Ekaterin apretó el tobillo de la profesora y se puso lentamente en pie. Se tambaleó, deseando que su desequilibrio fuera realmente una falsificación artística que pillara desprevenidos a los komarreses. Habló con letal veneno en sus palabras.
—En la Era del Aislamiento, yo habría muerto a los cuarenta años. En la Era del Aislamiento, mi trabajo habría sido cortar la garganta de los niños mutantes, mientras mis parientes femeninos miraban. Garantizo que al menos la mitad de la población de Barrayar no está de acuerdo con los Antiguos Vor, incluyendo la mayor parte de sus esposas. ¡Y ustedes quieren condenarnos a volver a todo eso, y se atreven a decir que será incruento!
—Entonces considérese afortunada de estar en el lado komarrés —dijo Soudha secamente—. Vamos, amigos, tenemos trabajo que hacer, y menos tiempo que nunca para hacerlo. A partir de ahora, todos los turnos para dormir quedan cancelados. Lena, ve a despertar a Cappell. Y tenemos que encontrar una forma de quitar de en medio a estas damas durante algún tiempo.
Parecía que los komarreses ya no iban a esperar a la boda del Emperador para efectuar su movimiento táctico. ¿Tan cerca estaban de poner en marcha su aparato? Tan cerca, parecía, que ni siquiera la llegada de dos rehenes inoportunas los desviaba.
Tía Vorthys trataba de sentarse derecha; la mirada de Arozzi había regresado a las cajas de comida que tenía a sus pies. «Ahora.»
Ekaterin se abalanzó hacia delante, chocó con Arozzi y continuó corriendo. Arozzi corrió tras ella, pero fue distraído temporalmente por una bota azul, lanzada con sorprendente precisión aunque con fuerza limitada por la tía Vorthys, que lo alcanzó en la sien. Soudha y Foscol empezaron también a correr, pero Ekaterin consiguió llegar a la alarma y tiró de la palanca, mientras el rayo aturdidor de Arozzi la alcanzaba. Dolió más esta vez. Sus manos se abrieron con un espasmo, y Ekaterin cayó.
El primer sonido de la alarma alcanzó sus oídos antes de que el shock y la negrura volvieran a apoderarse de ella.
Ekaterin abrió los ojos y vio el rostro de su tía, de lado. Advirtió que estaba tumbada, con la cabeza apoyada en el regazo de la profesora. Parpadeó y trató de lamerse los labios. Tenía todo el cuerpo dolorido. Una oleada de náuseas se apoderó de su estómago, y luchó por ponerse de lado. Tuvo un par de espasmos pero no llegó a vomitar, y tras un eructo contenido, se dio la vuelta.
—¿Nos han rescatado? —murmuró. No se lo parecía. Estaban sentadas en el suelo de un cuarto de baño diminuto, helado y duro.
—No —dijo la profesora con disgusto. Su rostro estaba tenso y pálido, con magulladuras rojas en la suave piel de su cara y su cuello. Tenía el pelo en desorden, sobre las cejas—. Me amordazaron, y nos arrastraron a las dos detrás de esa máquina. El pelotón de vigilancia de la estación entró de inmediato, pero Soudha les dio todo tipo de explicaciones y les pidió excusas. Dijo que fue un accidente, que Arozzi chocó contra la pared, y accedió a pagar una enorme suma por dar falsas alarmas. Yo traté de hacer ruido, pero no sirvió de nada. Luego nos encerraron aquí dentro.
—Oh —dijo Ekaterin—. Rayos.
Puede que sufriera un exceso de educación, pero las palabras malsonantes también parecían igual de inadecuadas en un momento como éste.
—No importa, querida. Fue un buen intento. Por un momento, pensé que iba a funcionar, y también lo pensaron tus komarreses. Estaban muy preocupados.
—La próxima vez lo haré mejor.
—Muy bien —reconoció su tía—. Debemos pensar con cuidado cuál debe ser nuestro siguiente paso. No creo que podamos contar con una tercera oportunidad. La brutalidad no parece natural en ellos, pero sí están muy tensos. No creo que estemos a salvo. ¿Cuándo piensas que te echarán de menos?
—No muy pronto —dijo Ekaterin tristemente—. Le envié un mensaje al tío Vorthys cuando llegué al hotel de la estación. Puede que no espere otro hasta que vea que no bajamos del ferry mañana por la noche.
—Algo sucederá entonces —dijo la profesora. Su tono de tranquila confianza quedó minado cuando añadió en voz más baja—: Seguramente.
Sí, pero ¿qué sucederá entre ahora y entonces?
—Sí —repitió Ekaterin. Contempló el cuarto de baño cerrado—. Seguramente.
Los expertos que el profesor Vorthys había solicitado tenían que llegar al espaciopuerto de Serifosa casi a la misma hora en que Ekaterin partía con el ferry para hacer la conexión a la estación de salto, así que Miles se las apañó para invitarse a acompañarlos en lo que, por lo demás, habría sido una despedida familiar. Ekaterin no discutió con su tío la visita que Vennie le había hecho la noche anterior; Miles no tuvo oportunidad de aconsejarla:
No acepte ninguna proposición matrimonial de desconocidos mientras esté ahí fuera
. El profesor la cargó de mensajes verbales para su esposa, y le dio un abrazo de despedida. Miles se quedó con las manos metidas en los bolsillos, y le dirigió un cordial buen viaje con un ademán.
Lo que Miles consideraba el «Empollón Express», un vuelo comercial matutino de Solsticio, aterrizó poco después. La experta en pentaespacio, la doctora Riva, resultó ser una mujer delgada, intensa, de piel olivácea, de unos cincuenta años, con brillantes ojos negros y sonrisa rápida. Un joven fornido y rubio la seguía. Miles pensó que debía de ser uno de sus estudiantes, pero resultó ser un profesor de matemáticas de su facultad, el doctor Yuell.
Un potente aerocoche de SegImp esperaba para llevarlos directamente a la estación experimental de Calor Residual. Cuando llegaron, el profesor los condujo hasta su oficina, que parecía haber conseguido de la noche a la mañana más comuconsolas, pilas de discos, y mesas llenas de componentes mecánicos. Para incomodidad de todos, pero no para sorpresa de Miles, el mayor D'Emorie, de SegImp, hizo grabar a los dos asesores komarreses juramentos de fidelidad y secreto. Miles consideraba redundante el juramento de fidelidad, ya que ningún académico podría haber conservado su puesto sin haber hecho uno. En cuanto al juramento de guardar el secreto… Miles se preguntó si alguno de los komarreses había advertido ya que no tenían modo de salir de la estación experimental excepto con los transportes de SegImp.
Los cinco se sentaron para oír una charla del Lord Auditor Vorthys, que parecía un cruce entre un informe militar y un seminario académico, con tendencia a desviarse hacia lo segundo. Miles no estaba seguro de si D'Emorie estaba allí como participante o como observador, pero claro, tampoco él mismo tenía mucho que decir, excepto para confirmar uno o dos puntos referidos a las autopsias cuando Vorthys se lo indicó. Miles volvió a preguntarse si no sería más útil en otro sitio, por ejemplo con los agentes de campo; apenas podría ser menos útil aquí, advirtió sombrío cuando las referencias matemáticas empezaron a volar por encima de su cabeza.
Cuando convirtáis todo eso en bonitas formas de colores en la comuconsola, mostrádmelas
. Me gustan los libros con dibujitos. Tal vez debería volver al colegio durante un par de años y ponerse al día. Se consoló pensando que rara vez se encontraba en compañía de gente que le hiciera sentirse así de estúpido. Probablemente era bueno para su alma.
—La energía que se suministra al… supongo que podríamos llamarlo cuerno… del generador de campo de Necklin es pulsátil, definitivamente pulsátil —le dijo Vorthys a los komarreses—. Altamente direccional, rápida y ajustable… casi quiero decir, sintonizable.
—Eso es muy raro —dijo la doctora Riva—. Las varas de las naves de salto tienen una energía fija… de hecho, controlar las fluctuaciones no deseadas de la energía es una de las principales preocupaciones del diseño. Probemos algunas simulaciones con las distintas hipótesis…
Miles despertó y se inclinó hacia delante, mientras las diversas teorías empezaban a tomar forma visible en mapas de vectores tridimensionales sobre la placavid. El profesor Vorthys proporcionó algunos parámetros de limitación basándose en la naturaleza proyectada del suministro de energía. Los empollones produjeron algunas imágenes muy bonitas, pero a excepción de las consideraciones estéticas referidas a contrastes de colores, Miles no vio qué había que elegir entre ellas.
—¿Qué sucede si alguien se coloca delante de los pulsos direccionales pentaespaciales de esa cosa? —preguntó por fin—. A diversas distancias, digamos. O se encuentra con un carguero delante.
—No mucho —dijo Riva, contemplando las espirales y líneas con una intensidad al menos igual a la de Miles—. No estoy segura de que fuera bueno a nivel celular estar tan cerca de un generador de energía de esta magnitud, pero es, después de todo, un campo pulsátil de pentaespacio. Todos los efectos triespaciales serían debidos a algún desenfoque en los bordes, y sin duda tomarían la forma de ondas gravitatorias. La gravedad artificial es un fenómeno de interrelación entre el pentaespacio y el triespacio, como la lanza de implosión gravítica militar.
D'Emorie se envaró un poco, pero tratar de impedir que un físico pentaespacial conociera los principios de la lanza de implosión era tan inútil como tratar de mantener el clima en secreto para un granjero. Lo único que los militares podían hacer era ocultar los detalles técnicos durante un tiempo.
—¿Podría ser, no sé… que estuviéramos contemplando sólo media arma?
Riva se encogió de hombros, pero pareció más interesada que despectiva, así que Miles esperó que no fuera una pregunta estúpida.
—¿Han decidido si es de verdad un arma? —dijo ella.
—Tenemos unas cuantas personas muy muertas que apuntan en esa dirección —señaló Miles.
—Eso, ay, no requiere necesariamente un arma —suspiró el profesor Vorthys—. El descuido, la estupidez, la prisa y la ignorancia son a veces fuerzas tan destructivas como los intentos de homicidio. Aunque debo confesar un disgusto especial hacia esos intentos. Parece tan innecesariamente redundante. Es… anticientífico.
La doctora Riva sonrió.
—Ahora bien —dijo Vorthys—, lo que quiero saber es qué sucede si apuntas con este aparato a un agujero de gusano, o lo activas mientras atraviesas uno. En ese caso habría que tener también en cuenta los efectos debidos al campo de Necklin.
—Hum… —dijo Riva. Ella y el joven de pelo rubio se pusieron a farfullar en lenguaje matemático, reforzándolo con un poco de reprogramación de la consola de simulación. La primera pintoresca muestra fue rechazada por ambos con un murmullo.
—Esto no está bien…
Un par de intentos más sin éxito. Riva se echó por fin hacia atrás, y se pasó las manos por el pelo.
—¿Hay alguna posibilidad de irnos a dormir y continuar mañana?
—Ah —dijo el Lord Auditor Vorthys—. Me temo que no fui claro cuando hablé con usted por la comuconsola anoche. Esto es un programa intensivo. Tenemos motivos para sospechar que el tiempo podría ser esencial. Estaremos aquí hasta que resolvamos esto. Ningún dato saldrá de este edificio.
—¿Qué, no cenaremos en lo alto de la Cúpula Serifosa? —dijo Yuell, decepcionado.
—Esta noche no —se disculpó Vorthys—. A menos que alguien se sienta realmente inspirado. El Emperador suministrará comida y alojamiento.
Riva echó un vistazo a la habitación, y por extensión a las instalaciones.
—¿Eso quiere decir que estaremos a expensas del presupuesto de SegImp otra vez? ¿Petates y comidas preparadas?
El profesor sonrió tristemente.
—Me temo que sí.
—Tendría que haber recordado esa parte de la última vez… Bueno, supongo que es una forma de motivación. Yuell, dejemos la comuconsola por el momento. Algo no va bien. Necesito caminar.
—El pasillo está a su disposición —le dijo el profesor Vorthys cordialmente—. ¿Trajo sus zapatos de pasear?
—Por supuesto. De esa parte de nuestro último encuentro sí me acordé.
Extendió las piernas, mostrando cómodos zapatos de suela dura, y se levantó para dirigirse al pasillo. Empezó a caminar rápidamente de un lado a otro, murmurando para sí de vez en cuando.
—Riva dice que piensa mejor cuando camina —le explicó Vorthys a Miles—. Su teoría es que bombea la sangre hasta su cerebro. Mi teoría es que como nadie puede mantener su ritmo, se evita las interrupciones que puedan distraerla.
Un alma gemela, por Dios
.
—¿Puedo mirar?
—Sí, pero por favor no le hables. A menos que ella te hable, claro.
Vorthys y Yuell siguieron trabajando con las comuconsolas. El profesor parecía estar intentando afinar su diseño hipotético en busca del sistema de suministro de energía del aparato. Miles no estaba seguro, pero Yuell jugaba a una especie de juegovid matemático. Miles se acomodó en su asiento, miró por la ventana, y dirigió su mente a la pregunta:
Si yo fuera un conspirador komarrés con Seglmp pisándome los talones y un aparato nuevo del tamaño de un par de elefantes
, ¿dónde lo escondería? No en el equipaje, eso estaba clarísimo. Trazó sus ideas en un disco, y tachó la mayoría. D'Emorie estudiaba el trabajo del profesor y repasó algunas de las simulaciones anteriores.
Después de unos tres cuartos de hora, Miles advirtió que el eco de los rápidos pasos en el pasillo había cesado. Se levantó, salió y asomó la cabeza por la puerta. La doctora Riva estaba sentada en el alféizar de una ventana al fondo del pasillo, contemplando pensativa el paisaje de Komarr. Alcanzaba a verse hasta el arroyo, y era mucho menos árido que el habitual, al haber sido colonizado por el verde terrestre. Miles se atrevió a acercarse a ella. Ella lo miró y le dirigió una rápida sonrisa, que él devolvió. Se asomó al saliente, siguió su mirada hasta la ventana cerrada y luego se volvió a estudiar su perfil.
—Bien —dijo por fin—. ¿Qué es lo que piensa?
Los labios de Riva se torcieron en una mueca de tristeza.
—Pienso… que no creo en el movimiento perpetuo.
—Ah.
Bueno, si hubiera sido fácil, o incluso moderadamente difícil, el profesor no habría pedido refuerzos, reflexionó Miles.
—Hum.
Ella apartó la mirada del paisaje y se volvió hacia él.
—¿Así que es usted de verdad el hijo del Carnicero? —dijo un momento después.
—Soy el hijo de Aral Vorkosigan —replicó él con firmeza—. Sí.
La versión de ella de la eterna pregunta no tenía ni la accidental torpeza social de Tien ni la deliberada provocación de Vennie. Parecía algo más… científico. ¿Qué estaba poniendo a prueba?