Juego de Tronos (120 page)

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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

BOOK: Juego de Tronos
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Los señores del norte se sentaron enfrente, Catelyn y Robb frente a Edmure. Eran menos. El Gran Jon ocupaba un lugar a la izquierda de Robb, y a su lado se sentaba Theon Greyjoy; Galbart Glover y Lady Mormont estaban a la derecha de Catelyn. Lord Rickard Karstark, demacrado, con los ojos inexpresivos de tanto dolor, parecía vivir en una pesadilla, con la larga barba desaliñada y sin lavar. Dos de sus hijos habían muerto en el Bosque Susurrante, y no había noticias del tercero, el primogénito, que había ido a la cabeza de los lanceros Karstark contra Tywin Lannister, en el Forca Verde.

Las discusiones se prolongaron hasta bien entrada la noche. Cada uno de los señores tenía derecho a hablar... y todos hablaron, y gritaron, y maldijeron, y razonaron, y adularon, y bromearon, y negociaron, y golpearon la mesa con las jarras de cerveza, y amenazaron, y salieron de la sala, y regresaron malhumorados o sonrientes. Catelyn los escuchó a todos.

Roose Bolton había reagrupado los maltrechos restos de su otro ejército al pie del camino alto. Ser Helman Tallhart y Walder Frey seguían defendiendo Los Gemelos. El ejército de Lord Tywin había cruzado el Tridente, y se dirigía hacia Harrenhal. Y en el reino había dos reyes. Dos reyes, y ningún punto de acuerdo.

Muchos de los señores vasallos querían marchar de inmediato contra Harrenhal, para enfrentarse a Lord Tywin y derrotar a los Lannister de una vez por todas. Marq Piper, joven y fogoso, insistía en atacar Roca Casterly. Pero otros recomendaban paciencia. Aguasdulces era un punto clave: cortaba las líneas de suministros de los Lannister, tal como les recordó Jason Mallister; por tanto, el tiempo jugaba en su favor, ya que Lord Tywin no tendría provisiones ni tropas de refresco, mientras que ellos se podían fortificar y dar descanso a los guerreros. Lord Blackwood no quería ni oír hablar de aquello. Iban a terminar lo que habían empezado en el Bosque Susurrante. Marcharían contra Harrenhal y, de paso, acabarían con el ejército de Roose Bolton. Y, como siempre, Bracken se oponía a todo lo que propusiera Blackwood; Lord Jonos Bracken se levantó para insistir en que debían jurar lealtad al rey Renly y avanzar hacia el sur para unirse a sus huestes.

—Renly no es el rey —dijo Robb.

Era la primera vez que su hijo hablaba. Al igual que Ned, sabía escuchar.

—No pretenderéis ser leal a Joffrey, mi señor —dijo Galbart Glover—. Hizo matar a vuestro padre.

—Y esa acción hace de él un malvado —replicó Robb—. Pero no hace de Renly un rey. Joffrey es el primogénito de Robert, de manera que, según las leyes del reino, el trono le corresponde por derecho. Si muriera, y de eso pienso encargarme yo, tiene un hermano menor. Tommen es el siguiente en la línea de sucesión.

—Tommen es un Lannister —saltó Ser Marq Piper.

—Así es —asintió Robb, preocupado—. Pero, aunque ninguno de los dos tenga derecho al Trono, ¿lo tiene Lord Renly? Es el hermano pequeño de Robert. Bran no puede ser señor de Invernalia antes que yo, y Renly no puede ser rey antes que Lord Stannis.

Lady Mormont asintió.

—La demanda de Lord Stannis es la más justa.

—Renly ha sido coronado —insistió Marq Piper—. Tiene el apoyo de Altojardín y de Bastión de Tormentas, y pronto tendrá el de Dorne. Si Invernalia y Aguasdulces unen sus fuerzas, lo respaldarán cinco de las siete grandes casas. ¡Seis, si los Arryn se deciden! ¡Seis contra la Roca! Mis señores, antes de que termine el año tendremos todas sus cabezas clavadas en estacas... la Reina y el niño rey, Lord Tywin, el Gnomo, el Matarreyes, Ser Kevan, ¡todos! Eso es lo que ganaremos si nos unimos al rey Renly. En cambio, ¿qué motivos habría para unirnos a Lord Stannis? ¿Qué tiene él?

—El derecho —insistió Robb, testarudo.

A Catelyn le pareció que, en aquel momento, la semejanza con su padre era escalofriante.

—¿Sugieres que juremos lealtad a Stannis? —preguntó Edmure.

—No lo sé —dijo Robb—. He rezado a los dioses para que me dijeran qué hacer, pero no me han respondido. Los Lannister mataron a mi padre, acusado de traición, y sabemos que era mentira. Pero si Joffrey es el rey por derecho, y luchamos contra él, nosotros sí seremos traidores.

—Mi señor padre optaría por la cautela —dijo el viejo Ser Stevron, con la sonrisa taimada de los Frey—. Esperemos, dejemos que esos dos reyes jueguen a su juego de tronos. Cuando terminen, podremos optar entre arrodillarnos ante el vencedor o enfrentarnos a él. Renly se está armando, así que sin duda Lord Tywin querrá una tregua... y querrá también recuperar a su hijo. Nobles señores, permitid que vaya a Harrenhal y acuerde buenas condiciones y rescates... —El griterío le impidió terminar.

—¡Cobarde! —rugió el Gran Jon.

—Si pedimos una tregua pareceremos débiles —declaró Lady Mormont.

—¡A los siete infiernos con los rescates, no podemos devolverles al Matarreyes! —gritó Richard Karstark.

—¿Y firmar la paz? —preguntó Catelyn.

Todos los señores la miraron, pero ella sólo vio los ojos de Robb.

—Mi señora, asesinaron a mi señor padre, a tu esposo —dijo, sombrío. Desenvainó la espada y la depositó en la mesa, delante de él; el acero brillante destacaba contra la tosca madera—. Ésta es la única paz que daré a los Lannister.

El Gran Jon lanzó un rugido de aprobación, y otros hombres se sumaron a él, gritando, desenvainando las espadas, dando puñetazos contra la mesa. Catelyn aguardó hasta que se hizo el silencio.

—Mis señores —dijo entonces—, Lord Eddard era vuestro señor, pero yo compartí su lecho, parí a sus hijos. ¿Creéis que lo amaba menos que vosotros? —Faltó poco para que la voz se le quebrara de dolor, pero respiró profundamente y se controló—. Robb, si con esa espada pudieras traérmelo de vuelta, no te permitiría que volvieras a enfundarla hasta que Ned no estuviera de nuevo a mi lado... Pero ha muerto, y ni cien Bosques Susurrantes pueden hacer que regrese. Ned no volverá, y tampoco Daryn Hornwood, ni los valerosos hijos de Lord Karstark, ni tantos hombres buenos que cayeron. ¿Queremos más muertes?

—Mi señora, sois una mujer —rugió el Gran Jon con su voz profunda—. Las mujeres no entienden de estas cosas.

—Sois el sexo débil —dijo Lord Karstark, con las arrugas recientes del dolor dibujadas en el rostro—. Los hombres necesitamos venganza.

—Dejadme un momento a solas con Cersei Lannister, Lord Karstark, y os demostraré lo débil que puede ser una mujer —replicó Catelyn—. Quizá no entienda de tácticas y estrategias... pero sí entiendo de futilidad. Fuimos a la guerra cuando los ejércitos Lannister asaltaban las tierras de los ríos, y tenían prisionero a Ned, acusado falsamente de traición. Luchamos para defendernos, y para conseguir la libertad de mi señor.

»Bien, pues lo primero ya lo tenemos, y lo segundo es ya imposible. Lloraré a Ned hasta el fin de mis días, pero tengo que pensar en los vivos. Quiero recuperar a mis hijas; la Reina las tiene prisioneras. Si he de cambiar nuestros cuatro Lannister por sus dos Stark, lo consideraré un trato ventajoso y daré gracias a los dioses. Quiero verte a salvo, Robb; quiero que gobiernes Invernalia desde el trono de tu padre. Quiero que vivas una vida larga, que beses a una muchacha, que te cases con una mujer, que seas padre de un hijo. Quiero que esto termine. Mis señores, quiero irme a casa, y llorar allí a mi marido.

La sala quedó en silencio tras las palabras de Catelyn.

—Paz —dijo su tío Brynden—. La paz es hermosa, mi señora... pero, ¿en qué condiciones? No sirve de nada convertir las espadas en arados, si mañana hay que volver a forjarlas.

—¿Para qué murieron mi Torrhen y mi Eddard, si ahora regreso a Karhold llevándome tan sólo sus huesos? —preguntó Rickard Karstark.

—Cierto —dijo Lord Bracken—. Gregor Clegane arrasó mis campos, masacró a mis aldeanos, convirtió el Seto de Piedra en una ruina humeante. ¿Y ahora debo doblar la rodilla ante los que lo enviaron? Si todo va a quedar como está, ¿para qué hemos luchado?

Para sorpresa y desaliento de Catelyn, Lord Blackwood se mostró de acuerdo.

—Y si firmamos la paz con el rey Joffrey, ¿no seremos traidores al rey Renly? ¿En qué posición quedaríamos si el venado derrotara al león?

—Decidáis lo que decidáis, un Lannister nunca será mi rey —declaró Marq Piper.

—¡Ni el mío! —gritó el pequeño Darry—. ¡Ni el mío tampoco!

La gritería empezó de nuevo. Catelyn se sentó, sin esperanza. Había faltado poco. Casi la habían escuchado, casi... pero el momento oportuno había pasado ya. No habría paz, ni tiempo para curar las heridas, ni seguridad. Miró a su hijo; observó cómo escuchaba las discusiones de los señores, con el ceño fruncido, preocupado, pero comprometido con la guerra. Había accedido a casarse con una hija de Walder Frey, pero Catelyn veía bien claro que su verdadera novia era la espada que reposaba sobre la mesa.

Pensó en sus hijas, se preguntó si volvería a verlas, y en aquel momento el Gran Jon se puso en pie.

—¡Mis señores! —gritó con una voz que hizo temblar las vigas—. ¡Ved lo que opino de esos dos reyes! —Escupió al suelo—. Para mí, Renly Baratheon no significa nada, y Stannis, menos aún. ¿Por qué van a reinar sobre mí y sobre los míos, desde un trono florido en Altojardín o Dorne? ¿Qué saben ellos del Muro, o del Bosque de los Lobos, o de los primeros hombres? ¡Si hasta adoran a otros dioses! Y que los Otros se lleven también a los Lannister, ¡estoy harto de ellos! —Se echó la mano a la espalda por encima del hombro, y desenvainó el inmenso mandoble—. ¿Por qué no volvemos a gobernarnos a nosotros mismos? Juramos lealtad a los dragones, y los dragones están todos muertos. —Señaló a Robb con la espada—. Éste es el único rey ante el que pienso doblar la rodilla, mis señores —rugió—. ¡El Rey en el Norte! —Y se arrodilló, y puso la espada a los pies de Robb.

—En esos términos sí firmaré la paz —dijo Lord Karstark—. Que se queden con su castillo rojo, y con su silla de hierro. —Sacó la espada de la vaina—. ¡El Rey en el Norte! —exclamó, arrodillándose junto al Gran Jon.

—¡El Rey del Invierno! —dijo Maege Mormont levantándose para poner el mangual junto a las espadas.

También los señores del río se levantaron: Blackwood, Bracken, Mallister, Casas que Invernalia nunca había gobernado, pero Catelyn vio cómo se levantaban, desenfundaban las armas, doblaban las rodillas y gritaban los antiguos lemas que no se habían oído en el reino desde hacía más de trescientos años, desde que Aegon
el Dragón
unificara los Siete Reinos... Pero en aquel momento volvían a escucharse, retumbando entre las vigas de la sala de su padre.

—¡El Rey en el Norte!

—¡El Rey en el Norte!

—¡El Rey en el Norte!

DAENERYS (10)

La tierra era rojiza, reseca, muerta, y costaba mucho encontrar madera buena. Los forrajeadores regresaron con tan sólo álamos pequeños y retorcidos, arbustos y gavillas de hierba parda. Cogieron los dos árboles más rectos, les cortaron las ramas, les quitaron la corteza, los abrieron en dos a lo largo, y dispusieron los troncos en forma de cuadrado. Rellenaron la parte central de paja, maleza, restos de corteza y hatos de hierba seca. Rakharo eligió un semental de los pocos que les habían quedado. No era ni mucho menos como el de Khal Drogo, pero en realidad, pocos caballos estaban a su altura. Aggo lo llevó al centro del cuadrado, le dio de comer una manzana arrugada y lo mató en un momento, con un golpe de hacha entre los ojos.

Mirri Maz Duur, atada de pies y manos, observó los preparativos con los ojos negros intranquilos.

—No basta con matar un caballo —dijo a Dany—. La sangre sola no vale de nada. No conoces las palabras del hechizo, ni tienes el talento necesario para averiguarlas. ¿Crees que la magia de sangre es un juego de niños? Me llamáis «
maegi
» como si fuera una maldición, pero en realidad significa «sabia». Eres una chiquilla, con la ignorancia de una chiquilla. No importa qué intentes, no te saldrá. Quítame estas cuerdas y te ayudaré.

—Estoy harta de los rebuznos de la
maegi
—dijo Dany a Jhogo.

El joven empleó el látigo, y después de eso la esposa de dios se quedó en silencio.

Alzaron una plataforma sobre el cadáver del caballo, con los troncos de árboles más pequeños y las ramas rectas de los grandes. Colocaron la madera de este a oeste, del sol naciente hacia el poniente. Sobre la plataforma apilaron los tesoros de Khal Drogo: la gran tienda, los chalecos pintados, los arneses y sillas de montar, el látigo que le había regalado su padre, el
arakh
con que había matado a Khal Ogo y a su hijo, un potente arco de huesodragón... Aggo quería añadir las armas que los jinetes de sangre de Drogo habían entregado a Dany el día de su boda, pero ella lo impidió.

—Son mías —dijo—, y me las voy a quedar.

Echaron otra capa de maleza sobre los tesoros del
khal
, y por encima, más hatos de hierba seca.

Cuando el sol se acercaba a su cenit, Ser Jorah Mormont se la llevó aparte.

—Princesa... —empezó.

—¿Por qué me llamas así? —replicó Dany—. Mi hermano Viserys era tu rey, ¿no?

—Sí, mi señora.

—Pues Viserys está muerto. Yo soy su heredera, la última de la Casa Targaryen. Todo lo que fue suyo es ahora mío.

—Mi... mi reina —dijo Ser Jorah, al tiempo que hincaba una rodilla en tierra—. Mi espada fue suya, Daenerys, y ahora os pertenece a vos. Igual que mi corazón, que nunca fue de vuestro hermano. Sólo soy un caballero; no puedo ofreceros nada más que el exilio, pero os suplico que me escuchéis. Olvidad a Khal Drogo. No estaréis sola. Os prometo que nadie os llevará a Vaes Dothrak a menos que lo deseéis. No tenéis que formar parte del
dosh khaleen
. Venid conmigo al este. Yi Ti, Qarth, el mar de Jade, Asshai de la Sombra... Veremos maravillas que nadie ha visto todavía, y beberemos los vinos que los dioses quieran servirnos. Por favor,
khaleesi
. Sé lo que pretendéis. No lo hagáis. Por favor.

—Es necesario —le dijo Dany. Le acarició el rostro con cariño y tristeza—. No lo comprendéis.

—Comprendo que lo amabais. —La voz de Ser Jorah estaba ronca de desesperación—. Yo también amaba a mi esposa, pero no morí con ella. Sois mi reina; mi espada es vuestra, pero no me pidáis que me quede mirando mientras subís a la pira de Drogo. No quiero veros arder.

—¿Eso es lo que teméis? —Dany le dio un ligero beso en la amplia frente—. No soy tan chiquilla, mi dulce caballero.

—Entonces, ¿no queréis morir con él? ¿Me lo juráis, mi reina?

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