Read La aventura de la Reconquista Online
Authors: Juan Antonio Cebrián
Tags: #Divulgación, Historia
Las campañas almohades se extienden hasta conseguir pleno poder sobre las principales plazas almorávides. De esta manera en 1146 caen Fez, Agamat, Tánger y Ceuta; meses más tarde, en 1147, lo hará la capital Marrakesh. A estas alturas los almohades dominaban casi todo el imperio almorávide, y aún más allá, llevando las fronteras por oriente hasta Egipto, mientras que en occidente ocupaba Mauritania hasta la cuenca del río Senegal. En al-Ándalus el último jefe almorávide representativo Ibrahim Ibn Tashufin sólo pudo gobernar entre 1143 y 1145. Durante su mandato las revueltas andalusíes fueron constantes, y numerosas ciudades se sublevaron desatendiendo la autoridad almorávide. Comenzaba una segunda etapa para los reinos de taifa. En esta ocasión las pequeñas monarquías hispano-musulmanas nacían, si cabe, más debilitadas que en su primera aparición.
Tras la caída de Tashufin una ligera anarquía se adueñó de la España musulmana, aunque todo se resolvió con la fulminante entrada almohade en 1147.
El nuevo movimiento islámico ejercía mayor control militar que el anterior; estableció la capital administrativa de al-Ándalus en Sevilla y, desde allí, las tropas de al-Mumin operaron eficazmente hasta casi completar la total invasión de al-Ándalus. Por su parte los andalusíes se habían reorganizado con la ayuda interesada de los reinos cristianos.
Los hispano-musulmanes preferían pagar cuantiosas parias a los cristianos a cambio de mantener su idiosincrasia libre de cualquier tenaza fundamentalista. Sin embargo, el auxilio aragonés y castellano se mostró insuficiente para frenar el ardor combativo almohade.
En 1161 al-Mumin desembarca en Algeciras con un gran contingente de tropas lanzando una cruel ofensiva sobre los reinos de Murcia y Valencia, a los que derrotarán dos años más tarde justo unas semanas antes de morir en Marrakesh, cuando preparaba una nueva expedición guerrera contra la península. Su sucesor Abu Yaqub Yusuf I consigue la máxima expansión del imperio almohade, además de la tan ansiada unificación religiosa por todo su dominio. Hombre culto y amante de las artes se rodea de la flor y nata del saber de su época; son momentos de cierto esplendor para al-Ándalus. Yusuf vive cinco años en Sevilla, embelleciéndola con algunas construcciones como la Giralda o la Torre del Oro. Confió el gobierno del imperio a una suerte de hombres ilustres que supieron desde su responsabilidad gestionar eficazmente los recursos existentes.
En este período aparecen chambelanes, visires y jueces de notable preparación, asimismo, surge con fuerza la luminosa personalidad de Averroes, uno de los más destacados filósofos medievales. Nacido en Córdoba en 1126, era miembro de una notable familia de juristas. Su acomodada posición le permitió dedicarse de lleno a la aventura del saber. Además de los obligados estudios de derecho, se interesó por su formación en otros ámbitos y materias y de esa manera se instruyó en medicina, matemáticas, astrología y física, pero, sobre todo, será la filosofía el auténtico motor que moverá su vida.
Averroes, como amigo inseparable de la sabiduría, observará el mundo con una visión diferente a la de sus coetáneos. Sus trabajos como médico y jurista en las ciudades de Córdoba y Sevilla le permiten una situación holgada que el cordobés destinará a profundizar en los diferentes capítulos de la existencia humana. Vivamente interesado por los clásicos griegos analiza con entusiasmo la obra de Platón y Aristóteles; sus comentarios sobre los textos de este último atravesarán los siglos posteriores. Averroes será reconocido por todos, pero también repudiado. Su particular cosmogonía y su peligroso acercamiento al panteísmo conseguirán la repulsa del radicalismo musulmán.
En tiempos de
yihad
contra los cristianos la euforia fundamentalista acaecida tras la gran victoria de Alarcos en 1195 provoca encendidas críticas a la figura de Averroes. Su racionalista modo de entender la religión choca contra los muros de la ortodoxia islámica que le proclama «Gran hereje»; sólo el respeto y devoción que hacia él demostraba la población y los califas almohades lograrán salvarle de una muerte segura. Finalmente, el exilio le condujo a Marrakesh donde falleció en 1198. Su cuerpo sería trasladado años más tarde a su Córdoba natal.
Como vemos al-Ándalus gozaba de una cierta prosperidad intelectual a pesar de la férrea dictadura militar almohade; aun así, la presión de los reinos cristianos se incrementaba cada vez más, y las disputas internas no terminaban de apaciguarse.
En 1184 muere Yusuf I. Le sucede su hijo Abu Yaqud Yusuf al-Mansur quien contrae el firme propósito de cohesionar política y militarmente los territorios almohades. Ataca Baleares desde donde operaban impunemente los Banu Ganiyah, antiguos clientes de los almorávides reconvertidos a la piratería naval. Tras vencerles en 1188 efectúa una suerte de purgas internas dirigidas contra la relajación de algunos mandatarios demasiado impregnados del hedonismo andalusí.
En el plano militar Yaqud intentará asestar un golpe definitivo a la osadía bélica del rey Alfonso VIII de Castilla. A tal fin, organizó un inmenso ejército que saltó a la península Ibérica en 1191 provocando un enfrentamiento en Alarcos como he referido en páginas anteriores. Esta batalla será en definitiva la última gran victoria musulmana de la Reconquista, suponiendo el techo para las ambiciones mahometanas en al-Ándalus. Desde Alarcos los musulmanes no volverán a realizar ningún avance sustancial y, tras la hecatombe de 1212, todo será un lento y agónico retroceso hasta los parapetos granadinos.
Yaqud pudo saborear poco tiempo las mieles de su triunfo en Alarcos, falleció en 1198, curiosamente el mismo año en que murió su protegido y amigo Averroes, dejando un panorama incierto para los almohades establecidos en los dos continentes. Le sucedió su hijo Muhammad al-Nasir, un muchacho casi adolescente llamado a protagonizar uno de los capítulos fundamentales del establecimiento musulmán en Hispania cuando sus tropas se enfrentaron a los cruzados en aquel sitio abrupto de Sierra Morena llamado las Navas de Tolosa de infausto recuerdo para el mundo musulmán.
1106-1143. Alí Ibn Yusuf, líder de los almorávides.
1108. Victoria musulmana en Uclés. Toma de Consuegra y Cuenca.
1109. Conquista almorávide de Baleares.
1110. Conquista almorávide de Zaragoza.
1118. Las tropas de Alfonso I, el Batallador, toman Zaragoza.
1121. Muhammad Ibn Tumart inicia el movimiento almohade.
1129-1162. Abdallah al-Mumin Ibn Alí, segundo califa almohade.
1130. Comienza el declive almorávide.
1139. Derrota musulmana en Ourique contra los portugueses.
1143-1145. Ibrahim Ibn Tashufin, líder de los almorávides.
1145. Se inicia la segunda etapa de los reinos de taifas.
1146. Los almohades conquistan Marruecos.
1147. Los almohades invaden al-Ándalus. Toma de Sevilla.
1154. Los almohades ocupan Granada.
1157. Al-Ándalus es incorporada al imperio almohade con capital en Marrakesh dejando Sevilla como capital administrativa.
1163-1184. Abu Yaqub Yusuf I, califa de los almohades.
1172. Muerte de Ibn Mardanix, rey de Murcia llamado «rey Lobo».
1174. Los almohades expulsan a las tropas leonesas de Cáceres.
1177. Los almohades pierden la ciudad de Cuenca.
1184-1198. Abu Yaqub Yusuf al-Mansur, califa almohade.
1190. Los almohades ocupan Silves.
1195. Gran victoria almohade contra las tropas castellanas en la batalla de Alarcos.
1196. Los almohades ocupan Alcalá y Guadalajara.
1198-1213. Muhammad al-Nasir, califa almohade.
Este rey de Aragón, fue el hombre más apuesto del mundo; que rebasaba a todos un palmo, y era bien formado y cumplido en todos sus miembros. Y tenía un rostro grande y sonrosado, y la nariz larga y muy derecha, y gran boca y bien formada, y grandes dientes y muy blancos, que parecían perlas, y los ojos negros, y los cabellos rubios, que parecían hilo de oro; y grandes espaldas, y cuerpo largo y delgado, y los brazos gruesos y bien construidos, y las piernas largas y derechas y gruesas en su debida proporción, y los pies largos, bien hechos y bien calzados. Y fue muy aguerrido y valeroso en armas; y fue valiente y liberal, y agradable a todos, y muy misericordioso; y puso todo su corazón y su voluntad en la lucha contra los sarracenos.
Semblanza del rey Jaime I, el Conquistador, extraída de la
Crónica de Desclot
.
Desmoronamiento del imperio almohade y líneas de la Reconquista durante el siglo XIII.
Tras el desastre castellano en Alarcos el rey Alfonso VIII se obsesionó con la idea de no volver a sufrir más humillaciones a cargo de los musulmanes. Los primeros años del siglo XIII contemplan a un monarca dispuesto a negociar con el resto de gobernantes hispanos las condiciones necesarias que dicten una tregua en la lucha fratricida de los cristianos peninsulares. En ese período las diferentes guerras intestinas por el control fronterizo malgastaban esfuerzos y hombres en múltiples contiendas que, a la postre, resolvían poco o nada el panorama estratégico, político y social de la península Ibérica. Mientras tanto, los bereberes almohades incrementaban su poder en al-Ándalus, convirtiéndose en una amenaza tangible para la supervivencia de las monarquías hispano-cristianas.
En 1206 se establecen las bases de la futura Cruzada común contra los almohades. En ese sentido fue sumamente útil la política de alianzas matrimoniales emprendida por Alfonso; recordemos que bien jovencito se había casado con Leonor Plantagenet y de su amor nacieron diecisiete hijos. A los pocos que sobrevivieron se les buscó acomodo en diferentes cortes. Por ejemplo, su hija mayor Berenguela se casó con el rey leonés Alfonso IX; de ellos nacería Fernando, el futuro reunificador de los dos reinos bajo la corona de Castilla. Otra hija, Urraca, se unió al destino de Alfonso II de Portugal, mientras que Blanca enlazaba con la casa real francesa al desposarse con Luis VIII; de este matrimonio nacería Luis IX, el futuro San Luis protagonista de las dos últimas cruzadas libradas por la cristiandad. Finalmente, la pequeña Leonor se convertiría en mujer del gran Jaime I de Aragón. Sólo un varón sobrevivió para heredar el trono castellano. Nos referimos a Enrique del que hablaremos luego. Como vemos la prole de Alfonso VIII y Leonor Plantagenet no se pudo repartir mejor ocasionando magros beneficios para los intereses del cada vez más influyente reino castellano.
En 1212 Aragón, Navarra y Castilla se decidieron a lanzar una ofensiva total sobre el poder almohade. León, aunque en principio se mostró de acuerdo, puso más tarde algunos inconvenientes que alejaron sus tropas del inminente combate.
Alfonso VIII consiguió un nuevo golpe de efecto cuando convenció al papa Inocencio III sobre la conveniencia de proclamar una Santa Cruzada contra los almohades. En mayo de dicho año, desde los púlpitos eclesiales europeos se animó a la lucha total contra los infieles sarracenos. Los sacerdotes estimularon enérgicamente a los fieles, quienes dominados por el fervor religioso de ese momento crucial se alistaron al flamante ejército cruzado. De esa manera miles de caballeros de diversa procedencia geográfica ofrecieron su experiencia y armamento al servicio de la noble causa.
Triunfo de la Santa Cruz en la batalla de las Navas de Tolosa
, de Marceliano Santa María, 1892, Museo de Marceliano Santa María, Burgos.
A principios de junio de 1212 huestes, mesnadas y milicias cristianas se fueron agrupando en torno a Toledo, ciudad elegida por Alfonso VIII como base central del ejército cruzado. La llegada de los guerreros ultrapirenaicos dirigidos por el Arzobispo de Narbona se recibió de forma contradictoria en las filas hispanas. Por un lado eran veteranos en el arte de la guerra, su experiencia y destreza con las armas serían decisivas en los previsibles combates, pero también, eran hombres poco acostumbrados a la convivencia entre etnias y religiones, tal y como se daba en la vieja capital visigoda. En el intento de evitar fricciones se les asentó en las afueras de la ciudad; esa táctica, sin embargo, no pudo evitar que los belicosos guerreros, procedentes en su mayor parte de Alemania, Francia e Italia, asaltaran la judería toledana causando un profundo malestar en el rey Alfonso VIII quien optó por la paciente diplomacia pensando en lo que se avecinaba.