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Authors: John Boyne

Tags: #Relato

La apuesta (2 page)

BOOK: La apuesta
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—No sé para qué te molestas —había respondido papá—. Menudo niñato desagradecido.

Quizá le había ocurrido algo a mi hermano, la policía había venido a contárselo a mamá y ella había ido a la comisaría para encontrarse con Pete metido en algún lío. O peor aún: tal vez le hubiera sucedido algo malo, y yo ni siquiera había podido hablar por teléfono con él la otra noche, porque todos se habían peleado tanto que no me habían dejado.

Bajé sin hacer ruido por la escalera, pero las voces no se oían demasiado bien. El casco del policía seguía en la mesita del teléfono. Lo cogí y me puse a estudiarlo.

Era uno de esos cascos tradicionales, alto y duro, con una insignia de la policía de Norfolk en la parte delantera. Pesaba bastante y al ponérmelo me sentí como si me coronasen rey. Me iba enorme, tanto que me tapaba los ojos, de modo que me pregunté cómo podría el agente llevarlo todo el santo día.

Entonces se abrió la puerta de la cocina y al volverme vi que papá, incluso más rojo que antes, salía al vestíbulo seguido por los dos policías. Los tres se detuvierony me miraron fijamente. Sentí vergüenza porque sólo llevaba el pijama y aquel casco.

—Disculpe, agente —dijo papá, quitándomelo—. Danny, sube a tu habitación ahora mismo.

Salí disparado escaleras arriba y cerré la puerta de mi cuarto, pero no entré, sino que volví a ocupar mi puesto ante la balaustrada.

Mi padre abrió la puerta de entrada y los policías salieron.

—Si tienen más noticias… —dijo papá.

—Nos pondremos de inmediato en contacto con usted, por supuesto —lo cortó la mujer policía con tono muy serio—. Pero necesitaremos volver a hablar con ella mañana. Supongo que se hace cargo, ¿no?

—Desde luego. Es un asunto terrible.

—Son los trámites habituales, señor Delaney. No tardaremos en comunicarnos con usted.

Los oí marcharse y a papá cerrar la puerta, pero durante unos instantes no se movió. Permaneció allí de pie, mirando la pared, y luego se frotó los ojos mientras soltaba un hondo suspiro. Entonces volvió a la cocina, cerró tras de sí y todo quedó en silencio.

Cuando mamá se acostó, papá subió a hablar conmigo. Aunque estaba tumbado, me senté en cuanto entró en mi habitación.

—Aún estás despierto —dijo.

—No podía dormir. ¿Qué ha pasado? ¿Pete está bien?

—¿Pete? Sí, está bien. Oh, supongo que será mejor que lo llame también. Bueno, mañana. Puede esperar hasta entonces.

—¿Qué ha pasado?

—Ha habido un accidente —contestó con calma—. Pero no quiero que te preocupes. Un niño pequeño ha pasado corriendo por delante de tu madre. Por delante del coche de tu madre, quiero decir. Verás, parece que ha salido de la nada. No es culpa de nadie.

Lo miré fijamente sin saber qué decir. Parpadeé varias veces y esperé a que continuara.

—Ahora se encuentra bien —explicó—. Bueno, en realidad está bastante mal, pero lo han llevado al hospital, que por ahora es el mejor sitio donde puede estar, desde luego. Allí recibirá el tratamiento más adecuado y se recuperará, estoy seguro.

—¿Cómo puedes estar seguro?

—Porque tiene que curarse —replicó con firmeza—. No te preocupes, ¿me oyes? Todo saldrá bien. Ahora duerme un poco y por la mañana trata de no armar mucho jaleo y de no molestar a tu madre. Está muy afectada.

Asentí con la cabeza. Él salió de la habitación y se alejó por el pasillo, pero no me tendí hasta que oí cerrarse la puerta de su dormitorio. Entonces apreté los párpados y pensé en aquel niño, confiando que se pusiera bien, pero algo me dijo que no sería así y que en casa nada volvería a ser como antes.

3

Al día siguiente desperté temprano. Cuando bajé, mi padre ya estaba en la cocina, pero no había ni rastro de mamá.

—Se quedará en la cama esta mañana —me explicó—. Anoche apenas consiguió dormir. Si puedes, mantente en un discreto segundo plano.

Claro que podía, sobre todo porque me daba miedo verla. No habría sabido qué decirle. Sin embargo, un poco más tarde, cuando subí a la habitación a buscar mi
David Copperfield
, ella salió del baño y al verme se echó a llorar.

—¡Por el amor de Dios, Danny! —exclamó papá subiendo a toda prisa por la escalera—. Te he pedido que no causaras problemas.

—Y no lo he hecho. Sólo subía por ésto —contesté blandiendo el libro.

—Vete fuera y punto —repuso él negando con la cabeza—. ¡Por favor! Nunca haces caso de lo que te dicen, ¿verdad?

Salí al jardín y me senté en el columpio a leer, pero no conseguí avanzar ni una línea. Estaba demasiado enfadado para concentrarme, así que decidí dar una vuelta en bicicleta.

Cuando regresé ya era por la tarde, y la casa volvía a estar desierta. Eran casi las seis y advertí que tenía hambre. Abrí la nevera y pensé en hacerme un sándwich, pero antes de que me pusiera a ello, llamaron a la puerta de entrada.

—¿Danny? —preguntó una voz de mujer—. Danny, soy Alice Kennedy. ¿Estás ahí?

Crucé el vestíbulo y abrí, pero no del todo; sólo asomé la cabeza, como hacen las viejas en los anuncios de televisión cuando viene el hombre del gas a leer el contador. Aunque a menudo no es el hombre del gas, sino alguien que va a robarles la pensión y darles una paliza.

—Hola —saludé.

—Qué tal, Danny —contestó sonriendo.

—Mamá no está —declaré, porque cuando venían mujeres a casa siempre era por ella.

—Ya lo sé. Me ha llamado tu padre. Cree que debes de tener hambre.

—Bueno, hoy no he comido —admití.

—Y ya son casi las seis. Hemos pensado que podrías venir a casa a cenar. —Tendió una mano a través del hueco de la puerta.

—Bueno, supongo que mamá preparará la cena más tarde —repuse en voz baja, mirándome los zapatos.

—Tu padre ha dicho que tomarán algo de camino a casa. Me ha preguntado si podías cenar con nosotros y le he dicho que por supuesto. Nos encantará que nos hagas compañía. Luke está poniendo ahora mismo otro cubierto en la mesa. Pero será mejor que te apresures, porque no quiero que se quemen los filetes.

Me sacó prácticamente a rastras y cerré la puerta detrás de mí. Me gustó que me llevara de la mano. Tenía la piel caliente y la mano casi tan pequeña como la mía. Pero como no quería que Luke me viese entrar de aquella manera con su madre, me solté antes de llegar.

—Y a esto lo llaman verano… —comentó mientras caminábamos, sonriéndome como si no tuviésemos ninguna preocupación en el mundo, como si en mi casa no hubiese pasado nada malo y el señor Kennedy aún viviese en la suya—. No es como los veranos de mi infancia, te lo aseguro. Por entonces el sol calentaba un poco más.

Una vez dentro, me llegó el aroma de la carne a la parrilla.

—¡Ya estamos aquí! —exclamó alegremente cuando entramos en la cocina.

Luke, sentado a la mesa, me miró como si no entendiera muy bien qué hacía yo ahí. Benjamin Benson, el novio de la señora Kennedy, que estaba de pie ante los fogones revolviendo algo en una cacerola, se volvió y me sonrió. Era el hombre más grande que había visto en mi vida. Prácticamente un gigante, con espeso pelo cano y una poblada barba también blanca. Siempre había pensado que parecía un oso polar.

—Buenas tardes, joven Danny —me saludó. Hablaba como alguien del siglo pasado—. Por suerte, compré otro filete por si teníamos compañía. Siempre hay que estar preparado, ése es mi lema. ¿Has sido alguna vez
boy scout
?

—No.

—Los
boy scouts
son maricas —intervino Luke, y el señor Benson se volvió para mirarlo y asentir con la cabeza.

—Me atrevo a afirmar que algunos lo son —admitió—. Y los hay tristones, y nerviosos, y locos de alegría. Todos somos propensos a tener naturalezas distintas. Espero que te guste la salsa de champiñones, Danny.

—Me encanta —aseguré.

—¡Excelente! —exclamó, volviéndose hacia la cacerola para seguir removiendo el contenido. Sacó la cuchara de madera y me la tendió—. Pruébala y dime si requiere más sal. Recuerda que siempre puedes añadirla, pero nunca quitarla. Al contrario que con un corte de pelo: en ese caso siempre puedes quitar más, pero no volver a poner.

Acerqué con cuidado los labios a la punta de la cuchara, por si quemaba; estaba caliente aunque no demasiado. Y la salsa era deliciosa.

—Muy buena —dije.

—Excelente —repitió—. Entonces te sugiero que te sientes mientras acabo de preparar la cena. Alice, confío que no pretendas colar las patatas; no es tarea para una mujer. Toma asiento, sírvete una copa de vino y deja que te atienda, por el amor de Dios.

Me acerqué a la mesa y Luke me saludó con una inclinación de cabeza.

—Qué tal —dijo.

—Qué tal —contesté, y añadí en susurros—: No he pedido que me dejaran cenar en tu casa; tu madre ha venido a buscarme.

—Me da igual. ¿Crees que me importa a quién invite a cenar? Sigue siendo la casa de mi padre, pase lo que pase.

—Danny —llamó la señora Kennedy, y me volví para mirarla. Me dio la sensación de que había repetido mi nombre un par de veces y no la había oído—. ¿Qué quieres beber?

—Me da igual. Un vaso de agua.

—Creo que podemos ofrecerte algo mejor, ¿no? ¿Qué tal una Coca-Cola? ¿O un zumo de naranja?

—Coca-Cola —contesté de inmediato.

—Muy bien, una Coca-Cola. ¿Y tú, Luke?

—No me importa —gruñó mi amigo.

—De acuerdo —contestó su madre dejando un vaso de Coca-Cola ante mí—. Bueno, pues cuando te importe, ya sabes dónde está la nevera.

—La Coca-Cola estropea los dientes —intervino el señor Benson. Me volví hacia él, preocupado por haberlo decepcionado de algún modo, aunque no parecía enfadado—. Pero reconozco que soy incapaz de empezar el día sin beberme un vaso. Es una adicción. Como el café para otros. —Miró muy serio a su novia, pero ella se limitó a reír—. Para algunos, lo es el tabaco. —Volvió a mirarla furibundo y ella rió de nuevo, negando con la cabeza. No supe si él bromeaba, pero supuse que sí porque ella pareció encontrarlo divertido—. En mi caso, soy adicto a la Coca-Cola. ¿Qué me dices de ti, Luke? ¿Qué adicciones tienes?

—¿Vamos a cenar de una vez? —repuso mi amigo, mirándolo ceñudo—. ¿O sólo vamos a hablar de comer?

—Qué hombre más hambriento… —comentó el señor Benson mientras servía los filetes, acompañados de patatas y verdura. Luego vertió la salsa de champiñones sobre la carne y nos colocó los platos delante. Se sentó frente a mí, mientras Luke y su madre ocupaban ambas cabeceras—. Por el chef —brindó levantando la copa. Y, como si hubiese olvidado algo, añadió—: Oh, un momento. Ése soy yo. Qué grosero.

La señora Kennedy soltó una carcajada y yo una risita, pero Luke pareció a punto de matar a alguien, así que por pura precaución traté de borrar la sonrisa de mi cara.

—¿Y qué has hecho hoy, Danny? —quiso saber la señora Kennedy—. ¿Algo divertido?

—Fui en bici.

—Yo ya no puedo montar en bici —comentó el señor Benson—. Soy demasiado grande para una bicicleta. La aplastaría.

—De pequeña me encantaba ir en bici —contó la madre de Luke, y añadió—: Así fue como conocí a David, en realidad. En unas vacaciones en bicicleta, en Francia.

—David es mi padre —me dijo Luke, aunque yo ya lo sabia—. Ésta es su casa.

—Bueno, de hecho es mi casa —corrigió ella con la vista clavada en su hijo—. Es mía y tuya.

El señor Benson y yo intercambiamos una mirada, pero no dijimos nada. Traté de pensar cómo sería si papá no viviese en casa, si nunca nos viera, como le ocurría a Luke con su padre, pero no pude. No conseguí imaginar nuestra casa sin él. O sin mamá.

Miré fijamente mi comida y, aunque estaba muerto de hambre, descubrí que no tenía mucho apetito.

—¿Qué ocurre, Danny? —preguntó la madre de Luke—. ¿No tienes hambre?

Sacudí la cabeza con los ojos fijos en el plato. Empecé a contar mentalmente de uno a diez todo lo rápido que pude, porque sentía las lágrimas a punto de brotar y me daba cuenta de que podía echarme a llorar en cualquier momento.

—Si no comes te pondrás enfermo —añadió.

—¡Ah, miradlo! —exclamó Luke con tono triunfal—. ¡Está llorando!

—¡No es verdad! —grité, justo cuando una lágrima caía en el plato. Me volví para mirarlo, furioso, y sentí que me temblaba la barbilla y que se me saltaban más lágrimas. Me las enjugué con una mano.

—¡Cállate, Luke! —le espetó su madre.

—Lo siento —me disculpé.

—No hay nada que sentir —repuso ella levantándose—. Nada en absoluto. Ven un momento conmigo a la sala de estar. Vamos a concedernos un ratito de tranquilidad. Y Luke, no quiero oírte decir ni pío en nuestra ausencia, ¿entendido?

Mi amigo asintió con la cabeza y pareció un poco avergonzado cuando su madre me tomó de la mano para conducirme fuera de la cocina. Miré atrás al cerrarse la puerta y vi a Luke y el señor Benson observarse fijamente.

—¿Más salsa de champiñones, Luke? —preguntó el hombre.

4

Más tarde, cuando estábamos viendo la televisión, sonó el teléfono y la señora Kennedy fue a contestar. Habló unos minutos en el vestíbulo antes de asomarse por la puerta.

—Danny. Es tu padre. Quiere hablar contigo.

—Hola —dije con nerviosismo al ponerme al auricular.

—Hola. Perdona que no estuviéramos cuando llegaste a casa.

—No pasa nada —mentí, pues sí pasaba.

—¿Has cenado ya?

—Sí.

—Bien. Entonces necesito que me hagas un favor.

—¿Qué?

—No te importará quedarte a dormir en casa de la señora Kennedy, ¿verdad?

Se me cayó el alma a los pies. Quería estar en mi casa. Quería que los tres estuviésemos juntos.

—¿Por qué? ¿Dónde estáis?

Mi padre guardó silencio.

—¿No te lo he dicho? —preguntó al fin.

—No.

—Estamos en el hospital, Danny —explicó en voz baja—. Tu madre no se encuentra del todo bien, ya te lo comenté.

Abrí la boca para añadir algo, pero no me dio tiempo, pues la señora Kennedy, que había aparecido a mi lado con mucho sigilo, me quitó el auricular de las manos.

—¿Russell? —preguntó en tono decidido—. Soy Alice otra vez. Escucha, no tenéis de qué preocuparos. Estamos todos viendo la televisión y Danny se encuentra perfectamente. Tú y Rachel ocupaos de vosotros y punto, ¿de acuerdo?

Hubo una pausa y oí una voz al otro lado de la línea, pero no conseguí distinguir las palabras. La madre de Luke negó con la cabeza antes de proseguir.

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