James Potter y la Encrucijada de los Mayores (50 page)

BOOK: James Potter y la Encrucijada de los Mayores
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—Es la anti-Trelawney eso seguro. Con ella todo es matemáticas y cálculo. Sabemos el día que ocurrirá, pero quiere que factoricemos el momento exacto hasta el último minuto. Puro trabajo para ocupar nuestro tiempo, si quieres mi opinión. Es un poco excéntrica con eso.

—Yo diría que es excéntrica en términos generales —declaró Ralph.

—Yo creo que podría ir tras nosotros —dijo James en voz baja—. A veces la veo mirándome.

Zane arqueó las cejas y se señaló los ojos.

—Por si no lo recuerdas, está ciega. No está mirando nada, compañero.

—Lo sé —dijo James, sin inmutarse—. Pero podría jurar que sabe algo. Creo que tiene otras formas de ver que no tienen nada que ver con los ojos.

—No nos pongamos histéricos —dijo Ralph rápidamente—. Esto ya es lo bastante enloquecedor por sí mismo. No puede saber nada. Si lo supiera, haría algo al respecto, ¿verdad? Así que olvidaos de ella.

Al día siguiente James y Ralph fueron a visitar a Hagrid en su cabaña, aparentemente para preguntarle por Grawp y Prechka. Hagrid estaba reconstruyendo la carreta que había destruido Prechka accidentalmente y se alegró de hacer una pausa. Los invitó a entrar y les sirvió té y galletas mientras se calentaban frente al fuego, Trife descansaba a sus pies y ocasionalmente le lamía la mano.

—Oh, para ellos son todo altibajos —dijo Hagrid, como si los pormenores del cortejo entre gigantes fueran un curioso misterio—. Durante las vacaciones pelearon un rato. Una riña de enamorados sobre el esqueleto de un alce. Grawpie quería la cabeza, pero Prechka quería hacer alhajas con los cuernos.

Ralph dejó de soplar el vapor que desprendía su té para decir:

—¿Quería hacer alhajas con los cuernos de un alce?

—Bueno, dije alhajas —dijo Hagrid, levantando las enormes palmas de sus manos—. Es un concepto un poco engañoso. Los gigantes usan el mismo término para alhajas y para armas. Supongo que cuando mides veinte pies de altura viene a ser la misma cosa. De todas formas, arreglaron ese asunto y ahora nuevamente vuelven a estar tan felices como podrían estarlo.

—¿Ella todavía sigue viviendo en las colinas al pie de la montaña, Hagrid? —preguntó James.

—Claro que sí. —respondió Hagrid, con tono de reproche. —Es una muchacha honorable, nuestra Prechka. Y mientras tanto Grawp pasa la mayor parte de sus días tratando de hacer su cabaña. Se fabricó un buen lugar para situar el fogón y un cobertizo con varas de abedul. Esas cosas llevan tiempo. El amor de gigantes… bueno, es un asunto delicado, ya sabéis.

Ralph tosió un poco sobre su té.

—Eh, Hagrid —dijo James, cambiando de tema—. Tú has estado en Hogwarts durante mucho tiempo. Probablemente conozcas muchos secretos sobre el colegio y el castillo, ¿no es verdad?

Hagrid se acomodó en la silla.

—Bueno, seguro. Nadie conoce los terrenos tan bien como yo. Salvo quizás Argus Filch. Yo empecé como estudiante, mucho tiempo antes de que tu padre hubiera nacido.

James sabía que tenía que ser muy cuidadoso.

—Sí, eso fue lo que pensé. ¿Dime, Hagrid, si alguien tuviera algo realmente mágico que deseara esconder en algún lugar del castillo…?

Hagrid dejó de acariciar a Trife. Lentamente giró su gran cabeza peluda hacia James.

—¿Y qué tendría que ocultar un cachorro de primer año como tú, si puedo preguntar?

—Oh, yo no, Hagrid —dijo James a toda velocidad—. Otra persona. Solo siento curiosidad.

Los ojos negros como escarabajos de Hagrid centellearon.

—Ya veo. Y esa otra persona, me pregunto en qué andará metido entonces, escondiendo artefactos mágicos secretos, por aquí y por allá…

Ralph tomó un largo y deliberado trago de té. James miró por la ventana, evitando la mirada súbitamente penetrante de Hagrid.

—Oh , ya sabes, nada en particular. Solo me preguntaba…

—Ah —dijo Hagrid, sonriendo levemente y asintiendo—. Supongo, que tu padre y tus tíos Hermione y Ron te han contado muchas historias sobre el viejo Hagrid. Hagrid solía dejar escapar algunos detalles que probablemente se suponía que debía mantener en secreto. Y son historias ciertas. A veces puedo ser un poco torpe, olvidando lo que debo y lo que no debo decir. Seguro que recuerdas la historia de cierto perro llamado Fluffy, entre otras ¿verdad? —Hagrid estudió atentamente a James durante unos momentos, y luego lanzó un gran suspiro—. James, mi muchacho, soy bastante más viejo de lo que era por aquel entonces. Los viejos Cuidadores de los Terrenos no aprenden muchas cosas pero algo aprendemos. Además, tu padre me advirtió que tal vez podrías llegar a meterte en líos y me pidió que te mantuviera vigilado. Lo hizo en cuanto notó que tú, er…, habías tomado
prestados
la Capa de Invisibilidad y el Mapa del Merodeador, en ese mismo momento.

—¿Qué? —dijo James atónito, girándose tan rápido que casi tira el té.

Hagrid arqueó las pobladas cejas.

—Oh. Bueno. Ahí tienes. Supongo que no debería haberte dicho eso. —Frunció el ceño, pensativo, luego pareció descartarlo—. Ah, bueno, en realidad no me dijo que no lo mencionara.

—¿Lo sabe? ¿Ya? —farfulló James.

—James —rió Hagrid—, tu padre es el Jefe del Departamento de Aurores, por si lo has olvidado. Hablé de esto con él la semana pasada aquí mismo, frente al fuego. Lo que más curiosidad le produce es saber si lograste que el mapa funcionara, ya que gran parte del castillo fue reconstruido. Olvidó probarlo cuando estuvo aquí. Y bien, ¿has tenido suerte?

Con la aventura de conseguir la túnica de Merlín, James se había olvidado completamente del Mapa del Merodeador. Malhumorado, le dijo a Hagrid que aún no lo había probado.

—Probablemente sea lo mejor, ya sabes —respondió Hagrid—. Solo por el hecho de que tu padre sepa que lo robaste no quiere decir que esté contento por ello. Y por lo que pude entender, tu madre ni siquiera lo sabe todavía. Si tienes suerte, tampoco tendrá que enterarse, aunque, no puedo imaginar que tu padre le oculte ese tipo de secreto durante mucho tiempo. Es mejor que mantengas tu contrabando empacado en vez de esconderlo en alguna parte de los terrenos. Confía en mí, James. Ocultar objetos mágicos sospechosos en el colegio puede causar demasiados problemas como para que valga la pena.

En el camino de regreso al castillo, arropado para protegerse del viento frío, Ralph le preguntó a James:

—¿Qué quiso decir con eso de si lograste que el mapa funcionara? ¿Qué es lo que hace?

James le explicó a Ralph como funcionaba el Mapa del Merodeador, sintiéndose vagamente preocupado y molesto porque su padre ya supiera que se lo había llevado junto con la Capa de Invisibilidad. Sabía que tarde o temprano lo atraparían, pero había asumido que obtendría un Vociferador a cambio, en vez de una tomadura de pelo por parte de Hagrid.

Ralph mostró interés por el mapa.

—¿Realmente muestra a todas las personas que están en el castillo y el lugar dónde se encuentran? ¡Eso es tremendamente útil! ¿Cómo funciona?

—Debes decir una frase especial. Papá me la dijo hace mucho tiempo, pero en este momento no puedo recordarla. Lo probaremos alguna otra noche. Ahora no quiero pensar en ello.

Ralph asintió y dejó el tema.

Entraron al castillo por la puerta principal y se separaron en las escaleras que llevaban a los sótanos y a los alojamientos de Slytherin.

Se estaba haciendo tarde y James se encontró solo en los pasillos. Era una noche invernal nublada y sin estrellas. La oscuridad se apiñaba contra las ventanas y succionaba la luz de las antorchas que había en los corredores. James se estremeció, en parte de frío y en parte por una sensación de helado temor que parecía estar filtrándose en el pasillo, llenándolo como una espesa niebla que subía desde el suelo. Apretó el paso, preguntándose cómo podía ser que los pasillos estuvieran tan oscuros y vacíos. No era particularmente tarde, y aún así el aire te daba una sensación de helada quietud que te hacía sentir como si fuera de madrugada, o como si fuera el aire de una cripta sellada. Se dio cuenta de que había estado avanzando más de lo que el pasillo debiera haberle permitido. Seguramente ya debería haber llegado a la intersección en la que estaba la estatua de la bruja tuerta donde doblaría a la izquierda hacia la sala de recepción, que llevaba a las escaleras. James se detuvo y miró hacia atrás, al camino por el que había venido. El pasillo tenía el mismo aspecto de siempre, y sin embargo algo estaba
mal
. Parecía demasiado largo. Las sombras parecían estar mal colocadas, burlándose de sus ojos de alguna forma. Entonces notó que no había antorchas en las paredes. La luz colgaba del vacío, fantasmalmente, perdiendo su color desde el vacilante amarillo al trémulo plateado, desvaneciéndose mientras la observaba.

El miedo le recorrió la espalda, un frío helado e innegable. Se giró nuevamente hacia delante, con intención de echar a correr, pero cuando vio lo que tenía enfrente le fallaron los pies. El pasillo aún estaba allí, pero los pilares se habían convertido en troncos de árboles. Los rebordes de los techos abovedados se habían convertido en ramas y enredaderas, con nada tras ellas salvo el vasto rostro del cielo nocturno. Hasta el diseño del suelo de azulejos se fundió formando un entramado de raíces y hojas muertas. Y entonces, ante los ojos de James, la ilusión del pasillo del colegio se evaporó completamente, dejando solo el bosque. El viento frío pasó rápidamente a su lado, azotando su túnica y echándole el pelo hacia atrás apartándolo de sus sienes con dedos fantasmales. James reconoció el lugar donde se hallaba, aunque la última vez que había estado allí las hojas todavía estaban en los árboles y los grillos habían estado cantando a coro. Este era el bosque que rodeaba el lago, cerca de la isla del Santuario Oculto. Los árboles gemían, frotando sus desnudas ramas al compás del viento, y el sonido era como voces bajas gimiendo mientras dormían, envueltas en sueños febriles. Se dio cuenta de que había comenzado a caminar otra vez, dirigiéndose hacia el límite de los árboles, donde los junquillos crujían y se golpeaban entre sí al borde del lago. Una gran mole oscura se alzaba más allá, interrumpiendo la vista. Mientras se acercaba, aparentemente incapaz de detener su andar lento y pesado, salió la luna de entre un banco de densas nubes. A la luz de la luna la isla del Santuario Oculto quedó expuesta, y James contuvo el aliento en su pecho. La isla había crecido. La impresión de un edificio escondido era más fuerte que nunca. Era una monstruosidad gótica, cubierta de siniestras estatuas y sádicas gárgolas, todas nacidas de alguna forma de las enredaderas y los árboles de la isla. El puente de las fauces de dragón estaba frente a él, y James se obligó a sí mismo a detenerse allí antes de poner un pie sobre él. Recordaba los rechinantes dientes de madera que habían intentado devorarlos a Zane y a él. A la luz plateada de la luna, las puertas que estaban al otro extremo del puente resultaban bien visibles, así como las palabras del poema.
Con la luz majestuosa de la hermosa Sulva encontré el Santuario Oculto.
De repente las verjas temblaron y se abrieron de golpe, revelando una negrura parecida a la de una garganta. Una voz surgió de la oscuridad, clara y hermosa, pura como una campanilla resonante.

—Guardián de la reliquia —dijo la voz—. Tu deber ha sido satisfecho.

Mientras James permanecía allí observando la oscuridad tras la verja abierta, al otro lado del puente, se formó una luz. Se condensó, solidificó y asumió una forma. Era, reconoció, James, la forma suave y brillante de una dríada, una mujer de los bosques, un duende de los árboles. No obstante, no era la misma que había conocido antes. Aquella había brillado con una luz verde. La luz de ésta era celeste. Palpitaba tenuemente. El cabello flotaba alrededor de su cabeza como si estuviera sumergido en una corriente de agua. Tenía una tranquila, casi amorosa sonrisa en los labios y sus ojos enormes y líquidos chispeaba suavemente.

—Has cumplido tu parte —dijo la dríada, su voz tan soñada e hipnótica como lo había sido la de la otra dríada, sino más—. No tienes que cuidar de la reliquia. Esa no es tu carga. Tráenosla. Nosotras somos sus guardianas. Nuestra es la tarea, concedida desde el principio. Libérate de su carga. Tráenos la reliquia.

James bajó la vista y vio que, sin darse cuenta, había dado un paso adentrándose en el puente. Las fauces del dragón no se habían cerrado sobre él. Miró hacia arriba y vio que en realidad se habían levantado un poco, dándole la bienvenida. La unión de los árboles caídos que formaban la mandíbula crujió levemente.

—Tráenos la reliquia —volvió a decir la dríada, y levantó los brazos hacia James como si tuviera intención de darle la bienvenida con un abrazo. Sus brazos eran inhumanamente largos, casi parecía como si pudieran estirarse hacia él a través del puente. Sus uñas eran de un azul tan profundo que casi parecía violeta. Las tenía largas y sorprendentemente irregulares. James retrocedió un paso, saliendo del puente. Los ojos de la dríada cambiaron. Brillaron y se endurecieron.

—Tráenos la reliquia —dijo una vez más, y su voz también había cambiado. El tono melodioso había desaparecido—. No es tuya. Su poder es más grande que tú, más grande que todos vosotros. Tráela antes de que te destruya. La reliquia destruye a aquellos a quienes no necesita, y ya no te necesita a ti. Tráenosla antes que decida usar a alguien más. Tráenos la reliquia mientras aún puedas. —Sus largos brazos se extendieron a lo largo del puente y James estaba seguro que podría tocarlos si estiraba las manos. Retrocedió aún más, enganchándose el tobillo en una raíz y tropezando. Se volvió, haciendo girar los brazos como aspas de molino para conservar el equilibrio, y cayó contra algo ancho y duro. Presionó las manos contra ello y empujó, enderezándose. Era la piedra de un muro. Cinco metros más allá, una antorcha crepitó en su soporte. James miró a su alrededor. El pasillo de Hogwarts se extendía ante él, cálido y mundano, como si nunca se hubiera ido. Tal vez nunca lo hubiera hecho. Miró en dirección contraria. Allí estaba la intersección, con la estatua de la bruja tuerta. La sensación de temor había desaparecido, y sin embargo James tenía la certeza de que lo que había ocurrido no había sido solo una visión de algún tipo. Aún podía sentir el frío del viento nocturno en los pliegues de su túnica. Cuando miró hacia abajo, tenía un poco de lodo seco en la punta del zapato. Se estremeció, luego se recompuso y corrió el resto del camino hasta las escaleras, las cuales subió de dos en dos escalones hasta llegar a la sala común.

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