—...
al dragón...
Y vio a su hermano Rhaegar, a lomos de un corcel tan negro como su armadura. Dentro de su yelmo, a través de la estrecha hendidura para los ojos, el fuego ardía.
—El último dragón —susurró lejana la voz de Ser Jorah—. El último, el último.
Dany levantó el visor negro. El rostro que vio tras él era el suyo propio.
Después, y durante largo rato, sólo hubo dolor, fuego y susurros procedentes de las estrellas.
El sabor de las cenizas la despertó.
—No —gimió—. No, por favor.
—
¿Khaleesi?
—Jhiqui se acercó a ella, asustada como un cervatillo.
La tienda estaba a oscuras, silenciosa, cerrada. Del brasero salían flotando algunas cenizas, y Dany las siguió con la mirada hasta ver cómo se perdían por el agujero para el humo de la parte superior.
«Volaba —pensó—, tenía alas, tenía alas.» Pero no había sido más que un sueño.
—Ayudadme —susurró Dany, tratando de incorporarse—. Traedme... —Tenía la garganta en carne viva, y no sabía qué quería que le trajeran. ¿Qué era lo que le dolía tanto? Era como si la hubieran despedazado, para luego volver a reconstruirla—. Quiero...
—Sí,
khaleesi
. —Jhiqui salió corriendo de la tienda, llamando a gritos.
Dany necesitaba... algo... a alguien... ¿el qué? Sabía que se trataba de algo importante. Era lo único que importaba en todo el mundo. Rodó sobre un costado, se incorporó sobre un codo y trató de liberarse de la manta que le envolvía las piernas. Le costaba mucho moverse. El mundo parecía moverse en medio de brumas.
«Tengo que...»
La encontraron en la alfombra, arrastrándose hacia sus huevos de dragón. Ser Jorah Mormont la cogió en brazos y la depositó de nuevo sobre las sedas de dormir, mientras ella se debatía sin fuerzas. Vio por encima del hombro del caballero a sus tres doncellas, a Jhogo con su sombra de bigote, y también el rostro ancho y plano de Mirri Maz Duur.
—Es necesario —intentó decirles—. Tengo que...
—Dormid, princesa —dijo Ser Jorah.
—No —suplicó Dany—. Por favor. Por favor.
—Sí. —La tapó con las sedas, aunque estaba ardiendo—. Dormid y recuperad las fuerzas,
khaleesi
. Volved con nosotros.
Y allí estaba Mirri Maz Duur, la
maegi
, que le ponía una copa en los labios. Notó el sabor de la leche agria, y también el de algo más, algo espeso y amargo. El líquido caliente le corrió por la barbilla. Consiguió tragar algo. La tienda se hizo más oscura, y el sueño volvió a apoderarse de ella. Pero no hubo pesadillas. Flotó, serena y tranquila, en un mar negro que no tenía orillas.
Tras un tiempo, una noche, un día, un año, no habría sabido decirlo, volvió a despertar. La tienda estaba a oscuras, las paredes de seda se agitaban como alas con cada ráfaga de viento del exterior. En aquella ocasión Dany no trató de levantarse.
—Irri —llamó—. Jhiqui, Doreah. —Acudieron al instante—. Tengo la garganta seca. Muy seca. —Le llevaron agua. Estaba tibia y no sabía bien, pero Dany la bebió con ansiedad, y envió a Jhiqui a buscar más. Irri humedeció un paño suave y le limpió la frente—. He estado enferma —añadió Dany. La muchacha dothraki asintió—. ¿Cuánto tiempo?
—Mucho —susurró. El paño resultaba refrescante, pero Irri parecía tan triste que le dio miedo.
Cuando Jhiqui regresó con más agua, Mirri Maz Duur la acompañaba, todavía adormilada.
—Bebed —dijo al tiempo que volvía a acercar una copa a los labios de Dany.
Pero en aquella ocasión era sólo vino. Vino dulce. Dany bebió, y volvió a tenderse, escuchando el sonido pausado de su respiración. Notaba los miembros pesados, y el sueño volvió a invadirla.
—Traedme... —murmuró con voz aletargada—. Traedme... quiero...
—¿Sí? —preguntó la
maegi
—. ¿Qué queréis,
khaleesi
?
—Traedme... los huevos... los huevos de dragón..., por favor... —Sentía las pestañas como si fueran de plomo, y el cansancio impidió que los sostuviera entre sus brazos.
Cuando despertó por tercera vez, un rayo de sol dorado entraba por el agujero para el humo, y estaba abrazada a uno de los huevos de dragón. Era el más claro, el de las escamas color crema, con vetas espirales de oro y bronce. Dany sintió el calor que procedía de su interior. Bajo las finas sedas del lecho, tenía la piel desnuda cubierta de una película de sudor.
«Rocío de dragón», pensó. Pasó los dedos con suavidad por la superficie de la cáscara, siguiendo las vetas doradas, y sintió cómo en lo más profundo de la piedra algo se agitaba a modo de respuesta. Aquello no la asustó. Ya no tenía miedo de nada; el miedo se había quemado.
Dany se tocó la frente. Tenía la piel fresca bajo el sudor; se le había ido la fiebre. Se forzó a sentarse. La cabeza se le fue un momento, y sintió un dolor profundo entre los muslos. Pero tenía fuerzas. Sus doncellas acudieron corriendo en cuanto las llamó.
—Agua —pidió—. Un frasco de agua, tan fresca como sea posible. Y fruta. Sí, fruta. Dátiles.
—Como digáis,
khaleesi
.
—Decidle a Ser Jorah que venga —pidió, al tiempo que se levantaba. Jhiqui se acercó con una túnica de seda, y se la echó sobre los hombros—. Preparadme un baño caliente, y llamad a Mirri Maz Duur, y... —De repente, recuperó la memoria y flaqueó—. Khal Drogo —consiguió decir, mirándolas con ojos llenos de miedo—. ¿Está...?
—El
khal
vive —respondió Irri en voz baja, y salió corriendo a buscar el agua.
Dany vio que sus ojos estaban llenos de sombras. Se volvió hacia Doreah.
—Cuéntamelo.
—Voy... voy a llamar a Ser Jorah. —La chica lysena inclinó la cabeza y salió también corriendo de la tienda.
Jhiqui habría deseado escapar con ellas, pero Dany la agarró por la muñeca.
—¿Qué pasa? Tengo que saberlo de una vez. Drogo... y mi hijo. —¿Por qué no había pensado en el bebé hasta entonces?—. Mi hijo... Rhaego... ¿dónde está? Traédmelo.
—El niño... no vivió,
khaleesi
—dijo la doncella con la mirada baja.
Su voz era un susurro asustado. Dany le soltó la muñeca.
«Mi hijo está muerto», pensó mientras Jhiqui salía de la tienda. En cierto modo, lo había sabido desde el principio, desde que despertara por primera vez y viera las lágrimas en los ojos de Jhiqui. No, lo había sabido antes aun de despertar. De pronto recordó el sueño, recordó al hombre alto de la piel cobriza y la larga trenza de oro blanco que estallaba en llamas.
Debía llorar, sabía que debía llorar, pero tenía los ojos tan secos como las cenizas. En el sueño había llorado, y las lágrimas se le habían convertido en vapor al rozarle las mejillas.
«El dolor también se ha quemado», pensó. Sentía tristeza, pero... aun así, notaba que Rhaego se alejaba de ella, como si no hubiera existido jamás.
Ser Jorah y Mirri Maz Duur llegaron unos momentos más tarde, y encontraron a Dany de pie ante los dos huevos de dragón, los que seguían en el cofre. Le pareció que estaban tan calientes como el que había tenido abrazado mientras dormía, cosa que le resultaba muy extraña.
—Venid aquí, Ser Jorah —pidió. Le cogió la mano y la puso sobre el huevo negro, el de las espirales color escarlata—. ¿Qué sentís?
—Un cascarón, duro como la roca. —El caballero la miró con cautela—. Escamas.
—¿Y calor?
—No. Es piedra fría. —Apartó la mano—. ¿Os sentís bien, princesa? ¿No creéis que deberíais acostaros? Seguís muy débil.
—¿Débil? Estoy fuerte, Jorah. —Para complacerlo, se recostó sobre un montón de cojines—. Decidme cómo murió mi hijo.
—No llegó a vivir, princesa. Las mujeres dicen... —Se quedó sin voz. Dany se dio cuenta de que había perdido mucho peso, y de que cojeaba al andar.
—Contádmelo. Contadme lo que dicen las mujeres.
—Dicen que el niño era... —Él apartó la vista. Tenía una expresión atormentada en los ojos.
Dany aguardó, pero Ser Jorah no podía pronunciar las palabras. Tenía el rostro ensombrecido por la vergüenza. Él también parecía casi un cadáver.
—Monstruoso —terminó en su lugar Mirri Maz Duur. El caballero era un hombre poderoso, pero Dany comprendió en aquel momento que la
maegi
era más fuerte, más cruel e infinitamente más peligrosa—. Retorcido. Yo misma os lo saqué. Tenía escamas como de lagarto, sin ojos, un muñón de cola, y alitas de cuero, como las de un murciélago. Cuando lo toqué, la carne se le desprendió del hueso, y por dentro estaba lleno de gusanos y apestaba a podredumbre. Llevaba años muerto.
«Oscuridad», pensó Dany. La terrible oscuridad que la perseguía para devorarla. Si volvía la vista atrás estaría perdida.
—Mi hijo estaba vivo y fuerte cuando Ser Jorah me metió en esta tienda —dijo—. Sentí sus patadas: luchaba por nacer.
—Será como decís —respondió Mirri Maz Duur—, pero la criatura que salió de vuestro vientre era tal como os he dicho. En la tienda estaba la muerte,
khaleesi
.
—Sólo había sombras —susurró Ser Jorah, pero Dany captó la duda que impregnaba su voz—. Yo lo vi,
maegi.
Te vi, estabas sola, bailando con las sombras.
—La tumba proyecta sombras alargadas, Señor de Hierro —manifestó Mirri—. Alargadas y oscuras, y no hay luz capaz de disiparlas.
Dany supo que Ser Jorah había matado a su hijo. Actuó por amor, por lealtad, pero la había metido en un lugar donde no debía entrar hombre alguno, y había entregado su hijo a la oscuridad. Él también lo sabía: el rostro macilento, los ojos vacíos, la cojera.
—Las sombras también os tocaron a vos, Ser Jorah —le dijo. El caballero no respondió. Dany se volvió hacia la esposa de dios—. Me dijiste que sólo la muerte puede comprar la vida. Pensé que te referías al caballo.
—No —replicó Mirri Maz Duur—. Eso fue una mentira que os dijisteis. Sabíais cuál era el precio.
¿Lo había sabido? ¿Lo había sabido? «Si vuelvo la vista atrás, estoy perdida.»
—Se pagó el precio —dijo—. El caballo, mi hijo, Quaro y Qotho, Haggo y Cohollo. El precio se pagó, se pagó y se volvió a pagar. —Se levantó de los cojines—. ¿Dónde está Khal Drogo? Muéstramelo, esposa de dios,
maegi
, maga de sangre, o lo que seas. Muéstrame a Khal Drogo. Muéstrame lo que he comprado con la vida de mi hijo.
—A vuestras órdenes,
khaleesi
—dijo la mujer—. Venid, os llevaré junto a él.
Dany estaba más débil de lo que creía. Ser Jorah la rodeó con un brazo y la ayudó a mantenerse en pie.
—Ya habrá tiempo para eso, princesa —dijo con voz queda.
—Quiero verlo ahora, Ser Jorah.
Tras la penumbra de la tienda, el mundo exterior la cegó con su brillo. El sol ardía como si fuera oro fundido, y la tierra estaba reseca y estéril. Sus doncellas aguardaban con fruta, vino y agua, y Jhogo se acercó para ayudar a Ser Jorah a sujetarla. Aggo y Rakharo estaban también allí. El brillo del sol en la arena hacía que fuera difícil ver más, hasta que Dany se llevó la mano a los ojos para hacer visera. Vio las cenizas de una hoguera; unos cuantos caballos sueltos paseando con indolencia, buscando briznas de hierba; algunas tiendas y esterillas de dormir. Un grupito de niños se juntaron para mirarla, y más allá, las mujeres se dedicaban a sus quehaceres, mientras que los ancianos arrugados contemplaban el cielo azul intenso con ojos cansados, espantándose de cuando en cuando las moscas de sangre con manotazos débiles. Habría un centenar de personas, no más. Donde antes habían acampado cuarenta mil personas, sólo quedaba el viento y el polvo.
—El
khalasar
de Drogo se ha marchado —dijo.
—Un
khal
que no puede cabalgar no es un
khal
—dijo Jhogo.
—Los dothrakis sólo siguen a los fuertes. Lo siento, princesa; no pudimos retenerlos. Ko Pono fue el primero en marcharse, después de nombrarse a sí mismo Khal Pono, y muchos lo siguieron. Jhaqo no tardó en hacer lo mismo. El resto se fueron yendo noche tras noche, en grupos grandes o pequeños. En el mar dothraki hay una docena de
khalasars
nuevos que han sustituido al de Drogo.
—Se han quedado los viejos —dijo Aggo—. Los cobardes, los débiles y los enfermos. Y los que juramos lealtad. Nos hemos quedado.
—Se llevaron los rebaños de Khal Drogo,
khaleesi
—dijo Rakharo—. Éramos muy pocos; no pudimos impedirlo. También se llevaron muchos esclavos, tanto tuyos como del
khal
, pero dejaron a unos cuantos.
—¿Y Eroeh? —preguntó Dany al recordar a la muchacha asustada a la que había salvado en el exterior de la ciudad de los hombres cordero.
—La cogió Mago, que ahora es jinete de sangre de Khal Jhaqo —dijo Jhogo—. La montó hasta que se hartó y se la entregó a su
khal
, que a su vez la entregó al resto de los jinetes de sangre. Cuando terminaron, le cortaron la garganta.
—Era su destino,
khaleesi
—dijo Aggo.
«Si vuelvo la vista atrás, estoy perdida.»
—Un destino cruel —dijo Dany—, pero no tan cruel como lo será el de Mago. Os lo prometo por los dioses antiguos y por los nuevos, por el dios cordero y el dios caballo, por todos los dioses que existen. Lo juro por la Madre de las Montañas y el Vientre del Mundo. Antes de que acabe con ellos, Mago y Ko Jhaqo suplicarán la misma piedad que tuvieron ellos con Eroeh.
Los dothrakis intercambiaron miradas inseguras.
—
Khaleesi
—le explicó Irri, como si hablara con una niña—, ahora Jhaqo es
khal
, lo siguen veinte mil jinetes.
—Y yo soy Daenerys de la Tormenta —dijo Dany alzando la cabeza—, Daenerys de la Casa Targaryen, de la sangre de Aegon
el Conquistador
y Maegor
el Cruel
, y antes que ellos de la antigua Valyria. Soy la hija del dragón, y os juro que esos hombres morirán gritando. Ahora, llevadme ante Khal Drogo.
Estaba tendido sobre la tierra roja, mirando hacia el cielo.
Una docena de moscas de sangre se le habían posado encima, pero no daba señal de notarlas. Dany las espantó, y se arrodilló a su lado. Tenía los ojos bien abiertos, pero no la vio, y ella supo al instante que estaba ciego. Cuando susurró su nombre, no pareció oírla. La herida del pecho estaba curada, o tan curada como podía estar; la cicatriz que había quedado era gris rojiza y repugnante.
—¿Por qué está aquí solo, al sol? —les preguntó.
—Parece que el calor le agrada, princesa —dijo Ser Jorah—. Sigue el sol con los ojos, aunque no lo vea. Puede caminar, más o menos. Va a donde lo llevamos, pero nada más. Come si le ponemos la comida en la boca; bebe si le mojamos los labios con agua.