Read James Potter y la Encrucijada de los Mayores Online
Authors: George Norman Lippert
Jackson mantuvo contacto ocular con la pintura.
—¿Todavía piensa en números? ¿Pasa su tiempo trabajando en los libros de los presupuestos de la escuela como hacía en mil novecientos cuarenta y nueve?
Los ojos se Yarrow saltaron de acá para allá por la clase. Parecía sentir que de algún modo le estaban tendiendo una trampa.
—Er. Sí. Sí, eso hago. Es justamente lo que hago, ya me entiende. Como siempre hice. No veo razón para dejarlo. Soy el secretario, ya ve. Bueno,
era
, por supuesto. El secretario de finanzas.
—Muchas gracias, señor Yarrow. Ha ilustrado la cuestión precisamente —dijo Jackson, reasumiendo su circuito por la habitación.
—Siempre complacido de ser útil —dijo Yarrow un poco rígidamente.
Jackson se dirigió de nuevo a la clase.
—El retrato del señor Yarrow, está colgado, como probablemente alguno de ustedes ya sabrá, en el pasillo justo fuera de la oficina de la directora, junto con muchos otros miembros del personal de la escuela y miembros del personal docente. Sin embargo, hemos entrado en posesión del segundo retrato del señor Yarrow, uno que normalmente cuelga en la casa de su familia. El segundo retrato, como muchos pueden suponer, es este de aquí, el del centro. Señor Yarrow, ¿le importa? —Jackson gesticuló hacia el retrato vacío del centro.
Yarrow alzó las cejas.
—¿Hm? Oh. Sí, por supuesto. —Rígidamente, se puso de pie, se sacudió alguna pelusa inexistente de su pulcra túnica, y después salió cuidadosamente del marco del retrato. Durante unos pocos segundos, ambos retratos permanecieron vacíos, entonces Yarrow apareció en el retrato del centro. Vestía ropas ligeramente diferentes en este cuadro, y cuando se sentó estaba girado en ángulo mostrando la protuberancia de su nariz de perfil.
—Gracias de nuevo, señor Yarrow —dijo Jackson, apoyándose contra el escritorio y cruzándose de brazos—. Aunque hay excepciones, típicamente, un retrato solo entra en actividad tras la muerte del sujeto. La tecnomancia no puede explicarnos por qué es así, salvo que parece responder a la ley de Conservación de Personalidades. En otras palabras, un señor Cornelius Yarrow a la vez es, cósmicamente hablando, suficiente. —Hubo un murmullo de risa contenida. Yarrow frunció el ceño mientras Jackson continuaba—. Otro factor que entra en juego una vez el sujeto ha muerto es la interactividad entre retratos. Si hay más de un retrato de un individuo, estos se conectan, compartiendo un sujeto común. El resultado es un retrato
mutuo
que puede maniobrar entre sus marcos. Por ejemplo, el señor Yarrow puede visitarnos en Hogwarts, y después volver al retrato de su casa cuando quiera.
James luchaba por escribir todos los comentarios de Jackson, sabiendo que el profesor era famoso por sus creativas preguntas de examen que exigían el más mínimo detalle de cada uno de sus sermones. Se distrajo de la tarea, sin embargo, pensando en el retrato de Snape. James se arriesgó a alzar la mano.
Jackson le divisó y sus cejas se alzaron ligeramente.
—¿Una pregunta, Señor Potter?
—Sí, señor. ¿Puede un retrato abandonar sus propios marcos? ¿Puede, quizás, ir a otras pinturas diferentes?
Jackson estudió a James durante un momento, con las cejas todavía alzadas.
—Excelente pregunta, señor Potter. Averigüémoslo, ¿le parece? ¿Señor Yarrow, podría ayudarnos una vez más?
Yarrow estaba intentando mantener la pose de su segundo retrato, que era estudiosa y pensativa, mirando ligeramente a lo lejos. Sus ojos se deslizaron a un lado, mirando a Jackson.
—Supongo. ¿En qué más puedo ayudar?
—¿Es usted consciente de la pintura del bastante odioso señor Biggles que hay junto a su marco?
El señor Biggles respondió a la mención de su nombre fingiendo una gran sorpresa y timidez. Se cubrió la boca con una mano y guiñó los ojos. La diminuta cabeza de payaso del extremo del bastón miraba con ojos saltones y hacía una pedorreta tras otra. Yarrow suspiró.
—Soy consciente de esa pintura, sí.
—¿Sería tan amable de entrar en la pintura solo un momento, señor?
Yarrow se giró hacia Jackson, con sus ojos acuosos amplificados tras las gafas.
—Incluso si fuera posible, no creo que pudiera imponerme a mí mismo tal compañía, lo siento.
Jackson asintió, cerrando los ojos respetuosamente.
—Gracias, sí, no le culpo, señor Yarrow. No, como podemos ver, por consiguiente, y aunque se requiere una magia mucho más poderosa para crearlo, el
imago aetaspeculum
, no está diseñado para permitir que el retrato entre en la pintura de un sujeto puramente imaginario. Sería, en cierto sentido, como intentar obligarse a uno mismo a atravesar una puerta pintada. Por otro lado, ¿señor Biggles? —El payaso saltó otra vez extasiado ante la mención de su nombre, y miró a Jackson con la caricatura de una intensa atención. Jackson extendió un brazo hacia el marco de en medio—. Por favor, únase al señor Yarrow en su retrato, ¿le importa?
Cornelius Yarrow pareció sorprendido, después horrorizado, cuando el payaso saltó de su propia pintura y entró en la de él. El señor Biggles aterrizó detrás de la silla de Yarrow, aferrándola y casi tirando a Yarrow de ella. Yarrow balbuceó cuando Biggles se inclinó hacia delante, con la cabeza sobre el hombro izquierdo de Yarrow y la cabeza de payaso en miniatura por el derecho, haciendo pedorretas en la oreja del hombre.
—¡Profesor Jackson! —exclamó, su voz se había alzado un octavo y temblaba al borde de la inaudibilidad—. ¡Insisto en que saque a este... este febril imaginado de mi retrato al instante!
La clase irrumpió en vendavales de risa cuando el payaso saltó sobre el hombro de Yarrow y aterrizó en su regazo, lanzando ambos brazos alrededor del flaco cuello del hombre. El payaso del bastón besaba repetidamente la nariz de Yarrow.
—Señor Biggles —dijo Jackson ruidosamente—. Es suficiente. Por favor vuelva a su propia pintura.
El payaso parecía poco dispuesto a obedecer. Se levantó del regazo de Yarrow y se ocultó elaboradamente tras la silla del hombre. Los ojos de Biggles se asomaban sobre el hombro derecho de Yarrow, la cabeza en miniatura sobre el izquierdo.
Yarrow se dio la vuelta y dio una palmada remilgada al payaso, como si este fuera una araña que le daba asco tocar pero a la que estaba ansioso por matar. Jackson sacó su varita... doce pulgadas de nogal... de la manga y apuntó cuidadosamente al marco vacío del payaso.
—¿Tendré que alterar su medioambiente mientras está usted fuera, señor Biggles? Tendrá que volver tarde o temprano. ¿Preferiría encontrarlo atestado de ortigas?
El payaso frunció el ceño petulantemente bajo el maquillaje y se puso de pie. Contrariado, salió del retrato de Yarrow y volvió a su propia pintura.
—Una regla general muy simple —dijo Jackson, observando al payaso que le lanzaba una muy entusiasta mirada atravesada—. Una personalidad unidimensional puede introducirse en el ambiente de una personalidad bidimensional, pero no al contrario. Los retratos están confinados en sus propios marcos, mientras que los sujetos imaginarios pueden moverse libremente dentro o a través de cualquier otra pintura que esté en sus alrededores. ¿Contesta eso a su pregunta, señor Potter?
—Sí, señor —respondió James, después se apresuró a continuar—. Una cosa más. ¿Puede un retrato aparecer en más de uno de sus marcos a la vez?
Jackson sonrió a James mientras simultáneamente su frente se arrugaba.
—Su curiosidad acerca del tema no tiene límites al parecer, señor Potter. De hecho es posible, aunque sea una rareza. En el caso de grandes magos, cuyos retratos han sido duplicados muchas veces, al parecer puede producirse una especie de división de personalidad, lo que permite que el sujeto aparezca en múltiples marcos a la vez. Tal es el caso de vuestro Albus Dumbledore, como podéis suponer. Este fenómeno es muy difícil de medir y, por supuesto, depende enteramente de la habilidad de la bruja o mago que aparece en el retrato. ¿Eso es todo, señor Potter?
—Profesor Jackson, señor —dijo una voz diferente. James se giró para ver a Philia Goyle que estaba cerca, con la mano levantada.
—Sí, señorita Goyle —dijo Jackson, suspirando.
—Si he entendido correctamente, el retrato sabe todo lo que sabe el sujeto, ¿verdad?
—Creo que eso es evidente, señorita Goyle. La pintura refleja la personalidad, conocimiento y experiencias del sujeto. Ni más ni menos.
—¿Entonces un retrato puede hacer a ese sujeto inmortal? —preguntó Philia. Su cara, como siempre, se mostraba estoica e impasible.
—Me temo que confunde las
apariencias
con lo cierto, señorita Goyle —dijo Jackson, mirando a Philia atentamente—, y ese es un error atroz para que lo cometa una bruja. Gran parte de la magia, como de la vida en general podría añadir, es primordialmente ilusión. La capacidad para separar ilusión de realidad es una de las reglas básicas de la tecnomancia. No, un retrato es simplemente una representación de un sujeto que vivió una vez, no más vivo que su propia sombra cuando cae sobre el suelo. No tiene forma sin embargo de prolongar la vida del sujeto difunto. A pesar de las apariencias, el retrato de un mago es simplemente una pintura sobre un lienzo.
Cuando Jackson terminó de hablar, se giró hacia la pintura del señor Biggles. Con un veloz movimiento, apuntó con la varita a la pintura sin siquiera mirarla. Un chorro de límpido y amarillento líquido surgió del extremo de la varita y se estampó contra el lienzo. Instantáneamente, la pintura se disolvió. El señor Biggles dejó de moverse mientras su imagen se emborronaba y la pintura se corría del lienzo. Un inconfundible olor a trementina llenó la habitación. La clase estaba mortalmente callada.
El profesor Jackson se paseó lentamente hasta quedar detrás de su escritorio.
—Me creía todo un artista en mi juventud —dijo, inspeccionando el extremo de su varita mientras se giraba—. El señor Biggles, horrible como era, fue uno de mis mejores trabajos. Podéis suponer con libertad qué clase de circunstancias de la vida pudieron conducirme a crear semejante cosa, ya que yo mismo lo he olvidado. Creía haber olvidado también al señor Biggles, hasta que lo encontré en el fondo de mi baúl mientras empacaba para mi viaje. Pensé —dijo, mirando a la masa pintarrajeada que chorreaba del marco y goteaba sobre el sueño— que este sería un final apropiado para él.
Jackson se sentó tras su escritorio, posando cuidadosamente su varita sobre el papel secante delante de él.
—Y ahora, clase, ¿qué verdad de la tecnomancia podemos derivar de lo que acabo de ilustrarles?
Nadie se movió. Entonces una mano se alzó lentamente.
Jackson inclinó la cabeza.
—¿Señor Murdock?
Murdock se aclaró la garganta.
—¿No intentar ser artista si se supone que tienes que ser profesor de Tecnomancia, señor?
—Eso no es exactamente lo que tenía en mente, señor Murdock, pero igualmente es una verdad indiscutible. No, la verdad que he ilustrado es esta, mientras un mago pinta, un retrato u otra cosa, no está solo pintando en un lienzo. —La mirada de Jackson recorrió la clase, para finalmente posarse en James—. Solo el artista original puede destruir su pintura. Nada ni nadie más. El lienzo puede ser cortado, el marco destruido, pueden ser arrancados los soportes del lienzo, pero la pintura resistirá. Continuará representando al sujeto, sin importar lo que le ocurra, incluso en un millar de pedazos. Solo el artista original puede destruir esa conexión, y una vez lo hace, se destruye para siempre.
La clase se disolvió, James no pudo evitar ralentizar el paso cuando pasó junto a la pintura destruida del señor Biggles. La cara del payaso no era más que un embarrado borrón gris en el centro del lienzo.
Vetas de pintura corrían sobre el borde inferior del marco, encharcando el estante de la tiza, y cayendo al suelo, formando una salpicadura de blanco y sangriento rojo. James se estremeció, y siguió adelante. Pensó que nunca volvería a mirar igual a ninguna otra pintura mágica. Mientras se dirigía a su siguiente clase, pasó junto a una pintura de varios magos reunidos alrededor de un gigantesco globo. Irónicamente, James notó que uno de los magos, un hombre severo con un mostacho negro y gafas, le estaba observando atentamente. James se detuvo y se inclinó hacia él. El mago se mantuvo impertérrito, sus ojos eran penetrantes.
—No tienes nada de que preocuparte —dijo James quedamente—. Ni siquiera sé quién te pintó. El arte es el departamento de Zane.
El mago de la pintura hizo una mueca hacia él, molesto, como si James lo hubiera entendido todo mal. Soltó un resoplido y señaló en la dirección en la que James había estado caminando, como diciendo
"muévete, no hay nada que ver aquí".
James reanudó su camino a clase de Encantamientos, pensando ociosamente en el mago de la pintura. Le parecía familiar, pero no podía ubicarle. Para cuando entró en la clase del profesor Flitwick, ya había olvidado al pequeño mago pintado y su mirada penetrante.
El día del famoso primer debate escolar llegó y James se sorprendió de ver cuanta gente tenía planeando asistir. Había asumido que los debates eran típicamente asuntillos ordinarios a los que asistían solo los propios equipos, algunos profesores, y un puñado de los estudiantes de mentes más académicas. A la hora del almuerzo de ese viernes, sin embargo, el debate había generado el tipo de tempestuosa tensión que acompañaba a ciertos partidos de Quidditch. Lo único que parecía faltar, sin embargo, eran las bromas burlonas entre las aficiones.