Read James Potter y la Encrucijada de los Mayores Online
Authors: George Norman Lippert
—Probablemente no. Todavía están calientes y respiran. Solo que muy, muy despacio. Al parecer estaban aquí en la entrada cuando llegó Merlín. Parece ser que intentaron darle la bienvenida y los liquidó, de algún modo. Durmió a montones de estudiantes, pero estos dos se ganaron algún tratamiento congelante especial. De todos modos, los apartamos del camino para que la gente no les pasase por encima. —Se encogió de hombros y los guió pasando junto a las dos figuras tendidas, hacia los pasillos de más allá de las escaleras.
—¿Dónde está la Torre Sylvven? —preguntó James mientras se apresuraban por los pasillos.
—Es la torre más alta en la parte antigua del castillo. La más estrecha también —contestó Ted, con voz más sombría de lo normal—. No se usa mucho excepto para la astronomía a veces. Es demasiado alta y peligrosa para subir. Petra dice que era una parte importante del castillo hace mucho, mucho tiempo. Cada castillo tenía una, y se la consideraba terreno neutral, una especie de embajada universal o algo así. Las reuniones entre naciones y reinos en guerra se sostenían allí, con un rey a un lado y el rey enemigo al otro. Se permitía que los acompañaran cuatro consejeros, pero el resto tenía que esperar abajo. De vez en cuando, las guerras se decidían y terminaban allí mismo, a veces un líder mataba al otro y lanzaba el cuerpo desde la cima de la torre para que todos lo vieran.
A James se le cayó aún más el alma a los pies.
—¿Quién está allí con él, entonces?
Ted se encogió de hombros.
—No sé. Nos enviaron para encontraros a los tres cuando McGonagall todavía estaba reuniéndolos a todos. Asumo que quería ir a enfrentarlo ella misma. Parecía bastante dispuesta a ello, si me preguntas a mí.
Los cinco estudiantes atravesaron un amplio y bajo arco, entrando en la sección más antigua y menos utilizada del castillo. Después de varios pasillos estrechos y curvos, finalmente se encontraron con la gente. Los estudiantes estaban reunidos en los pasillos, alineados a lo largo de las paredes y hablando en voz baja.
Finalmente, Ted los condujo a una habitación redonda con un techo muy alto; tan alto, de hecho, que se perdía en las oscuras y brumosas alturas de la torre. La planta baja estaba atestada de estudiantes que refunfuñaban con nerviosa excitación. Una desvencijada escalera de madera subía en espiral por la garganta de la torre. Después de un vistazo superficial hacia arriba, Ted comenzó a subir.
James, Zane, Ralph y Sabrina le siguieron.
—¿McGonagall está ahí arriba con…
él
? —preguntó Ralph—. ¿Cómo de, er, buena es?
—Es la directora —contestó Sabrina seriamente—. Es buena.
—Eso espero —dijo James en voz baja.
Subieron el resto del camino en el silencio. Llevó bastante tiempo, y James se sentía notablemente cansado y dolorido cuando alcanzó la cima. Ralph jadeaba detrás de él, tirando de sí mismo con ambas manos sobre la gruesa barandilla. Finalmente, sin embargo, la escalera se abrió a una habitación que se encontraba en la cima de la torre. Era baja, amplia, con pesadas vigas y polvo, y siglos de guano de palomas y búhos. Estrechas ventanas desfilaban alrededor del perímetro de la habitación, revelando porciones de luz matinal. Había varias personas presentes, aunque ninguno de ellos parecía ser la directora o Merlín.
—James —dijo una voz espesa, y una mano cayó sobre su hombro—. ¿Qué haces aquí? Este no es lugar para ti, me temo.
—Fue convocado, profesor Slughom —dijo Sabrina, siguiendo a los demás al interior de la habitación—. La misma directora nos pidió que lo trajéramos, así como a Ralph y a Zane. Deben subir enseguida.
—¿Subir? —jadeó Ralph—. ¿Hay más? ¿Esto no es la cima?
—Ah, señor Deedle —dijo Slughom, atisbando a Ralph—. Sí, me temo que hay más, pero sólo un poco más. Está directamente sobre nosotros. ¿Está segura de esto, señorita Hildegard? Difícilmente este sea lugar para niños.
James pensó que Slughom parecía un poco molesto porque Ralph, Zane y él fueran subir mientras él mismo no.
—Usted estaba en la habitación cuando la directora nos envió a buscarlos, profesor —dijo Ted, permitiendo que una insinuación de severidad se filtrara en su voz.
—Lo estaba —reconoció Slughom, como si el hecho demostrara poco.
—Déjales continuar, Horace —dijo el profesor Flitwick desde un banco cerca de la ventana—. Si han sido convocados, han sido convocados. No estarán mucho más seguros aquí con nosotros si ese salvaje prevalece.
Slughom miró fijamente a James, y luego, con un esfuerzo de voluntad evidente, suavizó su expresión. Se volvió hacia Ralph y le palmeó con firmeza el hombro.
—Represéntenos bien, señor Deedle.
Ted señaló hacia una corta escalera de piedra que sobresalía del suelo de madera y subía hasta una trampilla en el techo. James, Ralph y Zane se acercaron y subieron despacio los desgastados peldaños. La trampilla no estaba cerrada. James la empujó y la luz se vertió, cegándolo momentáneamente mientras subía a la superficie superior.
Era casi exactamente del mismo tamaño y forma que el Santuario Oculto, construida casi completamente de piedra, menos por el suelo de madera en el centro, con la trampilla abierta. Pilares de mármol rodeaban la estancia, pero no había ningún techo. La luz matinal llenaba la cima de la torre, brillando sobre las gradas de mármol blanco y de piedra.
Merlín estaba sentado a pocos metros de distancia, de cara a los tres muchachos cuando emergieron al suave viento y la cálida luz. Su cara era glacial e estaba inmóvil, sólo sus ojos se movieron para mirarlos.
—Señor Potter —la voz de la directora sonó calmada—. Señor Walker y señor Deedle. Gracias por unirse a nosotros. Por favor, pónganse a mi izquierda. Oiremos su relato dentro de poco.
James se giró mientras Zane cerraba la trampilla. McGonagall estaba sentada tras ellos, frente a Merlín. Estaba vestida con un flamante vestido rojo mucho más llamativo y ostentoso de lo que James le había visto usar jamás. La hacía parecer más joven y terrorífica, como una especie de reina tirana. Las sillas sobre las que ella y Merlín se sentaban estaban incrustadas en la piedra de la grada más baja, de modo que ambos se miraban mutuamente a través del suelo de madera del centro.
A la izquierda de McGonagall, alineados a lo largo del borde de la grada más alta, había cuatro asientos tallados más, aunque estaban mucho menos ornamentados. Sentados en ellos estaban Neville Longbottom, el profesor Franklyn, y Harry Potter.
—¡Papá! —James suspiró, una sonrisa de alivio y alegría iluminó su cara. Subió corriendo los peldaños hacia su padre.
—James —dijo Harry en voz baja, con cara severa—, me dijeron que habías desaparecido. Nos tenías muy preocupados. Yo mismo habría salido tras vosotros, pero recibimos la noticia de que habías sido encontrado sólo momentos después de mi llegada.
—¿Cómo lo supieron? —preguntó Ralph, frunciendo la frente.
Harry se permitió una sonrisa ladeada y mostró un pato de goma Weasley. En su parte inferior, la letra de Ted había garabateado:
¡Encontrados! ¡Estaremos allí enseguida!
—Este es de Petra Morganstern, pero dijo que sacó la idea de vosotros tres. Muy práctico.
—Lo siento, cogí el mapa y tu capa, papá —dijo James apresuradamente—. Sé que no debí hacerlo. Realmente organicé un buen lío. Merlín regresó y todo es culpa mía.
Harry lanzó una mirada significativa a las sillas del centro de la sala.
—No seas tan duro contigo mismo, hijo. Tendremos mucho tiempo para hablar de eso más tarde. Por ahora, creo que tenemos otros asuntos que atender.
James se volvió hacia la directora y Merlín. Casi los había olvidado con el entusiasmo y el alivio de ver a su padre.
—Cierto. Lo siento.
Los tres muchachos permanecieron de pie en la grada superior, junto a Harry, Neville y Franklyn. James advirtió por primera vez que el otro lado de la grada estaba ocupado por un número sorprendente de pájaros y criaturas, todos observando fijamente a Merlín.
Había búhos y palomas, cuervos y también algunos halcones, todos colocados sobre el parapeto, sobre los cuatro asientos tallados, y en el suelo de las dos primeras gradas. Sentados incongruentemente entre ellos, también observando fijamente al hombre barbudo, había una amplia una variedad de criaturas que James reconoció como animales domésticos. Ranas y ratas se apretujaban cuidadosamente entre los pájaros. Incluso el gato de Zane, Pulgares, estaba allí, sentado cerca del frente, su nariz blanca y negra meneándose nerviosamente.
—¿Qué decía, profesor Longbottom? —dijo McGonagall, su mirada todavía estaba fija en la enorme e inmóvil figura de Merlín.
Neville se removió y se levantó.
—Simplemente deseo mostrar mi objeción a su conversación con este… este intruso, que ha entrado violentamente en esta escuela con quién sabe qué objetivo infame en mente, hablando en una lengua que nosotros, sus compañeros y colegas, desde hace mucho no podemos entender ni seguir. Entre esto y su, debo admitir, sorprendente atavío… bien, seguramente usted debe saber lo que nos parece.
—Le pido disculpas, señor Longbottom, y al resto de ustedes —dijo McGonagall, finalmente apartando la mirada de Merlín y mirando a los ojos de los reunidos a su izquierda—. Lo había olvidado. Este caballero proviene de unos tiempos de formalidad y ritual. Le recibo como espera ser recibido, con la vestimenta ceremonial de mi posición. Me temo que cuando nos vio por primera vez asumió que todos nosotros, incluidos los profesores y yo misma, éramos campesinos que de algún modo habían logrado invadir el castillo. Era sumamente impropio en su tiempo que el Pendragón se presentase con una especie de saco descolorido que es con lo que él confundió nuestras ropas. En cuanto al idioma…
—Puedo hablar en la lengua de sus siervos si así lo desea, señora Pendragón —interrumpió Merlín con su voz grave y vibrante—. Aunque no adivino por qué se digna a hablarles como a iguales cuando deberían ser azotados por semejante impertinencia.
McGonagall suspiró y cerró los ojos. James tenía el presentimiento de que este tipo de malentendido había venido ocurriendo desde hacía rato.
—Son mis colegas, no mis subalternos, señor. Esta es otra época, me temo que debo seguir recordándoselo. No soy el Pendragón de un reino. Soy Pendragón sólo de una pequeña porción de tierra, todo lo que está a la vista de esta torre. Pero sí, por favor hable de modo que todos podamos entenderle.
—Como desee, señora —contestó Merlín—. ¿Asumo que su consejo está totalmente presente, entonces?
—Así es. James Potter, Ralph Deedle, Zane Walker —dijo la directora, mirando a cada muchacho sucesivamente—. Este hombre reclama ser Merlinus Ambrosius, devuelto al mundo de los hombres desde tiempos desconocidos por la acción combinada de su aprendiz espectral y otros cinco individuos. ¿Qué pueden contarnos de esta historia?
James contestó, explicó, tan bien y tan sinceramente como pudo, cómo las tres reliquias de Merlín llegaron a combinarse en la isla del Santuario Oculto. Procuró proclamar, para su propia vergüenza, como el profesor Jackson había querido proteger la túnica y mantenerla lejos del Santuario frustrando al plan de Madame Delacroix, pero James sin querer había arruinado sus intenciones.
—Es culpa mía —explicó tristemente—. Ralph y Zane sólo ayudaron porque yo les convencí. Quería… —hizo una pausa y tragó saliva—. Quería resolver la situación, creo. Pero lo estropeé todo. Lo siento.
La cara de McGonagall era serena pero ilegible cuando James terminó. Él se quedó abatido, pero poco después sintió la mano de su padre sobre el hombro, cálida y fuerte. Suspiró.
Merlín paseó la mirada sobre los allí reunidos y los que estaban junto a los asientos, luego hinchó el pecho despacio.
—El plan de Austramaddux abusó de las intenciones de muchos, por lo que veo; unas buenas y otras malas. Asumo, sin embargo, que después del testimonio de este muchacho no hay duda sobre mi identidad. Permítanme repetir, entonces: He sido, al parecer, blanco de una horrible campaña de mentiras y difamación. Según veo, ha llegado a ser popularmente aceptado que yo era, en mis tiempos, una criatura caprichosa y deshonrosa, un hombre de alianzas egoístas y astucia infinita. Eso no es más cierto que la letanía de virtudes exageradas en la historia de ese villano Voldemort al que usted me ha descrito. Yo no era más malvado que una tormenta. Maté sólo cuando no había ninguna esperanza de arrepentimiento o esclavitud. Cobré deudas sólo de los que merecían pagar, y aún así un tercio de mi riqueza fue para los pobres y la iglesia. No soy ningún monstruo para ser buscado por estas patéticas criaturas a las que usted gratuitamente llama "malignas", cuya propia maldad es apenas una vela frente a las antorchas de iniquidad que observé en mis tiempos.
—No dudo que usted lo crea —declaró McGonagall—, pero seguramente sabe que las leyendas del oscuro corazón del mago más poderoso del mundo empezaron aún antes de que diera un paso fuera de su propio tiempo, mientras todavía andaba sobre la tierra. Muchos vivieron temiéndole.
—Sólo aquellos cuya maldad o ignorancia se prestaron a ese error —dijo Merlín, con voz grave—. Y aún en ese caso yo probablemente me habría acercado a ellos con la vara en vez de con la espada.
—Puede ser, Merlinus, pero usted mismo sabe que se metió en artes que en su tiempo eran permitidas en teoría, pero no
muy
permitidas. Se expuso a corrientes de magia que le separaron del resto de la humanidad; corrientes que eran, de hecho, más de lo que la mayoría de los seres humanos podría tocar y permanecer cuerdos. Usted cambió tras ese chapoteo. Quizás hasta se corrompió por ello. Incluso debe haber dudado de su propio juicio alguna vez. La moralidad ambigua de Merlinus Ambrosius era bien conocida, como lo era su actitud arrogante hacia las vidas de los no mágicos. Legítimamente, se sospechó que podría ponerse del lado de los que deseaban la destrucción y la subyugación del reino muggle. No puedo hablar por su propio tiempo, pero en el nuestro los que desean la guerra con el mundo Muggle son nuestros enemigos jurados. Su lealtad debe decidirse antes de que podamos permitirle abandonar esta sala.
—¿Se atreve a desafiar a un noble como yo? —preguntó Merlín, con voz plana y tranquila—. ¿Y a sugerir que no podría borrarlos a todos de la faz de la tierra simplemente con un amplio gesto de mi brazo si lo deseara?
—Me atrevo a hacer ambas cosas, y por una buena razón —dijo McGonagall firmemente—. Sus motivos eran dudosos en sus tiempos, como opinan incluso los mejores historiadores. Continúa siendo así en esta época. Y en cuanto a sus poderes, pueden ser formidables, pero incluso en su época, la corriente de la que extraía su poder disminuía a medida que la tierra era subyugada. No finja que no fue esa su mayor razón para avanzar en el tiempo. Esperaba volver a una edad en que las corrientes de la tierra estuvieran restauradas, cuando su poder sería nuevamente inagotable y completo. Pero esta no es esa época. La corriente está ahora más segmentada que nunca. Su poder aún puede ser grande, y en verdad podría derrotar a los aquí reunidos, pero no es en ningún caso invencible. Escoja con cuidado con quién se alía en esta época, Merlinus.