Komarr (18 page)

Read Komarr Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Komarr
11.27Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Qué quiere SegImp que hagamos ahora? —le preguntó a Tuomonen—. La muerte del doctor Radovas parece fuera de la jurisdicción de Serifosa. Los parientes cercanos son automáticamente sospechosos en una muerte misteriosa, pero ella ha estado aquí todo el tiempo. No veo ninguna cadena causal que la una a ese cadáver en el espacio.

—Ni yo, en este momento —admitió Tuomonen—. Por ahora, continúen con los procedimientos normales, y envíen a mi oficina copias de todos sus informes y archivos de pruebas.

—Supongo que se encargará de devolver el favor —a juzgar por la mueca de sus labios, Rigby creía conocer la respuesta.

—Veré qué puedo hacer, si se produce algo pertinente a la seguridad de la Cúpula —prometió Tuomonen con cautela. Las cejas de Rigby se alzaron ante esta limitada concesión por parte de SegImp.

—Voy a tener que regresar arriba mañana por la mañana —le dijo Vorthys a Tuomonen—. No voy a poder hacer un examen concienzudo de esta biblioteca en persona. Me temo que tendré que molestar a SegImp para que lo haga.

Tuomonen, mirando la caja con el millar de discos, pareció momentáneamente desbordado.

—Basándose en mi autoridad —añadió Miles rápidamente—, requise un analista de alto nivel del Cuartel General para ese trabajo. Uno de los expertos con conocimientos de matemáticas e ingeniería, creo… ¿no, profesor?

—Sí, el mejor que pueda encontrar —dijo Vorthys.

Tuomonen pareció muy aliviado.

—¿Qué quiere que busque, milord Auditor?

—No lo sé —dijo el profesor—. Para eso quiero un analista de SegImp, ¿no? Esencialmente, quiero que genere una imagen independiente de Radovas a partir de sus datos. Tal vez la comparemos con impresiones de otras fuentes más tarde.

—Una visión imparcial de la forma de la mente que forjó esta biblioteca —murmuró Miles—. Comprendo.

—Estoy seguro de que sí. Habla con el hombre, Miles, ya sabes qué cosas hacen. Y qué cosas queremos.

—Por supuesto, profesor.

Entregaron la maleta a Tuomonen, y la patrullera Rigby se marchó. Ya casi era medianoche.

—Llevaré todo esto a mi oficina —dijo Tuomonen, contemplando sus diversas cargas—, y llamaré al Cuartel General para darles la noticia. ¿Cuánto tiempo más espera quedarse en Serifosa, lord Vorkosigan?

—No estoy seguro. Me quedaré y hablaré con Soudha, y con los otros colegas de Radovas, al menos, antes de volver arriba. Yo, ah, creo que trasladaré mis cosas a un hotel mañana, después de que el profesor se marche.

—Puede usted disfrutar de la hospitalidad de mi casa, lord Vorkosigan —dijo Tien formalmente, y sin mucho énfasis.

—Gracias de todas formas, administrador Vorsoisson. Quién sabe, tal vez tenga que volver arriba mañana por la noche. Ya veremos qué ocurre.

—Agradecería que mantuviera a mi oficina enterada de sus movimientos —dijo Tuomonen—. Naturalmente, es privilegio suyo ordenar que no lo protejan de cerca, lord Vorkosigan, pero ahora que el caso parece haber adquirido una conexión local, le recomiendo vivamente que lo reconsidere.

—Los guardias de SegImp suelen ser tipos encantadores, pero no me gusta tropezar con ellos cada vez que me doy la vuelta —replicó Miles. Dio un golpecito al enlace cronocomunicador de SegImp, que parecía enorme en su muñeca izquierda—. Ciñámonos por ahora a nuestro compromiso original. Gritaré pidiendo ayuda si le necesito, se lo prometo.

—Como usted desee, milord —dijo Tuomonen, sin aprobar aquella medida—. ¿Hay algo más que necesite?

—Esta noche no —dijo Vorthys, bostezando.

Necesito que todo esto tenga sentido. Necesito a media docena de informadores ansiosos. Quiero estar solo en una habitación bajo llave con Marie Trogir y una hipodérmica de pentarrápida. Ojalá pudiera aplicársela también a esa pobre viuda
. Rigby necesitaría una orden judicial para dar un paso tan molesto y ofensivo; Miles podría hacerlo por capricho y con su Voz Imperial, si no le importara ser un Lord Auditor muy molesto. La justificación no era suficiente todavía.
Pero será mejor que Soudha tenga cuidadito, mañana
.

Miles sacudió la cabeza.

—No. Descanse un poco.

—Eso tendrá que esperar —Tuomonen sonrió amargamente—. Buenas noches, milores, administrador.

Se marcharon en direcciones opuestas.

7

Ekaterin estaba medio dormida, acurrucada en el sofá del salón, esperando a que regresaran los hombres. Se subió las mangas y estudió los profundos cardenales que oscurecían sus muñecas allá donde la había agarrado lord Vorkosigan.

Normalmente no le prestaba mucha atención a los cuerpos, pensó. Observaba las caras de la gente, casi sin mirar todo lo que estuviera por debajo del cuello aparte del lenguaje social de la ropa. Esta… no aversión, sino selección, parecía una mera cortesía, y parte de su fidelidad sexual, tan automática como respirar. Así que probablemente era preocupante que fuera tan consciente de aquel hombrecito. Y probablemente descortés, dadas las peculiaridades de su cuerpo.

La cara de Vorkosigan, una vez penetrada su cautela inicial, era… bueno, encantadora, llena de humor seco que esperaba salir a la luz. Resultaba desorientador encontrar aquella cara unida a un cuerpo que llevaba las huellas de tanto dolor. ¿Era algún tipo de perverso voyeurismo que su segunda reacción después de la sorpresa hubiera sido un deseo reprimido de convencerlo para que le contara todas las historias de sus heridas de guerra?
No de por aquí
, habían susurrado aquellos jeroglíficos tallados en la piel, llenos de exóticas promesas.
Y, he sobrevivido. ¿Quiere saber cómo?

Sí. Quiero saber cómo
. Se apretó con los dedos el puente de la nariz, como si pudiera arrinconar el incipiente dolor de cabeza que empezaba a formarse tras sus ojos. Su cuerpo se sobresaltó al oír el leve sonido de la puerta al abrirse. Pero voces familiares, las de Tien y su tío, le aseguraron que se trataba sólo del esperado regreso del grupo que había partido en busca de información. Se preguntó qué extraña presa habrían capturado. Se sentó y se bajó las mangas. Era más de medianoche.

Tuomonen ya no los acompañaba, descubrió aliviada cuando salió al pasillo. Podría cerrar la casa por esta noche, como una buena dueña. Tien parecía tenso, Vorkosigan cansado, y el tío Vorthys tenía el mismo aspecto de siempre.

—Supongo que no hace falta decir, Vorsoisson —decía Vorkosigan—, que mañana habrá una inspección sorpresa.

—Por supuesto, milord Auditor.

—¿Descubristeis algo interesante? —preguntó Ekaterin en general, cerrando la puerta con llave tras ellos.

—Hum, la señora Radovas no tenía ni idea de cómo su marido errante pudo colarse en el desastre de nuestro espejo —dijo el tío Vorthys—. Esperaba que así fuera.

—Es una lástima. Parecían una pareja muy agradable, las pocas veces que los llegué a tratar.

—Bueno, ya conoces a los hombres de mediana edad. —Tien se encogió de hombros, claramente excluyéndose de esa clase.

Ah, Tien. ¿Por qué no pudiste ser tú quien se fugó con una mujer más joven y más rica? Tal vez serías más feliz. Difícilmente podrías serlo menos. ¿Por qué tiene que ser la fidelidad tu única virtud?
Por lo que ella sabía, al menos. Aunque se había preguntado, durante aquel extraño período, afortunadamente terminado, por qué un acto que ella consideraba impensable le había obsesionado tanto a él. ¿Tal vez no lo consideraba tan impensable? Ella apenas tenía fuerzas para preocuparse.

Ofreció un tentempié de última hora, una invitación que sólo aceptó el tío Vorthys, y todos se dirigieron a sus respectivos dormitorios. Cuando su tío terminó de comer y dio las buenas noches, ella recogió y se dirigió a su propio cuarto, comprobando de camino cómo estaba Nikolai. Tien ya estaba acostado, de lado y con los ojos cerrados. No dormía aún: tenía una forma muy peculiar de roncar cuando estaba dormido de verdad. Cuando ella se acostó junto a él, se volvió, le pasó un brazo por encima y la agarró con fuerza.

Me ama, de una manera extraña
. El pensamiento casi la hizo querer llorar. Sin embargo, ¿qué otras conexiones humanas tenía Tien, aparte de ella y Nikolai? Su lejana madre, que se había vuelto a casar, y el fantasma de su hermano muerto. Tien a veces la agarraba de noche como un náufrago que se aferra a un tronco.

Si había un infierno, ella esperaba que el hermano de Tien estuviera allí. Un infierno Vor. Había hecho lo adecuado, oh, sí, al acabar con su propia mutación, y poniendo a Tien un ejemplo que era imposible de superar. Tien había tratado de imitarlo dos veces antes y una después, intentos suicidas tan poco convincentes que apenas podían calificarse de gestos. Las dos primeras veces, ella se sintió aterrorizada. Durante un tiempo creyó que su lealtad y dependencia eran las únicas cosas que lo mantenían apegado a la vida. Pero al tercero, ella no reaccionó. Si seguía así, ella dejaría de ser humana. Apenas se sentía humana ya.

Con la idea de engañarse a sí misma y quedarse dormida, se relajó y fingió dormir. Un rato después, Tien, que no estaba más dormido que ella, se levantó y fue al cuarto de baño. Pero en vez de regresar a la cama, salió en silencio del dormitorio y se dirigió hacia la cocina. Tal vez había cambiado de opinión respecto al tentempié. ¿Le gustaría que le calentara un poco de leche con coñac y especias? Era una vieja receta familiar y un remedio que su tía-abuela había traído al Continente Sur; una bebida tranquilizadora para una sobrina enferma, aunque las porciones más generosas siempre habían parecido acabar en la copa de la anciana dama. Ekaterin sonrió al recordarla, y se levantó detrás de Tien.

La única luz que vio delante no fue la del frigorífico, sino la del terminal de la comuconsola de la cocina. Se detuvo en la puerta, sorprendida. En casa de sus padres, el único motivo para llamar a alguien a esa hora de la noche era para anunciar un nacimiento o una muerte, una regla que ella había cumplido siempre.

—¿Qué demonios estaba haciendo allí arriba el cadáver de Radovas?

Tien, de espaldas a ella, hablaba roncamente y en susurros a la placa-vid. Sorprendida, Ekaterin reconoció a su subordinado, el administrador Soudha. Contra lo que ella habría esperado, Soudha no estaba en pijama, sino aún vestido. ¿Trabajaba hasta tan tarde en casa? Bueno, los ingenieros eran así. Se retiró un poco más hacia las sombras del pasillo.

—Me dijiste que dimitió.

—Lo hizo —dijo Soudha—. No es problema nuestro lo que le sucediera después.

—Y un cuerno. Vamos a tener a los fisgones de SegImp por todo el departamento mañana. Los de verdad, no un grupo de VIPs a los que podamos despistar, dar de comer y despedir. Ya puedo ver a Tuomonen con esa mirada de recelo con sólo pensarlo.

—Nos encargaremos de ellos. Vuelve a la cama, Vorsoisson.

El Lord Auditor Vorkosigan te dijo claramente que quería hacer una inspección por sorpresa, Tien. Habla con la Voz del Emperador. ¿Qué estás haciendo?
Empezó a respirar por la boca, silenciosamente, sintiendo que su estómago daba vueltas.

—Van a descubrir tu pequeño plan, y todos estaremos metidos en esto hasta las cejas —dijo Tien.

—No, no lo harán. Estamos preparados. Mantenlos lejos de nuestra estación experimental y no se enterarán de nada.

—La estación experimental es un cascarón vacío. No tienes ningún departamento, excepto en los archivos. ¿Y si quieren entrevistar a uno de tus empleados fantasma?

—¿Como tú? —La boca de Soudha se torció en una sonrisita—. Relájate.

—No voy a caer contigo.

—¿Crees que tienes elección? —despreció Soudha—. Mira. No pasará nada. Pueden investigar todo el día, y lo único que encontrarán es un montón de columnas que suman a la perfección. Lena Foscol de Contabilidad es la ladrona más meticulosa que he conocido. Vamos tan por delante de ellos que nunca nos podrán pillar.

—Soudha, van a querer entrevistar a gente que no existe. ¿Y entonces qué?

—Están de vacaciones. En viaje de trabajo. Podremos retrasarlos.

—¿Cuánto tiempo? ¿Y luego qué?

—Vete a la cama, Vorsoisson, y deja de preocuparte.

—Maldición, he alojado a dos Auditores Imperiales en mi casa durante los tres últimos días —se detuvo y tragó saliva; Soudha le ofreció un compasivo gesto de indiferencia. Tien continuó, más calmado—. Hay… otra cosa. Necesito un anticipo. Necesito otros veinte mil marcos. Y los necesito ahora.

—¿Ahora? Oh, claro, mientras SegImp está mirando, sin duda. Vorsoisson, estás farfullando.

—Maldición, necesito ese dinero o…

—¿O qué? ¿O irás a SegImp a entregarte? Mira, Tien —Soudha se pasó las manos por el pelo—, tranquilízate. Mantén la boca cerrada. Sé dulce como el azúcar con esos tipos de SegImp, pásamelos a mí y nosotros nos encargaremos de ellos. Cada cosa a su tiempo, ¿de acuerdo?

—Soudha, sé que puedes conseguirme los veinte mil. Tiene que haber al menos cincuenta mil marcos al mes flotando por tu departamento gracias a los empleados falsos solamente, y Dios sabe cuánto del resto, aunque estoy seguro de que tu contable también… ¿y si deciden aplicarle pentarrápida?

Ekaterin dio un paso atrás, los pies descalzos buscando el silencio el suelo junto a la pared.
Santo Dios. ¿Qué ha hecho Tien ahora?
Era demasiado fácil rellenar los huecos. Soborno y malversación en el mejor de los casos, y a gran escala.
¿Cuánto tiempo lleva esto en marcha?
Las voces ahogadas de la cocina intercambiaron unas cuantas palabras cortantes más, y el reflejo azul del holovid se apagó, dejando el pasillo apenas iluminado por las luces del parque. Con el corazón redoblando, Ekaterin recorrió el pasillo hasta el cuarto de baño y echó el pestillo a la puerta. Tiró rápidamente de la cisterna y permaneció de pie ante el lavabo, contemplando su reflejo en el cristal. La débil luz de la noche creaba chispas ahogadas en sus ojos dilatados. Después de un minuto, la cama crujió cuando Tien volvió a acostarse.

Ekaterin esperó un rato, pero cuando salió del cuarto de baño, él estaba todavía despierto.

—¿Hum? —murmuró él mientras ella se deslizaba de nuevo entre las sábanas.

—No me siento demasiado bien —respondió. Era cierto.

—Pobre Kat. ¿Crees que será por algo que has comido?

—No estoy segura —ella se apartó de él, pues no tenía que fingir el malestar en su estómago.

—Tómate algo, ¿no? Si estás dando vueltas toda la noche, ninguno de los dos conseguirá dormir.

Other books

The Other Normals by Vizzini, Ned
Medusa by Torkil Damhaug
The Lightning Dreamer by Margarita Engle
Paradise Valley by Robyn Carr
The Giants and the Joneses by Julia Donaldson
Now and Forever--Let's Make Love by Joan Elizabeth Lloyd
Queen of the Dead by Stacey Kade