Read James Potter y la Encrucijada de los Mayores Online
Authors: George Norman Lippert
—No estamos aquí para cogerla ahora —respondió Zane, examinando la sala común—. Solo para descubrir donde podrían ocultarlas.
Incluso en medio de un día primaveral, las habitaciones Slytherin eran una mortaja de cambiante semioscuridad verde.
—
Lumos
—dijo James, iluminando su varita y sosteniéndola en alto—. Este pasillo lleva a los dormitorios de los chicos, ¿verdad, Ralph?
—Sí, el de las chicas está en el otro lado, escaleras arriba.
Zane se lanzó por entre el mobiliario de la sala común, apuntando a las escaleras.
—Redada de bragas en los dormitorios de las chicas. Yo me encargo.
—Espera —dijo James agudamente—. Estará hechizado, ya sabes. A ningún chico se le permite entrar en ningún dormitorio de chicas. Sube ahí, y seguro que dispararás alguna alarma.
Zane se detuvo, mirando fijamente a James, y después dio la espalda a las escaleras.
—Demonios. Han pensado en todo, ¿verdad?
—Además —dijo Ralph desde el otro lado de la habitación—, aquí lo llamamos "ropa interior".
—Tú dices potato, yo digo patata... —masculló Zane.
—¿Podemos volver a lo que estábamos? —dijo James tan alto como se atrevió—. Se supone que estamos buscando formas de hacernos con la escoba de Tabitha. Aunque todo lo que podamos hacer sea averiguar donde la guarda.
—Aunque parezca mentira —dijo Zane remilgadamente—, es en eso en lo que estaba pensando. Por lo que sabemos duerme con esa cosa. Incluso si no lo hace, puedes apostar a que la mantiene lo suficientemente cerca como para protegerla. Eso significa entrar en los dormitorios de las chicas, ¿no?
James sacudió la cabeza.
—No es posible. Estoy empezando a ver lo útil que fue para mi padre tener a tía Hermione como parte de su pandilla. Podía enviarla a comprobar esas cosas. Sin embargo nosotros estamos atascados en esto.
Mientras James terminaba de hablar un ruido llegó desde las escaleras. Los tres chicos se quedaron congelados culpablemente, mirando hacia los escalones. Se oyó un roce de pequeños pies, y entonces un diminuto elfo doméstico llegó bajando y balanceando una cesta de ropa arrugada sobre la cabeza. El elfo se detuvo, viendo a los tres chicos mirarlo fijamente.
—Mil perdones, amos —dijo el elfo, y James pudo ver por el timbre de su voz que era una hembra—. Solo estaba recogiendo la colada, si tienen la amabilidad. —Sus ojos bulbosos saltaban de uno a otro. Parecía desconcertada por haber despertado tan agudo interés. James comprendió que probablemente estaba acostumbrada a ser completamente ignorada, si es que se la llegaba a ver en absoluto.
—No hay problema, ¿señorita...? —dijo Zane, haciendo una pequeña reverencia y dando un paso atrás alejándose de las escaleras. La elfo no se movió. Sus ojos seguían los movimientos de Zane con creciente consternación.
—¿Disculpe, amo?
—¿Su nombre, señorita? —respondió Zane.
—Ah. Er. Figgle, amo. Disculpe, amo. Figgle no está acostumbrada a que los amos y las amas le hablen, amo. —La elfo parecía casi vibrar de nerviosismo.
—Estoy seguro de que es cierto, Figgle —dijo Zane por lo bajo—. Ya ves, soy miembro de una organización de la que tal vez hayas oído hablar. Nos llamamos... uh... —Zane volvió la mirada hacia James, con los ojos muy abiertos. James recordó haber hablado con Zane y Ralph sobre la organización de su tía Hermione para la igualdad de derechos de los elfos.
James tartamudeó.
—Oh. Sí. P.E.D.D.O. ¿Plataforma Élfica de Defensa de los Derechos Obreros?
—Sí, eso —dijo Zane, girándose otra vez hacia Figgle, que se sobresaltó—. Pedo. Habrás oído hablar de nosotros, sin duda. Ayudamos a los elfos domésticos.
—Figgle no lo ha hecho, amo. Ni un poquito. Figgle tiene mucho trabajo, amo.
—Esa es exactamente la cuestión, mi querida Figgle. Nosotros en P.E.D.D.O. trabajamos para aliviar esa carga. De hecho, como acto de buena fe, me gustaría ayudarte ahora. Por favor, ¿me dejas ayudarte con eso?
Figgle parecía positivamente horrorizada.
—Oh,
no
, amo. ¡Figgle no podría! ¡El amo no debería burlarse de Figgle, señor!
James podía ver a donde se dirigía Zane con esta charada, pero dudaba que pudiera llegar a ninguna parte. Los elfos domésticos, especialmente los que trabajaban entre los Slytherins, solían estar acostumbrados a ser maltratados y engañados por sus amos. Figgle tenía aspecto de estar a punto de estallar en lágrimas de miedo.
Zane se arrodilló, poniéndose al nivel ocular de la temblorosa elfa doméstica que estaba en el segundo escalón de las escaleras.
—Figgle, no voy a hacerte daño ni a meterte en problemas. Lo prometo. Ni siquiera soy un Slytherin. Soy un Ravenclaw. ¿Conoces a los Ravenclaw?
—Figgle los conoce, amo. Figgle recoge la colada de los Ravenclaw los martes y los viernes. Los Ravenclaw suelen oler menos que los Slytherin, amo. —La elfa estaba balbuceando, pero parecía más calmada.
—Me gustaría ayudarte, Figgle. Seguro que hay más cosas que cargar. ¿Puedo llevarlas por ti?
Figgle apretó los labios muy fuerte, obviamente bailando en el filo entre su miedo a una broma y su deber de hacer lo que le decían. Sus ojos del tamaño de pelotas de tenis estudiaban a Zane; entonces, finalmente, asintió una vez, rápidamente.
—Excelente, Figgle. Eres una buena elfa —dijo Zane tranquilizadoramente—. Hay más colada arriba, ¿verdad? Veo que la estás apilando aquí junto a la puerta. Yo recogeré el resto por ti. —Dio un paso hacia las escaleras.
—¡Oh, no, amo! ¡Espere! —dijo Figgle, alzando la mano. La cesta de su cabeza se bamboleó un poco y ella la estabilizó con facilidad—. El amo romperá el encantamiento limitador. Figgle no debe dejar que otros vean que la está ayudando.
Figgle saltó ligeramente los últimos dos escalones y se giró hacia las escaleras. Alzó la mano y chasqueó los dedos. Algo cambió en el umbral de las escaleras. James habría jurado que algo parecido a una luz se había apagado, aunque la iluminación de la habitación no había cambiado—. Ahora el amo puede subir. Pero por favor, amo... —De nuevo, Figgle parecía torturada al filo del miedo y la obediencia—. Por favor, el amo no debe tocar nada aparte de la cesta. Después Figgle llevará toda la colada a los sótanos. ¿Por favor? —Parecía estar suplicando para lograr acabar con esto lo antes posible.
—Por supuesto —respondió Zane, sonriendo. Con solo la más ligera de las pausas, puso un pie en el primer escalón. No pasó nada—. Ahora vuelvo, tíos —dijo sobre el hombro, y después trotó escaleras arriba.
James dejó escapar un suspiro y oyó a Ralph hacer lo mismo. Figgle observó a Zane trepar por las escaleras, después volvió a mirar horrorizada a James y Ralph. Ralph se encogió de hombros y le sonrió. Fue, en opinión de James, una sonrisa bastante espeluznante. Figgle no pareció notarlo. Se movió a través del mobiliario, balanceando la enorme cesta con facilidad, y después la colocó en una gran pila cerca de la puerta.
—James —dijo Ralph quedamente—. El mapa.
James asintió y abrió de nuevo el Mapa del Merodeador. Primero miró hacia la zona superior derecha del mapa, donde un grupo de pulcros dibujos ilustraban el campo de Quidditch y las gradas. Docenas de nombres estaban apiñados allí, la mayor parte dentro y alrededor de las gradas, pero unos cuanto se movían en torno al campo. La sesión de entrenamiento de Slytherin todavía estaba en marcha, aunque parecía haber pocos en las escobas en ese momento. Probablemente estaban reunidos en el suelo comprobando la estrategia, hablando o algo así. Comprobó los nombres diseminados entre el campo y las gradas. Allí estaba Squallus, Norbert y Beetlebrick y unos pocos más a los que James no conocía.
Figgle alzó las manos en el mismo gesto que James había visto a los elfos en el Gran Comedor para recoger los manteles. Una pila de colada se apelotonó en una gran bola y las sábanas de las camas se cerraron a su alrededor, las cuatro esquinas se ataron en lo alto. Figgle lanzó un pequeño puñado de polvos rosa sobre la bola gigante de ropa y chasqueó de nuevo los dedos. La colada se desvaneció, presumiblemente para reaparecer en los sótanos. La elfa miró nerviosa hacia las escaleras.
—¿Y bien? —preguntó Ralph a James con voz tensa y preocupada.
—No puedo ver a Tabitha —respondió James, intentando mantener la voz tranquila—. Ni a Philia Goyle. No están ya en el campo por lo que puedo ver.
—¿Qué? ¿Bueno, y donde están?
—No sé. Parecen estar fuera del mapa por el momento.
Figgle les estaba mirando, con los ojos abiertos y alerta. Parecía tener el presentimiento de que algo iba incluso peor que hacía un minuto. James estudiaba el Mapa del Merodeador atentamente, vigilando los grandes puntos en blanco para ver si Goyle y Corsica aparecían fuera de ellos. Mantenía un ojo alerta en el punto en blanco de la puerta de las habitaciones Slytherin.
—Oh, no —dijo, sus ojos se abrieron—. ¡Aquí vienen! ¿Qué hacemos ahora?
—¡Esconde el mapa! —dijo Ralph, su cara se estaba poniendo de un blanco pastoso—. ¡Venga! ¡Zane! —gritó escaleras arriba. No hubo respuesta.
La expresión de Figgle había pasado de alarma a puro pánico.
—¡Viene la señorita Corsica! ¡Figgle ha hecho algo horrible! ¡Figgle será castigada! —Escapó por las escaleras, chasqueando los dedos al pasar. Hubo una repentina sensación de cambio, como si una luz invisible hubiera vuelto a encenderse, y James supo que el encantamiento limitador de las escaleras estaba de nuevo en su sitio. Se oyó un ruido de pasos y voces amortiguadas escaleras arriba y también en la puerta de la sala común. James dobló a toda prisa y rudamente el Mapa del Merodeador y lo metió en su mochila abierta. Ralph se lanzó sobre el sofá más cercano, intentando aparentar una escena de perezosa indolencia. La puerta se abrió justo cuando James se había vuelto a poner la mochila y se giraba.
Tabitha Corsica y Philia Goyle atravesaron el umbral. Sus ojos se posaron sobre James y ambas se quedaron en silencio. Tabitha estaba vestida con una capa de deporte y mallas negras, con la escoba sobre el hombro. Su pelo estaba recogido en una pulcra cola de caballo y aunque solo minutos antes había estado recorriendo el campo de Quidditch sobre su inusualmente mágica escoba, parecía tan fresca y pulcra como un tulipán. Ella habló primero.
—James Potter —dijo amablemente, recobrándose casi instantáneamente de su sorpresa al verle—. Qué placer.
—¿Qué estás haciendo tú aquí? —exigió Philia, frunciendo el ceño.
—Philia, no seas grosera —dijo Tabitha, entrando en la habitación y pasando junto a James jovialmente—. El señor Potter es tan bienvenido entre nosotros como seguramente nosotras lo seríamos entre los Gryffindors. Si no mostramos buena voluntad en estos tiempos difíciles, ¿qué nos queda? Buenas tardes, señor Deedle.
Ralph croó algo desde el sofá, parecía notablemente avergonzado e incómodo. Philia continuaba mirando con dureza a James, su expresión era abiertamente hostil, pero permaneció en silencio.
—Una pena lo del equipo Gryffindor —dijo Tabitha desde una esquina de la habitación mientras colgaba su capa—. Siempre nos han encantado los partidos Gryffindors contra Slytherins en las finales, ¿verdad, Ralph? Estoy segura de que a tus amigos les duele no estar ahí fuera entrenando con nosotros mientras hablamos, James. Por favor, transmíteles nuestras simpatías. Por cierto... —Tabitha cruzó de nuevo la habitación, dirigiéndose hacia las escaleras del dormitorio de las chicas—. Vi a unos cuantos jugadores Ravenclaw en el campo estudiando nuestras tácticas. Interesante que vuestro amigo Zane no estuviera entre ellos. No le habréis visto, ¿verdad? —Golpeó ociosamente el suelo con su escoba, estudiando la cara de James.
James sacudió la cabeza, sin atreverse a hablar.
—Hmm —murmuró Tabitha pensativamente—. Curioso. No importa. Vamos, Philia.
James observó, horrorizado, como Tabitha y Philia comenzaban a subir los escalones. Pensó furiosamente, intentando inventar una distracción rápida, pero no le salió nada.
—¡Que te den! —graznaron de repente un par de voces amortiguadas.
Tabitha y Philia se detuvieron al instante. Philia, en el primer escalón, se giró furiosamente. Tabitha, que estaba delante de ella, se giró mucho más lentamente, con una mirada de sorpresa educada en la cara.
—¿Has dicho algo? —preguntó lentamente a James.
James tosió.
—Er. No. Lo siento, Tengo un, ah, carraspeo en la garganta.
Tabitha le observó durante un largo momento, después inclinó la cabeza ligeramente y entrecerró los ojos hacia Ralph. Finalmente, se dio la vuelta y desapareció por las escaleras con Philia detrás, que los miraba coléricamente. Después de unos momentos, sus pasos pudieron oírse arriba. No hubo gritos furiosos ni señales de lucha.
—¡Vaca estúpida! —graznaron de nuevo las voces amortiguadas.
—¡Ese maldito lunático! —dijo Ralph con voz ronca, levantándose de un salto y cogiendo su mochila— ¿Qué estará haciendo?
—¡Vamos! —dijo James, abalanzándose hacia la puerta—. Si todavía está ahí arriba no podemos ayudarle.
Ambos corrieron por el pasillo y se abrieron paso a través de varios pasillos al azar antes de detenerse finalmente. Jadeando y con los corazones palpitando, sacaron sus patos de goma de las mochilas, examinando cada uno el suyo aunque eran idénticos. Había una palabra garabateada con tinta negra en la parte de abajo de los patos
: ¡Lavandería!
—¡Ese maldito lunático! —dijo de nuevo Ralph, pero casi reía de alivio—. Figgle debe haberle llevado a los sótanos junto con el resto de la ropa sucia. Yo digo que le dejemos allí.
James sonrió.
—No, saquémosle antes de que le metan en un exprimidor de ropa. Probablemente se lo merezca, pero primero quiero saber que ha podido averiguar.
Los dos chicos corrieron hasta encontrar la lavandería en los sótanos. James se detuvo solo una vez para pedir indicaciones a un criado molestamente atento de una pintura con una panda de caballeros cenando.
—Apenas tuve dos minutos para mirar alrededor antes de que Figgle subiera las escaleras como una bala de cañón —dijo Zane a James y Ralph cuando finalmente le encontraron—. Me lanzó un puñado de polvos rosa, y entones poff. Aquí estaba.
Ralph estaba mirando impresionado a las enormes tinas de cobre y las máquinas tintineantes de lavar. Los elfos se afanaban a su alrededor, ignorando completamente a los tres chicos mientras se desplazaban a través del panal que formaba su espacio de trabajo en los sótanos. Dos elfos en una pasarela sobre las tinas echaban carretillas de jabón en polvo al agua espumosa. Copos blancos llenaban el aire y se pegaban como nieve al pelo de los chicos.