James Potter y la Encrucijada de los Mayores (63 page)

BOOK: James Potter y la Encrucijada de los Mayores
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James lo veía.

—Había... —empezó, y luego tuvo que aclararse la garganta—. ¿Había luna llena?

Ted asintió sombríamente, lentamente.

—Finalmente, conseguí dormir. Pero desde entonces, ha empeorado. Al final del último año escolar, finalmente comencé a bajar a las cocina bajo el Gran Comedor, donde trabajan los elfos. Tienen una gran despensa de carne allí abajo. Empecé a... bueno, ya sabes. Comer. Tiende a ser un poco asqueroso. —Ted se encogió de hombros, después pareció desechar la cuestión—. De cualquier modo, la cuestión es, que obviamente no me salté completamente todo el asunto del hombrelobo. Mi padre me proporcionó su propia sombra bajo la que vivir, ¿no? No le culpo por ello. Por lo que sé no irá a peor. Y no es tan malo. Me ayuda a ganar peso para la temporada de Quidditch, al menos. Pero... da miedo, un poco. No sé como manejarlo aún. Y me asusta que alguien más lo averigüe. La gente... —Ted tragó saliva y miró con dureza a James—. La gente no responde bien a los hombreslobo.

James no sabía si mostrarse de acuerdo con eso o no. No porque fuera incierto, sino porque no estaba seguro de si Ted necesitaba que se lo confirmaran.

—Apuesto a que mi padre podría ayudarte —dijo James—. Y yo también. No tengo miedo de ti, Ted, aunque seas un hombrelobo. Te conozco de toda la vida. Quizás podríamos, ya sabes, arreglarnos como hacían tu padre y sus amigos. Él tenía
su
James Potter para ayudarle, y tú el tuyo.

Ted sonrió, y fue una enorme y genuina sonrisa.

—Eres un imbécil, James. Odiaría tener que comerte. Aprende a convertirte en un perro gigante como Sirius, y quizás ser un hombrelobo no sea tan malo después de todo, contigo trotando a mi lado. Pero casi me olvido de por qué he sacado el tema. —Ted se inclinó hacia adelante, con ojos serios—. Tú tienes la sombra de tu padre bajo la que crecer, igual que yo. Pero yo no puedo escoger ser como mi padre o no. Tú si puedes. No es una maldición, James. Tu padre es un gran hombre. Escoge las partes de él que valen la pena, y sé así, si quieres. Las otras partes, bueno, esa es tu elección, ¿no? Tómalas o déjalas. Esos son los lugares en los que puedes escoger ser incluso mejor. Eso es lo que te hace ser tú, no simplemente una copia de tu padre. Yo creo que pedir ayuda está bastante guay, si quieres mi opinión. Y no solo porque signifique que puedo ayudarte a tomarle el pelo a Tabitha Corsica.

James se quedó sin habla. Simplemente se quedó mirando a Ted, inseguro de lo que sentir o pensar, inseguro de si lo que Ted estaba diciendo era cierto o no. Solo sabía que le sorprendía y humillaba, en el buen sentido, oír a Ted decir lo que había dicho. Ted cerró el gigantesco libro que tenía delante con un fuerte golpe.

—Vamos —dijo, poniéndose en pie y recogiendo los libros—. Ayúdame a llevar esto a la sala común para que Petra pueda echarle un vistazo antes del partido. Va a tener que ayudarme con este asunto o estamos condenados. La cena es dentro de una hora, y después de eso vamos a estar bastante ocupados durante el resto de la tarde, ya sabes lo que quiero decir.

La tarde del último partido de Quidditch de la temporada fue fría y brumosa, cubierta por un velo de nubes intranquilas y grises. Silenciosos y extraordinariamente taciturnos, los Gremlins trotaban a través del túnel de detrás de la estatua de St. Lokimagus el Perpetuamente Productivo. Cuando alcanzaron los escalones que conducían al interior del cobertizo del equipamiento, Ted aminoró la marcha y avanzó de puntillas. Para entonces, Ridcully probablemente ya hubiera sacado el baúl de Quidditch del cobertizo, pero no hacía ningún mal ser precavido. Ted se asomó por la entrada, y vio solo algunos estantes polvorientos y unas pocas escobas rotas, y después indicó por señas a los demás que le siguieran.

—Todo despejado. Deberíamos estar a salvo aquí, ahora que Ridcully ya ha estado y se ha marchado. Él es el único que utiliza el cobertizo.

Ralph subió los escalones y miró cautelosamente alrededor. James recordó que Ralph no había estado la noche en que él y los Gremlins habían utilizado este túnel secreto para alzar el Wocket.

—Es un túnel mágico. Solo funciona en un sentido —susurró a Ralph—, nosotros podemos volver por él porque así vinimos, pero cualquier otro solo encontraría el interior del cobertizo del equipamiento.

—Genial —jadeó Ralph seriamente—. Es bueno saberlo.

James, Ralph y Sabrina se presionaron contra la parte de atrás del cobertizo para asomarse por la única y mugrienta ventana. El campo de Quidditch yacía tras el cobertizo, y pudieron ver claramente tres de las gradas, ya casi llenas de estudiantes con banderines y profesores, todos abrigados contra el inoportuno frío.

Los equipos de Ravenclaw y Slytherin se apiñaban a lo largo de extremos opuestos del campo para observar a sus capitanes estrecharse las manos y oír el tradicional sermón de Ridcully sobre las reglas básicas del juego.

—Había olvidado todo esto —dijo Sabrina quedamente—. Todo el asunto del apretón de manos. Ese Zane es un tipo bastante agudo.

James asintió. Había sido idea de Zane escenificar la broma de la escoba durante los momentos inaugurales del partido, en esos pocos minutos en los que ambos equipos salían de sus vestuarios bajo las gradas para observar el ritual de apertura. Era una idea genial, porque era el único momento en que las escobas de los equipos se separaban de sus propietarios, dejadas atrás en los vestuarios hasta que los jugadores las recogían para su gran vuelo de presentación.

—Es la hora —dijo Ted, palmeando a James una vez en el hombro—. Ahí está ya Corsica.

James tragó saliva para pasar el nudo de su garganta que sentía como un trozo de mármol. Su corazón estaba ya palpitando. Sacó la Capa de Invisibilidad de su mochila, la abrió de una sacudida y la lanzó sobre su cabeza y la de Ralph. Cuando se acercaban a la puerta, Petra susurró ásperamente,

—Puedo verte los pies, Ralph, agáchate un poco más.

Ralph se acuchilló y James vio como el borde de la capa tocaba la tierra alrededor de sus pies.

—Permaneced agachados y moveos con rapidez —instruyó Ted. Se giró y espió entre las tablas de la puerta.

El cobertizo estaba colocado en una esquina del campo, justo dentro del límite mágico erigido por los árbitros del partido. La puerta daba al campo, visible solo desde las gradas Slytherin que estaban justo al lado.

—Parece lo bastante despejado —dijo Ted, con la cara presionada contra las grietas de la puerta—. Esperemos que todo el mundo esté mirando al campo y no a este cobertizo. —Con eso, abrió la puerta y dio un paso a un lado. James y Ralph se escurrieron a través de ella y James oyó la puerta cerrarse a su espalda.

El viento era veloz e impredecible. Barría a través del campo y soplaba inquietamente la Capa de Invisibilidad, azotándola alrededor de las piernas de los chicos.

—Alguien va a verme los pies —gimió Ralph.

—Ya casi estamos —dijo James por debajo del ruido de la multitud—. Solo quédate cerca y agáchate.

A través de la tela transparente de la Capa de Invisibilidad, James podía ver la boca oscura del umbral del vestuario Slytherin. Las grandes puertas estaban abiertas de par en par, cogidas a las paredes de las gradas para evitar que el viento las cerrara. Los jugadores Slytherin estaban alineados a lo largo del campo en el extremo de la puerta, lo bastante cerca como para que una palabra descuidada y un roce de sus zapatos pudiera ser notado. James contuvo el aliento y resistió la urgencia de correr. Lentamente, los dos chicos pasaron junto al jugador Slytherin más cercano, Tom Squallus, y se deslizaron en el interior. Dentro, el viento desapareció y la capa colgó inmóvil. James dejó escapar el aliento en un cuidadoso siseo.

—Vamos —susurró casi silenciosamente—, no tenemos mucho tiempo.

James sabía lo que los Gremlins tenían planeado, aunque él no iba a ver nada. Zane, que estaba observando junto con sus compañeros de equipo Ravenclaw en el otro extremo del campo, se lo contó todo después. Cuando Tabitha y Gennifer Tellus, la capitana de Ravenclaw se reunieron con Ridcully en la línea central, un extraño sonido empezó a construirse en el aire en lo alto. Durante todo el día, el cielo había estado encapotado e indolente, cargado de nubes grises, pero ahora, cuando los espectadores y jugadores miraron hacia arriba, las nubes comenzaron a girar en pesados círculos. Había un cúmulo de nubes directamente sobre el campo, que giraba sobre sí mismo, bajando cada vez más mientras la multitud observaba. El ruido general de la asamblea se acalló, y el sonido de las nubes en medio de ese silencio era un profundo y vibrante gemido, largo y amenazador. Solo Zane miraba hacia el cobertizo del equipamiento en la esquina más alejada del campo. Solo él pudo ver las siluetas de Ted y Petra, agachados en las esquinas de la diminuta ventana, con las varitas alzadas, jugando con las formas nubosas. Sonrió, y entonces, en el momento preciso y cuando todo el campo estaba en silencio, gritó a pleno pulmón,

—Al Quidditch le importa un pimiento el clima, ¿verdad, Gennifer?

Hubo una oleada de risa nerviosa que cruzó las gradas más cercanas. Gennifer miró a Zane un momento, después volvió a mirar al embudo que bajaba hacia ella. Como a cualquier otro Gremlin, Ted la había puesto al tanto de su plan, pero Zane podía ver por su nerviosismo que no era una buena mentirosa. Ni Ridcully ni Tabitha Corsica parecía preparados para moverse. Corsica solo miraba a las nubes, con el pelo azotando salvajemente alrededor de su cara, y la varita visible en la mano. La expresión de Ridcully parecía de sombría determinación.

—Señoras y caballeros. —La voz de Damien resonó por las gradas desde su lugar en la cabina de prensa—. Parece ser que estamos experimentando algún tipo de fenómeno atmosférico extremadamente localizado. Por favor, permanezcan en sus asientos. Probablemente estén a salvo allí. Los que están en el campo, por favor quédense donde están. Los tornados no te ven si no te mueves.

Entre la multitud, alguien gritó,

—¡Esos son los dinosaurios, cabeza hueca!

—Es el mismo concepto —respondió Damien con su voz amplificada.

Sabrina y Noah salieron disparados del cobertizo, agachándose contra el viento fuerte. Se escurrieron hasta la zona de mantenimiento en la base de las gradas Hufflepuff. El marcador lo manejaban estudiantes Hufflepuff, pero los aperitivos para el evento los preparaban los elfos en una cocina en la parte de atrás. Noah y Sabrina pasaron a lo largo de la grada y se detuvieron en una puerta abierta.

—Eh, colegas, ¿habéis visto lo que está pasando ahí? —gritó Sabrina sobre el creciente ruido del ciclón—. El tiempo se está volviendo un poco loco, ¿no?

Un elfo de aspecto gruñón en la parte de atrás de la cocina, bajó de su tubería.

—¿Y qué queréis que hagamos nosotros al respecto, eh? ¿Queréis que disparemos una carga de polvos pixie calmatormentas por los oídos, quizás?

—Solo estaba pensando en la sección cincuenta y cinco, párrafo nueve del Acuerdo de Coalición de los Elfos de Hogwarts —gritó Noah, apoyándose en la puerta—. Dice que los elfos son responsables de la seguridad en los terrenos en momentos de clima inclemente. Lo de ahí afuera parece bastante inclemente, diría yo. ¿Quizás os gustaría que Sabrina y yo cerráramos y atrancáramos las puertas de los vestuarios hasta que se acabe esto? Vamos, Sabrina.

El elfo taponó la tubería con el nudo formado por la servilleta que le hacía de taparrabos y saltó hacia adelante.

—¡De eso nada! —Se giró y gritó hacia las profundidades de la cocina—. ¡Oi! ¡Peckle! ¡Krung! ¡Seedie! Tenemos trabajo que hacer. En marcha.

Los cuatro elfos pasaron rápidamente junto a Sabrina y Noah. El elfo gruñón gritaba sobre el hombro mientras avanzaban.

—Muchas gracias, amo y ama. Ahora disfruten del partido.

Cuando los elfos corrían entre el viento hacia las puertas de los vestuarios, el tornado finalmente había tocado tierra. Lamía la línea central a tres metros a la derecha de Tabitha Corsica, y durante unos momentos esta lo observó, fascinada. Mucha gente comentó después lo impresionante que fue, era indudablemente el ciclón más pequeño que habían visto jamás. La hierba, donde la tocaba, ondeaba, pero el poder del tornado decayó significativamente después de treinta metros o así, de forma que los de las gradas se vieron relativamente poco afectados.

Gennifer había girado y corrido hacia el extremo del campo para unirse a su equipo. Ridcully no pareció notarlo. Todavía de pie en el centro del campo junto a él, Tabitha Corsica manoseaba su varita y mirada alrededor, ahora ignorando el contorsionante tornado. Parecía estar buscando algo.

En las profundidades del vestuario bajo las gradas Slytherin, James y Ralph oían el ruido del tornado y el crujir de las gradas cuando el viento presionaba contra ellas.

—¿Cuál es? —preguntó Ralph mientras James apartaba la capa—. ¡Hay tantas!

James recorrió la fila de escobas apoyadas contra las taquillas. Allí, en la esquina más alejada de la puerta, una escoba colgaba en el aire como esperando a su jinete.

—Tiene que ser esta —dijo, lanzándose hacia ella. Se detuvieron, uno a cada lado. De cerca, la escoba parecía estar vibrando o zumbando muy ligeramente, resultaba audible incluso sobre el gemido del viento y el crujir de las gradas.

— Agárrala entonces, James. Vamos, salgamos de aquí.

James extendió la mano y agarró la escoba, pero esta no se movió. Tiró de ella, después le envolvió ambas manos alrededor y empujó. La escoba estaba tan inmóvil como si hubiera sido enterrada en piedra.

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