James Potter y la Encrucijada de los Mayores (68 page)

BOOK: James Potter y la Encrucijada de los Mayores
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—Puede que sea solo una representación de la auténtica —dijo juguetonamente—, conjurada a partir del polvo de este lugar, como esta versión de mí misma, pero te aseguro, Theodore, que es exactamente tan poderosa como yo crea que es. No me obligues a destruirte.

Jackson se detuvo en el acto, pero su cara no cambió.

—No puedo dejar que sigas adelante con esto, Delacroix. Lo sabes.

—¡Oh, pero si ya lo has hecho! —cacareó ella alegremente. Señaló con la varita a Jackson y la ondeó. Un rayo de fea luz naranja salió disparado de ella, enviando a Jackson volando violentamente hacia atrás. Aterrizó con fuerza sobre los escalones superiores, gruñendo de dolor. Luchó por incorporarse, y Delacroix puso los ojos en blanco.

—Héroes —dijo desdeñosamente, y ondeó de nuevo la varita. Jackson salió volando otra vez y chocó contra otro de los pilares que delineaban el Santuario. Se quedó colgado allí, aparentemente inconsciente.

—Y ahora —dijo ella, apuntando perezosamente su varita en dirección a James y Ralph—. Por favor, únanse a mí.

Los dos chicos fueron levantados del suelo y transportados el resto de los escalones. Cayeron torpemente sobre sus pies en el espacio cubierto de hierba al fondo del Santuario, directamente delante del espectro de Madame Delacroix. Sus ojos eran verde esmeralda y penetrantes.

—Dadme la túnica. Y por favor, no me obliguéis a haceros daño. Solo lo pediré una vez.

La mochila resbaló del hombro de James y golpeó el suelo a sus pies. La miró, sintiéndose atontado y absolutamente impotente.

—Por favor —dijo Delacroix, y ondeó su varita. James cayó de rodillas como si algo extraordinariamente pesado hubiera aterrizado sobre sus hombros. Su mano se hundió dentro de la mochila, aferró la túnica, y la sacó. Ralph intentó agarrarla, pero parecía atrapado en su lugar, incapaz de moverse más de unos centímetros en cualquier dirección.

—¡No, James!

—No lo haré —dijo él desesperadamente.

Los ojos de Delacroix centellearon codiciosamente. Extendió la mano y tomó delicadamente la túnica de entre las de James.

—El libre albedrío está sobrevalorado —dijo frívolamente.

—No ganará —dijo James furioso—. No tiene todas las reliquias.

Delacroix alzó la vista de la túnica, cruzando su mirada con la de James con una expresión de educada sorpresa.

—¿No, señor Potter?

—¡No! —dijo James, rechinando los diente—. No conseguimos la escoba. Todavía la tiene Tabitha. Ni siquiera estoy seguro de que ella sepa lo que es, pero no la veo trayéndosela, de cualquier modo. —Esperaba tener razón. No veía la escoba por ninguna parte, e indudablemente Tabitha no parecía estar presente, a menos que estuviera escondida, como habían estado ellos.

Delacroix rió ligeramente, como si James acabara de hacer un chiste buenísimo.

—Ese era el lugar perfecto para ocultarlo, ¿verdad, señor Potter? Y la señorita Corsica el individuo perfecto para guardarlo por mí. Tan perfecto que no tuvo usted nunca la más mínima oportunidad de descubrir que era, de hecho, una astuta treta. Por interesante que pueda ser la escoba de la señorita Corsica no es más que un cebo conveniente. No, al igual que la túnica, el báculo de Merlín también se encuentra de camino hacia mí esta noche, al contrario de lo que pueda usted creer. Lo han cuidado muy bien, de hecho.

El inmensamente hermoso espectro de Madame Delacroix se giró hacia Ralph y extendió la mano.

—Su varita, por favor, señor Deedle.

—N... no —protestó Ralph, su voz fue casi un gemido. Intentó retroceder.

—No me hagas insistir, por favor, Ralph —dijo Delacroix, alzando su propia varita hacia él.

La mano de Ralph se alzó de un tirón y fue a su bolsillo trasero. Temblando, sacó su ridículamente enorme varita. Por primera vez, James vio lo que era. No era solo inusualmente gruesa y redondeada en un extremo. Era parte de algo en un tiempo mucho más grande, desgastado por la edad, pero todavía, como había mostrado repetidamente, extremada e inexplicadamente poderosa. Delacroix extendió la mano, casi refinadamente, arrebatando el báculo de Merlín de la mano de Ralph.

—No tenía sentido arriesgarme yo misma a ser capturada al introducir a escondidas algo así en la escuela. Claramente alguien la habría detectado si hubiera estado en mi posesión. Así, que me las arreglé para que les fuera vendida a usted y a su encantador padre, señor Deedle. Yo era el vendedor, de hecho, aunque con un disfraz diferente. Espero que haya disfrutado utilizando el báculo. Bastante poderoso, ¿verdad? Oh, pero ahora veo —añadió, mostrándose casi compadecida—, todos creían que era usted el poderoso, ¿verdad? Lo siento mucho, señor Deedle. ¿De verdad creyó que se le habría permitido entrar en el Santuario si no hubiera estado en posesión del báculo? Seguramente, incluso usted puede ver lo gracioso que resulta, ¿verdad? Usted, un nacido muggle. Por favor, perdóneme. —Rió otra vez, ligera y maliciosamente.

Se dio la vuelta entonces y muy cuidadosamente empezó a colocar las reliquias sobre el trono. James y Ralph se miraron miserablemente el uno al otro, y luego James intentó mirar hacia atrás a Zane, que todavía estaba pegado al pilar tras ellos, pero la oscuridad era demasiado espesa.

Madame Delacroix retrocedió alejándose del trono, respirando con una gran bocanada excitada. Se colocó entre Ralph y James, como si fueran compañeros.

—Allá vamos. Oh, estoy tan complacida. Está mal decirlo, pero todo ha funcionado exactamente como yo había planeado. Disfrutad del espectáculo, mis jóvenes amigos. No puedo garantizar que Merlinus no os destruya a su llegada, pero seguramente no lo consideraréis un alto precio a pagar por presenciar algo así.

La túnica de Merlín había sido tendida sobre el respaldo del trono, como si Merlín simplemente fuera a ponérsela encogiéndose de hombros cuando apareciera. El trozo del báculo de Merlín estaba apoyado contra la parte delantera del trono. El rayo de la luz combinada de la luna y las estrellas se había vuelto muy brillante, dibujando en el centro de la zona cubierta de hierba de abajo una línea apagada que atravesaba la oscuridad desde al hueco del techo abovedado. Las tres reliquias resplandecían a la trémula luz plateada. El momento de la Senda de la Encrucijada de los Mayores había llegado.

James oyó algo. Sabía que Madame Delacroix y Ralph lo estaban oyendo también. Los tres giraron las cabezas, intentando localizar la fuente del ruido. Era bajo y susurrante, llegaba de todas direcciones a la vez. Era trémulo y distante, casi como una nota baja de cientos de flautas lejanas, pero se hacía más fuerte. Madame Delacroix miró alrededor, su cara era una máscara de júbilo, pero aún así James estaba seguro de que, fantasma o no, había también un indicio de miedo en esa cara. De repente aferró los brazos de ambos chicos en sus manos de acero.

—¡Mirad! —jadeó.

Hebras de niebla llegaban de entre los pilares del Santuario, trayendo el sonido con ellas. James miró alrededor. Las hebras se filtraban también entre las ramas del techo abovedado. Eran tan insustanciales como humo, pero se movían de forma inteligente, con creciente velocidad. Serpentearon hacia el trono y allí comenzaron a agruparse. Las hebras se combinaban, se contorsionaban y colapsaban, formando solo formas nebulosas al principio, y después endureciéndose, enfocándose. Una línea de barras horizontales ligeramente curvadas se coaligaron en el centro del trono. Con un estremecimiento involuntario, James vio que eran las costillas de un esqueleto. Una espina dorsal creció de ellas, hacia arriba y hacia abajo, conectando con dos formas más, el cráneo y la pelvis. Esto, comprendió James, era una aparición que se efectuaba a cámara extremadamente lenta. Los átomos de Merlín estaban reuniéndose, luchando por oponerse a la inercia de siglos. El sonido que acompañaba a la aparición crecía a la vez de volumen y tono, ascendiendo a través de octavos y volviéndose casi humano.

—Eh, reina vudú —dijo de repente una voz inmediatamente detrás de James, haciendo que los tres saltaran—. Esquiva esto.

Un gran leño se estampó contra la cabeza de Delacroix, desintegrándola en cientos de terrones de tierra húmeda. Instantáneamente, la maldición confinadora sobre James y Ralph desapareció. James se dio la vuelta y vio a Zane sujetando el otro extremo del leño, arrancándolo del amasijo del espectro de Delacroix, que estaba luchando por reconstituirse. De los hombros para arriba, Delacroix parecía estar hecha enteramente de tierra, raíces retorcidas y gusanos. Las manos del espectro arañaban hacia el cuello arruinado, intentando volver a reunir los terrones de tierra para que tomaran forma.

—¡Se olvidó de mí cuando Merlín comenzó formarse! —gritó Zane, liberando el leño y colocándoselo sobre el hombro—. Me caí del pilar y simplemente agarré la primera cosa pesada que encontré. ¡Cojamos la túnica y el báculo! —Zane balanceó el leño como si fuera un bate de béisbol, arrancando uno de los brazos de Delacroix del hombro. Este golpeó el suelo y se rompió en una masa de tierra y gusanos.

James saltó hacia adelante y aferró un manojo de la túnica de Merlín, estirando la mano izquierda a través de la forma del mago que se reconstituía. Tiró, pero la túnica luchó, intentando mantener su posición.

Hundiendo los talones en la suave tierra, James tiró tan fuerte como pudo. La túnica se escurrió a través del trono, atravesando la forma esquelética sentada en él. La forma se aferró a los brazos del trono y pareció gritar, llevando al máximo el tono fantasmal, que subió otro octavo. Ralph se lanzó hacia adelante y aferró el báculo, que estaba creciendo en longitud a la vez que la figura del trono ganaba solidez. Retrocedió hacia atrás con él, sujetándolo en alto sobre su cabeza.

El espectro de Madame Delacroix parecía debatirse entre recuperar su forma e intentar conseguir que la túnica y el báculo volvieran a su lugar. Ondeaba salvajemente el brazo que le quedaba hacia Ralph, dando zarpazos hacia la túnica que estaba entre las manos de James. Zane danzaba tras el espectro, alzando el leño en alto y después hundiéndolo otra vez, enterrándolo casi hasta la cintura de la desintegrada figura. James miró hacia el trono de Merlín y vio que la figura que había allí, que ya tenía un esqueleto completo con musculatura fantasmal colgando de él como musgo, se retorcía horriblemente, empezando a fundirse otra vez en niebla. El sonido de la aparición de Merlín se había convertido en un grito agudo.

Y entonces, como llegada de ninguna parte, otra figura se unió a ellos. Surgió de la oscuridad de más allá del Santuario Oculto, moviéndose con terrible velocidad. Era la dríada de las uñas azules horriblemente largas, pero solo apenas. Había algo más moviéndose dentro de la forma, como si la dríada fuera solo un disfraz. Una nueva voz se unió al aullido agudo del Merlín a medio formar.

¡Amo! ¡No! ¡No te fallaré! ¡Tu momento ha llegado al fin!

La figura se dividió de algún modo, abandonando completamente la forma de la dríada. Se convirtió simplemente en dos enormes y negras garras. Estas se lanzaron simultáneamente sobre James y Ralph, aferrando la túnica y el báculo y dejando a los dos chicos despatarrados sobre los escalones de piedra. Las garras giraron, colocando las reliquias otra vez en sus lugares, y después se retrajeron, convirtiéndose en polvo, como si estuvieran exhaustas.

La figura del trono se estremeció violentamente, volviendo a dibujarse, y las hebras de niebla rugieron hacia ella, solidificándose ahora con terrible velocidad. Los huesos se cubrieron de músculos, capa a capa. Florecieron órganos dentro del pecho y el abdomen, formando las venas. El cuerpo llenó la túnica, y la túnica tomó forma sobre él. La piel cubrió el cuerpo como rocío, primero una membrana transparente, pero aumentando de grosor, ganando color y bronceado. Los dedos aferraron el báculo, que había crecido hasta tener dos metros de largo, punteado gentilmente abajo con un pesado y nudoso extremo. Corrían runas por todo el báculo, pulsando con una débil luz verde.

El ruido del retorno de Merlín se resolvió con un largo grito, y el mago finalmente exhaló, con la cabeza hacia atrás, las cuerdas de su cuello tensas como alambres. Después de un largo momento, cogió su primer aliento en miles de años, llenando su enorme pecho y bajando la cabeza.

¡Amo!
gritó una voz fantasmal. James miró de la figura del trono a la forma en que se habían convertido las horrendas garras. Era un hombrecillo, casi invisible. Jadeaba, con la cabeza calva brillando a la débil luz de la luna
. ¡Has vuelto! ¡Mi tarea está completada! ¡Me siento aliviado!

—He vuelto —estuvo de acuerdo la voz de Merlín. Su cara era pétrea, los ojos estaban fijos en el fantasma—. ¿Qué tiempo es este en el que me has retornado, Austramaddux?

¡E... El mundo está listo para ti, Amo!
, tartamudeó el fantasma, con voz aguda y asustada.
Yo... yo... ¡esperé al momento perfecto para tu venida! ¡El equilibrio entre los mundos mágicos y sin magia está maduro para tu mano, Amo! ¡El momento... el momento ha llegado!

Merlín miraba al fantasma, completamente inmóvil.

¡Por favor, Amo!
gritó Austramaddux, cayendo sobre sus fantasmales rodillas.
¡He estado observando durante siglos!¡Mi tarea... mi tarea era más de lo que podía soportar! Esperé tanto como pude. ¡Sólo ayudé un poquito! ¡Encontré a una mujer, Amo! ¡Su corazón estaba abierto a mí! Ella compartía nuestras metas, así que yo... ¡yo la animé! ¡La ayudé, pero solo un poco! ¡Un poco!

La mirada de Merlín pasó de Austramaddux al espectro de Madame Delacroix, que se había reconstituido casi por completo. Esta se había puesto de rodillas, y cuando habló, su voz sonó como salida de una boca llena de tierra.

—Soy tu sierva, Merlinus. Te he convocado para que completes tu destino, liderarnos contra los gusanos muggle. Estamos preparados para ti. El mundo está maduro para ti.

—¿Este títere hecho de suciedad debe ser mi musa? —dijo Merlín, con voz baja pero casi atronadora en su intensidad—. Veámosla como es, entonces, no como desea que la vean.

Delacroix se enderezó y empezó a hablar, pero no salió nada. Su mandíbula se movía, casi mecánicamente, y entonces, profundos y ahogados sonidos comenzaron a emerger de su garganta. Las manos del espectro volaron hacia arriba, aferrándose el cuello, después arañándolo, hundiendo en él las largas uñas hasta que este comenzó a pelarse en tiras lodosas. Su garganta se hinchó, casi como la de un sapo, y el espectro se inclinó de repente por la cintura, como si fuera a vomitar. Los ojos de Merlín estaban fijos en el espectro y su báculo brillaba ligeramente, las runas ondeaban con su luz interior. Finalmente, violentamente, el espectro de Madame Delacroix inhaló y la mandíbula se abrió de par en par, más allá de los límites lógicos. Algo surgió de la boca horrible y abierta. Se derramó en el suelo ante ella. El cuerpo del espectro se encogía mientras el amasijo salía por su boca. Era casi como si el espectro se estuviera volviendo del revés, vaciándose a sí mismo por su propia boca, hasta que todo lo que quedó fue la cosa que yacía bocabajo en el suelo, contorsionante y horrenda. Era la auténtica Madame Delacroix, de algún modo transportada desde su remota localización segura y vomitada por su propia marioneta. Se retorcía en el suelo como si sufriera un gran dolor, con su forma extremadamente delgada y huesuda, los ojos velados en sus órbitas, mirando ciegamente al cielo.

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