—Hay algo más.
—De eso tendrías que saber tú más que yo, Tien.
Él vaciló, empezando a tener miedo. Ekaterin no se sentía segura.
Nunca me ha pegado, eso tengo que reconocérselo. Una parte de ella sí deseaba que lo hubiera hecho. Entonces habría habido claridad, no esta niebla interminable.
—¿Qué quieres decir?
—Suéltame.
—No.
Ella miró su mano, tensa pero sin apretar la suya. Seguía siendo mucho más fuerte. Era media cabeza más alto que ella y le ganaba en más de treinta kilos de peso. No sintió tanto temor físico como creía. Estaba demasiado aturdida, tal vez. Alzó el rostro hacia el de él. Su voz se cargó de irritación.
—Suéltame.
Un poco para su sorpresa, él lo hizo, y retiró torpemente la mano.
—Tienes que decirme por qué. O creeré que te vas con algún amante.
—Ya no me importa lo que creas.
—¿Es komarrés? ¿Un maldito komarrés?
Acusándola, como de costumbre, ¿y por qué no? Había funcionado antes para volver a meterla en vereda. Aún estuvo a punto de funcionar. Ella se había jurado que ni siquiera iba a sacar el tema de las acciones e inacciones de Tien. Quejarse era una súplica tácita de ayuda, de reforma, de… continuación. Quejarse era un intento de pasarle la responsabilidad de una acción a otra persona. Actuar era anular la necesidad de quejarse. Actuaría, o no actuaría. No suplicaría.
—Descubrí lo de tus acciones, Tien —dijo, con la misma voz átona.
Él abrió la boca y volvió a cerrarla.
—Puedo arreglarlo —dijo después de un momento—. Ahora sé qué salió mal. Puedo recuperar las pérdidas.
—No lo creo. De dónde sacaste esos cuarenta mil marcos, Tien— su falta de inflexión no convertía la frase en una pregunta.
—Yo… —pudo verlo en su cara, mientras buscaba entre su selección de mentiras. Se decidió por una bastante sencilla—. Una parte la ahorré, otra la pedí prestada. No eres la única que puede ahorrar, ¿sabes?
—¿Al administrador Soudha?
Él dio un respingo ante el nombre.
—¿Cómo lo supiste? —dijo ingenuamente.
—No importa, Tien. No voy a entregarte —lo miró, cansada—. Ya no tengo nada que ver contigo.
Él caminó, agitado, de un lado a otro de la cocina.
—Lo hice por ti —dijo por fin.
Sí. Ahora intentarás hacer que me sienta culpable. Todo culpa mía
. Era tan familiar como los pasos de una danza bien ensayada y ponzoñosa. Ella lo observó en silencio.
—Todo por ti. Querías dinero. Me rompí la espalda trabajando, pero nunca era suficiente para ti, ¿verdad? —alzó la voz, mientras trataba de sumergirse en un arrebato de justa furia. A ella le pareció un poco simple—. Me obligaste a correr el riesgo, con tus interminables preocupaciones. No funcionó, y quieres castigarme, ¿no? Bien que te habría gustado si hubiera salido bien.
Ella tuvo que admitir que era muy bueno en esto, pues sus acusaciones reflejaban sus propias oscuras dudas. Escuchó su letanía con cierto despego, como la víctima de una tortura que ha superado un dolor insoportable y admira el color de su propia sangre.
Ahora intentará hacer que sienta lástima por él. Pero ya se acabó. He terminado de sentir
.
—Dinero dinero dinero, ¿de eso se trata? ¿Qué quieres comprar con tantas ganas, Kat?
Tu salud, como puedes recordar. Y el futuro de Nikki. Y el mío.
Mientras él caminaba, farfullando, sus ojos se posaron en el brillante
skellytum
rojo, sobre la mesa de la cocina.
—No me amas. Sólo te amas a ti misma. ¡Egoísta, Kat! Amas a tus malditas macetas más que a mí. Mira, te lo demostraré.
Agarró la maceta y pulsó el control de la puerta del balcón. Se abrió un poco demasiado despacio para permitirle el efecto dramático, pero él la atravesó de todas formas, y se volvió para mirar a Ekaterin.
—¿Qué prefieres que salte por la barandilla, Kat? ¿Tu preciosa planta, o yo? ¡Elige!
Ella no habló ni se movió. Ahora intentará asustarme con gestos suicidas. Ésta era, ¿cuál?, ¿la cuarta vez ya? Su as en la manga, que siempre había hecho que la partida acabara a su favor.
Él alzo el
skellytum
.
—¿Esto o yo?
Él observó su cara, esperando que ella se derrumbara. Una curiosidad casi cínica la instó a decir «Tú», sólo para ver cómo él escapaba de su desafío, pero de todas maneras permaneció en silencio. Como no dijo nada, él vaciló un momento, confundido, y luego lanzó la absurda antigualla por el balcón.
Cinco pisos
. Ella contó los segundos, esperando oír el estrépito. Pero fue más parecido a un golpe lejano y húmedo, mezclado con el crujido de la maceta al explotar.
—Eres un idiota, Tien. Ni siquiera has mirado si había alguien abajo.
Con una expresión de súbita alarma que casi la hizo echarse a reír, él se asomó temeroso. Al parecer había conseguido no darle a nadie después de todo, pues inhaló profundamente y se volvió hacia ella. Dio unos cuantos pasos, pero no se le acercó.
—¡Reacciona, maldición! ¿Qué tengo que hacer para que reacciones?
—No te molestes —dijo ella fríamente—. No puedo imaginar nada que pudieras hacer que me haga sentirme más furiosa de lo que ya estoy.
Él había llegado al final de su menú de tácticas y parecía perdido. Su voz se hizo más débil.
—¿Qué quieres?
—Quiero recuperar mi honor. Pero tú no puedes dármelo.
Su voz se hizo todavía más débil: sus manos se abrieron en un gesto de súplica.
—Lamento lo del
skellytum
de tu tía. No sé qué…
—¿Y lamentas los robos, la traición, los sobornos y la especulación que has cometido?
—¡Lo hice por
ti
, Kat!
—En once años —dijo ella lentamente—, parece que no has llegado a saber quién soy. No lo comprendo. ¿Cómo puedes vivir con alguien tan íntimamente, durante tanto tiempo, y no llegar a verla? Tal vez has vivido con una proyección de holovid sacada de tu mente, no lo sé.
—¿Qué quieres, maldición? No puedo dar marcha atrás. No puedo confesar. ¡Eso sería el deshonor público! Para mí, para ti, para Nikki, tu tío… ¡no puedes querer eso!
—Quiero no volver a tener que mentir mientras viva. Lo que tú hagas es problema tuyo —inspiró profundamente—. Pero quiero que sepas una cosa. Hagas lo que hagas, o lo que no hagas, a partir de ahora que sea por ti mismo. Porque no me afectará.
Ya estaba, para siempre. Ella nunca iba a tener que volver a pasar por todo esto.
—Yo… puedo arreglarlo.
¿Se refería al
skellytum
, a su matrimonio, a su delito? Se equivocaba, en todos los casos.
Como ella seguía sin responder, él farfulló desesperado:
—Nikolai es mío, según las leyes de Barrayar.
Interesante. Nikki era la única táctica que nunca había empleado antes. Ella supo entonces que él se daba cuenta de que le hablaba totalmente en serio. Bien.
—¿Dónde está Nikki? —añadió él, mirando a su alrededor.
—En un lugar seguro.
—¡No puedes quitármelo!
Puedo, si estás en la cárcel
.
No se molestó en decirlo en voz alta. Dadas las circunstancias, Tien posiblemente no la desafiaría ante la ley por la custodia de Nikki. Pero ella quería dejar al niño lo más apartado posible de todo este feo asunto. No iniciaría esa guerra, pero si Tien se atrevía a hacerlo, la terminaría. Lo miró más fríamente que nunca.
—Lo arreglaré. Puedo hacerlo. Tengo un plan. Lo he estado pensando todo el día.
Tien con un plan resultaba casi tan tranquilizador como un niño de dos años con un arco de plasma cargado.
No. No vas a aceptar más responsabilidades por él. De eso se trata, ¿recuerdas? Déjalo correr
.
—Haz lo que quieras, Tien. Yo voy a terminar de hacer las maletas.
—Espera…
La adelantó. A ella le preocupó tenerlo ante la puerta, pero no dejó que se le notara el miedo.
—Espera. Lo arreglaré. Ya verás. Lo arreglaré. ¡Espera aquí!
Agitando ansiosamente las manos, se dirigió hacia la puerta y se marchó.
Ella escuchó sus pisadas alejarse. Sólo cuando oyó el suave susurro del ascensor volvió al balcón y se asomó. Muy por debajo, los restos del
skellytum
componían una mancha húmeda e irregular en la acera, y los tentáculos escarlata rotos parecían sangre derramada. Un peatón lo miraba con curiosidad. Después de un minuto, vio a Tien salir del edificio y cruzar el parque en dirección al andén de coches-burbuja, casi echando a correr de vez en cuando. Dos veces se volvió hacia el balcón, mirando por encima de su hombro, antes de internarse en las sombras. Desapareció en la estación.
Todos los músculos de Ekaterin parecían sufrir espasmos de tensión. Estaba a punto de vomitar. Regresó a su… a la cocina, y bebió un vaso de agua, que la ayudó a aplacar su respiración y su estómago. Entró en su cuarto y buscó una cesta, unas bolsas de plástico y un recogedor, para limpiar el desastre cinco pisos más abajo.
Ante la comuconsola del administrador Vorsoisson, Miles leía metódicamente los archivos de todos los empleados del departamento de Calor Residual. Parecía haber un montón de personal, comparado con algunos de los otros departamentos; Calor Residual era desde luego la niña bonita del presupuesto del Proyecto. Al parecer la mayoría pasaba casi todo el tiempo en la estación experimental, ya que las oficinas de aquí eran modestas. En retrospectiva, Miles deseaba haber empezado su investigación sobre la vida de Radovas por allí, donde podría haber algo de acción que observar, en vez de en esta torre de aburrimiento burocrático. Aún más, deseaba haberse dejado caer por la estación experimental durante aquel primer viaje… bueno, no. Entonces no habría sabido qué buscar.
¿Y ahora lo sabes?
Sacudió la cabeza, levemente cansado, y recuperó otro archivo. Tuomonen había traído una copia de la lista de personal y, a su debido tiempo, tendría que interrogar a toda esa gente, a menos que sucediera algo que desviara la investigación en otra dirección. Como encontrar a Marie Trogir… Eso era lo primero que Miles quería que hiciera SegImp. Cambió de postura para aliviar el dolor de su espalda; podía sentir que su cuerpo se entumecía por estar sentado tanto tiempo en una habitación fría. ¿No sabían los serifosanos que necesitaban más calefacción?
Unos rápidos pasos en el pasillo se detuvieron y entraron en la oficina exterior. Miles alzó la cabeza. Tien Vorsoisson, jadeante, permaneció un instante en la puerta del despacho, luego entró. Llevaba dos pesadas chaquetas, la suya y la de su esposa, que Miles había usado el otro día, y una mascarilla con el nombre VISITANTE, MEDIANO. Le sonrió a Miles, lleno de agitación reprimida.
—Milord Auditor. Me alegro de encontrarlo todavía aquí.
Miles cerró el archivo y observó interesado a Vorsoisson.
—Hola, administrador. ¿Qué le trae de vuelta?
—Usted, milord. Tengo que hablar con usted ahora mismo. Tengo que… enseñarle algo que he descubierto.
Miles abrió la mano, indicando la comuconsola, pero Vorsoisson sacudió la cabeza.
—Aquí no, milord. En la estación experimental de Calor Residual.
Ajá.
—¿Ahora mismo?
—Sí, esta noche, mientras no haya nadie.
Vorsoisson colocó la mascarilla sobre la comuconsola, rebuscó en un cajón y sacó su propia mascarilla personal. Se la colgó del cuello y rápidamente ajustó el arnés de su pecho para que sostuviera en su sitio la botella de oxígeno suplementaria.
—He requisado un volador, está esperando abajo.
—Muy bien…
¿De qué iba todo esto? Era demasiado esperar que Vorsoisson hubiera encontrado a Marie Trogir encerrada allí en un armario. Miles comprobó su mascarilla (los niveles de energía y oxígeno indicaban que estaba recargada del todo) y se la puso. Inspiró un par de veces, para comprobar su funcionamiento, y luego se la dejó colgando del cuello y se puso la chaqueta.
—Por aquí.
Vorsoisson abrió la marcha a grandes zancadas, cosa que molestó considerablemente a Miles: no estaba dispuesto a correr detrás de aquel hombre. El administrador se vio obligado a esperarlo en el ascensor, alzándose impaciente sobre sus talones. Esta vez, cuando llegaron al subnivel del garaje, el vehículo estaba preparado. Era un volador oficial de dos plazas, bastante poco lujoso, pero parecía estar en perfectas condiciones.
Miles no estaba tan seguro respecto al conductor.
—¿Qué es todo esto, Vorsoisson?
Vorsoisson puso la mano sobre el dosel y miró a Miles con una intensidad tal que resultaba casi alarmante.
—¿Cuáles son las reglas para declararse Testigo Imperial?
—Bueno… varias, supongo, dependiendo de la situación.
Miles advirtió que no estaba tan versado en los detalles de la ley barrayaresa como debería estar un Auditor Imperial. Necesitaba leer un poco más.
—Quiero decir… No creo que sea exactamente algo que uno hace solo. Normalmente se negocia entre un testigo potencial y la autoridad que esté a cargo del caso criminal.
Y rara vez
. Desde el final de la Era del Aislamiento, con la importación de la pentarrápida y otras drogas galácticas de interrogatorio, las autoridades ya no tenían que negociar los testimonios fiables.
—En este caso, la autoridad es usted —dijo Tien—. Las reglas son las que usted diga, ¿no?. Porque es Auditor Imperial.
—Uh… tal vez.
Vorsoisson asintió satisfecho, alzó el dosel y ocupó el asiento del piloto. Con reluctante fascinación, Miles se sentó a su lado. Abrochó su arnés de seguridad mientras el volador se elevaba y se dirigía hacia la compuerta de salida del garaje.
—¿Y por qué lo pregunta? —sondeó Miles delicadamente. Vorsoisson tenía el aire de un hombre que está ansioso por escupir algo muy interesante. Ni por tres mundos quería Miles asustarlo en este momento. Al mismo tiempo, tendría que ser extremadamente cauteloso con lo que prometiera.
Es el sobrino político de tu compañero Auditor. Te acaba de colocar en una cuerda floja ética
.
Vorsoisson no respondió inmediatamente, enfrascado en dirigir el volador hacia el cielo nocturno.
Las luces de Serifosa iluminaban las nubes, que ocultaban las estrellas. Pero cuando se alejaron de la cúpula, el brillo brumoso se redujo y las estrellas asomaron con fuerza. El paisaje era muy oscuro, carente de las poblaciones y mansiones que salpicaban otros mundos menos hostiles. Sólo un monorraíl se extendía hacia el suroeste, una pálida línea sobre el terreno yermo.