Read La aventura de la Reconquista Online
Authors: Juan Antonio Cebrián
Tags: #Divulgación, Historia
En abril de 1340 se libró un importante combate naval entre las flotas musulmana y cristiana. El resultado fue demoledor para los últimos, quienes perdieron la práctica totalidad de sus naves; el momentáneo control del Estrecho animó al emir Abu I-Hasan a pasar con el grueso de su ejército en agosto de ese mismo año. Según las crónicas árabes, el contingente benimerí se cifraba en más de 50.000 jinetes y unos 400.0000 peones, números a todas luces exagerados. Por su parte Alfonso XI había logrado, gracias a frenéticas gestiones, el apoyo de los reyes Pedro IV de Aragón y Alfonso IV de Portugal. El primero envió 12 galeras, mientras que el segundo se personó en Sevilla con todos los efectivos que pudo reunir. Finalmente, el recuento de las tropas cristianas daría como resultado unos 30.000 efectivos sumando caballería e infantería.
En octubre de 1340 los dos ejércitos se movilizaban; los musulmanes buscando la toma de Tarifa y los cristianos en el afán de repeler la invasión más peligrosa a la que se había enfrentado la península Ibérica en los últimos ciento treinta años.
El 28 de octubre de 1340 por fin se divisaron las dos formaciones enemigas; el sitio se encontraba cerca de Tarifa en un paraje bañado por las aguas del río Salado. En la mañana del día 30, Alfonso XI daba la orden de ataque total sobre los sarracenos, acto seguido la caballería pesada castellana comenzó a cruzar el Salado destrozando la vanguardia benimerí. La batalla se fue generalizando hasta que se vieron implicados miles de guerreros de las dos facciones; por su parte, el rey portugués Alfonso IV, apoyado por infantería castellana y caballería de las órdenes militares de Santiago y Alcántara, entró en combate con las huestes del Rey nazarí derrotándolas en un brillante movimiento. El desastre para los musulmanes fue total, y habría sido mayor si los vencedores no se hubiesen detenido para expoliar el campamento mahometano.
Las bajas de la batalla son como siempre imprecisas: los cronistas cristianos de la época contabilizaron 200.000 muertos en el bando musulmán y tan sólo 20 en el cristiano. Como es obvio, no podemos dar crédito a estos datos; aunque la mortandad benimerí debió de ser abundante, ya que desde el Salado se disipó cualquier intento de invasión mahometana sobre al-Ándalus.
Abu I-Hasan regresó al norte de África, mientras que el Emir granadino se escondía en Marbella. En ambos casos la derrota no se entendió como definitiva y al poco tiempo iniciaron la recomposición de sus ejércitos. Abu I-Hasan organizó una poderosa flota que fue diezmada, una y otra vez, por naves castellanas, genovesas, portuguesas y aragonesas. El emir granadino Yusuf I mantuvo a duras penas el avituallamiento de Algeciras y Gibraltar; estas plazas se habían convertido en el gran objetivo de Alfonso XI.
El 5 de agosto de 1342 el monarca castellano levantaba su real ante los muros de Algeciras; el asedio se prolongaría hasta el 27 de marzo de 1344. En ese tiempo, benimerines y granadinos se enfrentaron a los castellanos en numerosas ocasiones, la principal de todas ellas acontecida en diciembre de 1343 en las riberas del río Palmones, donde después de tres choques de cierta magnitud, los musulmanes tuvieron que renunciar a la posibilidad de salvar la vital ciudad de Algeciras que caería algunos meses más tarde. Este episodio dejaba manifiesta la supremacía castellana sobre el Estrecho. Los musulmanes ofrecieron una tregua de quince años y el pago de parias a la corona de Castilla, todo a cambio de una paz que tan sólo duró cuatro años, pues en 1349 Alfonso XI volvía a coger las armas para poner el punto final a la Reconquista del estrecho. En esta ocasión el objetivo era Gibraltar, la única plaza estratégica que quedaba en manos musulmanas; además el lugar era de doloroso recuerdo para el monarca al haberse perdido durante su reinado. Desgraciadamente el rey Alfonso fue víctima de una extraña enfermedad que asolaba por entonces toda Europa, me refiero a la fatídica peste negra o bubónica, aparecida dos años antes por tierras de Crimea y que fue propagada por el constante trasiego de los comerciantes genoveses. La peste diezmó en pocos años buena parte de la población continental. En algunos países la mortandad superó el cincuenta por ciento de la población; en España tuvo especial incidencia en Cataluña, pero afectó con virulencia a todos los rincones de la península Ibérica. En definitiva, Europa contempló horrorizada cómo un tercio de sus pobladores moría sin remedio. La epidemia llegó al campamento cristiano que asediaba Gibraltar en 1350. Algunos nobles informaron al Rey sobre la gran cantidad de hombres que estaban muriendo por la peste, Alfonso desestimó la posibilidad de levantar el sitio y escapar hacia un lugar seguro; la obsesión por conquistar Gibraltar conllevó la muerte de Alfonso XI.
De esta manera la peste negra ponía fin no sólo a la vida del Rey castellano, el 27 de marzo de 1350, sino también a los combates de Castilla por el control del Estrecho. Al día siguiente, Pedro I de tan sólo quince años era proclamado rey, sucediendo a su llorado padre. Las huestes cristianas levantaban el sitio de Gibraltar y retrocedían a sus posiciones del interior dejando reforzadas las plazas de Tarifa y Algeciras. Ya no se producirían más incidentes bélicos de importancia, al entrar los benimerines en una aguda fase de decadencia, debido a las guerras internas que destrozaron el sueño de este imperio musulmán norteafricano.
Pedro I, el Cruel [1350-1369] y sus sucesores Enrique II [1369-1379], Juan I [1379-1390] y Enrique III, el Doliente [1390-1406], relegaron el capítulo de la Reconquista a un segundo plano y en esto inciden diversos motivos: los principales son, sin duda, las constantes guerras civiles por los derechos dinásticos, en las que incluso llega a producirse la participación extranjera de franceses e ingleses con lo que Castilla se involucra en la Guerra de los cien años. Por otro lado nos encontramos la gravísima crisis económica por la que atraviesan los reinos hispano-cristianos. El predominio de la ganadería sobre la agricultura es creciente, a lo que se añade pésimas cosechas, pertinaces sequías, hambrunas y una mengua imparable de la población por los brotes de peste negra. Todos estos factores sumados al eterno egoísmo de la nobleza, favorecen la supervivencia del reino nazarí de Granada que casi desprovisto de la protección benimerí, limita sus acciones bélicas a escasísimos intercambios de golpes por el dominio de algunos territorios.
Lo cierto es que la corona de Castilla desde 1350 estaba para pocos trotes guerreros. La guerra civil y fratricida entre Pedro I y su hermanastro, Enrique II de Trastámara devasta el territorio castellano. Batallas como la de Nájera en 1366 o Montiel en 1369, desgastan a los ejércitos de Castilla impidiéndoles pensar en otra cosa que no sea salvar su cohesión. Un nuevo mazazo llegaría en 1385 cuando el ejército de Juan I fue humillado por tropas portuguesas e inglesas en la batalla de Aljubarrota que a la postre consolidaría la independencia de Portugal.
Como vemos el siglo XIV se caracterizó en su capítulo reconquistador por dos fases bien distintas: la primera protagonizada por la necesidad de dominar el estrecho de Gibraltar, culminando con la victoria en la batalla del Salado, y la segunda que dejaba una tregua casi total con el reino nazarí de Granada.
1301. Fernando IV obtiene la mayoría de edad.
1309. Tropas castellanas conquistan Gibraltar.
1312-1350. Alfonso XI, el Justiciero, rey de Castilla.
1317-1319. Creación de la Orden de Montesa en sustitución de los Templarios.
1321. Fallece doña María de Molina, abuela de Alfonso XI.
1327-1336. Alfonso IV, el Benigno, rey de Aragón.
1333. Los castellanos pierden Gibraltar a manos benimerines.
1336-1387. Pedro IV, el Ceremonioso, rey de Aragón.
1338. Alianza cristiana para evitar el peligro benimerí.
1340. Tropas castellanas con ayuda de aragoneses y portugueses derrotan a los benimerines en la batalla del Salado.
1344. Tropas castellanas toman Algeciras.
1349. El ejército de Alfonso XI pone sitio a Gibraltar.
1350. Fallece Alfonso XI víctima de la peste negra.
1350-1369. Pedro I, el Cruel, rey de Castilla.
1366. Batalla de Nájera.
1369. Batalla de Montiel. Muere asesinado Pedro I.
1369-1379. Enrique II de Trastámara, rey de Castilla.
1379-1390. Juan I, rey de Castilla.
1385. Batalla de Aljubarrota, derrota castellana.
1387-1396. Juan I, rey de Aragón.
1388. Creación del título príncipe de Asturias.
1390-1406. Enrique III, el Doliente, rey de Castilla.
1396-1410. Martín, el Humano, rey de Aragón.
La dinastía beréber de los benimerines constituyó el último esfuerzo musulmán por reconquistar al-Ándalus. Nacidos como sus hermanos almorávides y almohades en los profundos desiertos magrebíes, heredaron el espíritu imperial de éstos, sobre todo, gracias al carisma de su gran líder Abu Yusuf Yaqub [1258-1286], quien envió los primeros expedicionarios a tierra hispana aprovechando las revueltas mudéjares y el peligro cristiano que amenazaba al reino nazarí de Granada; pronto las ayudas esporádicas se convirtieron en asentamientos de enormes contingentes bélicos.
A finales del siglo XIII las tropas benimerines controlaban importantes plazas andalusíes como Málaga o Algeciras con el propósito de ser utilizadas para el desembarco de los futuros ejércitos invasores norteafricanos.
A principios del siglo XIV fallecía el rey nazarí Muhammad II, aliado de los benimerines. Le sucedió Muhammad III, más preocupado en fomentar la cultura o construir la hermosa Mezquita de la Alhambra que de reforzar la unión con sus aliados sarracenos. En 1308 su belicoso hermano Nars le obligó a la abdicación en su favor ante el inminente ataque cristiano. En efecto, un año más tarde, las huestes de Fernando IV lanzan una ofensiva sobre las tierras gaditanas tomando la importante plaza de Gibraltar; los benimerines poco o nada pueden hacer ante esto. Perdidas Tarifa y Gibraltar, tan sólo disponían de Algeciras como presumible cabeza de puente para sus tropas.
En este período se libra una crucial batalla por el control del Estrecho; serán casi cien años de desigual fortuna para un bando y otro. Mientras tanto Nars cedía el mando nazarí a su sobrino Ismail I, quien seguirá apostando por el apoyo de sus hermanos norteafricanos para contener el impetuoso ataque cristiano. Su desgraciada muerte en 1325 a manos del gobernador de Algeciras coincidió con la mayoría de edad del rey castellano Alfonso XI. El nuevo rey Muhammad IV sobresalió por su ardor combativo al recuperar algunas plazas expugnadas anteriormente por los cristianos, destacando la toma de Gibraltar en 1333 con la inestimable aportación militar beminerí.
Pero sin duda el gobernante nazarí más representativo del siglo XIV fue Yusuf I Abul Hedjahd hombre cauteloso que protagonizó el capítulo final de la presencia benimerí en la península Ibérica. Yusuf combatió con decisión a los ejércitos cristianos, principalmente, a los castellanos de Alfonso XI. Durante sus veintiún años de gobierno mantuvo constantes algaras con la idea de menoscabar la potencia militar de sus enemigos peninsulares, a fin de establecer una situación propicia para la llegada de un gran ejército benimerí del que pensaba servirse para la reconquista total de al-Ándalus. En aquel tiempo la fuerza militar de Granada no era demasiado grande, sin embargo, el excelente entrenamiento y motivación de las reducidas tropas nazaríes llamaban la atención de esa época tan acostumbrada a tropas poco profesionalizadas.
Los ejércitos musulmanes que guerreaban a mediados del siglo XIV, en realidad, no distaban mucho de los que lo habían hecho en siglos anteriores. El reino de Granada, por sus dimensiones y población, se encontraba en manifiesta inferioridad con relación a sus enemigos peninsulares; esto lo compensaba con una eficacia extrema a la hora de reclutar y adiestrar a los efectivos disponibles. Existía un ministerio de la guerra con funcionarios capaces de engrasar a la perfección la maquinaria bélica granadina. En consecuencia, no era extraño ver cómo en tiempos de conflicto, Granada era capaz de movilizar más soldados que sus oponentes aragoneses, castellanos o portugueses.
Las unidades principales del ejército nazarí estaban conformadas por caballería ligera, infantería, arqueros, honderos y ballesteros. Estos últimos también disponían de escuadrones a caballo dando origen a consumados especialistas en disparar flechas a galope con indudable acierto gracias, en buena parte, a las exhaustivas maniobras que sin descanso realizaba aquel ejército, obligado por las circunstancias a tomar posiciones defensivas o de contragolpe. En cuanto a corazas o armaduras, éstas eran claramente inferiores a las de sus enemigos cristianos; la agilidad de la tropa musulmana contrastaba en este sentido notablemente con la fortaleza de la imbatible caballería pesada castellana o aragonesa.
El ejército de Granada tenía dos divisiones bien diferenciadas: la primera era la fuerza
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constituida por el principal grupo de unidades profesionales nazaríes; una segunda estaría integrada por mercenarios norteafricanos y voluntarios de diverso origen, quienes se alistaban buscando una mejora de su situación social y económica. La disciplina era rigurosa no dejando ni un cabo suelto en cuestiones de adiestramiento o vida cotidiana de la milicia.
Se puede decir, utilizando terminología militar de los ejércitos contemporáneos, que la división principal constaba de unos 5.000 efectivos subdivididos a su vez en batallones de 1.000 hombres, compañías de 200 y secciones de 40 con unidades de ocho soldados; todos ellos acompañados por banderas, pendones, tambores y distintivos de guerra.
Como ya sabemos, las tropas nazaríes participaron junto a las benimerines en la definitiva batalla del río Salado, donde sufrieron gravísimas pérdidas a manos de los castellanos y sus aliados aragoneses y portugueses. Estos últimos se enfrentaron directamente a las tropas de Yusuf I que poco pudieron hacer ante la carga resuelta de los caballeros de Alfonso IV.
Tras el desastre, Yusuf I escapó a Marbella donde se atrincheró esperando que amainara la tempestad desatada sobre su ejército; por su parte, el benimerí Abu I Hasan se parapetó con los restos del ejército en Algeciras desde donde partió al norte de África para no volver jamás a poner pie en tierra hispana.