Read James Potter y La Maldición del Guardián Online
Authors: George Norman Lippert
La multitud de estudiantes balbuceó excitadamente.
—Tiene razón —dijo alguien—. ¡Tienes que estar listo para combatir el fuego con el fuego!
—¿Todos los Slytherins estáis chalados? —declaró una voz. James miró y vio a Joseph Torrance empujando para llegar a la parte delantera del grupo—. Así habéis sido siempre, ¿no? Directamente a la magia oscura. Todos sois una panda de perritos con un solo truco.
Hubo otro balbuceo en respuesta de la multitud. Unos pocos se alejaron de Joseph como si creyeran que Tabitha pudiera maldecirle allí mismo.
—Si ese truco es suficientemente poderoso —dijo Tabitha, con su sonrisa más encantadora—, puede ser todo lo que el perrito necesita.
—Suficiente —gritó James cuando la multitud comenzaba a agitarse. Alzó las manos, girándose hacia la asamblea de miembros del club—. Nosotros comenzamos este club, Ralph, Rose y yo, y se supone que es solo para gente de primero a cuarto —dijo volviendo a mirar a Tabitha y Philia—. Debellows está enseñando magia defensiva a los mayores, como vosotras dos. El club pretende ser un lugar donde podamos practicar las bases de la magia defensiva. Nunca se planeó para aprender ninguna Maldición Imperdonable.
—¿Por qué no? —interrumpió Beetlebrick, con expresión pétrea—. ¿Por qué todo el mundo está intentando asegurarse de que no sepamos cómo defendernos?
Un coro de acuerdo y argumentos irrumpió de la multitud. James llamó al orden, pero el ruido era demasiado alto. El grupo parecía a punto de disolverse en un completo caos.
Un sonoro crujido resonó a través de la habitación, sorprendiendo a todos los presentes. James levantó la mirada, intentando ver de dónde había venido el crujido. Un rastro de humo que se disolvía conducía hacia el pasillo donde Scorpius estaba de pie, con los ojos entrecerrados y una sonrisita curvando sus labios.
—Queréis practicar Maldiciones Imperdonables, ¿no? —dijo arrastrando las palabras—. Por si acaso lo habéis olvidado, yo soy el profesor de este club. Los Slytherins sois nuevos, así que lo dejaré pasar, pero seguramente no querréis que nadie tenga la impresión de que estáis intentando tomar el control.
La sonrisa de Tabitha se convirtió en la sonrisa de tiburón mientras miraba a Scorpius.
—Así que es cierto, el alumno de primero, Scorpius Malfoy va a enseñarnos todo lo que sabe. ¿Eso incluye como traicionar los valores y tradiciones de tu familia?
Scorpius suspiró y entró en la habitación.
—No hasta el curso que viene —respondió él jovialmente—. Aunque en lo que se refiere a trampas y apuñalamientos por la espalda, odiaría repetir nada que vosotros ya supierais. Tal vez podáis saltaros ese capítulo.
Scorpius se dirigió al centro del grupo, colocándose entre Tabitha y Albus, que miraba al chico pálido sin enmascarar su desdén.
—Perdón —dijo Scorpius, empujando a Albus con el hombro. Se giró de cara al grupo, sacando su varita de la capa con una floritura—. Deseáis aprender las maldiciones más poderosas, ¿no? Queréis saber cómo defenderos, e incluso más, acabar con el enemigo, ¿no? Bueno, al contrario de lo que podéis pensar, yo no os detendré. Aprenderemos esas cosas. Y yo seré el que os las enseñe. —Scorpius entrecerró los ojos de nuevo, mirando duramente a James, como desafiándole a discutir—. Puede que solo sea un alumno de primero, pero la tradición de mi familia, como "Tabby" ya ha mencionado, es rica en artes mortíferas. Os enseñaré como me enseñaron a mí mi padre y mi abuelo.
—Pequeña sabandija —escupió Philia—. ¡Nosotros llevamos años practicando magia defensiva! ¿Qué puede enseñarnos un cambiacapas Gryffindor como tú?
—Lo primero que puedo enseñarte es a callarte cuando el profesor está hablando —dijo Scorpius, girándose hacia Philia, con ademán resuelto—. Fuera de esta habitación, tú puedes ser una estudiante de quinto y yo un asqueroso "cambiacapas Gryffindor", pero en esta habitación, eres la estudiante y yo tu instructor. ¿O tal vez te hayas pensado mejor lo de pertenecer a este club?
La cara de Philia se había vuelto roja de rabia.
—Yo te enseñaré a hablarme así...
—Basta, Philia —interrumpió Tabitha, divertida—. Scorpius tiene razón. Este es su club. Debemos acatar sus reglas. Mientras estemos en esta habitación. Veamos qué puede enseñarnos ,ya que aparentemente ha sido tan bien educado.
Scorpius miró fijamente a Philia, desafiándola a oponerse a Tabitha. Después de un momento, la cara de Philia se endureció. Se guardó la varita y cruzó los brazos.
—Como pensaba —dijo Scorpius, girándose otra vez hacia los miembros del club—. Lo primero es lo primero. Debéis aprender a defender, esquivar y Aturdir antes de que podáis aprender a dar buen uso a nada más poderoso. Saltaos lo básico y acabaréis siendo el blanco de cualquier imbécil con una varita. Afortunadamente, estamos bastante avanzados en esas habilidades, y solo espero que nuestros nuevos amigos Slytherins estén a nuestra altura. Pero más tarde, una vez dominéis estas técnicas, estaréis listos... para aprender esto.
Scorpius giró sobre sus talones y ondeó el brazo, apuntando su varita al muñeco roto.
—¡Avada Kedavra! —rugió, desnudando los dientes. El rayo que salió disparado de su varita era tan brillante y tan verde que iluminó la habitación entera. Golpeó al muñeco en el pecho, y sus brazos y piernas se agitaron, temblando violentamente. Entonces, con un estruendo y un traqueteo, el muñeco se soltó de su sujeción. Cayó al suelo en una pila.
Scorpius lo miraba fijamente, con los ojos convertidos en una ranura y los dientes todavía desnudos.
Frank Beetlebrick se separó del perímetro de la multitud y pateó el muñeco con el pie. Un engranaje salió de él y rodó por el suelo.
—Sí —dijo el chico, asintiendo con la cabeza—, definitivamente lo has matado.
Hubo una ronda de aplausos nerviosos y escasos. Rose miró a James, con los ojos bien abiertos y preocupada. Su expresión parecía preguntar ¿qué hemos hecho? James simplemente sacudió la cabeza lentamente.
—Esto podría ser mejor de lo que pensaba —dijo Albus, dando un codazo a James—. Buen trabajo, hermano mayor.
Cuando abandonaban el gimnasio un rato después, James alcanzó a Ralph.
—¿Que te ha pasado? ¿Dónde estabas? —exigió.
Ralph miró a James a la defensiva.
—¿Qué? ¡Estuve ahí todo el tiempo!
—¡No dijiste una palabra cuando Tabitha y Goyle aparecieron y empezaron a matar muñecos!
—Bueno —replicó Ralph, encogiéndose de hombros y caminando rápidamente—, me pareció que Rose y tú lo teníais bajo control.
—¿Bajo control? ¿Llamas a perder completamente el club tenerlo "bajo control"? ¡Scorpius está planeando enseñar Maldiciones Imperdonables!
Ralph no dijo nada mientras caminaba. James le miró furiosamente, entrecerrando los ojos.
—Tú quieres aprenderlas también, ¿no? —exigió.
Ralph apretó los labios, negándose a contestar. James se colocó delante de él, deteniéndole en el pasillo, pero Ralph habló primero.
—No, James —dijo, bajando la mirada y sacudiendo la cabeza—. Mira, tú eres mi mejor colega en la escuela, pero venimos de dos mundos diferentes. Vosotros los Gryffindors podéis mostraros todo inocencia y valentía sobre cosas como las Maldiciones Imperdonables, pero francamente, sí, para mí tiene sentido aprenderlas. Lo siento.
La boca de James se abrió de par en par.
—Ralph, por algo las llaman "imperdonables". ¡Ni siquiera podríamos usarlas para luchar contra el Guardián si llegamos a eso! ¡Esa cosa ni siquiera es humana! Así que no hay excusa para utilizarlas.
—¿No? —dijo Ralph. James sabía que Ralph odiaba los enfrentamientos, pero el chico más grande se obligó a mirar a James a los ojos—. ¿Me estás diciendo que no habrías utilizado una Maldición Imperdonable para evitar que Voldemort matara a tus abuelos?
James retrocedió un paso, sin palabras. Empezó a responder, pero Ralph siguió, cortándole.
—¿Y qué hay de cuando mi tío estaba listo para matar al padre de Ted Lupin? ¿Habrías utilizado una Maldición Imperdonable para evitar que lo hiciera? ¿O incluso contra mis propios abuelos cuando estaban llevando a mi padre al orfanato muggle, diciéndole que ya no le querían, que ningún Squib era lo bastante bueno para ser su hijo? ¿Y si alguien les hubiera puesto bajo una maldición Imperio, y les hubiera obligado a llevarle de vuelta a casa, y hacer que le quisieran como se supone que quieren los padres a sus hijos? ¿Me estás diciendo que habrías decidido no hacerlo porque solo la gente "mala" utilizar Maldiciones Imperdonables?
James tartamudeó, conmocionado por la callada ferocidad en los ojos de Ralph.
—Ralph, yo… no... quiero decir...
Ralph sacudió la cabeza y apartó la mirada.
—No puedo culparte por no entenderlo, James. Pero honestamente, si utilizando una Maldición Imperdonable pudieras recuperar a la gente a la que has perdido para siempre, ¿no lo harías? Si pudieras recuperar las cosas que te han quitado personas estúpidas y egoístas... ¿no lo harías? —Ralph miró a James de nuevo, con los ojos brillantes—. Porque yo sí, James. De veras lo haría. Sin pensarlo un segundo.
Con eso, Ralph empujó a James y se adentró en la oscuridad del pasillo. James sabía que no serviría de nada seguirle, pero le asustaban las cosas que Ralph había dicho. Nunca había visto tanta pasión en el chico antes, pero al parecer, había estado allí todo el tiempo, solo que bajo la superficie.
Rose alcanzó a James, sacudiendo la cabeza preocupada.
—Tendremos que arrinconar a Scorpius en la sala común —dijo—. Todavía está ahí, rodeado de gente. Les está mostrando cómo hacer el maleficio Levicorpus. ¿Qué pasa?
James sacudió la cabeza, todavía mirando hacia Ralph.
—No sé, Rose. Nada está yendo como se suponía que debía ir. Y a decir verdad, no tengo ni idea de qué se supone que debo hacer al respecto.
—Yo te diré lo que tienes que hacer, James —dijo Rose seriamente.
James la miró fijamente, frunciendo el ceño.
—¿Y qué sería eso?
—Lo que hiciste el año pasado cuando te metiste en problemas —replicó Rose, arqueando las cejas—. Ir a pedir ayuda a alguien que si sepa qué hacer.
A principios de la semana siguiente, James todavía no había hablado con Scorpius sobre su discurso en la última reunión del Club de Defensa. No es que no hubiera tenido oportunidad; más bien simplemente no sabía qué decir. Conocía a Scorpius lo suficiente como para saber que si le exigía que no enseñara Maldiciones Imperdonables en el club, probablemente empezaría con ellas en la siguiente reunión. Consideró eliminar simplemente a Scorpius como profesor, pero el hecho era que era bastante buen profesor, y parecía saber un montón.
La peor parte era que James era incapaz de discutir el problema con Ralph ya que éste al parecer quería aprender las maldiciones. James podía entender más o menos lo que había dicho Ralph, pero todas las razones que había dado para aprender las maldiciones estaban ya en el pasado. Aprender las maldiciones ahora no traería de vuelta a los abuelos de James ni al padre de Ted. Tal vez Ralph estuviera pensando en tragedias venideras y quisiera estar preparado para ellas. Fuera como fuera, resultaba preocupante. Ralph había estado de mal humor y callado desde la conversación en el pasillo, y James decidió que lo mejor era dejarle en paz por un tiempo.
Afortunadamente, se distrajo por completo de todo eso durante un rato en la clase de Criaturas Mágicas del martes. Hagrid condujo a los estudiantes a la parte de atrás del granero, haciéndoles callar y manteniéndoles detrás de él con su mano enorme.
—Grawp lo está haciendo bastante bien —susurró Hagrid—, pero no queremos distraerle. Es un trabajo peliagudo, pasear a un dragón.
Mientras el grupo se arrastraba alrededor del granero, James se asomó más allá de Ralph, intentando ver. A poca distancia, justo en la linde del bosque, Grawp caminaba muy lentamente, volviéndose a mirar sobre el hombro. Parecía tener algo parecido a una puerta de hierro amarrada al antebrazo izquierdo a modo de escudo. Una cadena muy gruesa que partía de la mano derecha alzada de Grawp, terminaba en un collar sobre el cuello del dragón. Asombrosamente, el dragón deambulaba dócilmente detrás de Grawp, olisqueando los árboles y enterrando ocasionalmente el morro en la tierra, escarbando algo.
—A Norberta le gustan los topos bien gordos —susurró Hagrid—. Y puede olerlos a través de la tierra. Sería genial para el control de plagas si no prendiera fuego de vez en cuando a los árboles. Hoy se está portando bien, sin embargo, así pensé que sería seguro darle un paseíto.
—¿Qué pasa si quema a Grawp? —preguntó Morgan Patonia—. ¿Para eso es la puerta de hierro?
Hagrid sacudió la cabeza.
—Quiere a Grawp incluso más que a mí. Nunca le quemaría. El escudo es solo una medida de seguridad extra. El año pasado la directora McGonagall insistió en que lo llevara siempre que la sacara. Ahora es sólo un hábito.
Grawp tiró de la cadena cuando Norberta se quedó atrás, olisqueando el tronco de un árbol. Ella se inclinó pesadamente en el árbol y se frotó contra él, como rascándose un picor. El árbol tembló y gimió, inclinándose notablemente.
—Me pregunto quién ganaría una pelea —susurró Graham, sonriendo—, ¿el Sauce Boxeador o Norberta?
—Eso es una estupidez —replicó Ashley, sacudiendo la cabeza.
—Yo pagaría por verlo —dijo Graham—. Batalla de Titanes Mágicos. Imagina.