—Creo —dijo Vorsoisson por fin, y tragó saliva—, creo que finalmente he acumulado pruebas suficientes sobre un intento de delito contra el Imperio. Espero no haber esperado demasiado, pero tenía que asegurarme antes.
—¿Asegurarse de qué?
—Soudha ha tratado de sobornarme. No estoy absolutamente seguro de que no sobornara a mi predecesor también.
—¿Sí? ¿Por qué?
—La Gestión del Calor Residual. Todo el departamento es un timo, un cascarón vacío. No estoy seguro de cómo han conseguido mantener el engaño tanto tiempo. Me enredaron… durante meses. Quiero decir… un edificio lleno de equipo en un día tranquilo, ¿cómo iba yo a saber lo que hacía? ¿O lo que no hacía? ¿O que no hubiera más que días tranquilos?
—¿Cuánto tiempo…? —
Hace que lo sabe
. Miles se mordió la lengua. Esa pregunta era prematura—. ¿Qué están haciendo?
—Están sacando dinero del Proyecto. Por lo que sé, puede que empezaran con poca cosa, o por accidente… un empleado que ya se había marchado que quedó por error en nómina, una acumulación de pagas que Soudha se embolsó… Empleados fantasma: todo el departamento está lleno de empleados ficticios, todos chupando la paga. Y las compras de equipo de los empleados fantasma… Soudha sobornó a una mujer de Contabilidad para que siguiera adelante. Tienen todos los impresos en orden, todos los números encajan. Han superado no sé cuántas inspecciones fiscales, porque los contables que envía el Cuartel General no saben cómo comprobar la parte científica, sólo los impresos.
—¿Quién comprueba la parte científica?
—Ésa es la cosa, Milord Auditor. No se espera que el Proyecto de Terraformación produzca resultados rápidos, no de forma inmediata y medible. Soudha entrega informes técnicos, sí, un montón, según lo previsto, pero creo que lo que hace es copiar los resultados de períodos anteriores de otros sectores.
De hecho, el Proyecto de Terraformación de Komarr era un punto burocrático remoto, en el fondo de la lista de cosas urgentes del Imperio de Barrayar.
No era por criticar, pero sí resultaba un buen sitio donde aparcar, diremos, a hijos segundones Vor algo incompetentes para quitárselos de encima a sus familias. Allí no podían hacer daño a nadie, porque el proyecto era enorme y lento, y cumplirían con su labor y se marcharían antes de que el daño pudiera ser medido siquiera.
—Hablando de empleados fantasma… ¿cómo se conecta la muerte de Radovas con este supuesto timo?
Vorsoisson vaciló.
—No estoy seguro de que tenga algo que ver. Excepto para llamar la atención de SegImp y hacer que la burbuja estalle. Después de todo, dimitió unos días antes de morir.
—Soudha dijo que dimitió. Soudha, según usted, es un mentiroso redomado y un artista con los datos. ¿Podría haber amenazado Radovas con descubrir a Soudha y por eso lo asesinaron, para asegurar su silencio?
—Pero Radovas estuvo en el ajo. Durante años. Quiero decir, todos los técnicos tenían que saberlo. No podían saber que no estaban haciendo el trabajo que decían los informes.
—Hum, eso puede depender del genio artístico que tuviera Soudha para amañar los informes.
El archivo personal del propio Soudha sugería que no era estúpido ni mediocre. ¿Podría haber alterado esos archivos? Oh, Dios.
Esto significa que no voy a poder confiar en los datos de ninguna comuconsola de todo el maldito departamento
. Y había desperdiciado horas destilando consolas.
—No lo sé —dijo Vorsoisson, nervioso. Miró de reojo a Miles—. Quiero que recuerde que yo descubrí esto. Yo los entregué. En cuanto estuve seguro.
Su repetida insistencia en este último punto indicó a Miles que su conocimiento de este fascinante ejemplo de especulación era anterior a su confirmación, por un margen notable. ¿Acaso el soborno de Soudha no había sido sólo ofrecido, sino también aceptado? Hasta que la burbuja estalló. ¿Estaba Miles siendo testigo de un ataque de deber patriótico por parte de Vorsoisson, o simplemente las ganas de que atraparan a Soudha y compañía antes de que lo atraparan a él?
—Lo recordaré —dijo Miles, neutral. Entonces se dio cuenta de que salir solo de noche con Vorsoisson para dirigirse a un lugar desierto, sin detenerse siquiera a informar a Tuomonen, tal vez no fuera la acción más inteligente que hubiera emprendido jamás. Con todo, dudaba que Vorsoisson fuera tan abierto en presencia del capitán de SegImp. Sería mejor no ser demasiado brusco con Vorsoisson respecto a sus posibilidades de escapar de este lío hasta que estuvieran de regreso en Serifosa, preferiblemente en presencia de Tuomonen y un par de matones de SegImp. El aturdidor de Miles era un bulto tranquilizador en su bolsillo. Contactaría con Tuomonen a través de su comunicador de muñeca en cuando tuviera un momento y Vorsoisson no pudiera oírlo.
—Y dígaselo a Kat —añadió Vorsoisson.
¿Eh?
¿Qué tenía que ver la señora Vorsoisson con todo esto?
—Veamos primero esas pruebas, y luego hablaremos.
—Lo que verá principalmente es la ausencia de pruebas, milord —dijo Vorsoisson—. Una gran instalación vacía… Ya estamos.
Vorsoisson hizo virar el volador, y empezaron a descender hacia la estación experimental. Estaba bien iluminada por un montón de reflectores, conectados automáticamente al atardecer, según supuso Miles, contrastando con la oscuridad que la rodeaba. Al acercarse, Miles vio que el aparcamiento no estaba vacío: media docena de voladores y aerocoches descansaban en los círculos de aterrizaje. Las ventanas brillaban cálidamente aquí y allá en el edificio de oficinas, y más luces chispeaban a través de los tubos herméticos entre las secciones. Había dos grandes camiones de carga, uno entrando marcha atrás en una bodega abierta en el gran edificio sin ventanas.
—Me parece que hay bastante actividad —dijo Miles—. Para tratarse de un caparazón vacío.
—No comprendo —dijo Vorsoisson.
La vegetación, que debía llegar hasta la altura de los tobillos de miles, se debatía con éxito contra el frío, pero no era lo suficientemente abundante para ocultar el volador. Miles estuvo a punto de decirle a Vorsoisson que apagara las luces del aparato y se posaran donde no pudieran verlos, tras algún pequeño promontorio, a pesar del paseo a pie que eso supondría. Pero Vorsoisson se posaba ya en un círculo de aterrizaje vacío. Aterrizó y apagó el motor. Contempló inseguro las instalaciones.
—Tal vez… tal vez sea mejor que permanezca fuera de vista, al principio —dijo Vorsoisson, preocupado—. No se fijarán en mí.
Al parecer no fue consciente de todas las implicaciones que contenía esta simple declaración. Los dos se ajustaron sus mascarillas, y Vorsoisson abrió el dosel. El frío aire nocturno lamió la piel desnuda de Miles, por encima de la mascarilla, y le picoteó la cabeza. Se metió las manos en los bolsillos como para calentarlas, acarició brevemente su aturdidor, y siguió al administrador, un poco más atrás. Permanecer fuera de vista era una cosa; dejar que Vorsoisson se perdiera de vista era otra bien distinta.
—Trate de mirar primero en el edificio de Ingeniería— dijo Miles, la voz apagada por la mascarilla—. Mire a ver si podemos echar un vistazo a lo que está pasando antes de que entable contacto con los in… antes de que intente hablar con nadie.
Vorsoisson se dirigió hacia el aparcamiento de la bodega de carga. Miles se preguntó si era posible que alguien que los viera con tan poca luz pudiera confundirlo con Nikolai. La combinación de misterio dramático de Vorsoisson y su propia paranoia natural hacía que se sintiera nervioso; a pesar de que la parte optimista de su mente había calculado que la mayor parte de las probabilidades estaba a favor de que Vorsoisson era inofensivo, podría estar completamente equivocado.
Entraron por la compuerta para peatones del muelle de atraque. La diferencia de presión fue leve. Miles se dejó la mascarilla puesta mientras se dirigían hacia el camión de carga aparcado. Llamaría a Tuomonen en cuando tuviera un segundo…
Miles se detuvo un instante demasiado tarde y no pudo evitar ser visto por la pareja que permanecía en silencio junto a una plataforma flotante llena de maquinaria. La mujer, que tenía el control de la plataforma en la mano y la hacía maniobrar hacia el camión, era la señora Radovas. El hombre era el administrador Soudha. Los dos alzaron la cabeza, sorprendidos ante sus visitantes.
Miles dudó un segundo entre pulsar el circuito de alarma de su comunicador de muñeca o agarrar el aturdidor; pero un súbito movimiento de Soudha hacia su pecho hizo que los reflejos de combate de Miles se hicieran cargo y su mano se dirigió al bolsillo. Vorsoisson medio se volvió, la boca redonda de asombro, a punto de dar un grito de alarma. Miles habría pensado
me he dejado meter en una emboscada por este idiota
, pero Vorsoisson estaba claramente mucho más sorprendido que él.
Soudha consiguió sacar su aturdidor y disparar medio segundo antes que Miles.
Oh, mierda, no le llegué a preguntar al doctor Chenko cómo podría afectar el disparo de un aturdidor a mi estimulador de ataques
… El rayo aturdidor lo alcanzó en pleno rostro. Su cabeza se volvió hacia atrás en una agonía que fue piadosamente breve. Antes de golpear el suelo, ya estaba inconsciente.
Miles despertó con una migraña picoteándole tras los ojos, astillas metálicas de puro dolor que parecían clavadas y temblar en su cerebro, desde sus lóbulos frontales a su columna vertebral. Cerró inmediatamente los ojos contra el resplandor demasiado brillante de las luces. Sentía náuseas hasta estar a punto de vomitar. Como se dio cuenta al momento de que aún tenía puesta la mascarilla, su formación espacial intervino: tragó saliva e inhaló profundamente, con cuidado, y el peligroso momento pasó. Tenía frío y estaba de pie, en una incómoda posición por unas ataduras que tiraban de sus brazos. Abrió otra vez los ojos y miró alrededor.
Estaba al aire libre, en medio de la fría oscuridad de Komarr, encadenado a una barandilla de una pasarela en lo que parecía ser el edificio técnico de Calor Residual. Reflectores de colores colocados en la vegetación a dos metros más abajo, y que iluminaban el edificio y la pared de hormigón, eran la fuente de la taladrante luz. Tras ellos, el panorama era uniforme, el terreno se alejaba de los edificios y luego ascendía, hasta convertirse en un desierto. La barandilla era simple, postes de metal clavados en el hormigón a intervalos de un metro y un pasamanos redondo de metal entre ellos. Estaba desplomado sobre sus rodillas, sintiendo el hormigón frío y duro bajo ellas, y tenía las muñecas encadenadas… ¿encadenadas? Sí, encadenadas, los eslabones unidos por simples cierres de metal, a dos postes sucesivos que lo sujetaban como un águila abierta de alas.
Todavía tenía el comunicador de SegImp en la muñeca izquierda. Naturalmente, no podía alcanzarlo con la mano derecha. Ni (lo intentó) con la cabeza. Retorció la muñeca, intentado apretarlo contra la barandilla, pero el botón de alarma estaba más adentro, para impedir que algún golpe accidental lo disparara. Miles maldijo bajo la mascarilla, y pudo sentir la botella de oxígeno todavía firmemente sujeta a su pecho bajo su chaqueta (¿quién le había abrochado la chaqueta hasta la barbilla?), pero tendría que tener muchísimo cuidado para no mover la mascarilla hasta que tuviera de nuevo las manos libres y pudiera volver a reajustarla.
Así que… ¿había provocado el rayo aturdidor un ataque mientras estaba inconsciente, o todavía iba camino de uno? Ya casi le tocaba el siguiente. Dejó de maldecir e inspiró un par de veces para calmarse, pero su cuerpo no se dejó engañar.
Un par de metros a la derecha, descubrió a Tien Vorsoisson encadenado de la misma manera entre dos postes erguidos. Tenía la cabeza caída: era evidente que aún no había despertado. Miles trató de convencer al nudo de terror situado en su plexo solar de que este detalle de justicia cósmica era al menos un punto de luz en todo este asunto. Sonrió torvamente bajo la mascarilla. Considerando la situación, prefería que Vorsoisson estuviera libre y pudiera tratar de buscar ayuda. Mejor aún, que Vorsoisson se quedara aquí atado, y él libre para buscar ayuda. Pero retorcer las manos contra las cadenas sólo sirvió para despellejarle las muñecas.
Si quisieran matarte, ya estarías muerto
, trató de convencer a su cuerpo, que hiperventilaba. A menos, por supuesto, que fueran unos sádicos y prepararan una lenta y estudiada venganza…
¿Qué le he hecho yo a esta gente?
Además de la ofensa habitual de ser barrayarés en general y el hijo de Aral Vorkosigan en particular…
Los minutos pasaron lentamente. Vorsoisson se agitó y gimió, y luego se sumergió en una flácida inconsciencia, lo que al menos sirvió para asegurar a Miles que no estaba muerto. Todavía. Al cabo de un rato, el sonido de pasos sobre el asfalto hizo que Miles volviera cuidadosamente la cabeza.
A causa de la mascarilla y la chaqueta acolchadas, Miles no pudo decir al principio si la figura que avanzaba era la de un hombre o la de una mujer, pero cuando se acercó, reconoció el pelo rubio canoso y los ojos marrones de la mujer que había estado presente en la primera reunión informativa… Era la contable, la meticulosa, la que se había asegurado de traer una copia duplicada de los archivos de su departamento para Miles. Foscol, decía el nombre de su mascarilla.
Ella vio que abría los ojos.
—Oh, buenas noches, Lord Auditor Vorkosigan —alzó la voz, para asegurarse de que traspasara la mascarilla.
—Buenas noches, señora Foscol —consiguió responder él, igualando su tono. Si tan sólo pudiera hacerla hablar, y escuchaba…
Ella se sacó la mano del bolsillo y alzó algo brillante y metálico.
—Ésta es la llave de sus esposas. La dejaré aquí, por cierto.
La colocó con cuidado en el suelo de hormigón a medio camino entre Miles y el administrador, junto a la pared del edificio.
—No vaya a ser que alguien la pierda accidentalmente. Sería difícil encontrarla ahí abajo.
Miró pensativamente la oscura vegetación más allá de la barandilla.
Aquello daba a entender que esperaban a alguien. ¿Un grupo de rescate? También que Foscol, Soudha, y la señora Radovas
(¿qué está haciendo la señora Radovas aquí?)
no esperaban estar aquí para entregar la llave en persona cuando eso sucediera.
Ella volvió a buscar en su bolsillo y sacó un disco de datos envuelto en plástico protector.
—Esto, milord Auditor, es el archivo completo de cómo el administrador Vorsoisson aceptó sobornos por la cantidad de sesenta mil marcos en los ocho últimos meses. Números de cuenta, pista de datos, adónde fue a parar el dinero… todo lo que se necesita para una acusación formal. Iba a enviárselo al capitán Tuomonen, pero esto es mejor —sus ojos se arrugaron al sonreír bajo la mascarilla. Se inclinó y ató el disco en la espalda de la chaqueta de Vorsoisson—. Con mis cumplidos, milord.