Tras las mujeres sabias iban los demás: Khal Ogo y su hijo, el
khalakka
Fogo, Khal Jommo y sus esposas, los jefes del
khalasar
de Drogo, las doncellas de Dany, los criados y esclavos del
khal
, y muchos más. Las campanas sonaban, y el ritmo majestuoso de los tambores marcaba su paso por el camino de dioses. Las deidades y héroes robados a pueblos muertos acechaban en la oscuridad. A lo largo de la procesión, los esclavos corrían por la hierba con antorchas y las llamas hacían que los grandes monumentos parecieran casi vivos.
—¿Qué es significado, nombre Rhaego? —le preguntó Khal Drogo mientras caminaban, en la lengua común de los Siete Reinos.
Dany le había estado enseñando algunas palabras. Drogo aprendía deprisa y ponía mucho interés, aunque tenía un acento tan marcado y bárbaro que ni Ser Jorah ni Viserys entendían una palabra.
—Mi hermano Rhaegar era un gran guerrero, mi sol y estrellas —le explicó—. Murió antes de que yo naciera. Ser Jorah dice que fue el último de los dragones.
—Es un buen nombre, esposa Dan Ares, luna de mi vida —dijo Khal Drogo mirándola desde toda su altura. Su rostro era una máscara de cobre, pero bajo los largos bigotes negros, caídos por el peso de anillos de oro, a ella le pareció ver la sombra de una sonrisa.
Cabalgaron hasta el lago que los dothrakis llamaban Vientre del Mundo, una superficie de aguas tranquilas, rodeada de altos juncos. Según Jhiqui, el primer hombre había salido de sus profundidades hacía mil años, a lomos del primer caballo.
La procesión aguardó en la orilla cubierta de hierbas, mientras Dany se despojaba de las ropas manchadas. Caminó desnuda hacia las aguas. Irri le había dicho que el lago no tenía fondo, pero ella sintió el lodo blando entre los dedos de los pies al avanzar entre los juncos altos. La luna que flotaba sobre las aguas se rompió y volvió a rehacerse con las ondas concéntricas. Se le puso la carne de gallina cuando el frío le subió por los muslos y le besó el sexo. Tenía sangre del semental seca en las manos y en torno a la boca. Dany cogió las aguas sagradas con las manos y se la derramó sobre la cabeza, para limpiarse ella y limpiar al niño que llevaba dentro, bajo la mirada atenta del
khal
y los demás. Oyó los murmullos de las ancianas del
dosh khaleen
, y se preguntó qué estarían diciendo.
Salió del lago, mojada y temblorosa, y su doncella Doreah corrió hacia ella con una túnica de seda pintada, pero Khal Drogo la apartó a un lado. Miraba con aprobación sus pechos hinchados, la curva de su vientre, y Dany advirtió la forma de su virilidad que le presionaba contra los pantalones de piel de caballo, bajo los pesados medallones de oro que formaban su cinturón. Fue hacia él y lo ayudó a desvestirse. Luego su gran
khal
la cogió por las caderas y la alzó en el aire. Las campanillas del pelo tintinearon suavemente.
Dany le rodeó los hombros con los brazos y apretó la cara contra su cuello mientras él la llenaba. Tres embestidas rápidas, y todo terminó. «El semental que monta el mundo», le susurró Drogo con voz ronca. Las manos aún le olían a sangre de caballo. En el momento del placer, le mordió el cuello con fuerza, y cuando la alzó de nuevo su semilla la desbordó y se le derramó por la cara interna de los muslos. Sólo entonces pudo Doreah envolverla en la seda aromática, e Irri ponerle las suaves zapatillas en los pies. Khal Drogo volvió a atarse los pantalones y dio una orden; al momento les acercaron los caballos hasta la orilla del lago. Cohollo tuvo el honor de ayudar a la
khaleesi
a montar sobre plata. Drogo espoleó su semental, y se puso en marcha por el camino de dioses, bajo la luna y las estrellas. Dany lo siguió a lomos de plata.
La seda que cubría la sala de Khal Drogo estaba enrollada aquella noche, y la luna los siguió hasta el interior. Las llamas se elevaban tres metros en los grandes hogares rodeados de piedras. El aire estaba impregnado de los olores de la carne asada y la leche fermentada de yegua. Cuando entraron la sala estaba abarrotada y llena de ruido, y los cojines ocupados por todos aquellos cuyo rango y nombre no eran tan importantes para asistir a la ceremonia. Dany pasó a caballo bajo el arco de la entrada, por el pasillo central, con todos los ojos fijos en ella. Los dothrakis hacían comentarios a gritos sobre su vientre y sus pechos, saludaban la vida que llevaba en su interior. Ella no alcanzaba a entender todo lo que decían, pero una frase destacaba sobre todas las demás. «El semental que monta el mundo», oyó en un millar de bocas diferentes.
El sonido de los tambores y los cuernos se alzaba en la noche. Mujeres medio desnudas bailaban y giraban junto a las mesas bajas, entre trozos de carne asada y bandejas llenas de ciruelas, dátiles y granadas. Muchos de los hombres se habían embriagado ya con la leche fermentada y grumosa de yegua, pero Dany sabía que aquella noche no habría
arakhs
; estaban en la ciudad sagrada, donde no se podían llevar armas ni derramar sangre.
Khal Drogo desmontó y ocupó su lugar en el banco más alto. A Khal Jommo y a Khal Ogo, que se encontraban ya en Vaes Dothrak con sus
khalasars
cuando ellos llegaron, se les asignaron asientos de gran honor, a la derecha y a la izquierda de Drogo. Los jinetes de sangre de los tres
khals
se sentaban bajo ellos, y aún más abajo estaban las cuatro esposas de Khal Jommo.
Dany desmontó de plata y entregó las riendas a uno de los esclavos. Mientras Irri y Doreah le preparaban los cojines, buscó con la mirada a su hermano. La sala era inmensa y estaba abarrotada, pero aun así la piel clara de Viserys, su cabello plateado y sus andrajos de mendigo lo habrían hecho destacar. No lo vio por ninguna parte.
Recorrió con la mirada las mesas atestadas más cercanas a las paredes, junto a las que se sentaban hombres que tenían las trenzas aún más cortas que las hombrías, sobre alfombras raídas y cojines finos ante mesas bajas, pero todas las caras que vio tenían ojos negros y pieles cobrizas. Divisó a Ser Jorah Mormont cerca del centro de la sala, próximo al hogar central. Era un puesto de respeto, aunque no de gran honor: los dothrakis valoraban mucho las hazañas de un hombre con la espada. Dany envió a Jhiqui para que lo invitara a su mesa. Mormont se acercó al instante, e hincó una rodilla en tierra ante ella.
—
Khaleesi
—dijo—, estoy a vuestras órdenes.
—Sentaos y hablad conmigo —dijo ella palmeando un cojín de piel de caballo, a su lado.
—Me honráis. —El caballero se sentó en el cojín, con las piernas cruzadas. Un esclavo se arrodilló ante él y le ofreció una bandeja de madera llena de higos maduros. Ser Jorah cogió uno y lo mordió.
—¿Dónde está mi hermano? —preguntó Dany—. Debería haber llegado ya al festín.
—Vi a Su Alteza esta mañana —respondió él—. Me dijo que iba al Mercado Occidental, a buscar vino.
—¿Vino? —dijo Dany, dubitativa. Sabía que Viserys no soportaba el sabor de la leche fermentada de yegua que bebían los dothrakis, y que a menudo paseaba por los bazares para beber con los mercaderes que llegaban en las grandes caravanas procedentes de oriente y de occidente. Por lo visto, disfrutaba de su compañía más que de la de ella.
—Vino —confirmó Ser Jorah—, y tenía intención de reclutar algunos hombres para su ejército, de entre los mercenarios que escoltan las caravanas. —Una sirvienta le puso delante una empanada de morcilla, y Ser Jorah la cogió con ambas manos.
—¿Os parece buena idea? —preguntó Dany—. No tiene dinero para pagar soldados. ¿Y si lo traicionan? —Los guardias de las caravanas no tenían muchos problemas en cuestión de honor, y el Usurpador de Desembarco del Rey les pagaría muy bien por la cabeza de su hermano—. Deberíais haber ido con él para protegerlo. Sois su espada juramentada.
—Estamos en Vaes Dothrak —le recordó—. Aquí nadie puede llevar armas ni derramar sangre humana.
—Pero mueren hombres —replicó ella—. Me lo ha contado Jhogo. Algunos mercaderes tienen eunucos muy corpulentos, capaces de estrangular a los ladrones con una tira de seda. De esa manera no se derrama sangre, y los dioses no se enfurecen.
—En ese caso, esperemos que vuestro hermano tenga suficiente sentido común para no robar nada. —Ser Jorah se limpió la grasa de la boca con el dorso de la mano, y se inclinó hacia delante—. Viserys tenía intención de llevarse vuestros huevos de dragón, pero le advertí que, si se atrevía a tocarlos, le cortaría la mano.
—Los huevos... —Durante un instante Dany se quedó tan perpleja que no supo qué decir—. Pero si son míos, me los regaló el magíster Illyrio, fueron un obsequio de bodas... y para qué los quiere Viserys, si son sólo piedras...
—Lo mismo se puede decir de los rubíes, los diamantes y los ópalos de fuego, princesa. Y los huevos de dragón son mucho más raros. Los mercaderes con los que ha estado bebiendo venderían sus miembros por una de esas «piedras», así que con las tres Viserys podría comprar tantos mercenarios como quisiera.
—Entonces... —Dany no lo sabía, ni siquiera se lo había imaginado—. Entonces debería dárselos. No tiene por qué robarlos, sólo hacía falta que los pidiera. Es mi hermano... y mi rey.
—Es vuestro hermano —reconoció Ser Jorah.
—No lo entendéis, ser —dijo ella—. Mi madre murió al traerme al mundo, mi padre y mi hermano Rhaegar murieron antes. De no ser por Viserys ni siquiera sabría sus nombres. Era lo único que me quedaba. Lo único. Es lo único que tengo.
—Hablad en pasado —replicó ser Jorah—. Eso ha cambiado,
khaleesi
. Ahora pertenecéis a los dothrakis. En vuestro vientre cabalga el semental que monta el mundo. —Tendió la copa, y un esclavo se la llenó de leche fermentada de yegua, de olor agrio y llena de grumos.
Dany rechazó la suya. Hasta el olor le daba náuseas, y no quería correr el riesgo de vomitar el corazón de caballo que había conseguido comerse.
—¿Qué significa eso? Todos lo gritan sin parar, pero no lo entiendo.
—El semental es el
khal
de
khals
, el que anuncian las antiguas profecías, niña. Unirá a los dothrakis en un
khalasar
, y cabalgará hasta los confines de la tierra, según las leyendas. Todos los pueblos del mundo serán su manada.
—Oh —dijo Dany con voz tenue. Se acarició el vientre hinchado, por encima de la túnica—. Lo voy a llamar Rhaego.
—Ese nombre hará que al Usurpador se le hiele la sangre en las venas.
De pronto Doreah le tironeó del codo.
—Mi señora —susurró con voz apremiante—, vuestro hermano...
Dany miró hacia el otro extremo de la larga sala sin techo, y allí estaba, avanzando hacia ella. Por su manera de caminar, comprendió que Viserys había conseguido vino... y algo semejante al valor.
Llevaba las ropas de seda escarlata, sucias y desgastadas por el viaje. La capa y los guantes eran de terciopelo negro desteñido por el sol. Las botas estaban secas y agrietadas, y el cabello rubio plateado revuelto y sucio. En la vaina de cuero del cinturón llevaba una espada larga. Los dothrakis miraron el acero; Dany oyó las maldiciones, las amenazas y los murmullos airados que se alzaban como una marea. La música se detuvo con un sonido nervioso de tambores.
—Id con él —ordenó a Ser Jorah. El corazón se le había helado en el pecho—. Detenedlo. Traedlo aquí. Decidle que le daré los huevos de dragón si los quiere. —El caballero se levantó rápidamente.
—¿Dónde está mi hermana? —gritó Viserys con la voz turbia de los borrachos—. He venido a su festín. ¿Cómo os atrevéis a comer sin mí? Nadie come antes que el rey. ¿Dónde está? Esa puta no se puede esconder del dragón.
Se detuvo junto al más grande de los tres hogares y escudriñó los rostros de los dothrakis. En la sala había cinco mil hombres, y sólo unos pocos de ellos conocían la lengua común. Pero, aunque sus palabras resultaran incomprensibles, sólo hacía falta verle la cara para saber que estaba borracho.
Ser Jorah se acercó rápidamente a él, le susurró algo al oído. Y lo agarró por el brazo, pero Viserys se liberó de él.
—¡Quítame las manos de encima! ¡Nadie toca al dragón sin su permiso!
Dany lanzó una mirada ansiosa al banco más elevado. Khal Drogo decía algo a los otros
khals
. Khal Jommo sonrió, y Khal Ogo soltó una risotada. Aquel sonido hizo que Viserys alzara la vista.
—Khal Drogo —dijo con la lengua espesa, pero en tono casi educado—, he venido al festín. —Se alejó tambaleante de Ser Jorah, como si fuera a reunirse con los tres
khals
en el banco alto.
Khal Drogo se levantó, escupió una docena de palabras en dothraki tan deprisa que Dany no pudo entenderlas, y señaló con el dedo.
—Khal Drogo dice que tu lugar no está en el banco alto —tradujo Ser Jorah para su hermano—. Khal Drogo dice que tu lugar es aquél.
Viserys miró en la dirección en la que señalaba el
khal
. Era un lugar al fondo de la larga sala, junto a la pared y oculto por las sombras; allí se sentaba lo más bajo de lo bajo, para que los hombres mejores no tuvieran que soportar su presencia: los niños que aún no habían visto sangre, los hombres viejos de ojos turbios y articulaciones rígidas, los de inteligencia corta y los tullidos. Lejos de la carne, y más lejos aún del honor.
—No es lugar para un rey —replicó su hermano.
—Es lugar —replicó Khal Drogo en la lengua común que Dany le había enseñado—, para Rey de los Pies Sangrantes. —Dio unas palmadas—. ¡Un carro! ¡Traed carro para
Khal Raggat
!
Cinco mil dothrakis celebraron la ocurrencia con risotadas y gritos. Ser Jorah estaba de pie junto a Viserys, le gritaba algo al oído, pero el clamor era tal que Dany no alcanzó a oír qué le decía. Su hermano gritó algo a su vez, y los dos hombres se enzarzaron, hasta que Mormont derribó a Viserys al suelo.
Entonces, su hermano desenvainó la espada. El acero desnudo reflejó el fuego de los hogares con un brillo rojizo.
—¡No te acerques a mí! —siseó Viserys.
Ser Jorah retrocedió un paso, y su hermano se puso de pie, inseguro. Blandió sobre la cabeza la espada que el magíster Illyrio le había prestado para darle un aspecto más regio. Desde todos los puntos de la sala los dothrakis le gritaban y le lanzaban maldiciones.
Dany dejó escapar un grito de terror. Ella sabía qué significaba sacar allí la espada, aunque su hermano no lo comprendiera.
—Ahí está —dijo con una sonrisa.