James Potter y la Encrucijada de los Mayores (22 page)

BOOK: James Potter y la Encrucijada de los Mayores
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—¡Claro! —dijo James sonriendo. Harry Potter le devolvió la sonrisa y le guiñó un ojo.

—Pero primero —dijo, dirigiéndose al resto del grupo—, nos uniremos a nuestros amigos de Alma Aleron para echar un vistazo a un poco de magia de su propiedad. Se supone que nos encontraremos con ellos en los próximos diez minutos y he pedido a unos pocos más que se unan a nosotros también. ¿De acuerdo?

—Yo no os acompañaré, me temo —dijo McGonagall enérgicamente— Al parecer tendré que mantener un ojo atento a ciertos elementos de la población estudiantil durante su visita, señor Potter. Mis disculpas.

—Entiendo, Minerva —dijo Harry. A James siempre le sonaba raro que su padre llamara a la directora por su nombre, pero ella parecía esperarlo así—. Haz lo que debas, pero no te preocupes por aplastar cada pequeño estallido. Difícilmente valga la pena el esfuerzo.

—No estoy segura de estar de acuerdo contigo en eso, Harry, pero espero ser capaz de mantener el orden de forma imparcial. Os veré esta noche. —Con eso, la directora se dio la vuelta y abandonó la habitación bruscamente, todavía rumiando su enfado.

—¿Vamos entonces? —preguntó la señorita Sacarhina. El grupo comenzó a avanzar hacia una puerta en el lado opuesto de la habitación. Mientras caminaban, Harry se inclinó hacia su hijo y susurró:

—Me alegro de que vengas esta noche. Sacarhina y Recreant no son exactamente los compañeros de viaje más agradables, pero Percy insistió en que los trajera. Me temo que todo este asunto se ha convertido en una cuestión política.

James asintió sabiamente, sin saber lo que quería decir eso, pero contento de que su padre le hubiera hecho una confidencia, como siempre.

—¿Entonces como viajasteis?

—Red Flu —respondió Harry—. No quería hacer una entrada más visible de lo necesario. Minerva nos advirtió de la demostración que los tipos de E.P. tenían planeada.

A James le llevó un momento comprender que su padre estaba hablando del Elemento Progresivo.

—¿Ella sabe lo de esos tipos? —preguntó, sorprendido.

Su padre se puso un dedo en los labios, asintiendo ligeramente con la cabeza hacia Sacarhina y Recreant, que iban delante de ellos, hablando en voz baja mientras caminaban.

—Después —dibujó Harry silenciosamente con la boca.

Después de unas pocas vueltas, el señor Recreant abrió una gran puerta y salió a la luz del sol, el resto lo siguió.

Descendieron una amplia escalera de piedra que conducía hacia abajo hasta una zona de hierba que limitaba con el Bosque Prohibido a un lado y un muro bajo de piedra al otro. Neville Longbotton y el profesor Slughorn estaban de pie cerca del muro, hablando. Ambos levantaron la mirada cuando el grupo se aproximó.

—¡Hola, Harry! —dijo Neville, sonriendo y adelantándose para encontrarse con ellos—. Gracias por invitarnos a Horace y a mí a esto. Hemos sentido curiosidad al respecto desde que los americanos llegaron aquí.

—Harry Potter, vivito y coleando —dijo Slughorn cálidamente, tomando la mano de Harry con las dos suyas—. Ciertamente muy acertado pedirnos que viniéramos. Sabes que siempre me han interesado los nuevos avances en la comunidad mágica internacional.

Harry condujo al grupo a la verja que había en el muro de piedra, la abrió a un pulcro camino enlosado que conducía hacia el lago.

—No me lo agradezcáis a mí. Sólo os he traído para que podáis hacer todas las preguntas inteligentes y que deis sentido a lo que nos muestren.

Slughorn rió indulgentemente, pero Neville sólo sonrió. James se figuró que su padre probablemente estaba diciendo al menos en parte la verdad, y sólo Neville lo sabía.

El grupo se aproximó a una gran tienda de campaña de lona que estaba montada sobre una loma baja con vistas al agua. Una bandera americana colgaba sin viento en uno de los postes de la tienda, sobre una bandera adornada con el escudo de Alma Aleron. Un par de estudiantes americanos estaba charlando cerca. Uno de ellos vio al grupo y los reconoció con un ligero asentimiento de cabeza. Gritó hacia la tienda:

—¿Profesor Franklyn?

Después de un momento, Franklyn emergió por un costado de la tienda, limpiándose las manos con un trapo grande.

—¡Ah! Saludos, visitantes —dijo graciosamente—. Muchas gracias por venir.

Harry estrechó la mano extendida de Franklyn. Aparentemente se habían conocido ya antes y habían acordado este encuentro. Harry se giró y presentó a todos, terminando con James.

—Por supuesto, por supuesto —dijo Franklyn, sonriendo hacia James—. El joven señor Potter está en mi clase. ¿Qué tal estás hoy, James?

—Bien, señor —respondió James, sonriendo.

—Como debe ser, en un día tan estupendo —dijo Franklyn seriamente, asintiendo con aprobación—. Y ahora que hemos cumplido con las buenas formas, síganme, amigos. Harry, estabas interesado en ver como cuidamos de nuestros vehículos, ¿cierto?

—Mucho —dijo Harry—. No estuve aquí para ver vuestra llegada, por supuesto, pero he oído hablar mucho de vuestros interesantes vehículos voladores. Estoy ansioso por verlos, al igual que vuestras instalaciones de almacenamiento. He oído muchísimas especulaciones al respecto, aunque admito que entendí muy poco.

—Nuestro Garaje Transdimensional, sí. Virtualmente ninguno de nosotros entiende mucho de él me temo —dijo Franklyn dudosamente—. De hecho, si no fuera por nuestro experto en Tecnomancia, Theodore Jackson, ninguno de nosotros tendría la más ligera idea de cómo ocuparse de él. Por cierto, os envía sus disculpas por no poder estar aquí para vuestra visita. Se unirá a nosotros esta noche y estará encantado de discutirlo entonces, si tenéis alguna pregunta para él.

—Estoy seguro de que las tendremos —dijo Titus Hardcastle con su voz baja y grave.

James siguió a su padre hasta el costado abierto de la tienda y casi tropieza con sus propios pies cuando miró dentro. La tienda era bastante grande, con complicados postes de madera y armazones que la sujetaban.

Los tres vehículos voladores de Alma Aleron estaba aparcados dentro, dejando suficiente espacio para pulcras líneas de cajas de herramientas, equipos de mantenimiento, repuesto y varios hombres con ropa de trabajo que se movían entre los vehículos activamente. Lo más extraño de la tienda, sin embargo, era que la parte de atrás no existía. Donde James estaba seguro de que debería haber estado la pared de lona que había visto desde fuera, había simplemente aire libre, mostrando una vista que definitivamente no correspondía a los terrenos de Hogwarts. Pulcros edificios de ladrillos rojos y enormes árboles rugosos podían verse en la distancia más allá de la pared desaparecida de la tienda. Incluso más extraño aún, la luz que iluminaba la escena era completamente diferente al brillante sol de mediodía de los terrenos de Hogwarts. Al otro lado de la tienda, la escena estaba iluminada por una pálida luz rosa, las enormes nubes mullidas se teñían de oro a lo lejos. Los árboles y la hierba parecían centellear, como cubiertos por el rocío de la mañana. Uno de los trabajadores asintió hacia Franklyn, y después se giró y entró en la extraña escena, limpiándose las manos en su sobretodo.

—Bienvenidos a una de las pocas Estructuras Transdimensionales del mundo —dijo Franklyn, gesticulando orgullosamente—. Nuestro Garaje, que está simultáneamente aquí, en su residencia temporal en los terrenos del Castillo Hogwarts, y en su localización permanente en el ala este de la Universidad Alma Aleron, Philadelphia, Pensilvania, Estados Unidos.

—Gran Fantasma de Golgamethe —dijo Slughorn, adelantándose lentamente—. Había leído sobre tales cosas pero nunca pensé que viviría para ver uno. ¿Esto es parte de una anormalidad temporal natural? ¿O está orquestado vía encantamientos de transferencia cuántica?

—Por
eso
es por lo que le invité, profesor —dijo Harry, sonriendo y examinando el interior de la tienda.

—El Garaje —dijo Franklyn, colocándose entre el Dodge Hornet y el Escarabajo Volkswagen para dejar espacio al grupo—. Esta es una de las tres únicas burbujas de pluralidad dimensionales conocidas. Lo que significa, digamos, que esta tienda existe dentro de un puente dimensional, permitiendo estar en dos lugares simultáneamente. Así, podemos ver a un lado los terrenos de Hogwarts al mediodía —señaló hacia el lado abierto de la tienda a través del cual habían entrado—, que es lo que podríamos llamar
nuestro
lado de la burbuja transdimensional. Y al otro lado —extendió la mano hacia el paisaje oscuro visto mágicamente a través de la parte posterior de la tienda—, el amanecer de la Universidad Alma Aleron, al otro lado de la burbuja. Les presento al señor Peter Graham, nuestro jefe mecánico.

Un hombre se enderezó de debajo del capó del Stutz Dragonfly. Sonrió y saludó.

—Encantado de conocerles damas y caballeros.

—Lo mismo digo —dijo débilmente Neville, que era el que más cerca estaba.

—El Señor Graham y sus hombres están todos en la mitad americana de la burbuja —explicó Franklyn—. Ya que están específicamente entrenados para trabajar en nuestra flota, lo consideramos el mejor modo de permitirles ocuparse del mantenimiento incluso mientras viajamos. Como pueden suponer, sin embargo, ellos no están técnicamente aquí. —Para ilustrarlo Franklyn extendió la mano hacia uno de los trabajadores que estaba en cuclillas cerca del Hornet. La mano de Franklyn pasó a través del hombre como si fuera humo. El hombre no pareció notarlo.

—Entonces —dijo Harry, frunciendo el ceño ligeramente—. Pueden oírnos, y vernos, y nosotros podemos verlos y oírlos también, pero todavía están allí, en América, y nosotros todavía estamos aquí, en Hogwarts. ¿Por eso no podemos tocarles?

—Precisamente —dijo Franklyn.

James habló:

—¿Entonces cómo podemos tocar nosotros los coches, y también sus mecánicos en América?

—Excelente pregunta, muchacho —dijo Slughorn, palmeando a James en la espalda.

—Ciertamente lo es —estuvo de acuerdo Franklyn—. Y es ahí donde las cosas se ponen un poquito, er, cuánticas. La respuesta simple es que estos coches, al contrario que nosotros, son multi-dimensionales. Todos habrán oído, espero, la teoría de que hay más de una dimensión, más allá de las cuatro con las que estamos familiarizados, ¿verdad?

Hubo asentimientos. James no tenía noticias de una teoría semejante, pero no obstante creyó entender la idea.

Franklyn siguió.

—La teoría manifiesta que hay dimensiones extra, desconocidas para cualquiera de nuestros sentidos, pero aún así reales. Efectivamente, el profesor Jackson ha creado un hechizo que capacita a estos vehículos para conectarse con esas dimensiones, permitiéndoles existir simultáneamente en dos espacios siempre y cuando estén dentro de las paredes de este Garaje. Mientras estén aparcados aquí, cruzan la burbuja dimensional y existen en ambos lugares a la vez.

—Impresionante —dijo Slughorn, pasando las manos a lo largo del guardabarros del Hornet—. Así, efectivamente, su tripulación puede reparar los vehículos a pesar de donde estén en ese momento, y además pueden ustedes permitirse una vista del hogar, incluso si no pueden acceder a él.

—Muy cierto —estuvo de acuerdo Franklyn—. A la vez muy conveniente y con un toque de comodidad.

Neville estaba interesado en los propios coches.

—¿Son realmente criaturas mecanizadas, o son máquinas encantadas?

James perdió interés cuando Franklyn se lanzó a una detallada explicación sobre los coches alados. Paseando por el otro lado de la tienda, miró a los terrenos de la escuela americana. El sol justamente acababa de asomar sobre el techo del edificio de ladrillo rojo más cercano, lanzando su luz rosa sobre el reloj de una torre. Eran poco más de las seis de la mañana allí. Qué increíblemente extraño y maravilloso, pensó James. Con vacilación, extendió la mano hacia afuera, curioso por ver si podía sentir la frescura del aire mañanero en ese otro lugar. Sintió un extraño entumecimiento en las puntas de los dedos, y después el roce de la tela que resultaba invisible. Estaba claro, no podía pasar, o siquiera sentir el aire del otro lugar.

—Que pena que no puedas venir, amigo —dijo una voz. James levantó la mirada. El jefe de mecánicos estaba apoyado en el guardabarros del Escarabajo, sonriendo—. Casi es la hora del desayuno y hoy hay tortilla de champiñones.

James sonrió.

—Suena bien. Aquí es hora de almorzar.

—Profesor Franklyn. —oyó James decir al señor Recreant, con voz más bien ruidosa—. ¿Cómo encaja esta, er, estructura con la prohibición de la Coalición Internacional Mágica sobre magia oscura o no comprobada? Siendo virtualmente única en su especie, parece difícil establecer un registro de seguridad.

—Ah, muy cierto —estuvo de acuerdo Franklyn, mirando firmemente al señor Recreant—. Hemos sido lo bastante afortunados como para no haber experimentado ningún problema hasta ahora, así que hemos pasado más o menos inadvertidos a la Coalición. En cualquier caso, sería difícil probar la amenaza de algún peligro. Incluso un fallo total del hechizo transdimensional del profesor Jackson significaría, en el peor de los casos, que tendríamos que tomar un taxi a casa en vez de utilizar nuestros amados coches.

—Perdóneme —intervino la señorita Sacarhina, mostrando una sonrisa más bien de plástico—. ¿Un qué?

—Lo siento, señorita —dijo Franklyn—. Un taxi. Un vehículo muggle alquilado. Estaba siendo un poco ridículo, por supuesto.

Sacarhina tensó su sonrisa una muesca más apretada.

—Ah. Sí, por supuesto. Tiendo a olvidar la fascinación de los magos americanos por la ingeniería muggle. No puedo imaginar cómo se me pasó por alto.

Franklyn pareció no notar su sarcasmo.

—Bueno, no voy a hablar por mis compatriotas, pero yo admito que disfruto trasteando. Parte de mi aprecio por el Garaje es que me permite supervisar el mantenimiento de mi flota. Nunca me canso de averiguar cómo funcionan las cosas, e intento hacerlas funcionar un poquito mejor.

—Mm-hmm —Sacarhina asintió remilgadamente, mirando a los coches a su alrededor.

Uno de los mecánicos tocó un alambre bajo el capó del Stutz Dragonfly y se produjo en estallido de chispas azules. Con un chirrido y un tirón, las largas alas del coche se desplegaron, batiendo el aire varias veces antes de chillar hasta detenerse otra vez. Neville había tenido que agacharse rápidamente para evitar ser golpeado por ellas.

—Buenos reflejos, Neville —dijo Harry—. Eso fue casi un caso de "mosca estampa a hombre".

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