Esa noche, Miles y Vorthys llegaron al apartamento de Ekaterin demasiado tarde para cenar, pero a tiempo para un postre improvisado, hecho obviamente al gusto del profesor, con chocolate, nata y enormes cantidades de nueces hidropónicas. Todos se sentaron a la mesa para devorarlo. Lo que Nikki hubiera recibido de sus compañeros de clase no había sido tan desagradable como para afectar su apetito, advirtió Miles con placer.
—¿Cómo te fue la escuela hoy? —le preguntó Miles, avergonzado de que un tema tan aburrido escapara de sus labios, pero ¿cómo si no iba a averiguarlo?
—Muy bien —dijo Nikki, con la boca llena de nata.
—¿Crees que tendrás algún problema mañana?
—No —el tono de sus monosílabos había vuelto a su habitual indiferencia preadolescente; se acabó el pánico de esta mañana.
—Bien —dijo Miles afablemente. Los ojos de Ekaterin sonreían, advirtió.
Bien
.
—
¿Cómo fue el trabajo hoy?
—añadió ella cuando Nikki terminó de engullir el postre y se marchó corriendo. No sabía si las horas extra suponían un avance, o lo contrario.
Cómo fue el trabajo hoy
. Su tono parecía pedir disculpas por lo prosaico de la pregunta. Miles pensó en cómo explicarle que lo encontraba delicioso, y deseaba que lo dijera otra vez. Y otra, y… Su perfume hacía que tuviera ganas de tumbarse en el suelo y hacer piruetas, y ni siquiera estaba seguro de que ella llevara perfume. Esta mezcla de lujuria y domesticidad era completamente nueva para él. Bueno, medio nueva: sabía manejar la lujuria. Era la domesticidad lo que superaba sus defensas.
—Hemos avanzado hasta nuevos y sorprendentes niveles de aturdimiento —le dijo Miles.
El profesor abrió la boca, la cerró, y luego habló por fin.
—Eso lo resume todo. La hipótesis de lord Vorkosigan resultó correcta: el plan de desvío de fondos era para financiar la producción de, hum, un aparato nuevo.
—Un arma secreta —corrigió Miles—. Yo dije un arma secreta.
Los ojos del profesor chispearon divertidos.
—Define tus términos. Si es un arma, ¿entonces cuál es el objetivo?
—Es tan secreta que ni siquiera podemos imaginar qué hace —le explicó Miles a Ekaterin—. Así que al menos tengo razón a medias.
Miró hacia el lugar por donde se había marchado Nikki.
—Supongo que Nikki volvió a la normalidad, en cuanto se arreglaron las cosas.
—Sí. Estaba segura de que lo haría —dijo Ekaterin—. Muchas gracias por su ayuda esta mañana, lord Vorkosigan. Le agradezco mucho que…
Miles se salvó de pasar un poco más de vergüenza al sonar el timbre de la puerta. Ekaterin se levantó y fue a atenderla. El profesor la siguió, impidiendo que Miles hiciera la otra pregunta que tenía preparada.
¿Cómo le fue con el consejero patrimonial? Estaba seguro de que podría arreglarlo
. El guardia de SegImp estaba ahora apostado en el pasillo, se recordó Miles: no tenía que convertir esto en un desfile. Tras archivar la pregunta para hacerla en otra ocasión, abrió la puerta y salió al balcón.
El sol y el espejo se habían puesto hacía horas. Sólo la ciudad daba brillo a la noche. Unos cuantos peatones todavía cruzaban el parque, entrando y saliendo de las sombras, apresurándose camino al andén de coches-burbuja o saliendo de allí, o andando despacio en parejas. Miles se apoyó en la balaustrada y estudió a una pareja de enamorados, el brazo de él sobre los hombros de ella, el brazo de ella rodeando la cintura de él. En gravedad cero, la diferencia de altura se anularía. ¿Y cómo conseguían los cuadrúmanos que vivían en el espacio hacer esas cosas? Había conocido a un cuadrúmano, una vez. Estaba seguro de que tendría que haber un equivalente cuadrúmano al abrazo tan humanamente universal…
Sus envidiosas especulaciones fueron distraídas por el sonido de voces dentro del apartamento. Ekaterin estaba recibiendo a alguien. Una voz de hombre, acento komarrés. Miles se envaró al reconocer la rápida forma de hablar del conejil Vennie.
SegImp no tardó tanto en liberar sus efectos personales como habría imaginado. Así que el coronel Gibbs dijo que podría traérselos.
—Gracias, Vennie —replicó la voz de Ekaterin, con el suave tono que Miles había aprendido a asociar con alerta—. Ponga la caja sobre la mesa, ¿quiere? ¿Dónde se ha…?
Un golpe.
—Son cosas sin importancia, utensilios de escritura y cosas así, pero supuse que quería el sujetavids con todos los holos de usted y de su hijo.
—Sí, claro.
—En realidad, venía a verla por algo más que limpiar la oficina del administrador Vorsoisson —Vennie inspiró profundamente—. Quería hablar con usted en privado.
Miles, que estaba a punto de entrar en la cocina, se detuvo. Maldición, SegImp había interrogado y exonerado a Vennie, ¿no? ¿Qué nuevo secreto podía estar a punto de ofrecer, y nada menos que a Ekaterin? Si Miles entraba, ¿cerraría el pico?
—Yo… bueno, muy bien. Hum, ¿por qué no se sienta?
—Gracias.
Roce de sillas.
Vennie empezó otra vez.
—He estado pensando en lo difícil que es su situación aquí desde la muerte del administrador. Lo siento mucho, pero no pude dejar de advertir, a lo largo de los meses, que las cosas no eran como deberían haber sido entre usted y su difunto esposo.
—Tien… era difícil. No me di cuenta de que se notaba.
—Tien era un gilipollas —dijo Vennie claramente—. Eso sí se notaba. Lo siento, lo siento. Pero es cierto, y los dos lo sabemos.
—Ahora ya no importa —el tono de ella no invitaba a nada.
Vennie continuó.
—He oído que jugó con su pensión y perdió. Su muerte la ha hundido a usted en una situación monstruosa. Tengo entendido que se ve obligada a regresar a Barrayar.
—Planeo regresar a Barrayar, sí —dijo Ekaterin lentamente.
Debería aclararme la garganta, pensó Miles. Tropezar con una silla del balcón. Aparecer por la puerta y exclamar: «¡Vennie, qué alegría verlo por aquí!»
Empezó a respirar por la boca, para mantener el silencio.
—Me doy cuenta de que es mal momento para esto, demasiado pronto —continuó Vennie—. Pero la he estado observando desde hace meses. La forma en que la trataba. Prácticamente una prisionera, en un matrimonio barrayarés tradicional. No sabía si era usted una prisionera dispuesta, pero ahora… ¿ha pensado en quedarse en Komarr? ¿En no regresar a su celda? Tiene esta oportunidad para escapar.
Miles sintió que su corazón empezaba a latir con algo muy parecido al pánico. ¿Adónde quería Vennie ir a parar?
—Yo… la economía… nuestro pasaje de regreso es un subsidio por su muerte —aquella misma suavidad alerta.
—Tengo una alternativa diferente que ofrecerle.
Vennie tragó saliva. A Miles le pareció que podía oír el débil borboteo en su estrecho cuello.
—Cásese conmigo. Eso le daría la protección legal que necesita para quedarse aquí. Nadie podría obligarla a regresar. Yo podría mantenerla, mientras usted estudia botánica o química o lo que prefiera. Podría ser lo que quisiera. No puedo decirle cómo me irritaba ver cuánto potencial humano se desperdiciaba con ese payaso barrayarés. Me doy cuenta que le parecería un matrimonio de conveniencia, pero como Vor, eso sin duda no es una idea extraña para usted. Y podría convertirse en algo más, con el tiempo. Estoy seguro. ¡Sé que es demasiado pronto, pero si usted se marchara, entonces será demasiado tarde!
Vennie hizo una pausa para respirar. Miles se inclinó, la boca todavía abierta, en una especie de grito silencioso.
¡Mis argumentos! ¡Mis argumentos! ¡Ésos eran mis argumentos, maldición!
Esperaba que aparecieran rivales Vor para pedir la mano de Ekaterin en cuanto la viuda aterrizara en Vorbarr Sultana, ¡pero, por Dios, ni siquiera había salido todavía de Komarr! No había pensado en Vennie, ni en ningún otro komarrés, como posible competidor. Miles tenía más poder, posición, dinero, rango, de todo que poner ante sus pies cuando por fin fuera el momento. Vennie ni siquiera era más alto que Ekaterin, tenía sus buenos cuatro centímetros de menos…
Lo único que Miles no podía ofrecer, sin embargo, era menos Barrayar. En eso, Vennie tenía una ventaja que Miles nunca podría igualar.
Se produjo un largo y aterrador silencio, durante el cual el cerebro de Miles gritó:
¡Di que no, di que no! ¡Di que NO!
—Es un ofrecimiento muy amable —dijo Ekaterin por fin.
¿Y eso qué demonios se supone que significa?
¿Se estaría Vennie preguntando lo mismo?
—La amabilidad no tiene nada que ver. Yo… —Vennie volvió a aclararse la garganta—. La admiro a usted mucho.
—Oh, vaya.
—He solicitado el puesto de jefe administrativo de la Terraformación —añadió ansiosamente—. Creo que tengo muchas probabilidades. A causa de la situación del departamento, sin duda la dirección general buscará algún tipo de continuidad. O si el barro ha salpicado a los inocentes además de a los culpables, haré lo que sea para tener otra oportunidad, una opción para limpiar mi reputación personal… Puedo convertir al Sector Serifosa en algo modélico, estoy seguro. Si se queda usted, podré conseguirle opciones de voto. Podríamos hacerlo juntos: podríamos convertir este lugar en un jardín. ¡Quédese y ayúdeme a construir un mundo!
Otro largo y aterrador silencio.
—Supongo que le asignarán este apartamento —dijo entonces Ekaterin—, si consigue el puesto de Tien.
—Va incluido —dijo Vennie con voz insegura. Cierto, eso no era una ventaja, aunque Miles no estaba seguro de que Vennie lo supiera.
Apenas soy capaz de soportar este sitio
, había dicho ella.
—Su oferta es amable y generosa, Vennie. Pero ha confundido usted mi situación. Nadie me obliga a regresar a casa. Komarr… me temo que estas cúpulas me estén produciendo claustrofobia. Cada vez que me ponga una mascarilla de oxígeno, pensaré en la fea forma en que murió Tien.
—Ah —dijo Vennie—. Puedo comprenderlo, pero tal vez, con el tiempo…
—Oh, sí. Tiempo. La costumbre Vor exige que una viuda lleve luto durante un año.
Miles no pudo imaginar qué gesto, qué expresión facial, acompañó a esas palabras. ¿Una mueca? ¿Una sonrisa?
—¿Tiene que cumplir esa arcaica costumbre? ¿Debe hacerlo? ¿Por qué? Nunca la he comprendido. Creía que en la Era del Aislamiento trataron de mantener casadas a las mujeres todo el tiempo.
—Creo que era algo práctico. Daba tiempo para asegurar que cualquier embarazo que pudiera haber empezado se pudiera completar mientras la mujer estaba aún bajo el control de la familia de su difunto esposo, para que así pudieran asegurarse de reclamar la custodia de cualquier varón. Pero de todas formas, que yo crea o no en el luto no importa. Mientras la gente piense que lo creo, podré utilizarlo para defenderme de… de compromisos no deseados. Necesito tranquilidad y tiempo para encontrar de nuevo mi equilibrio.
Hubo un corto silencio.
—¿Defenderse? —preguntó Vennie, más tenso—. No pretendía que mi propuesta fuera un ataque, Kat.
—Naturalmente que no la considero tal cosa —replicó ella débilmente.
Mentira, mentira
. Claro que sí. Ekaterin había experimentado el matrimonio como un largo asedio a su alma. Después de diez años de Tien, probablemente tenía la misma opinión del matrimonio que Miles de los lanzadores de granadas de aguja. Eso era muy malo para Vennie. Bien. Pero era igualmente malo para Miles. Malo. Bueno. Malo. Bueno. Malo…
—Kat, yo… no le daré la lata. Pero piénselo, piense en todas sus alternativas, antes de hacer nada irrevocable. Yo seguiré estando aquí.
Otro horrible silencio.
—No deseo causarle dolor, porque nunca me ha causado usted ninguno, pero no está bien que la gente viva con falsas esperanzas —una larga pausa, como si ella hiciera acopio de fuerzas—. No.
¡Sí!
—Pero muchas gracias por preocuparse de mí —añadió luego, más débilmente.
—Pretendía ayudar —repuso Vennie finalmente—. Veo que lo he empeorado. Debo marcharme, aún tengo que cenar camino de casa…
¡Sí, cena solo, miserable conejo! ¡Ja!
—Señora Vorsoisson, buenas noches.
—Déjeme acompañarlo hasta la puerta. Gracias de nuevo por traer las cosas de Tien. Espero que consiga su puesto, Vennie. Estoy segura de que podrá hacerlo bien. Es hora de que empiecen a ascender a komarreses a los puestos administrativos más altos…
Miles reaccionó despacio, preguntándose cómo iba a pasar ante ella. Si Ekaterin iba a ver cómo estaba Nikki, como era posible, él podría colarse en el taller sin que lo viera, y fingir que había estado allí todo el tiempo…
En cambio, la oyó regresar a la cocina. Un roce, un suspiro, luego un golpe cuando los contenidos de una caja fueron, al parecer, volcados en la bolsa de la basura. Un arrastre de sillas. Miles avanzó para asomarse a la puerta. Ella se había sentado un momento, y se frotaba los ojos con las manos. ¿Lloraba? ¿Reía? Se frotó la cara, echó atrás la cabeza y se levantó, dirigiéndose al balcón.
Miles retrocedió rápidamente, miró alrededor, y se sentó en la silla más cercana. Extendió las piernas, echó atrás artísticamente la cabeza y cerró los ojos. ¿Se atrevería a fingir un ronquido, o eso sería pasarse?
Los pasos de ella se detuvieron. Oh, Dios, ¿y si cerraba la puerta, dejándolo encerrado fuera como a un gato extraviado? ¿Tendría que dar golpecitos en el cristal, o quedarse ahí toda la noche? ¿Lo echaría de menos alguien? ¿Podría bajar por la fachada y volver a la puerta principal? La idea lo hizo estremecer. No le tocaba sufrir otro ataque, pero nunca se sabía, eso era parte de lo que hacía que su desorden fuera tan divertido…
Los pasos de ella continuaron. Miles abrió la boca, entonces se sentó, parpadeando y bufando. Ella lo miró con sorpresa, sus elegantes rasgos convertidos en fuerte alivio a la débil luz de la cocina.
—¡Oh! Señora Vorsoisson. Debo de estar más cansado de lo que creía.
—¿Estaba usted dormido?
Su «Sí» se convirtió en un débil «Hum», ya que recordó su promesa de no mentirle nunca. Se frotó el cuello.
—Me he quedado medio paralizado en esta postura.
Ella alzó las cejas, y se cruzó de brazos.
—Lord Vorkosigan. Creía que los Auditores Imperiales no podían prevaricar de esta forma.
—¿Qué… cómo? —terminó de sentarse y suspiró—. Lo siento. Salí a contemplar el panorama, y no pensé en nada cuando oí entrar a Vennie. Luego pensé que podría tener algo que ver con el caso, y después fue demasiado tarde para hacer nada sin que todos pasáramos por una situación embarazosa. Tan malo como el asunto de su comuconsola otra vez, lo siento. Fueron accidentes, las dos cosas. En realidad yo no soy así.