La aventura de la Reconquista (18 page)

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Authors: Juan Antonio Cebrián

Tags: #Divulgación, Historia

BOOK: La aventura de la Reconquista
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También se encontró oportunidad para zanjar definitivamente el problema suscitado por el control de los territorios ultrapirenaicos perdidos en 1213 tras la derrota de Muret. En 1258 Aragón firmaba con Francia el
Tratado de Corbeil
por el que la corona aragonesa renunciaba a sus derechos sobre Occitania a cambio de que Francia hiciera lo propio con la Marca Hispánica. Lo único que quedó dependiente de Aragón fue el señorío de Montpellier, lugar natalicio del rey Jaime I.

En 1264 los mudéjares murcianos se sublevaron de forma muy airada. En esos momentos Castilla no ejercía suficiente control militar sobre el antiguo reino conquistado en 1246. Una vez más, el talante generoso y caballeresco del Rey aragonés facilitó las cosas cuando sus tropas entraron en la zona sofocando la revuelta morisca. Fue un gesto que el rey Alfonso X agradeció profundamente.

Jaime I, acaso estimulado por los envites religiosos que sostenía el rey francés San Luis, quiso también probar fortuna en Tierra Santa. A tal efecto organizó una escuadra con la intención de crear un reino cristiano en Palestina pero los elementos climatológicos desbarataron la cruzada aragonesa, desarbolando buena parte de la flota en 1269.

Sintiéndose anciano quiso dejarlo todo para tomar los hábitos religiosos. Sin embargo, la enfermedad imposibilitó la consumación de su última voluntad. Falleció en 1276 repartiendo su reino entre sus hijos. El primogénito Pedro III se quedó con la corona de Aragón, reino de Valencia y principado de Cataluña, mientras que su otro vástago, Jaime II, heredaba el reino de Mallorca, los condados de Rosellón y Cerdeña, así como el señorío de Montpellier. Los sucesores de Jaime I: Pedro III, el Grande [1276-1285], Alfonso III [1285-1291] y Jaime II [1291-1327], iniciaron una nueva política de expansión por el Mediterráneo. Sicilia, Córcega, Cerdeña y posteriormente Nápoles, ampliaron los dominios de un reino cada vez más hegemónico en Europa. A pesar de esto, los monarcas aragoneses no abandonaron sus intereses en la península Ibérica entrando en coalición con los castellanos en la lucha común librada contra los musulmanes de al-Ándalus. Fue el caso de Jaime II ayudando a las tropas de Sancho IV en la toma de la importante Tarifa. A pesar de esto, Aragón finalizando el siglo XIII sólo se fijaba en el Mediterráneo con la ayuda de sus tropas almogávares y la eficacia de grandes almirantes como Roger de Lauria; pero estas aventuras las analizaremos en el siguiente siglo.

PRINCIPALES SUCESOS CRISTIANOS DEL SIGLO XIII

1212. Castilla, Aragón y Navarra vencen a los almohades en las Navas de Tolosa.

1213. Pedro II de Aragón muere en la batalla de Muret.

1213-1276. Jaime I, el Conquistador, rey de Aragón.

1214-1217. Enrique I, rey de Castilla.

1217. Berenguela de Castilla cede el trono a su hijo Fernando.

1229. Los aragoneses conquistan el reino de Mallorca.

1229-1230. El reino de León conquista Extremadura.

1230. Unión de Castilla y León bajo la corona de Fernando III, el Santo.

1232. Aragón toma Morella, mientras que Castilla hace lo propio con Trujillo y Úbeda.

1234. Muere Sancho VII de Navarra.

1235. Los aragoneses toman Ibiza.

1236. Castilla toma Córdoba.

1238. Aragón conquista Valencia.

1244.
Tratado de Almizra
entre Jaime I de Aragón y Fernando III de Castilla.

1244-1245. Los aragoneses toman Alzira y Játiva.

1246. Los castellanos toman Jaén.

1248. Las tropas de Fernando III toman Sevilla y Puerto de Santa María.

1252-1284. Alfonso X, el Sabio, rey de Castilla.

1258.
Tratado de Corbeil
: Aragón renuncia a su expansión ultrapirenaica.

1262-1266. Revuelta mudéjar en Murcia.

1276-1285. Pedro III, el Grande, rey de Aragón.

1276-1311. Jaime II, rey de Mallorca.

1284-1295. Sancho IV, rey de Castilla.

1285-1291. Alfonso III, el Liberal, rey de Aragón.

1291-1327. Jaime II, rey de Aragón.

1294. Guzmán el Bueno, defiende la plaza de Tarifa.

1295-1312. Fernando IV, el Emplazado, rey de Castilla.

ENTRE ALMOHADES Y BENIMERINES

A principios del siglo XIII el poder almohade en la península Ibérica comenzaba a ofrecer signos de evidente debilidad, la eterna falta de cohesión interna provocada por las disputas tribales, facilitaba una constante presión de los reinos hispano-cristianos sobre las fronteras de una al-Ándalus cada vez más menguada en su territorio. Las osadías de un ejército castellano, por fin reconstruido tras el desastre de Alarcos, incitaron al califa al-Nasir a proclamar una nueva Guerra Santa contra los infieles de la fe verdadera. El propósito final de la misma no era otro sino el de recuperar las posesiones perdidas en cinco siglos de guerras peninsulares. La
yihad
supondría un golpe definitivo para los intereses cristianos y una rehabilitación del imperio almohade.

Desde 1210, no hay que descartar que fuera antes, un inmenso y heterogéneo ejército musulmán se empezó a reunir en la zona norteafricana dominada por los almohades. Miles de guerreros se alistaron estimulados por el aliento de la
yihad
. Al-Nasir contaba con tropas reclutadas en todos los confines de su imperio. Es difícil estipular el número exacto de sus hombres; como hemos dicho, algunos cronistas árabes las cifraron en más de 600.000, aunque este número se antoja exagerado. Una previsión más acorde con los efectivos movilizados por los ejércitos medievales de la época y siempre pensando que aquella empresa fue descomunal dados los objetivos del Califa, nos hablaría de unos 150.000 combatientes. En todo caso una mole guerrera que supondría el mayor problema al que se habían enfrentado los reinos cristianos de la península Ibérica.

En el ejército de al-Nasir formaban soldados de diversos orígenes, por ejemplo, unidades mercenarias turcas, los famosos
agzaz
, arqueros de élite infalibles con sus arcos
guzzi
; también se encontraban los guerreros de la guardia negra, núcleo duro del ejército almohade y siempre dispuestos a morir por su líder o por el islam. El cuerpo principal del ejército almohade lo constituían una suerte de unidades más o menos profesionalizadas con soldados provenientes de todos los rincones de ese vasto imperio. Mauritanos, bereberes, tunecinos, libios, egipcios, senegaleses o los propios andalusíes daban una idea sobre la mezcolanza de aquel contingente bélico.

En 1211 el ejército almohade cruzaba el estrecho de Gibraltar para acuartelarse en Sevilla, la capital administrativa de al-Ándalus; durante meses se estuvo abasteciendo y organizando de la forma más adecuada. Los guerreros de Alá se entrenaban minuciosamente a la espera de un combate que ya se antojaba formidable. En ese tiempo se enviaron algunas columnas a los puntos estratégicos de la frontera con el fin de recabar todos los datos posibles sobre el enemigo. Pronto llegaron noticias sobre las intenciones del papa Inocencio III para declarar la Santa Cruzada sobre los musulmanes; estas nuevas, lejos de amilanar a los hombres de al-Nasir, provocaron encendidas soflamas fundamentalistas que animaban a la lucha total contra el infiel cristiano. Se avivaron, de ese modo, los preparativos bélicos y a principios de 1212 el ejército almohade se mostraba perfectamente engrasado cara a los futuros acontecimientos. Una vez pertrechado el inmenso contingente, al-Nasir dio la orden de iniciar la marcha hacia Sierra Morena. Las primeras vanguardias tomaron posiciones ya mediada la primavera. El plan original del Califa consistía básicamente en esperar la llegada del ejército cruzado, confiando en el cansancio que, a buen seguro, el tránsito por la llanura manchega ocasionaría entre los hombres de la Santa Cruzada cristiana. Como ya he referido en páginas anteriores, los cruzados encontraron los pasos oportunos que les permitieron adentrarse por la serranía andaluza.

El 16 de julio de 1212 se produjo un tremendo choque armado que dio como resultado una severa derrota para los almohades. Los cristianos por su parte, con más o menos la mitad de efectivos que sus oponentes, habían conseguido con un único golpe suprimir cualquier tipo de amenaza almohade, además del práctico desmoronamiento de aquel imperio musulmán. Al-Nasir muy afectado por lo sucedido en las Navas de Tolosa se retiró a Marrakesh donde falleció al año siguiente víctima de los excesos, acaso intentando olvidar tanto desastre. Su heredero Yusuf II sólo pudo gobernar al-Ándalus nominalmente hasta 1223. Finalmente, el poder almohade se desintegró dando paso a una nueva etapa de reinos de taifas; algo a lo que al-Ándalus estaba, por desgracia, muy acostumbrada. Los almohades aún resistieron en el norte de África hasta 1269, momento en el que otra dinastía musulmana, los benimerines, tomaba las riendas de esa parte tan convulsa del planeta. Mientras tanto, en la península Ibérica se consolidaba el reino nazarí de Granada.

NACE EL REINO NAZARÍ DE GRANADA

Tras la muerte sin herederos del califa almohade Yusuf II la marginal provincia de al-Ándalus quedaba olvidada a su suerte y en manos de varios caudillos locales, quienes en lugar de proteger la débil frontera con los cristianos, se dedicaron a conspirar buscando la mejor candidatura para ocupar el trono de Marrakesh. En Jaén apareció Abu Muhammad al Bayasi, mientras que en Murcia lo hacía al-Adil; estos dos líderes pugnaron durante algún tiempo por el control del territorio andalusí. Finalmente, la ambición del primero, que lo llevó a pactar con el rey castellano Fernando III y los enemigos del segundo, ocasionaron un asesinato rápido de ambos a cargo de descontentos o rivales de sus respectivos gobiernos; es aquí cuando surge poderosa la figura de Muhammad Ibn Yusuf Ibn Hud, descendiente de una antigua familia zaragozana y gran magnate popular que pronto fue secundado por miles de entusiastas seguidores. Con sus tropas Ibn Hud se extendió por buena parte del sur y del levante peninsular, constituyendo el último intento de unificación musulmana en la península Ibérica. Tomó el reino de Murcia en 1228, tras esto cayeron otras ciudades como Córdoba, Sevilla, Granada, Almería, Algeciras y Ceuta. No obstante ya era demasiado tarde para la enflaquecida al-Ándalus. Las constantes ofensivas militares de Fernando III agrietaron cualquier tipo de cohesión defensiva apareciendo múltiples fisuras por las que entraron a riadas las tropas castellanas; eran tiempos de algaras y razias periódicas cubiertas por una crueldad despiadada. Los avances castellanos devastaban todo lo que se ponía a su alcance; ante esto los musulmanes se mostraban incapaces para ofrecer una respuesta bélica organizada con las mínimas garantías. En 1236 caía inesperadamente la ciudad de Córdoba. El hecho sorprendió a todos empezando por el propio rey Fernando III quien tuvo que acudir presto con su hueste para protagonizar el capítulo de la entrada triunfal en la antigua capital del califato. Lo cierto es que la plaza no pudo ser defendida adecuadamente por Ibn Hud al encontrarse por tierras valencianas con el grueso de su ejército guerreando contra los aragoneses de Jaime I. Con gran pesar el caudillo sarraceno tuvo que aceptar la irremisible pérdida de la emblemática sultana.

Un año después de estos acontecimientos moría Ibn Hud llevándose el último sueño unificador de al-Ándalus.

Tras la desaparición de Ibn Hud los dominios musulmanes de la península Ibérica parecían abocados a un fin muy previsible. Sin embargo, el carisma de un nuevo gobernante surgió con brillo para conceder a los mahometanos una tregua que duraría más de doscientos cincuenta años. En 1231 aparece en la historia Muhammad Ibn Yusuf Ibn Nars, proveniente de la antigua dinastía árabe de los al-Hamar; personaje dotado para el gobierno, consiguió ese mismo año hacerse con el mando de Arjona, su ciudad natal. Meses más tarde, extendía su influencia hacia Jaén y Guadix; no hay que descartar que sus tropas participaran abadas con las de Fernando III en la conquista de Córdoba, asunto que le granjeó la amistad del monarca castellano y que le permitió en 1238 tomar Granada y sus posesiones para fundar un reino. Nacía de ese modo la dinastía nasrí o nazarí con Muhammad I como gran arquitecto de aquel último solar de los musulmanes en Europa occidental. Muhammad I tuvo un mandato muy longevo caracterizado por su aguda visión política. En este sentido, sus mejores cualidades fueron la diplomacia y el buen uso que hizo de la razón de Estado. Fue nombrado emir de los musulmanes, título que luego cambió por el de sultán y altísimo emir de los creyentes.

No obstante, sus primeros años de gobierno se vieron amenazados por la fortaleza castellana, aragonesa y portuguesa que golpe a golpe iba arrebatando importantes pedazos de los territorios andalusíes.

Por el este los aragoneses habían conquistado las Baleares entre 1229 y 1235, Valencia había caído en 1238 y, seis años más tarde, se firmaba entre aragoneses y castellanos el
Tratado de Almizra
por el que se señalaban las áreas de influencia peninsular de unos y otros. Murcia fue conquistada por los castellanos entre 1243 y 1246, ese mismo año caía la ciudad de Jaén. En 1248 el ejército de Fernando III entraba, con él al frente, en la importante plaza de Sevilla. Por otro lado el reino de Portugal se había expandido por la franja oeste de la península conquistando Silves y el Algarve, finalizando esta campaña en 1250. Tantos avances cristianos eran motivo de profunda preocupación entre los súbditos de Muhammad I; el territorio musulmán era cada vez menor y todo el mundo hacía cábalas sobre cuándo caería el último reducto granadino. Sin embargo, el buen talante demostrado por el Emir aplacó considerablemente el ímpetu conquistador de Fernando III; una vez más la promesa de fiel vasallaje y de un anual pago de inmensos tributos permitió un aliviador respiro para las esperanzas mahometanas en la península Ibérica.

De este modo el magnífico rey Fernando III permitió al reino de Granada seguir vivo a cambio de unas parias muy necesarias para la endémica crisis económica castellana. Por entonces la corona de Castilla abarcaba unos 360.000 km
2
, mucho territorio para pocos pobladores acuciados por la falta de recursos. No es de extrañar que el futuro «Santo» viera con buenos ojos las espléndidas promesas del gobernante nazarí.

En 1252 fallecía Fernando III; por entonces, las fronteras andalusíes se trazaban en una geografía que comprendía una franja costera que iba desde Tarifa hasta Almería, incluyendo ciudades tan importantes como Málaga o la propia Granada, y extendiéndose hacia el interior por zonas de Jaén, Córdoba y Sevilla. Por otra parte, en el oeste peninsular se mantenía a duras penas el reducido reino musulmán de Niebla, aunque tardaría poco tiempo en ser conquistado por las huestes de Alfonso X, el Sabio.

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