La aventura de la Reconquista (11 page)

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Authors: Juan Antonio Cebrián

Tags: #Divulgación, Historia

BOOK: La aventura de la Reconquista
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Al oeste de los condados catalanes seguía creciendo Aragón a costa de algunas posesiones navarras y musulmanas. El rey Ramiro I soñaba con la posibilidad de cruzar el Ebro tomando Zaragoza. Su empeño y afán religioso iba a provocar tras su muerte, en 1063, la primera cruzada internacional en tierras ibéricas; uno de los momentos cruciales en las guerras entre la Cruz y la Media Luna.

Ramiro I de Aragón era hijo natural de Sancho III, el Mayor; tras la muerte de éste tuvo que aceptar en suerte la entrega del pequeño condado aragonés, mientras que sus hermanastros se repartían las grandes posesiones de la corona. Su esfuerzo y tesón hicieron de ese diminuto terruño pirenaico un cada vez más grande y respetado reino. En 1063 rompió hostilidades con el reino de Zaragoza; el objetivo principal era tomar la capital maña. Tropas aragonesas cayeron sobre algunas localidades y puso sitio a Graus. Los zaragozanos eran por entonces vasallos de Castilla, las parias o tributos que enviaban a Fernando I eran lo suficientemente abundantes para que el Rey castellano auxiliara con el envío de tropas a sus tributarios musulmanes. En mayo de ese año se produjo el combate entre los dos contingentes, los aragoneses fueron vencidos y su rey Ramiro I muerto, dejando Aragón expuesto a un peligro real de invasión por parte sarracena. Este hecho llegó a oídos del mismísimo pontífice romano Alejandro II, quien tomó una decisión en 1064 que se convertiría en rutinaria a lo largo de los dos siglos posteriores. El Papa ordenó la Santa Cruzada contra el infiel musulmán de Zaragoza. Con presteza se alistaron huestes de caballeros franceses e italianos bajo el mando de Guillermo de Poitiers, duque de Aquitania; a él se unieron paladines como el normando Robert Crespin o Armengol III de Urgel. El ejército cruzado atravesó ese mismo año los Pirineos asaltando la ciudad de Barbastro y despojándola de sus mejores riquezas; este acto militar fue inútil dado que, un año más tarde en 1065, la plaza fue recuperada por tropas zaragozanas. No obstante la toma de Barbastro se puede considerar como prólogo de esa ingente obra llamada «las Cruzadas».

Disgregación del califato y primeras taifas.

El heredero de Ramiro I fue su hijo Sancho I; en su reinado siguió ampliando los límites de Aragón incorporando Graus, Monzón, Albalate de Cinca, Almenar, etc.

En 1076, el rey navarro Sancho IV, el Despechado, muere asesinado por sus hermanos; los navarros ofrecen entonces el trono de Pamplona al rey privativo aragonés, éste acepta convirtiéndose en Sancho V de Navarra.

En 1094 los aragoneses con su Rey al frente ponen sitio a la ciudad de Huesca, donde resisten tropas del rey zaragozano Mostaín II. En uno de los ataques el rey Sancho I de Aragón y V de Navarra es herido mortalmente. Su última voluntad es encomendar a sus hijos Pedro y Alfonso que terminen el trabajo. Finalmente lo hará Pedro, quien se sentará en el trono aragonés como Pedro I.

En septiembre de 1037 tras la derrota leonesa en Támara de los Campos, Fernando I, llamado «el Magno», se deshacía de cualquier oposición que le perturbase del gobierno de Castilla; bien es cierto que la actuación de su padre Sancho III había mermado considerablemente la extensión de sus recién adquiridos territorios; por entonces Navarra se enseñoreaba de algunas zonas reivindicadas por los castellanos, tal era el caso de Guipúzcoa, Álava o la Rioja. Pronto estalló el conflicto por la posesión de aquellos lares.

En 1052 García Sánchez III de Navarra crea el obispado de Nájera. El hecho provoca máxima tensión entre los castellanos que declaran la guerra sin contemplaciones a los navarros. La campaña durará dos años terminando en septiembre de 1054 cuando los dos ejércitos se midieron en Atapuerca (Burgos). La batalla se decantó del lado castellano con la muerte de García Sánchez III. En el mismo lugar fue proclamado rey su hijo Sancho IV con el beneplácito de su tío Fernando I, al que tuvo que satisfacer con la entrega de abundantes territorios; era el fin de la hegemonía navarra cediendo forzosamente el testigo a Castilla. Fernando I obtuvo de este modo la tranquilidad suficiente para reemprender la actividad bélica contra los musulmanes. En ese tiempo al-Ándalus no era ni sombra de su majestuoso pasado. Desde 1031, fecha en la que el califato había dejado de existir, unos veinte reinos independientes llamados «taifas» se repartían por los antiguos solares andalusíes. La desunión musulmana originó la consabida debilidad de la que se aprovechó la guerrera Castilla para nuevas conquistas más allá del río Duero; así las tropas de Fernando I ampliaron la frontera hasta el río Mondego tomando algunas ciudades como Madrid, Salamanca o Guadalajara. La fortaleza castellana hizo que los reinos musulmanes de Zaragoza, Toledo, Badajoz y Sevilla se convirtieran en tributarios. El método establecido se denominaba «parias», es decir, un cobro anual de impuestos a cambio de protección militar; de esta manera Castilla renunciaba a una oportunidad única de zanjar la Reconquista en el siglo XI.

Fernando I falleció en 1065 repartiendo el reino entre todos sus hijos: A Sancho II, el Fuerte, le correspondió Castilla; al futuro Alfonso VI, León y Asturias; a García, Galicia y las posesiones portuguesas, mientras que para sus hijas Urraca y Elvira dejaba las ciudades de Zamora y Toro respectivamente. En estos años un joven guerrero se había curtido sirviendo bajo las órdenes del infante Don Sancho, primogénito del rey Fernando I: su nombre era Rodrigo Díaz de Vivar.

LA CASTILLA DEL CID

Nuestro héroe patrio por excelencia vio la luz hacía el 1048 en Vivar, una pequeña aldea localizada a unos nueve kilómetros de la ciudad de Burgos. Su padre, Diego Laínez, era un famoso hidalgo de la época que había conseguido para Castilla las fortalezas de Ubierna, Urbel y la Piedra. Por tanto, Rodrigo nace en el seno de una familia de la nobleza menor castellana. Don Diego se encontraba al servicio del infante Don Sancho, primogénito del rey Fernando I de Castilla. El joven Rodrigo va creciendo rodeado por las situaciones que caracterizaban a un reino cuajado de intrigas y, muy pronto, goza de las simpatías del infante Sancho quien ve en el muchacho las cualidades que más tarde le harán uno de los principales protagonistas de su siglo.

En 1062, sin haber cumplido los diecinueve años, Rodrigo es alzado a la categoría de caballero. Desde entonces, su brazo y espada servirán con absoluta lealtad a quien sería proclamado tres años más tarde rey de Castilla por fallecimiento del gran monarca Fernando I, el Magno.

En 1066, el rey de Castilla nombra a Rodrigo Díaz de Vivar portaestandarte de los ejércitos castellanos, es decir, desde entonces don Rodrigo será alférez de Castilla, o lo que es lo mismo, jefe principal de la tropa. Fue en estos años cuando el nuevo abanderado de las huestes castellanas se ganó a pulso el apelativo de «Campeador». El sitio donde seguramente se hizo merecedor de este título fue en la guerra llamada de «los tres Sanchos» que Castilla libraba por tierras aragonesas y navarras con el fin de asegurar sus fronteras del Este. En esos lugares don Rodrigo manejó con tanto ardor las armas que sus soldados le denominaron «campi docto» (maestro de armas en el campo de batalla). Tras la brumosa muerte del rey Sancho a manos del caballero Bellido Dolfos durante el sitio de Zamora en 1072, don Rodrigo se pone al servicio del nuevo monarca Alfonso VI tras hacerle jurar en la iglesia burgalesa de Santa Gadea que nada tuvo que ver en la muerte de su hermano Sancho II. Alfonso VI había sufrido una tremenda humillación a cargo de su ahora fallecido hermano; despojado del mando y exiliado en el reino de Toledo siempre se sospechó que conspiró junto a su hermana Urraca para acabar con la vida de Sancho.

Mientras esto sucedía, Castilla seguía obteniendo pingües beneficios gracias a las parias mahometanas. El propio Campeador intervino en algunas disputas entre taifas, lo que le granjeó profundas enemistades en su bando al recelar muchos caballeros del prestigio que iba adquiriendo el de Vivar.

El desconfiado rey Alfonso VI nunca mantuvo buenas relaciones con don Rodrigo; la humillante jura de Santa Gadea y otros escenarios poco venturosos provocaron dos exilios para el Cid Campeador. En ambas ocasiones al burgalés no le quedó más remedio que ofrecerse como soldado de fortuna al mejor postor; esta situación no enturbio su fama, más bien la acrecentó.

En 1085 las tropas de Alfonso VI tomaban Toledo y los musulmanes movidos por la desesperación llamaban a sus hermanos africanos en busca de ayuda; ya nada sería igual para al-Ándalus. Un año más tarde todo estalló con la entrada fulminante de los almorávides, norteafricanos fundamentalistas liderados por Yusuf, quien había dado una vuelta de tuerca al islam preconizando la pureza y el rigor en el cumplimiento de los mandatos coránicos; la ayuda de este poder islámico emergente tuvo consecuencias nefastas para los habitantes de la península Ibérica.

La debilitada al-Ándalus abría sus puertas a los sucesivos reajustes religiosos y militares que llegaban por oleadas desde el Magreb, convirtiendo el sueño califal en una simple provincia de los diferentes imperios musulmanes que se iban creando. Sin embargo, a pesar de tanta guerra, fue un siglo de plenitud donde la población aumentó y prosperó, favoreciendo migraciones hacia terrenos hasta entonces de nadie. Ciudades, comercio y cultivos florecieron como nunca, y los intercambios entre un mundo y otro fueron constantes. Y en medio de tanto movimiento destaca la figura de don Rodrigo Díaz de Vivar, hijo de su tiempo y quien, desde luego, estaría a la altura de tan tremendas exigencias históricas, pues pasó de ser héroe a villano sin perder su compostura caballeresca; de alférez a mercenario, sin olvidar la lealtad hacia su Rey, acudiendo a las llamadas de éste siempre que fuera necesario, olvidando rencillas y desaires pasados.

Combatiendo como mercenario al servicio de la taifa zaragozana se ganó a pulso el apelativo de «Sidi» (Señor), al conseguir la victoria en más de cien combates durante cinco años. Tras esto dirigió sus tropas hacia Valencia, ciudad que conquistó en 1094 convirtiéndose en uno de los personajes más influyentes del momento.

Desde la ciudad del Turia la alargada sombra del Cid se extendió por todo el levante hispano. Finalmente se reconcilió con su querido rey Alfonso VI y pudo ver cómo sus hijas, Cristina y María, se unían a los linajes reales de Navarra y Barcelona. En 1099 contrajo unas mortíferas fiebres que le arrebataron la vida a los 56 años de edad.

Rodrigo Díaz de Vivar es el gran paladín de la Reconquista española. Su gesta se vio adornada por las narraciones juglarescas que en siglos posteriores prolongaron su fama. Fue el único guerrero cristiano capaz de infundir temor en los fanáticos almorávides. Posiblemente tanto brillo ensombreció injustamente la figura de Alfonso VI, el Bravo, rey conquistador donde los haya. Su mayor proeza fue la de tomar Toledo el 6 de mayo de 1085, recuperando de ese modo la antigua capital de los godos; todo un símbolo para la cristiandad más ortodoxa que veían trescientos setenta y dos años después que las cosas podían volver a ser como antaño. En un arranque de vanidad Alfonso VI se hizo proclamar emperador de Hispania; siguió con las guerras arrebatando a los musulmanes diversas plazas extremeñas como Coria y llegando a la mismísima Tarifa. Sumó a esto los éxitos del Cid Campeador por Aragón y Levante. Sin embargo, también se produjeron sinsabores en su reinado, por ejemplo, la amarga derrota en la batalla de Sagrajas en 1086, donde los guerreros almorávides estuvieron a punto de asestar un mortífero golpe al reino castellano. Asimismo, Alfonso se casó en cinco ocasiones sin obtener herederos varones que le sucedieran ya que el único que tuvo murió en la batalla de Uclés, librada en 1108, un año antes de la muerte del insigne monarca.

Alfonso VI unificó definitivamente el reino de su padre Fernando, lo ensanchó por toda la Península Ibérica y únicamente el poder almorávide fue capaz de frenar una total conquista de al-Ándalus a cargo de los castellanos. Finalizaba el siglo XI con una Castilla más fuerte que nunca, un Aragón en expansión, Navarra menguada por el avance de los anteriores y los Condados catalanes permaneciendo a la expectativa. Como vemos la subida cristiana eclipsaba la caída musulmana. El siglo XI supuso un punto de inflexión para los intereses mahometanos en la península Ibérica. Al-Ándalus cedía terreno con rapidez ante los bríos castellanos y aragoneses. Sepamos ahora cómo fue este siglo tan complejo para los seguidores andalusíes de Alá. Emociones, revoluciones e intrigas no faltarán.

PRINCIPALES SUCESOS CRISTIANOS DEL SIGLO XI

1000. Derrota cristiana en la batalla de Cervera, asociada por la leyenda a la legendaria batalla de Calatañazor.

1000/1005-1035. Sancho III, el Mayor, rey de Navarra.

1002. Almanzor expolia el monasterio de San Millán de la Cogulla, última campaña del caudillo andalusí; muere en agosto de ese año.

1017-1029. García Sánchez, conde de Castilla.

1018-1035. Berenguer Ramón I, el Curvo, conde de Barcelona.

1028-1037. Bermudo III, rey de León.

1029. Asesinato del conde García Sánchez. Sancho III incorpora Castilla a Navarra.

1035. Fallece Sancho III, el Mayor.

1035-1065. Fernando I, el Magno, rey de Castilla.

1035-1054. García Sánchez III, rey de Navarra.

1035-1063. Ramiro I, rey de Aragón.

1035-1078. Ramón Berenguer I, el Viejo, conde de Barcelona.

1037. Bermudo III, rey de León, muere en la batalla de Támara. Fernando I, rey de Castilla y León.

1054. Victoria castellana en Atapuerca. Se recuperan Álava, Vizcaya y Santander. Muere el rey navarro, García Sánchez III.

1054-1076. Sancho IV, el Despechado, rey de Navarra.

1063-1094. Sancho I Ramírez, rey de Aragón.

1064. Batalla de Barbastro con la participación de cruzados ultrapirenaicos.

1065-1072. Sancho II, el Fuerte, rey de Castilla.

1072-1109. Alfonso VI, el Bravo, rey de Castilla.

1076. Unión de Navarra y Aragón.

1085. Conquista de Toledo por las tropas de Alfonso VI.

1094. El Cid toma Valencia.

1094-1104. Pedro I, rey de Aragón.

1099. Muere el Cid Campeador en la ciudad de Valencia.

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