La Antorcha (32 page)

Read La Antorcha Online

Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Fantástico, #Histórico

BOOK: La Antorcha
5.28Mb size Format: txt, pdf, ePub

Tal vez, pensó, sería más prudente expulsar de la morada del dios a esta hija desvergonzada y a su padre.

—Entra en la casa, Criseida —continuó esforzándose por mostrarse amable—. Cámbiate de vestido y lávate, o no seré yo la única que te increpe.

La muchacha había sido confiada a su cuidado. De algún modo tenía que tratar de que no constituyera una deshonra para la casa del Señor del Sol ni para sí misma. Cuando Criseida estuvo dentro, pensó: Ahora parece como si estuviera a merced de Afrodita. ¿Alegará también Criseida de que se halla bajo la influencia de esa diosa cuya misión consiste en atraer a las mujeres hacia el amor vicioso e ilegítimo? Alzó los ojos al cielo.

—Estamos en tu poder, Apolo —rezó—. Cierto es que presides esta casa y los corazones y las mentes de quienes por juramento te han consagrado sus vidas. No pretendo ser irrespetuosa con ningún inmortal, pero ¿no podrías mantener en orden tu propio lugar y tu propio santuario?

Su pregunta no tuvo respuesta inmediata, pero no la esperaba. Durante varios días evitó presentarse en el santuario, aduciendo enfermedad; parecía como si la casa del Señor del Sol, antaño tan feliz, se hubiese tornado desapacible, porque Crises se hallaba en todas partes. Al fin ascendió hasta la colina en la cima misma de la ciudad y allí ofreció un sacrificio a la Doncella, diosa patrona de Troya. Sus pensamientos eran confusos y se preguntó si al obrar así estaba siendo desleal con Apolo, de quien era sacerdotisa. Pero había sido convocada a presencia de la Madre Tierra y también se le había hecho sacerdotisa de ella.

Cuando ofreció su sacrificio se sintió más tranquila, aunque la diosa no le habló directamente. Volvió a la casa del Señor del Sol, se presentó en la ceremonia del crepúsculo y cuando vio a Crises entre los sacerdotes y él le sonrió, no trató de rehuir su mirada. No era ella quien había hecho algo malo, ¿de qué tenía que sentirse avergonzada?

Aquella noche sus sueños fueron tumultuosos y terribles. Le pareció que una tormenta se cernía sobre Troya y que se hallaba en la parte más alta de la ciudad, en los dominios de la Doncella, buscando de algún modo que cayeran sobre ella los rayos para que no fulminasen a quienes amaba. El Señor Tonante de los aqueos cruzaba sobre las altas murallas, agitando los puños. El que Hace Temblar la Tierra, Señor de Troya, que fue llamado para ser consorte de la Madre Tierra, se afanaba y luchaba por proteger a su ciudad. Había también otros inmortales y, por alguna razón ella, Casandra, los había enfurecido. Pero yo no he hecho nada malo, protestó confusa. Si alguien había cometido una trasgresión era Paris. Llamó al Señor del Sol para que salvase a su ciudad, pero él frunció el entrecejo y ocultó el resplandor de su rostro, diciendo: También me adoran entre los aqueos. Despertó con un grito de terror. Cuando estuvo completamente consciente comprendió lo absurdo del sueño, no había por qué pensar que los dioses, que eran omniscientes, castigarían a una gran ciudad por las estúpidas ofensas de un solo hombre y de una mujer.

Al cabo de un tiempo volvió a dormirse, y de nuevo comenzó a soñar.

Soñó que le estaba dando de mamar al bebé de Filida y experimentó otra vez la mezcla de intensa ternura, de repugnancia y desesperación. Algo iba mal, terriblemente mal. Luchó por recobrar la conciencia. Persistía la presión sobre su seno y una oscura forma se cernió sobre ella, salvo donde la luz de la luna llena resplandecía contra la dorada máscara de Apolo. Pero reconoció la mano que estaba sobre su pecho y abrió la boca para gritar.

La mano se desplazó rápidamente para tapar su boca.

—¡Eres mía, Casandra! —proclamó una voz harto conocida—. ¿Te negarás a tu dios?

Casandra mordió la mano, que se retiró con un grito que nada tenía de divino. Se sentó, poniendo en orden sus ropas.

—Conozco la voz del dios, Crises —bramó con furia—. ¡Y no es tu voz! ¿Crees, blasfemo, que Apolo no puede proteger a los suyos?

Su voz se había alzado considerablemente en la última frase y oyó en el pasillo las voces de otras sacerdotisas que acudían a ver qué pasaba. Saltó de la cama, tratando de llegar hasta la puerta; pero Crises le cerró el paso y la empujó contra la pared. Sus tentativas para retenerla allí, aunque en parte tuvieron éxito, no fueron silenciosas y la estancia se llenó rápidamente de una multitud de mujeres, entre las que estaban Caris, Filida y Criseida. Crises volvió la cabeza para que el grupo de mujeres viese la máscara.

—Dejadnos —dijo con voz grave e impresionante. Al principio Filida pareció quedarse sin aliento al ver la máscara del dios; luego, reconociendo la voz del hombre, miró a Casandra y a él con el horror de haber comprendido. Criseida soltó una risita. Las demás mujeres no sabían qué hacer.

Casandra lo golpeó con fuerza en el estómago y escapó de las manos que intentaban sujetarla.

—¡Vil sacerdote! —dijo con voz entrecortada— ¡Te atreves a emplear la apariencia del dios para dar satisfacción a tu lujuria! ¡Profanas lo que no entiendes!

Temblaba con una mezcla de rabia y de horror. —¡Por la Madre de Todo, que no yacería contigo aunque estuvieses verdaderamente poseído por Apolo!

—¿No lo harías, Casandra? —Un estremecimiento pasó por el cuerpo de Crises y luego inesperada e inconfundiblemente, su voz fue la de Apolo—. Eres mi elegida, ¿crees de verdad que no te protegería de un mortal vicioso y estúpido?

Casandra escuchó el grito de reconocimiento de Filida, pero la negra marea fluyó sobre ella, la cubrió y sintió crecer dentro de sí el empuje de la diosa. Lo último que oyó fue la voz de ésta:

¿Tuya, Sol?¡Me fue confiada incluso antes de que naciese en este mundo mortal ni sintiera tu tacto! No supo más.

Su cuerpo estaba apoyado contra la pared, y sentía cada partícula de su piel como si hubiera sido quemada. Unas uñas se clavaron en su mejilla y continuaron bajando hasta agarrar su túnica por el hombro.

—¡Asesina! —le gritó Criseida junto al oído—. ¡Has matado a mi padre! ¡Te considerabas demasiado para él! ¡Crees que por ser una princesa eres mejor que nosotros! ¡Te comportas como si no fueses ni siquiera humana! Pues claro, no lo eres... eres una bestia y una sucia cobarde...

Casandra abrió los ojos. Crises estaba tendido en el suelo, inmóvil y demudado. Filida se inclinaba sobre él.

—Se pondrá bien, Criseida —dijo para tranquilizarla. —El dios le poseyó. Sólo ha sido eso.

Pero Criseida no la escuchaba.

—¡Es una bruja! ¡Le lanzó un sortilegio maligno! —gritó.

Caris apartó de Casandra a la histérica muchacha y la confió a los brazos de otras dos sacerdotisas.

—¡Sacad de aquí a esta estúpida! —les pidió.

Los gritos de Criseida resonaron mientras la llevaban a la fuerza por el pasillo. Luego quedaron apagados por la distancia.

Casandra sintió que su cuerpo se deslizaba hacia el suelo, pero nada pudo hacer para detenerlo. Tenía los ojos abiertos, mas todo le parecía muy lejano y no por completo real. Sólo una parte de ella se hallaba en su cuerpo; el resto se cernía sobre la escena, viendo cómo Caris y la tutora la recogían y la tendían sobre su cama. Una novicia le llevó una copa de vino. Caris vertió un poco en su garganta. Por unos instantes, la reanimó y la retrajo un poco más a su cuerpo; pero se notaba terrible e insoportablemente fría, como si hubiese perdido la mayor parte de su energía vital. Podía ver que Caris sostenía su mano pero no sentir la presión de los dedos de la sacerdotisa. De repente fue presa de la nostalgia del campamento de las amazonas y de Pentesilea, que había sido para ella más madre de lo que fue o sería Hécuba. Las lágrimas enturbiaron su visión y se deslizaron por sus mejillas.

—Cálmate —le dijo Caris, extendiendo la sábana para cubrirla—. Descansa ahora y no te acongojes. Ya habrá tiempo mañana para hablar de todo esto.

Casandra pudo ver tras Caris cómo Filida recogía reverentemente la máscara de Apolo. Dos sacerdotes llegaron en silencio, hablaron unos instantes con la tutora y después se llevaron de allí a Crises. Tenía los ojos abiertos, pero parecía ofuscado y casi inconsciente.

Los sacerdotes hablaban entre sí cuando pasaron junto a la cama. Casandra captó las palabras «posesión genuina». ¿Más de quién? ¿De Crises o de ella?

Despertó justo antes del amanecer con la sensación de que cada músculo y cada hueso de su cuerpo había sido golpeado. Permaneció inmóvil, reflexionando sobre lo sucedido.

Algo era cierto: Crises, ilícitamente, había portado la máscara del dios y tratado de seducirla. No estaba del todo segura de lo que sucedió después. Recordaba que Criseida la había insultado a gritos y también la voz de Apolo, imponiéndose al ruido y a la confusión que reinaban en la estancia, y las infaustas palabras que le había lanzado a Crises.

No yacería contigo aunque fueses el propio dios...

¿Había dicho verdaderamente esas palabras a su dios? Crises se las merecía; pero todo su cuerpo se contrajo de pesar ante el pensamiento de que Apolo pudiera habérselas atribuido.

Pero, más allá del miedo o del pesar, conocía ahora la fuente de las negras aguas: la diosa la reclamó como suya. Se había consagrado al dios con la sinceridad plena de su primer amor y sin embargo no era enteramente libre.

Se abrió la puerta y entró Caris, que se inclinó sobre ella con ternura.

—¿Te levantarás, Casandra? Hemos sido convocados todos al santuario para tratar de lo que verdaderamente sucedió aquí anoche.

Caris le llevaba un poco de vino, pan y miel, pero no pudo probar bocado; tenía la garganta agarrotada y sabía que se sentiría mal si trataba de comer.

Caris la ayudó a vestirse y cepilló sus cabellos. Casandra se los recogió descuidadamente en una trenza y la siguió hasta el santuario donde ya se hallaban reunidos los sacerdotes y las sacerdotisas.

Uno de los sacerdotes ancianos, que conocía a Casandra desde su niñez, le dijo:

—Debemos averiguar la verdad de este infortunado acontecimiento. ¿Nos dirás lo que sucedió, hija de Príamo?

—Dormía, y desperté hallando a un hombre en mi estancia. Portaba la máscara del dios pero reconocí la voz de Crises. En otras ocasiones me había pedido que me entregara a él, pero me negué siempre. Alzó su cabeza y miró a Crises a los ojos. ¡Pregúntaselo a ese lascivo blasfemo, a ver si se atreve a negarlo!

El sacerdote inquirió:

—¿Qué tienes que decir, Crises?

Crises miró directamente a Casandra y repuso:

—Nada recuerdo. ¡Sólo que desperté en su estancia y que esa fiera me clavaba sus garras!

—¿No te pusiste deliberadamente la máscara del dios para engañarla?

—¡Ciertamente no! —contestó Crises, en tono indignado—. Apelo al testimonio de Apolo mas dudo de que comparezca para acusarme o para defenderme.

—Miente —declaró Filida—. Conozco la voz del dios. ¡Y juraré que era sólo la voz de Crises! ¡Casandra me había comentado con anterioridad que solicitaba de ella lo que no es legítimo conceder a ningún hombre mortal! Después le oí hablar con la voz del Señor del Sol...

—Todas la oírnos —manifestó Caris—. La cuestión es determinar quién blasfemó, o si fueron los dos o ninguno.

—Afirmo que es culpable de rechazar la palabra de Apolo —dijo Crises—. Blasfemó y en nombre del dios a que ambos servimos...

—Es cierto que invocó a la diosa en la casa de Apolo —dijo Caris—, y eso está prohibido.

—Creo que los dos deberían ser expulsados por haber dado lugar a un escándalo —declaró el anciano sacerdote.

—No veo razón para ser castigada por luchar contra un lascivo sacerdote que habría violado a una mujer consagrada al dios a quien él simulaba servir —objetó Casandra—. Por lo que a la diosa se refiere, yo no busqué su protección. Ella viene y se va como le place. Nada tengo que ver en su contienda con Apolo.

—Apelo a Apolo para que atestigüe... —empezó a decir Crises acaloradamente.

Casandra lo interrumpió con aspereza.

—¿Y qué harías tú, blasfemo, si llegase a responderte?

—Es seguro que no vendrá —contestó Crises, con arrogancia—. Pretendí a Casandra, sí; y sirvo al dios, como ella dice que hace...

—Ten cuidado —dijo Caris secamente, pero Crises se echó a reír.

—¡Correré ese riesgo!

—Debemos protección a Casandra —afirmó Caris—. Las vírgenes del templo se hallan consagradas al dios y no pueden ser presa de un hombre mortal sea sacerdote o cualquier otra cosa; y además, valiéndose de una superchería de tal género.

Se oyeron murmullos en la sala. Casandra se sintió agradecida a Caris por su defensa.

—Tengo algo que preguntar —declaró el anciano sacerdote—. Acércate, hija de Príamo. Te oyeron decir que no te entregarías a él aunque estuviese en verdad poseído por Apolo, ¿sentías lo que decías o hablabas así en razón de tu furia?

—Como el dios no vino a mí, hablaba sólo para rechazar a aquel que me habría violado en nombre de Apolo.

Surgió una luz cegadora y Casandra alzó los ojos para ver el resplandor en el lugar donde había estado Crises.

La profunda y conocida voz resonó hasta en los rincones de la sala.

Casandra...

Era indudablemente la voz del dios. Casandra advirtió que sus rodillas se debilitaban y se deslizó hacia el suelo, sin atreverse a levantar los ojos ni a hablar.

Mi siervo no creía que yo pudiera actuar sobre él de esta forma, pero ahora lo sabe. Conocerá la magnitud de mi poder antes de que pase mucho tiempo. Me encargaré de eso.

La forma resplandeciente se volvió hacia Casandra. Ella tembló e inclinó la cabeza.

Tú, Casandra, a quien yo amaba, tú te entregaste a mi antigua enemiga, aunque yo te había llamado y eres mía. No te liberaré. Pero me has ofendido y te privo de mi don divino de la profecía. ¡Éstas son mis palabras!

La voz estaba llena de tristeza. Casandra, de rodillas e inclinada la cabeza, sintió dentro de sí un estallido de protesta y de resentimiento.

—Señor del Sol, desearía que pudieses —dijo en voz alta—. ¡Nada anhelo tanto como verme libre de ese don que no busqué!

¡Tú también conocerás mi poder!

De súbito la forma desapareció. Casandra, libre del agarre de los inmortales en liza, se desplomó al suelo. Vagamente advirtió que Caris se inclinaba para alzarla. Como si flotase en algún lugar próximo al techo de la sala, vio a Crises caer, con el cuerpo agitado por convulsiones. Sus talones golpeaban el suelo y sus dientes castañeaban de un modo frenético. De sus labios brotó espuma teñida en sangre y un grito espectral vació sus pulmones.

Other books

Break for Me by Shiloh Walker
Balaclava Boy by Jenny Robson
Walk of Shame by Gregory, O. L.
The Magic Charm by Summer Waters
A Killer Among Us by Lynette Eason
Second Opinion by Suzanne, Lisa
Corridors of Power by C. P. Snow
Channel Sk1n by Noon, Jeff
Mama Dearest by E. Lynn Harris