Read James Potter y La Maldición del Guardián Online
Authors: George Norman Lippert
Desafortunadamente, con el paso del tiempo, Hogwarts había sido reconstruida y fortificada. No había forma de que alguien como Lucius entrara en los terrenos sin ser detectado. Necesitaba socios y necesitaba dinero. Pronto, encontró ambas cosas en la persona de Gregor Tyrannicus, un refugiado suave pero lleno de odio, expulsado de su propia familia real mágica en Rumanía. Gregor llegaba con una pequeña fortuna en oro, proporcionada por su padre en un esfuerzo de asegurar que se marchaba en silencio y no volvía nunca. Gregor quedó instantáneamente embrujado por las historias de Lucius sobre sus tratos con el famoso Lord Tenebroso, y comprometió cada onza de su tesoro en la búsqueda de la misteriosa daga. A cambio, simplemente pedía su propia posición de poder una vez el previsto reino purasangre fuera instaurado. Lucius aceptó graciosamente el apoyo de Gregor, alimentando incluso la pasión obsesiva del hombre por coleccionar reliquias de la vida del Señor Tenebroso.
Juntos, congregaron a un pequeño equipo de ladrones y asesinos, entrenándolos para el asalto a muerte al castillo de Hogwarts. En realidad, Lucius no tenía intención de acompañarlos en el asedio. Planeaba utilizar la distracción creada por este para escabullirse solo hasta el Bosque Prohibido y buscar la daga oculta. A pesar del entrenamiento, de hecho, Lucius esperaba que el equipo de asalto fuera capturado y enviado a Azkaban. Francamente, mientras proporcionaran la pequeña distracción que necesitaba, no le importaba. Sería solo un pequeño sacrificio en el progresivo trabajo hacia el objetivo del caído Lord Tenebroso.
El asalto sin embargo nunca se realizó. Menos de una semana antes del planeado viaje al castillo Hogwarts, Lucius estaba solo en la casa solariega de Cannery Row cuando uno de los ladrones que había contratado para el equipo, un joven llamado Malcom Baddock, salió de entre las sombras, con un cuchillo centelleando en la mano. El hombre sonrió, ordenando a Lucius que entregara el oro que tenía oculto en algún lugar de la casa.
—Dámelo y quizás solo te corte la lengua, viejo —había dicho Baddock.
Lucius simplemente había suspirado. Cerró el libro que había estado leyendo y, casi perezosamente, sacó su varita. Le apuntó ociosamente, sin dirigirla realmente hacia Baddock.
—¿Y qué te hace pensar, jovencito, que no acabarás muerto ahí mismo donde estás de pie por obra de esta misma varita?
La sonrisa de Baddock se amplió ansiosamente.
—Porque este es mi cuchillo de la suerte, ves —dijo, mostrando la centelleante hoja oscurecida—. No me ha fallado aún. Te habrá matado tres veces antes de que golpees el suelo, viejo chiflado. Ninguna varita ha podido nunca contra él, y la tuya no será distinta. ¡Ahora dame el oro!
Los ojos de Lucius se entrecerraron.
—Dime, amigo mío —dijo sedosamente—, ¿sabe tu cuchillo de la suerte cuándo un mago va a hacer esto?
Con un movimiento hábil, Lucius dio un golpecito en el aire. Una fina línea roja rasgó la garganta de Baddock y este se sobresaltó. La sangre comenzó a manar del corte. Goteaba por su garganta y Baddock intentaba mirarla, frunciendo el ceño de forma bastante cómica. Su cara se contorsionó de rabia y retrocedió, alzando el cuchillo por su punta. Cuando abrió la boca para hablar, sin embargo, su cabeza cayó tranquilamente hacia atrás de sus hombros, separándose pulcramente a lo largo de la línea de sangre. Cayó al suelo como un leño.
Lucius ya estaba guardando su varita y preguntándose si contaría al resto del equipo lo que había ocurrido con Baddock cuando algo se le clavó en el estómago. Bajó la mirada con curiosidad y reparó en la empuñadura del cuchillo de Baddock sobresaliendo de su túnica. Un momento después, oyó el golpe del cuerpo sin cabeza del hombre al dar contra el suelo, muerto. Verdaderamente, era un cuchillo de la suerte si Baddock había conseguido terminar el lanzamiento que había comenzado mientras su cabeza todavía estaba marginalmente pegada.
Lucius extendió la mano hacia el cuchillo para extraerlo de su estómago. Dolía, pero no era fatal, no para un mago como él. Se detuvo, sin embargo, antes de que sus dedos tocaran la empuñadura. Sus ojos se abrieron lentamente mientras la miraba. El trozo de empuñadura que podía ver sobresaliendo de los lentamente oscurecidos pliegues de su túnica era bastante feo e incrustado de joyas. Lucius lo reconoció. Con lentitud, cerró los dedos alrededor de la empuñadura de plata y sacó la hoja de sus entrañas. Apenas lo sintió. Cayó de rodillas, sosteniendo en alto la daga, girándola, y observando la luz del fuego jugar sobre su oscura y ensangrentada hoja. Empezó a reír.
—Gracias, mi señor —gritó a través de sus risas—. ¡Incluso muerto, tus palabras sostienen un anillo de verdad! ¡Tu Horrocrux final me ha encontrado! ¡Gracias! ¡No te fallaré! ¡Tu tarea final será completada!
Lucius rió hasta quedarse ronco, solo recordando sanar la herida de su estómago cuando notó la sangre empapando el frontal de su túnica y goteando en el suelo.
Habían pasado dos años desde la Batalla de Hogwarts, desde la inconcebible muerte del Señor Tenebroso, pero Lucius finalmente era capaz de completar su tarea. Habló a Gregor de la sorprendente aparición de la daga, y despidieron al resto del equipo de asalto con una pequeña paga en oro, advirtiéndoles que si contaban a alguien lo que sabían, experimentarían el mismo destino que había recaído sobre su colega, Baddock.
Lucius había decidido hacía tiempo qué familia serviría de anfitrión para el "regalo" del Señor Tenebroso. Eran purasangre, pero humildes y pobres. Lucius les había estado espiando y había descubierto que una joven de la familia acababa de quedarse embarazada. Su nombre era Lianna Agnellis y su marido había sido recientemente apresado por el Ministerio, sospechoso de haber estado implicado a bajo nivel con los mortífagos en los últimos días del reinado de terror de Voldemort. Lucius conocía vagamente al hombre, cuyo nombre era Wilfred. Había sido de hecho una herramienta de los mortífagos, aunque él mismo apenas lo sabía. El joven había sido extremadamente simple e ingenuo, y el propio Lucius le había utilizado como mensajero. Había sido Lucius quien anónimamente había informado al Ministerio de las conexiones de Wilfred, sabiendo muy bien que el patético hombrecillo nunca podría implicar a nadie por sus nombres; Lucius y sus cohortes habían sido muy cuidadosos en eso. Wilfred fue interrogado por el Wizengamot y finalmente apresado en Azkaban hasta el momento en que estuviera dispuesto a proporcionar los nombres de sus supuestos cómplices.
Después del encarcelamiento de Wilfred, Lucius visitó a la joven embarazada en su diminuto apartamento. Se congració con ella, reclamando ser un amigo preocupado y antiguo asociado de su marido encarcelado. Lianna le invitó a un té y se sentaron a su desvencijada mesa de cocina. Lucius explicó que tenía dinero e influencias para ocuparse de la excarcelación de su marido si ella estaba dispuesta a prestar un pequeño servicio en favor de los benefactores de su marido. Lianna estaba desesperada: se lanzó sobre Lucius, sollozando y prometiendo que haría lo que fuera por conseguir que Wilfred volviera a casa. Preguntó a Lucius que precisaba de ella, y él se plantó, sugiriendo que se lo pensara dos veces antes de que se lo contara. Le pidió que se tomara un momento para considerarlo mientras volvía a servir más té.
Mientras ella volvía al fogón, sollozando y limpiándose los ojos, Lucius se asomó con atención a la taza vacía de la joven, examinando los trozos de hojas de té esparcidos en el fondo. Tenía que asegurarse de que el hijo del útero de la mujer era un niño; desde luego, Lucius era un mago lo bastante competente para asegurarse de algo tan simple como eso. Miró atentamente, entrecerrando la mirada, pero por alguna razón, las hojas de té se emborronaban ante sus ojos. Parpadeó, intentando enfocar, concentrarse. En su túnica, la daga parecía vibrar. La sentía extenderse hacia su mente, llamándole. Le estaba distrayendo. Últimamente, Lucius nunca iba a ninguna parte sin la daga, pero ahora de repente deseó haberla dejado en casa. Y entonces, justo cuando Lianna estaba volviendo, colocando la taza de Lucius sobre la mesa, el amasijo de hojas empapadas se aclaró. Lucius las miró fijamente, incluso extendiendo el brazo hacia la taza de la mujer e inclinándola hacia la luz. Sí, ahí estaba. No había duda: el hijo de la barriga de la mujer era un niño. Las hojas lo probaban. Lucius suspiró y sonrió con alivio. La daga en su túnica volvió a quedarse inmóvil.
—¿Qué? —dijo Lianna nerviosamente, volviendo a sentarse—. ¿Qué ve en las hojas? ¿Voy a recuperar a Wilfred?
Lucius la miró con gentileza brillando en sus ojos. Colocó su mano sobre la de ella, reconfortantemente.
—Estarán juntos muy pronto —prometió—, si hace lo que pedimos. Puede hacerlo hoy, esta misma tarde si quiere. Yo la ayudaré. Pero debe hacerlo sin vacilar y sin preguntas. Puede que le sorprenda, incluso que le duela, pero solo un poco, y se acabará en unos minutos. ¿Puede hacerlo, mi querida señora Argnellis?
Ella asintió, nerviosamente pero con gran resolución.
—Sabía que los jefes de Wilfred no eran gente muy agradable, y que las cosas que le hacían hacer eran algunas veces horribles. Se lo dije entonces como se lo estoy diciendo ahora, señor: no quiero saber nada de eso. Haré lo que quiera que haga, pero no me haga saber más al respecto de lo que tenga que saber. Solo quiero de vuelta a mi Wilfred, y después de eso, todos ustedes desaparecerán, si no le importa.
Lucius asintió comprensivamente, palmeándole la mano, pero Lianna no parecía tener nada más que decir. La firme línea de su boca probó a Lucius que era una mujer de mente simple que había decidido hacer casi cualquier cosa por recuperar a su marido. Parecía presentir que sería bastante horrible, pero tenía una mirada en la cara que Lucius conocía bien. Era la mirada que decía: Haré lo que haga falta, y nunca volveré a hablar o pensar en esto. Nadie lo sabrá, y yo misma lo olvidaré. Ya lo estoy olvidando. Mi mente está en blanco. Por favor, acabemos con esto.
Cuando Lucius estuvo bastante seguro de que la mirada de resolución se solidificaba del todo en el rostro de Lianna, buscó lentamente en su túnica, manteniendo su expresión de amable preocupación. Sacó una tela negra doblada y la tendió sobre la mesa.
—Desenvuélvala, señora Agnellis —dijo quedamente—. Es para usted.
Ella extendió la mano y tocó la tela. La abrió y miró en blanco a la fea daga de plata.
Lucius continuó sonriéndole.
—Solo dolerá un momento —dijo tranquilizador. Empezó a explicarle lo que debía hacer.
—Eso es absolutamente horrible —dijo Rose, su voz temblaba—. ¡Tu abuelo es un monstruo!
Scorpius no respondió. Apartó la mirada, mirando al polvoriento Espejo de Oesed.
Ralph frunció el ceño.
—¿Entonces como consiguió el tal Baddock la daga Horrocrux?
—Era un estudiante de séptimo en Hogwarts justo antes de la batalla —dijo Scorpius—. Mi abuelo cree que de algún modo la daga permitió que Baddock la encontrara, sabiendo que podría utilizarle para llegar a donde quería.
—Pobre estúpido —dijo Rose, suspirando.
—Pero si la daga estaba con Baddock —preguntó James-, ¿entonces cuál era el objeto mágico que tu abuelo presintió en el Bosque Prohibido? —se detuvo de repente cuando la respuesta llegó a él. Los ojos de Rose se desorbitaron cuando también hizo la conexión.
—¡La Piedra de Resurección! —jadeó—. ¡Así es como la encontraron! ¡Tuvo la suerte de acercarse a ella cuando sus sentidos estaban muy alerta! ¡Sintió la Piedra de Resurección perdida y la confundió con la daga!
—Él también debe haberlo comprendido —asintió James gravemente—. Probablemente no sabía qué era, pero después de que Baddock intentara atacarle, supo que lo que había en el Bosque no podía haber sido la daga. Al final, se escabulló hasta el Bosque para buscarla. ¡Maldita sea! ¡Seguramente se meó encima cuando averiguó que era la mitad de Slytherin de la Piedra Faro!
Scorpius sacudió la cabeza.
—No sé nada de esa parte, pero sí, tendría sentido.
—¿Entonces —preguntó James—, ese es el fin de la historia? ¿Esa pobre Lianna se arañó la inicial de Voldemort en la barriga y dio a luz a un bebé con parte del alma de Voldemort en su interior?
—Dio a luz al niño —replicó Scorpius, todavía evitando mirarle a los ojos—, pero no lo crió. Estaba asqueada por lo que había hecho, y por supuesto, mi abuelo no hizo nada por ver que su marido fuera liberado de Azkaban. No es que en realidad hubiera podido hacerlo aunque hubiera querido. Todo habían sido mentiras. Finalmente, cuando Wilfred no fue liberado, Lianna se convenció de que había hecho algo terrible, y sin razón alguna. Se puso muy enferma y tuvieron que llevarla al hospital St Mungo. Esa noche, murió dando a luz a su bebé.
Los labios de Ralph estaban presionados en una fina línea. Sacudió la cabeza y dijo:
—Es horrible. No necesito saber nada de esto.
Rose levantó la mirada, le brillaban los ojos.
—¿Qué pasó con el padre del bebé?
—Wilfred permaneció en Azkaban durante años. Sabía que su esposa había muerto dando a luz a su hijo, pero nunca vio al bebé. Exigió que le dejaran salir para poder criar a su hijo. Se volvió irracional y fue puesto en confinamiento en solitario. Poco después, se le encontró muerto en su celda. Mi abuelo cree que fue lanzado al pozo de los Dementores por alguno de los guardias.
—¿El pozo de los Dementores? —dijo Ralph, estremeciéndose.