James Potter y la Encrucijada de los Mayores (64 page)

BOOK: James Potter y la Encrucijada de los Mayores
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—¿Qué problema hay? —gimió Ralph, mirando hacia la puerta—. Si todavía estamos aquí cuando vuelvan...

—Tenemos la Capa de Invisibilidad, Ralph. Podemos escondernos —dijo James, pero sabía que Ralph tenía razón. El vestuario era pequeño y allí no había forma obvia de salir, ni siquiera si no podían verlos—. La escoba está atascada de algún modo. No puedo moverla.

—Bueno —replicó Ralph, gesticulando vagamente—, es una escoba. Quizás se suponga que debas montarla.

James sintió que su estómago se hundía.

—No voy montar esta cosa, ni aunque
pudiera
moverla.

—¿Por qué no?

—¡No es mía! Y no me iba muy bien con la escoba hasta que conseguí mi Thunderstreak, por si no lo recuerdas. Queremos hacernos con esta cosa, no pulverizarla contra una pared conmigo encima.

—¡Has mejorado desde entonces! —insistió Ralph—. Incluso antes de la Thunderstreak ya lo hacías mucho mejor. Casi eres tan bueno como Zane. ¡Vamos! ¡Yo... yo iré detrás y nos lanzaré la capa por encima!

James dejó caer las manos y puso los ojos en blanco.

—Ralph, eso es una absoluta locura.

De repente, un sonido retumbante resonó en el pasillo que conducía al campo. Sacudió las vigas, levantando polvo por todas partes. Ralph y James se sobresaltaron. La voz de Ralph temblaba de miedo.

—¿Qué ha sido eso?

—No sé —replicó James rápidamente—, pero creo que nos estamos quedando sin opciones. Ralph, listo para montar.

James pasó la pierna sobre la escoba flotante, que zumbaba gentilmente, y aferró el mango firmemente con ambas manos. Lentamente, posó su peso sobre la escoba, permitiendo que le sostuviera.

Un minuto antes de eso, Tabitha Corsica, había sospechado algo. Zane vio como su mirada se detenía en el cobertizo. De algún modo, Tabitha sabía que el tornado era sospechoso y había identificado el único lugar en el que alguien podía ocultarse y lanzar hechizos dentro de los límites mágicos del campo de Quidditch. Zane estaba preparado para saltar al campo y atajarla si se aproximaba al cobertizo. Ya estaba improvisando un plan en el que fingía arrastrarla a la seguridad. Sin embargo, no se aproximó al cobertizo. Zane la vio dar un paso en esa dirección, y después mirar de reojo a los elfos que cerraban y aseguraban las puertas de los vestuarios de los equipos. Tabitha giró sobre sus talones y avanzó decididamente hacia la puerta en la base de las gradas Slytherin.

Incluso si Zane corría con todas sus fuerzas, apenas tendría tiempo de alcanzarla. Simplemente rezó porque los elfos cumplieran con sus obligaciones, a pesar de lo que dijera Tabitha.

Noah y Sabrina había seguido a los elfos hasta las puertas de los vestuarios Slytherin, observando a distancia como las cerraban y colocaban la viga que las aseguraba en su lugar. Sabrina vio a Tabitha cruzar a zancadas el campo, con la cara sombría y la varita lista.

—Abrid las puertas —gritó Tabitha, con voz firme pero tranquila. Alzó la varita, apuntando con ella a la puerta cerrada.

—Lo siento mucho, señorita —respondió el elfo gruñón, inclinándose ligeramente—. Requisitos de la coalición. Estas puertas deben permanecer cerradas hasta que podamos abrirlas sin miedo a peligro o daño.

—Ábrelas ya o hazte a un lado —gritó Tabitha. Ya estaba a solo diez metros de distancia de la puerta, y Sabrina veía su mirada asesina. Abriría de golpe las puertas con su varita y probablemente aplastara a los pobres elfos entre estas y la pared. Obviamente, Tabitha había supuesto lo que estaba ocurriendo y sabía que su escoba estaba en peligro.

—¡Eh, Corsica! —gritó Sabrina, lanzándose hacia adelante, intentando colocarse entre Tabitha y las puertas—. ¿Has convocado un tornado porque eres demasiado orgullosa como para perder con justicia contra los Ravenclaws?

Los ojos de Tabitha se fijaron en Sabrina, pero su cara no cambió. Su varita se había movido rápidamente y apuntaba a Sabrina, que se detuvo en el acto. Noah saltó hacia adelante para apartar a Sabrina pero llegó demasiado tarde. Ninguno de los dos oyó la maldición que pronunció Tabitha, pero los dos vieron el rayo de luz verde saltar de su varita. Golpeó a Sabrina directamente en la cara, tirándola hacia atrás contra Noah. Ambos cayeron al suelo, sus gritos quedaron ahogados por el rugido del viento y los de la ahora alterada y confusa multitud.

—Damas y caballeros —resonaba la voz de Damien sobre el ruido—, por favor, demos un fuerte aplauso al señor Cabe Ridcully, nuestro amado árbitro de Quidditch, que en este momento está intentado calmar el tornado con una especie de... bueno, danza ritual, por lo que puedo ver. —Desde luego, Ridcully parecía estar bailando alrededor del tornado mientras este giraba por el campo, levantando una espesa nube de arena y polvo. Ridcully señalaba con su varita hacia el embudo, pero cada vez que parecía hacer logrado apuntarle bien, el embudo cambiaba, lanzándose hacia él y obligándole a alejarse danzando. La gente ciertamente comenzó a vitorearle, así que muy pocos se fijaron en lo que estaba ocurriendo en la base de las gradas Slytherin.

—Última oportunidad —gritó Tabitha a los elfos que guardaban la puerta. Estos miraron a Sabrina, que todavía estaba tirada sobre Noah, cubriéndose la cara con las manos.

—Ahora escuche, señora —empezó el elfo gruñón, pero fue interrumpido por el rayo de luz verde que golpeó las puertas cerradas. Los elfos se echaron a un lado cuando la gran viga de madera que cerraba la puerta explotó en medio de una detonación ensordecedora y una lluvia de astillas. Tabitha no había disminuido el paso mientras se aproximaba a la puerta. Apuntó la varita una vez más, lista para lanzar el hechizo que abriría las puestas. Entonces, de repente, se detuvo. Inclinó la cabeza, como si escuchara algo. Noah, luchando por salir de debajo de la atontada Sabrina, lo oía también. Bajo el sonido del tornado y el rugido de las gradas una sola persona gritaba, y ese grito crecía en volumen muy rápidamente.

Las puertas del vestuario Slytherin se abrieron de golpe, arrancadas completamente de sus goznes, mientras algo salía como un cohete entre ellas. Noah captó el más breve de los vistazos de alguien inclinado sobre una escoba que pasaba junto a Tabitha Corsica tan rápido que la tiró al suelo. Corsica aterrizó en un montón desgarbado a dos metros de distancia. La voz del jinete que gritaba se perdió en la distancia mientras la escoba recorría como un rayo el campo, atravesaba el tornado, y salía por el otro lado.

James se aferraba la escoba de Tabitha tan firmemente como podía. Había dejado a Ralph atrás, al haber sido impulsado a una aceleración salvajemente instantánea en el momento en que se había posado en la escoba. Había sentido la atronadora sacudida cuando la escoba se había lanzado a través del tornado, entonces abrió los ojos y tiró, intentando ganar algún control sobre la enloquecida escoba. El campo de Quiddtich giraba enfermizamente bajo él cuando finalmente la escoba respondió, luchando contra él pero incapaz de resistir la fuerza de su presión. Las gradas Ravenclaw surgieron amenazadoras ante él y James luchó por subir. Pasó rugiendo sobre la multitud, que se agachó a su paso, sombreros y banderines salieron volando a su estela. Damien estaba gritando algo en la cabina, pero James no podía oírlo sobre el rugido del viento en sus oídos. Arriesgó una mirada atrás, temiendo haber lastimado a alguien. No había lesiones obvias por lo que podía ver. Cuando se volvió hacia adelante, se dirigía directamente a las gradas Slytherin otra vez, por donde había venido. Se inclinó en dirección opuesta y tiró tan fuerte como pudo, conduciendo a la escoba que aún se resistía a un salvaje e inestable rizo. Las gradas Slytherin se alejaban girando. Con una descabellada sensación de triunfo, James comprendió que había conseguido algo de control sobre la escoba. Miró hacia adelante para ver a dónde le llevaba su giro y jadeó. Apenas tuvo tiempo de agachar la cabeza antes de traspasar la puerta abierta del cobertizo.

La escoba parecía moverse como si tuviera mente propia. Pasó a través del túnel dejando atrás el cobertizo y el aire del espacio confinado le presionó con fuerza contra los tímpanos. Cuando alcanzó la abertura tras el pedestal de Lokimagus, la escoba giró con tal fuerza y brusquedad internándose en el corredor que casi tiró a James.

La sensación de velocidad era sombrosa mientras la escoba recorría los pasillos. Afortunadamente, la mayoría de los habitantes de la escuela estaba fuera, en el campo de Quidditch para el partido de la final, lo que dejaba los pasillos casi vacíos. Se lanzó en picado por el abismo de los huecos de las escaleras mientras estas se balanceaban y pivoteaban, esquivándole por poco, obligando a James a agacharse y abrazarse tanto a la escoba como podía. Peeves estaba cerca del fondo de las escaleras, aparentemente dibujando mostachos a alguna de las estatuas. James le vio por el rabillo del ojo, entonces, asombrosamente, se lo encontró sentado en la escoba delante de él, mirándole de frente.

—¡Asqueroso tramposo es este chico Potter! —gritaba Peeves alegremente mientras la escoba pasaba como un cohete por un estrecho pasillo de clases—. ¿Estamos intentando comenzar una amigable competición con el viejo y querido Peeves! ¡Hee hee!

Peeves agarró una araña de luces al pasar y le dio vueltas, dejando a James y a la escoba descendiendo rápidamente tras él. James intentó timonear, pero no servía de nada. La escoba estaba siguiendo su propio definido, si bien maniático, curso. Se inclinó y bajó por un tramo de escaleras de piedra hasta las cocinas de los elfos. A diferencia del resto de la escuela, las cocinas estaban atestadas y bulliciosas, llenas de elfos que hacían la limpieza tras la cena. La escoba se lanzó entre cazuelas gigantes, obligando a los elfos a tambalearse como bolos. Se oyó una cacofonía de platos rotos y platería, un ruido que decreció a una velocidad horrible. La lavandería fue lo siguiente, sofocantemente caliente y ruidosa. La escoba pasó como un rayo entre las máquinas de lavar, esquivando gigantescas ruedas dentadas y pasando bajo enormes brazos y resoplantes pistones. James quedó horrorizado al ver que la escoba, aparentemente habiendo alcanzado un callejón sin salida, se dirigía directamente hacia la pared de piedra al final de la habitación.

Estaba a punto de saltar de la escoba, esperando aterrizar en una de las cubas de cobre con agua y jabón, cuando la escoba viró ligeramente a la izquierda y en vertical. Había una portilla en el techo, y James la reconoció como el tobogán de la ropa. Apretó los dientes y se abrazó de nuevo a la escoba. Esta se lanzó hacia arriba por el tobogán, en un ángulo tan pronunciado que James apenas podía mantener las piernas a su alrededor, y entonces todo fue oscuridad y presión.

Una pila de colada salió a su encuentro a medio camino y James balbuceó cuando la masa de ropa le sofocó. Luchó por librarse de ella, pero no podía arriesgarse a soltar la escoba. La escoba cambió de sentido de nuevo, y James pudo ver por el cambio de presión y la frescura del aire que de algún modo había vuelto a salir. Todo lo que podía ver a través de la masa de ropa era un débil patrón de luces titilantes mientras la escoba esquivaba y saltaba. James se arriesgó a soltar una mano. Agitó violentamente la ropa que se envolvía a su alrededor, aferrando finalmente un puñado y tirando de ella tan fuerte como pudo. La tela se soltó, dejándole atónito al ver el borroso paisaje de luz y viento. Solo tuvo tiempo de reconocer que de algún modo, increíblemente, la escoba le estaba llevando de vuelta al campo de Quidditch. Las gradas se erguían ante él. En la base de la más cercana había una fila de gente, muchos se giraron hacia él, señalándole y gritando. Entonces, de forma instantánea, la escoba finalmente dejó de moverse. James salió disparado por un extremo y durante lo que le pareció un rato demasiado largo simplemente surcó el aire sin apoyo. Finalmente, la tierra le reclamó con un largo y sonoro golpe. Algo en su brazo derecho estalló desagradablemente y al fin se detuvo, y se encontró mirando hacia arriba a una docena de caras aleatorias.

—Parece que está bien —dijo uno de ellos, mirando hacia alguien que estaba cerca.

—Más de lo que se merece —dijo otra persona enfadada, frunciendo el ceño hacia él—. Intentar arruinar el partido robando la escoba de la capitana. Nunca lo habría pensado.

—En realidad no pasa nada —dijo otra voz de más lejos. James gimió y se levantó apoyándose en el codo izquierdo. Su brazo derecho latía horriblemente. Tabitha Corsica estaba de pie a unos siete metros de distancia, rodeada por una multitud de asombrados espectadores. Su escoba colgaba inmóvil cerca de ella, exactamente donde se había detenido. Tenía una mano sobre ella, y la agarraba fácilmente—. Seguramente podemos perdonar a este crío por su entusiasmo de novato, sin embargo yo misma estoy bastante asombrada por los extremos a los que llegan algunos en nombre del Quidditch. De verdad, James, es solo un juego. —Le sonrió, mostrándole todos sus dientes.

James se derrumbó hacia atrás sobre la hierba, aferrándose el brazo derecho. La multitud empezó a separarse cuando apareció Ridcully, abriéndose paso a empujones. La directora y los profesores Franklyn y Jackson iban justo detrás. James oyó a Tabitha Corsica hablando ruidosamente con sus compañeros de equipo mientras se dirigía de vuelta al campo.

—La gente piensa que porque fue hecha por muggles debe ser una escoba inferior, ya veis. Pero su magia es tan fuerte como la que encontrarías en cualquier Thunderstreak, incluso en una con la opción de Encantamiento Extra-Gestual. Esta escoba
sabe
quien es su dueña. Todo lo que tuve que hacer fue convocarla. El señor Potter no podía haberlo sabido, sin embargo. En cierto modo, siento pena por él. Sólo estaba haciendo lo que le han enseñado.

McGonagall se agachó junto a James, con la cara seria y llena de consternación.

—En verdad, Potter. Simplemente no sé que decir.

—Cúbito roto, señora —dijo Franklyn, examinando el brazo de James a través de un extraño aparato formado por lentes de diferentes tamaños y anillas de latón. Lo plegó pulcramente y se lo deslizó en el bolsillo interior de su túnica—. Yo sugeriría enfermería primero y preguntas después. Tenemos mucho de lo que ocuparnos en este momento.

—Muy bien —estuvo de acuerdo la directora, sin apartar la mirada de James—. Especialmente cuando espero que la señorita Sacarhina y el señor Recreant estén aquí en cuestión de horas. Debo decir, Potter, que estoy extremadamente sorprendida por su actitud. Intentar algo tan pueril en estos momentos. —Se puso en pie, sacudiéndose la túnica—. Muy bien, ¿señor Jackson, le importaría escoltar al señor Potter hasta la enfermería, por favor? Y si fuera tan amable, indique a Madame Curio que el señor Potter debe quedarse allí a pasar la noche. —Atravesó a James con una mirada acerada mientras Jackson le ponía en pie de un tirón—. Quiero saber exactamente dónde encontrarle cuando desee interrogarle. Y
nada
de visitas.

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