Ella ladeó la cabeza, con una sonrisita extraña deformando su boca.
—¿Cómo, insaciablemente curioso y completamente libre de inhibiciones sociales? Sí que lo es. No es la formación de SegImp. Es algo natural. No me extraña que lo hiciera tan bien para ellos.
¿Era un cumplido o un insulto? No podía decirlo. Bueno, malo ¿bueno-malo-bueno…? Se levantó, sonrió, abandonó la idea de preguntarle por la sesión con el consejero patrimonial, le dio unas amables buenas noches y huyó cubierto de ignominia.
A la mañana siguiente, Ekaterin se marchó temprano a encontrarse con su tía, que venía de Barrayar. El ferry de Komarr a la estación de punto de salto llegó a la órbita poco antes del mediodía, hora de Solsticio. Ekaterin se acomodó en su camarote privado a bordo del ferry con un feliz suspiro culpable.
Era propio del tío Vorthys haberle proporcionado estas comodidades; no hacía nada a medias.
Ninguna escasez artificial
, casi podía oírlo tronar, aunque normalmente él recitaba ese lema en referencia a los postres. ¿Qué más daba si ella podía colocarse en mitad del camarote y tocar ambas paredes? Se alegraba de no tener que rozarse con las multitudes que ocupaban los pasajes económicos, como había hecho en su primer viaje, aunque sólo se tratara de un vuelo de ocho horas desde Komarr al muelle de atraque de la estación de salto. Había pasado sentada entre Tien y Nikki los siete días de viaje desde Barrayar, y era difícil decir cuál de ellos estaba más cansado, tenso y molesto, incluyéndose a sí misma.
Si hubiera aceptado la propuesta de Vennie, no tendría que enfrentarse a repetir aquel terrible viaje; un punto a su favor que Vennie ni imaginaba siquiera. Bueno. Pensó en su inesperada oferta de la noche anterior en la cocina, y sus labios se torcieron en una mueca de vergüenza, diversión y un poquito de furia. ¿Cómo se le habría ocurrido a Vennie que ella estaba disponible? Ante los irracionales celos de Tien, ella creía que había anulado cualquier posible señal incitadora en sus modales, hacía mucho tiempo. ¿O tenía en realidad un aspecto tan lamentable que incluso un alma modesta como Vennie podía imaginarse acudiendo a su rescate? Si de eso se trataba, sin duda que no era culpa suya. Ni los planes de Vennie ni los entusiastas planes de Vorkosigan para su futura educación y trabajo le desagradaban, pues encajaban con sus propias aspiraciones, y sin embargo… ambos de algún modo implicaban:
Puedes convertirte en una persona real, pero sólo si juegas a nuestro juego
.
¿Por qué no puedo ser real donde estoy?
Maldición, no iba dejar que este lío de emociones estropeara su precioso ratito de soledad. Sacó su lector de la bolsa, acomodó el generoso montón de cojines y se tumbó en la cama. En un momento como éste, podía llegar a dudar de que un confinamiento en solitario se pudiera considerar un castigo severo. Vaya, si nadie podía alcanzarte. Meneó los dedos de los pies, encantada.
Se sentía culpable respecto a Nikki, que había dejado implacablemente atrás con uno de sus amigos del colegio, con la excusa de que no perdiera ninguna clase. Si, como Ekaterin sentía a veces, en realidad no hacía nada de valor en todo el día, ¿por qué tenía que molestar a tanta gente para que se encargara de sus deberes cuando se marchaba? Algo no encajaba. No podía decir que la señora Vortorren, cuyo esposo era ayudante del Consejero Diputado Imperial de Serifosa, no hubiera parecido cordialmente dispuesta a ayudar a la nueva viuda. Ni que acoger a Nikki en su casa fuera un gran esfuerzo: tenía cuatro hijos propios, a quienes conseguía de algún modo dar de comer, vestir y dirigir entre un caos general que nunca parecía alterar su aire de benigno despiste. Los hijos de la señora Vortorren habían aprendido pronto a valerse por sí mismos, ¿y eso era tan malo? Había disuadido a Nikki de su súplica para acompañarla, recordándole que los pilotos de ferry tenían ordenes estrictas de no permitir que hubiera pasajeros en cubierta, y de todas formas ni siquiera era una nave de salto. En realidad, Ekaterin anhelaba tener un rato a solas para hablar sinceramente con su tía sobre su vida con Tien sin que Nikki oyera todo lo que decían. Sentía que los pensamientos acumulados en su cabeza eran un aljibe a rebosar que giraba y giraba sin vaciarse nunca.
Apenas pudo sentir la aceleración cuando el ferry avanzó. Colocó en el visor el libro-disco que su consejero patrimonial le había recomendado, y se acomodó. El consejero había confirmado la suposición de Vorkosigan respecto a las deudas de Tien, que acababan con sus bienes. Ella saldría de diez años de matrimonio con las manos exactamente igual de vacías que como había entrado. Excepto por el valor de la experiencia, claro. Hizo una mueca. Pensándolo bien, prefería no deber nada a Tien. Que todas las deudas se cancelaran.
El disco era pesado, pero otro disco sobre los jardines acuáticos de Escobar la esperaba como recompensa cuando terminara con su tarea.
Era verdad que todavía no tenía dinero. También eso tenía que cambiar. El conocimiento tal vez no fuera poder, pero la ignorancia era decididamente debilidad, igual que la pobreza. Ya era hora de dejar de considerar que ella era la niña y todos los demás los adultos.
He estado en el fondo una vez. No volveré a estarlo jamás
.
Terminó un libro y medio leyó el otro. Se sumió en una exquisita siesta de dos horas, despertó y ya estaba arreglada cuando el ferry llegó a su destino e inició la maniobra de atraque. Volvió a hacer la maleta, se la colgó al hombro y se fue a mirar por las portillas del vestíbulo cómo se acercaban a la estación de tránsito y al punto de salto al que ésta servía.
La estación había sido construida hacía casi un siglo, cuando las primeras exploraciones del agujero de gusano llevaron al redescubrimiento de Barrayar. Encontraron la colonia perdida al final de una compleja ruta de multisaltos completamente distinta de la original. La estación había experimentado modificaciones y ampliaciones durante el período de la invasión cetagandesa; Komarr les había concedido derecho de paso a cambio de masivas concesiones comerciales por todo el Imperio Cetagandés y una parte de los beneficios de la conquista, un trato que luego llegarían a lamentar. Después se produjo un período más tranquilo, hasta que aparecieron los barrayareses, graduados en la dura escuela de la fracasada invasión cetagandesa.
Bajo el nuevo control imperial de Barrayar, la estación había vuelto a crecer hasta convertirse en una estructura enorme y caótica que albergaba cinco mil empleados residentes, sus familias y un número fluctuante de gente de paso, y que atendía a cientos de naves a la semana en la ruta única que iba y venía de Barrayar. Estaban construyendo una nueva zona de atraque, que destacaba en la refulgente estructura. La estación militar barrayaresa era una nota brillante en la distancia, cubriendo el invisible punto de salto pentaespacial. Ekaterin pudo ver media docena de naves en vuelo entre la estación civil y el punto de salto, atracando o desatracando, y un par de cargueros locales dirigiéndose a alguno de los puntos de salto de los otros agujeros de gusano. Finalmente el ferry se encaminó hacia la zona de atraque, y la estación ocultó el panorama.
El tedioso asunto de la aduana había sido realizado en la órbita de Komarr antes de atracar, por lo que los pasajeros del ferry desembarcaron libremente. Ekaterin comprobó su mapa holocúbico, muy necesario en este fantástico laberinto, y se fue en busca de una habitación de hotel donde pasar la noche, ella y su tía, y donde dejar el equipaje. La habitación era pequeña y tranquila, y le daría a la pobre tía Vorthys tiempo para recuperarse del último tramo de su periplo. Ekaterin deseó haber podido disfrutar de ese lujo en su viaje de llegada. Al pensar que lo último que querría la profesora inmediatamente sería comida, Ekaterin prudentemente se detuvo a tomar un bocado en un café cercano, y luego se fue a esperar la nave en el vestíbulo de desembarco más cercano a la zona destinada.
Seleccionó un asiento con una buena vista a las compuertas, y lamentó no haberse traído el lector, por si había retraso. Pero la estación y sus habitantes eran una distracción fascinante. ¿Adónde iba toda esta gente, y por qué? Lo que más llamaba la atención eran los galácticos, vestidos con atuendos extraños; ¿iban de paso en viajes de negocios, diplomáticos, recreativos? Ekaterin había visto dos mundos en toda su vida: ¿llegaría a ver alguno más? Dos, se recordó, era uno más de lo que veía la mayoría de la gente.
No seas avariciosa
.
¿Cuántos había visto Vorkosigan…?
Sus pensamientos no dejaban de volver a su desastre personal, como la víctima de una riada que vuelve a sus posesiones después de que se hayan retirado las aguas. ¿Era el ideal del matrimonio y la familia de los Antiguos Vor una contradicción intrínseca al alma femenina, o era solamente Tien la fuente de su propia disminución? No estaba claro cómo hallar la respuesta a esa pregunta sin hacer múltiples pruebas, y el matrimonio era un experimento que no quería repetir. Sin embargo, la profesora parecía la demostración de lo posible. Había conseguido logros públicos (era historiadora, profesora, erudita en cuatro lenguas), tenía tres hijos mayores y un matrimonio que duraba ya casi medio siglo. ¿Había hecho compromisos secretos? Tenía un lugar sólido en su profesión, ¿podría haber tenido un lugar en la cumbre? Tenía tres hijos… ¿podría haber tenido seis?
Vamos a echar una carrera, señora Vorsoisson. ¿Quiere correr con la pierna derecha amputada, o con la pierna izquierda cortada?
Quiero correr con ambas piernas
.
La tía Vorthys había corrido con ambas piernas, razonablemente serena (Ekaterin había vivido en su casa, y no creía que estuviera idealizando a su tía), pero claro, estaba casada con el tío Vorthys. La carrera de uno podía depender solamente de sus propios esfuerzos, pero el matrimonio era una lotería y tú elegías tu papeleta a finales de la adolescencia o al principio de la edad adulta, en un punto de máxima idiotez y confusión. Quizá no importaba. Si la gente era demasiado sensible, la raza humana podría acabar. La evolución favorecía la máxima producción de niños, no de felicidad.
¿Y entonces cómo acabaste tú sin ninguna de las dos cosas?
Dejó de compadecerse de sí misma, y luego se enderezó cuando las puertas se abrieron y empezó a salir gente. La mayor parte de la oleada ya había pasado cuando Ekaterin localizó a la mujer bajita de andares inseguros, ayudada por un porteador que le ayudó a franquear las puertas y le tendió la correa de la plataforma flotante que llevaba su equipaje.
Ekaterin se levantó, sonriente, y se adelantó. Su tía parecía completamente agotada, el largo pelo gris escapaba de sus pinzas para caerle por la cara, que había perdido su habitual brillo sonrosado a favor de un tono gris verdoso. Su chaquetilla azul y la falda a la mitad de la pierna parecían arrugadas, y las botas de viaje a juego colgaban precariamente en lo alto de la pila de equipaje, sustituidas en sus pies por lo que eran claramente zapatillas de dormir.
La tía Vorthys cayó en el abrazo de Ekaterin.
—¡Oh! Me alegro tanto de verte.
Ekaterin se separó de ella y estudió su rostro.
—¿Ha sido muy malo el viaje?
—Cinco saltos —dijo tía Vorthys, cansada—. Y fue una nave rápida, por lo que no hubo mucho tiempo para recuperarse entre uno y otro. Alégrate de ser una de las afortunadas.
—Yo me mareo un poco —la consoló Ekaterin, que tenía la teoría de que a la tristeza le viene bien la compañía—. Se pasa en una media hora. Nikki es el que tiene suerte: no parece afectarle para nada.
Tien había ocultado sus síntomas, disfrazándolos de mal humor.
¿Temía mostrar algo que consideraba una debilidad? ¿Tendría ella que haber intentado…?
Ya no importa. Déjalo correr
.
—Tengo una bonita y tranquila habitación de hotel esperando para que eches una cabezada. Podremos tomar el té allí.
—Oh, maravilloso, querida.
—¿Por qué va tu equipaje montado y tú a pie? —Ekaterin recolocó las dos maletas en la plataforma voladora y abrió el pequeño asiento—. Siéntate, yo tiraré.
—Si no marea… Los saltos hicieron que se me hincharan los pies, entre otras cosas.
Ekaterin la ayudó a subir a bordo, comprobó que se encontraba segura, y empezó a caminar despacio.
—Te pido disculpas por hacer que el tío Vorthys te arrastrara hasta aquí por mi culpa. Sólo planeo quedarme unas pocas semanas.
—Pretendía venir de todas formas, si el caso se alargaba mucho más. No parece que las cosas vayan tan rápidas como él esperaba.
—No, bueno… no. Te contaré todos los horribles detalles cuando lleguemos —un sitio público no era el mejor lugar para discutir de esas cosas.
—Muy bien, querida. Tienes buen aspecto, aunque algo komarrés.
Ekaterin contempló su chaleco pardo y sus pantalones beige.
—La ropa komarresa me resulta cómoda, al menos porque me permite mezclarme con la gente.
—Algún día, me gustaría ver que te vistes para destacar.
—Pero hoy no.
—No, probablemente no. ¿Piensas vestirte de luto tradicional, cuando llegues a casa?
—Sí, creo que sería muy buena idea. Ahorraría… ahorraría tratar con un montón de cosas con las que no quiero tratar ahora mismo.
—Comprendo.
A pesar del mareo del viaje, tía Vorthys contempló con interés la estación de salto, y empezó a poner al día a Ekaterin sobre las vidas de sus primos Vorthys.
Su tía tenía nietos, pensó Ekaterin, y sin embargo parecía de mediana edad, no vieja. En la Era del Aislamiento, una mujer barrayaresa habría sido vieja a los cuarenta y cinco años, esperando la muerte… si llegaba a vivir tanto. En el último siglo, la esperanza de vida femenina se había duplicado, e incluso podría dirigirse hacia el triple que se achacaba a galácticos como los betanos. La temprana muerte de la madre de Ekaterin tal vez le había dado una falsa sensación del tiempo, y de su medida.
He vivido dos vidas donde mis antepasadas tenían una
. Dos vidas en las que conseguir objetivos duales. Si pudiera extenderlas, en vez de amontonarlas una sobre la otra… Y la llegada del replicador uterino lo había cambiado todo, también, profundamente. ¿Por qué había desperdiciado una década tratando de jugar según las viejas reglas? Sin embargo, a los veinte años una década no parecía tanto como una década a los noventa. Necesito pensar en esto…