. James se encontró siguiendo a Filch por los pasillos con un cubo y una gigantesca fregona. De vez en cuando, Filch se detenía y, sin girarse, señalaba un punto en el suelo, la pared, o un detalle de una estatua. James miraba y allí había un graffiti o un parche de chicle bien pisoteado. James suspiraba, sumergía la fregona, y empezaba a fregar con ambas manos. Filch trataba a James como si este fuera personalmente responsable de cada pintada que fregaba. Mientras James trabajaba, Filch mascullaba y echaba humo, lamentándose por la gran cantidad de tipos de castigo mejores que se le había permitido asignar años atrás. Para cuando a James se le autorizó a volver a su cuarto, sus dedos estaban fríos, rojos y escocidos, y olía al horrendo jabón marrón de Filch.

El domingo por la tarde, James dio un paseo sin rumbo por los terrenos y se encontró con Ted y Petra, que estaban tendidos sobre una manta, aparentemente dibujando patrones de estrellas en pergaminos.

—Ahora que Trelawney comparte Adivinación con Madame Delacroix, tenemos auténticos deberes —se quejó Ted—. Antes solo teníamos que mirar hojas de té y hacer oscuras y condenatorias predicciones. En realidad, era bastante divertido.

Petra estaba apoyada contra un árbol, con mapas arrugados y gráficas sobre el regazo, comparándolos con un enorme libro de constelaciones que yacía abierto sobre la manta.

—Al contrario que Trelawney, Delacroix parece tener la curiosa y arcaica noción de que la Astrología es una ciencia pura —dijo, sacudiendo la cabeza con disgusto—. Como si un montón de rocas rodando por el espacio fueran a saber algo sobre el futuro que se extiende ante mí.

Ted le dijo a James que se quedara por ahí cerca y evitara que hicieran demasiado. Con la impresión de no estar interrumpiendo nada personal, y de que ni Ted ni Petra iban a sacar el tema de la desastrosa prueba de Quidditch, se dejó caer en la manta y estudió el libro de gráficas de estrellas. Diagramas en blanco y negro de planetas, cada uno etiquetado con nombres e ilustraciones de criaturas míticas que rodeaban y giraban lentamente en las páginas con sus órbitas dibujadas con elipses rojas.

—¿De cuál de estos planetas procede el Wocket? —dijo James secamente.

Petra giró una página.

—Ja, ja.

James pasaba las enormes páginas del libro de constelaciones lentamente, examinando los planetas en movimiento y otros símbolos astrológicos.

—¿Entonces como les va a la profesora Trelawney y a Madame Delacroix? —preguntó James después de un minuto. Recordó a Damien insinuando que habría alguna fricción entre ellas.

—Aceite y agua —replicó Ted—. Trelawney intenta ser amable, pero obviamente odia a la reina vudú. En cuanto a Delacroix, ni siquiera intenta fingir que le gusta Trelawney. Son de dos escuelas de pensamiento diferentes, en todo el sentido de la palabra.

—Me gusta más la escuela de Trelawney —masculló Petra, garabateando una nota en su pergamino.

—Todos sabemos lo que piensas, querida —la acalló Ted. Se giró hacia James—. A Petra le gusta Trelawney porque ella sabe que, en el fondo, la Adivinación es en realidad solo un montón de variables al azar que utilizas para ordenar tus propios pensamientos. Petra es una chica práctica, así que le gusta eso porque a pesar de que Trelawney se toma todo este asunto muy en serio, no lo hace, ya sabes, rígidamente.

Petra suspiró y cerró su libro de golpe.

—La Adivinación no es una ciencia. Es psicología. Al menos Trelawney lo demuestra en la práctica, aunque no lo crea. Delacroix... —Tiró el libro a la pila que había junto a ella, poniendo los ojos en blanco.

—Tenemos un examen esta semana —dijo Ted tristemente—. Un auténtico examen de adivinación. Va todo sobre no se que acontecimiento astrológico que tendrá lugar este año. Los planetas se están alineando o algo así.

James le miró interrogativamente.

—¿Los planetas se están lineando?


Alineación
de planetas —dijo Petra pacientemente—. En realidad, es un gran acontecimiento. Solo ocurre una vez cada pocos cientos de años. Eso es ciencia. Saber qué estúpida criatura mítica representa cada planeta, cuál es un dios de alguna panda de primitivos dotty, y qué significa "los armónicos de la matrix de precognición astrológica"... eso no lo es.

Ted miró a James y frunció el ceño.

—Algún día conseguiremos que Petra revele sus auténticos sentimientos al respecto.

Petra le golpeó en la cabeza con uno de los diagramas de estrellas más grandes.

Después, en la cena, James vio a Zane y Ralph sentados juntos en la mesa Ravenclaw. Vio a Zane mirarle una vez, y se alegró de que no intentara acercarse a hablar. Sabía que era extremadamente mezquino por su parte, pero todavía estaba enfermo de celos y vergüenza por su embarazosa actuación. Comió rápidamente, y después salió sin rumbo del Gran Comedor, sin saber a dónde ir.

La tarde era apacible y fresca y el sol se sumergía tras las montañas. James exploró el perímetro de los terrenos, escuchando la canción de los grillos y lanzando piedras al lago. Fue a llamar a la puerta de la cabaña de Hagrid, pero había una nota en la puerta, escrita con letra grande y torpe. La nota decía que Hagrid estaría en el bosque hasta el lunes por la mañana. James se figuró que estaría pasando el tiempo con Grawp y su novia gigante. Estaba empezando a oscurecer. Se giró y se dirigió abatido hacia el castillo.

Estaba de camino a la sala común cuando decidió tomar un desvío. Sentía curiosidad por algo.

La vitrina de trofeos estaba iluminada por una serie de faroles, de forma que las copas, placas y estatuas brillaban centelleantes. James pasó lentamente a lo largo de ella, mirando las fotos de los equipos de Quidditch de décadas atrás con sus uniformes pasados de moda pero sus sonrisas y expresiones de sincera invencibilidad eternamente imperturbables. Había trofeos de oro y bronce, antiguas snitchs, juegos de buggers sujetas por sus cinturones de cuero pero todavía meneándose ligeramente cuando él pasaba.

James se detuvo cerca del final y examinó el despliegue del Torneo de los Tres Magos. Su padre sonreía con la misma incómoda sonrisa, pareciendo imposiblemente joven y revoltoso. James se inclinó hacia adelante y examinó la imagen al otro lado de la copa de los Tres Magos, la de Cedric Diggory. El chico de la foto era guapo, cándido, con la misma expresión en la cara que James había visto en las fotos de los viejos equipos de Quidditch, esa expresión de eterna juventud y absoluta confianza. James estudió la foto. La expresión fue lo que le había hecho hacer la conexión la primera vez que había visto la foto.

—Eras tú, ¿verdad? —susurró James a la foto. No fue realmente una pregunta.

El chico de la foto sonrió, asintiendo ligeramente, como mostrándose de acuerdo.

James no esperaba una respuesta, pero cuando empezaba a enderezarse, algo cambió en la placa que había bajo la Copa de los Tres Magos. Las palabras grabadas se hundieron en la placa dorada, luego, después de un momento, nuevas palabras salieron a la superficie. Deletreando lenta y silenciosamente.

James Potter.

El hijo de Harry.

Un escalofrío bajó por la espalda de James. Asintió.

—Sí —susurró.

Las palabras se hundieron en la nada. Pasaron varios segundos, y después más palabras surgieron.

¿Cuánto

ha pasado?

James no entendió la pregunta al principio. Sacudió la cabeza ligeramente.

—Lo... lo siento. ¿Cuánto ha pasado desde qué?

Desde que morí

James tragó saliva.

—No lo sé exactamente. Diecisiete o dieciocho años, creo.

Las letras palidecieron lentamente. No se formaron más en casi un minuto. Después:

El tiempo es extraño aquí

más largo

más corto

James no sabía que decir. Una sensación de enorme soledad y tristeza se arrastró por el pasillo, llenando el espacio, y al propio James, como una nube fría.

—Mi... —La voz de James falló. Se aclaró la garganta, tragó, y lo intentó de nuevo—. Mi padre y mi madre, Ginny, que antes se apellidaba Weasley... hablan de ti. A veces. Ellos... te recuerdan. Les gustabas.

Las letras se desvanecieron, surgieron.

Ginny y Harry

siempre lo supe

había algo ahí

El fantasma de Cedric parecía estar alejándose, filtrándose al aire del pasillo. Las letras palidecieron lentamente. James habría deseado hacer más preguntas, habría querido preguntar por el intruso muggle, por cómo había entrado, pero ahora no parecía importante. Sólo deseaba decir algo que aliviara la sensación de tristeza que sentía en presencia de Cedric, pero no se lo ocurría nada. Entonces las letras acudieron una vez más, deletreando débil y lentamente.

¿Son felices?

James leyó la pregunta, la consideró. Asintió.

—Sí, Cedric. Son felices.
Somos
felices.

Las letras se evaporaron tan pronto como James habló, y se oyó algo parecido a un largo suspiro a su alrededor, en cierto modo exhausto. Cuando acabó, James miró al pasillo a su alrededor. Podía ver que estaba solo de nuevo. Cuando volvió a mirar a la placa bajo la Copa de los Tres Magos, esta había vuelto a su estado normal, cubierta con elaboradas palabras grabadas. James se estremeció, se abrazó a sí mismo, después se dio la vuelta y comenzó a volver al salón principal. El fantasma finalmente había hablado, y era Cedric Diggory.

Somos felices
, pensó James. Mientras subía los escalones hasta la sala común, comprendió que era cierto.

Se sentía un poco tonto por la forma en que había estado rondando por ahí todo el fin de semana, avivando sus celos y su sensación de fracaso como un brebaje. En este momento, todo eso parecía poco importante. Simplemente se alegraba de estar allí, en Hogwarts, con nuevos amigos, desafíos e interminables aventuras ante él. Corrió a lo largo del pasillo hacia el hueco del retrato, sin desear otra cosa en ese momento que pasar el último par de horas de su primer fin de semana en Hogwarts teniendo algo de diversión, risas, y olvidando la tontería de todo el desastre del Quidditch. Comprendió, a regañadientes, que a algún nivel, incluso había sido un poco divertido.

Cuando entró en la sala común, se detuvo y miró alrededor. Ralph y Zane estaban allí, sentados con el resto de los Gremlins alrededor de la mesa junto a la ventana. Todos levantaron la mirada.

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