La aventura de la Reconquista (12 page)

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Authors: Juan Antonio Cebrián

Tags: #Divulgación, Historia

BOOK: La aventura de la Reconquista
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EL FIN DEL SUEÑO CALIFAL Y EL NACIMIENTO DE LOS REINOS DE TAIFAS

Almanzor, tras saquear Burgos y vencer a los cristianos en la batalla de Cervera, percibe cómo sus facultades físicas merman considerablemente; ya no es el mismo que años antes acosaba de manera infatigable a sus enemigos. En los meses siguientes aún reúne fuerzas para nuevas acometidas sobre los reinos norteños. En 1002 inicia la que será su última aceifa sobre la frontera norte: asola el monasterio de San Millán de la Cogolla devastando la comarca. Sin embargo, la enfermedad le impide otros movimientos bélicos. El gran caudillo andalusí se siente morir y detiene la expedición regresando en camilla hacia al-Ándalus; no podrá llegar a Córdoba, expirando en Medinaceli en agosto de ese mismo año. La noticia recorre todos los rincones de la península Ibérica; para los cristianos supone una aliviadora bendición, mientras que para los andalusíes se convierte en el principio del fin de todo el sueño califal. Almanzor es sucedido por su hijo Abd al-Malik quien deberá afrontar una miríada de conspiraciones pergeñadas por las grandes familias árabes, clientes ancestrales de la dinastía omeya y muy recelosas con el poder de la advenediza dinastía amirí. Al-Malik intentó en sus seis años de dictadura mantener vivos los postulados defendidos por su padre; evidentemente, no tenía el carisma de aquél y poco pudo hacer porque prevalecieran los intereses de su exhausto linaje. Murió en 1008 cediendo el testigo a su hermano Abd al-Rahman, conocido popularmente como «Sanchuelo» por ser fruto de la unión entre Almanzor y una hija del rey navarro Sancho Garcés. Sanchuelo fue incapaz de mantener la situación y en 1009 sufrió una revuelta nobiliaria promovida desde los palacios cordobeses pertenecientes a las rancias familias árabes del califato. El último líder amirí fue ejecutado y el débil califa Hisham II se vio obligado a la abdicación; Córdoba desprovista de su esplendor deambulaba por las calles de la pesadumbre.

La revolución aristocrática desembocó en cruentos episodios jalonados por la amargura de un imperio que se desmoronaba a marchas forzadas; incluso los propios cristianos tuvieron que intervenir avanzando sobre Córdoba en auxilio de algunas facciones contendientes. Después de aquellos sucesos todo quedaba abonado para el surgimiento de los reinos de taifas.

Entre 1009 y 1031 la confusión se adueñó de al-Ándalus, algunos valíes locales aprovecharon el momento para desvincularse totalmente de la metrópoli cordobesa, fue el caso de Zewi Ibn Ziri quien en 1012 proclamó la independencia del reino de Granada, o la familia Tuchibí quienes hicieron lo propio con Zaragoza en 1017. De ese modo se desgajaba el imperio andalusí. Sin que nadie se preocupara por recuperar grandezas anteriores, una suerte de califas endebles se iban sucediendo hasta un total de nueve que incluso después de abdicar asumían un segundo mandato. Hasta catorce gobiernos distintos tuvo la maltrecha al-Ándalus en estos años finales de califato. La situación insostenible a todas luces, provocó que en 1031 un consejo de notables acordara poner punto final al período omeya andalusí en la península Ibérica. Hisham III, biznieto de Abderrahman III, tuvo el dudoso honor de ser el último califa de al-Ándalus; con él terminó la aventura emprendida siglos atrás por el inmenso Abderrahman I.

En 1031 el Estado musulmán se desmembró en más de veinte pequeños reinos; se llamaron taifas derivación de la palabra beréber
tai-fah
que significa «tribu o familia». En cuanto a política, la taifa consistía en el gobierno que una dinastía ejercía sobre un núcleo urbano y sus terrenos adyacentes. Las más representativas de este período fueron las de Granada, Sevilla, Badajoz, Toledo, Zaragoza y Valencia. En cada una de ellas se asentaron las diferentes facciones que se habían disputado el poder en al-Ándalus. Como sabemos, árabes, bereberes y eslavos lucharon durante décadas por el reparto territorial que finalmente quedó así: los magnates árabes provenientes de la más rancia aristocracia establecida desde los tiempos de la conquista se quedaron con Córdoba, Sevilla, Badajoz, Toledo y Zaragoza. Los bereberes integrantes de milicias o de los últimos cuerpos mercenarios contratados por Almanzor se repartieron Silves, Mértola, Santa María del Algarve, Huelva, Niebla, Carmona, Morón, Arcos, Algeciras, Granada y Málaga. Finalmente, los eslavos pertenecientes a familias europeas vinculadas por diferentes motivos al mundo hispano-musulmán, tomaron posesión de Almería, Murcia, Valencia, Denia, Baleares y Tortosa. Estos últimos habían sido clientes afines a los intereses de la dinastía amirí. La debilidad militar quedaba manifiesta viendo el mapa geopolítico de la nueva al-Ándalus; pronto se beneficiarían de ello los cada vez más unidos reinos cristianos. El castillo de naipes musulmán estaba a punto de caer estrepitosamente.

En esa década nacían Castilla y Aragón, la primera llamada a ser la principal potencia hegemónica del momento. Sin embargo, hemos visto en páginas anteriores cómo los cristianos no presentaron una batalla definitiva a los débiles reinos de taifas, sino más bien, optaron por imponerles parias o tributos. De esta manera, las pequeñas entidades musulmanas de la península Ibérica se convertían en vasallas de los reinos norteños; era como tener un gran rebaño al que ordeñar periódicamente en lugar de acabar con él. La fórmula funcionó durante algún tiempo. Castilla sobre todo ofrecía protección militar a cambio de oro; no obstante, las enraizadas disputas musulmanas supusieron innumerables quebrantos que abocaron al rey Alfonso VI a lanzarse sobre algunos territorios anteriormente tributarios.

Desde mediados de siglo las conquistas internas de las taifas más potentes habían dado como resultado la concentración de varios reinos pequeños bajo el manto de otros más potentes. Al fin, quedaron cinco grandes extensiones controladas por Zaragoza, Toledo, Sevilla, Badajoz y Granada; el miedo a no obtener las parias deseadas originó que los castellanos promovieran diversas campañas militares. La más importante condujo a las tropas de Alfonso VI a la toma y conquista de Toledo en 1085. La caída de esta emblemática ciudad desató el nerviosismo entre las taifas restantes que solicitaron ayuda a un nuevo poder florecido en los campos norteafricanos algunas décadas atrás: era momento para que los almorávides entraran en la disputa por la península Ibérica.

¿PERO QUIÉNES ERAN LOS ALMORÁVIDES?

La palabra
al-murabitum
significa en lengua beréber «el que se acuartela en un ribat» (fortaleza musulmana propia de la
yihad
o guerra santa). Esta dinastía creció bajo el influjo puritano inspirado por el carismático Yahya Ibn Ibrahím, quien tras su regreso de la ciudad santa de la Meca conoció al erudito religioso Abd Allah Ibn Yasín. Entre los dos concibieron la idea de un islam unificado, riguroso con las normas coránicas y gobernado desde la teología más radical. Durante años buscaron el apoyo de las tribus bereberes locales, siendo los poco islamizados lamtuna quienes se hicieron eco de aquellos postulados; de esa manera, hacia 1039 nacía un pequeño estado en el norte de África que, paso a paso, se convertiría en un imperio, siendo además semilla del futuro Marruecos.

Los primeros mandatarios almorávides se ocuparon en extender las fronteras de su nuevo reino hasta invadir todo el occidente norteafricano. En el año 1042 moría el fundador dinástico Ibn Ibrahím. El líder espiritual Ibn Yasín eligió entonces a Yahya Ibn Umar, gran general que aglutinó en torno a los almorávides nuevas tribus bereberes con el consiguiente incremento militar que sirvió para la conquista de ciudades tan importantes como Dara’ak y Sichilmasah. Al morir Ibn Umar en 1056 el imperio almorávide ya estaba creado, por eso se le suele reconocer como el primer gran rey de esta dinastía. Le sucedió su hermano Abú Bakr quien consolidó la fortaleza almorávide gracias, sobre todo, a la eficaz gestión de su pariente Yusuf Ibn Tashufín, quien asumió definitivamente el poder en 1074. En este período se inscribe la fundación de Marrakesh, ciudad capital del imperio almorávide. Yusuf fue nombrado príncipe de los creyentes pero rechazó el nombramiento de califa, reconociendo de ese modo la autoridad religiosa de los abasidas de Bagdad. Con todo el Magreb bajo su dominio sólo tuvo que esperar la situación más propicia para asaltar la rica al-Ándalus. Esta circunstancia se dio como sabemos en 1085 tras la caída de Toledo en manos castellanas, fue entonces cuando la taifa sevillana solicitó la ayuda almorávide. En la primavera de 1086, Yusuf y sus tropas desembarcaban en Algeciras iniciando una gran ofensiva sobre los cristianos. En octubre de ese año se produjo la célebre batalla de Zalaca, conocida por los cristianos como Sagrajas. En ese terreno extremeño cercano a Coria, las huestes almorávides ocasionaron una enorme derrota al ejército de Alfonso VI; éste estuvo incluso a punto de morir por las heridas que recibió en combate. Sin embargo, el éxito momentáneo no fue aprovechado por Yusuf, quien se retiró a sus territorios originales con la secreta ambición de que la fruta andalusí madurara lo suficiente cara a un pronto y resolutivo futuro. En efecto, un año más tarde Alfonso VI se recuperaba y provocaba nuevos desastres en los reinos hispano-musulmanes. Nuevamente Yusuf tomó cartas en el asunto, en esta ocasión las taifas no quisieron negociar con los peligrosos almorávides —acaso por el temor de ver perdida su independencia— pero ya era demasiado tarde para los minúsculos reinos. Castilla se desentendió de cualquier tipo de ayuda y los almorávides desembarcaban otra vez en Algeciras en 1090 dispuestos a escribir el epílogo de aquella primera etapa para los reinos musulmanes de al-Ándalus.

Yusuf no llegaba a la Península como un simple refuerzo militar, más bien, ahora protagonizaba el papel de liberador político y religioso de los andalusíes. El rey de Sevilla al-Mutamid y el de Granada Abd Allah solicitaron encarecidamente auxilio al rey castellano Alfonso VI; todo fue inútil dado que Alfonso todavía recordaba sus heridas de Sagrajas. Los almorávides se extendieron con inusitada rapidez, las taifas dejaron manifiesta su debilidad al caer como un suspiro ante las tropas de Yusuf. En pocos meses al-Ándalus quedaba de nuevo unificada bajo el mando de los almorávides, la diferencia estribaba en que ya no era un orgulloso imperio, sino, más bien, una simple provincia del emergente poder magrebí.

Los puritanos almorávides chocaron de frente con los refinados y liberales andalusíes. Los rudos bereberes no entendían la visión hedonista que de la vida tenían aquellos sofisticados y lejanos hermanos de religión.

Yusuf impulsó medidas religiosas poco gratas para los habitantes de un territorio muy acostumbrado a la tolerancia y a la convivencia étnica. Esta austeridad vital, preconizada por implacables gobernantes políticos y religiosos de la total confianza almorávide, provocó una huida en masa de mozárabes y judíos hacia los territorios cristianos, quienes serían muy útiles en repoblaciones de la tierra de nadie. Asimismo, muchos musulmanes prefirieron quedarse en las ciudades y tierras reconquistadas por los cristianos: se les denominó «mudéjares». De esta manera los fanáticos almorávides reconfiguraban el mapa social de la península Ibérica. Su actitud religiosa entorpeció ostensiblemente el intercambio cultural que hasta entonces se había mantenido sin mayor obstáculo. Todos sufrieron su presencia y la Reconquista se retrasó algunas centurias dada la tenacidad bélica demostrada por los ejércitos almorávides. Sólo una figura tan brillante como la del Cid Campeador fue capaz de hacerles frente con la consecución de grandes victorias como la de Cuarte, pero por desgracia Rodrigo Díaz de Vivar falleció en el verano de 1099 lo que supuso un enorme respiro para Yusuf y los suyos.

Durante el siglo XII los almorávides mantuvieron su dominio sobre al-Ándalus. Finalmente, hacia 1145 su poder quedó cubierto por la irrupción de una nueva dinastía musulmana; había germinado un nuevo imperio, el de los almohades.

¿Cómo se enfrentarían los reinos cristianos a los sucesores de los violentos almorávides? Lo sabremos de inmediato.

PRINCIPALES SUCESOS MUSULMANES DEL SIGLO XI

1002. Muerte de Almanzor en Medinaceli, le sucede su hijo Abd al-Malik.

1003-1005. Aceifas contra Castilla y León.

1008. Muerte de Abd al-Malik, le sucede Abd al-Rahman, conocido como «Sanchuelo».

1009. Revolución de la aristocracia cordobesa. Muerte de «Sanchuelo» y abdicación de Hisham II. Comienza una sucesión de hasta nueve califas que culminará en 1031.

1012. Independencia de Granada.

1017. Independencia de Zaragoza.

1022. Independencia de Badajoz.

1023. Independencia de Sevilla.

1031. Disolución del califato omeya de Córdoba. Nacen los reinos de taifas.

1038-1073. Badis de Granada.

1042-1069. Al-Mutadid, rey de Sevilla.

1043-1075. Al-Mamun, rey de Toledo.

1045-1063. Al-Muzafar, rey de Badajoz.

1046-1081. Al-Muktadir, rey de Zaragoza.

1069-1091. Al-Mutamid, rey de Sevilla.

1079. Alfonso VI inicia ataques sobre los reinos de taifas. Se incrementa el pago de parias y se establecen las primeras relaciones de Sevilla con el imperio almorávide.

1085. Castilla conquista el reino de Toledo.

1086. Los almorávides desembarcan en Algeciras. Ese mismo año gran victoria musulmana en Zalaca (Sagrajas).

1090. El líder almorávide Yusuf conquista y disuelve los reinos de taifas.

1097. Victorias musulmanas en Consuegra, Malagón, Cuenca y Alcira.

SIGLO
XII

Nuestro único destino es librar a la península de cristianos… No fracasaré en mi intento de devolver al islam todas las provincias que los cristianos les han arrebatado… Para luchar con mis enemigos inundaré España con hombres de a pie y de a caballo que ni siquiera piensen en el descanso, que no conozcan la vida fácil, y cuyo sólo pensamiento sea ocuparse de sus caballos y de sus armas, y obedecer las órdenes de sus amos.

Palabras del líder almorávide Yusuf recogidas por el historiador musulmán Marrakeshi.

La época de Alfonso VII.

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