Conocida es la escena del rey mirando lascivamente el baño de Florinda, y el encuentro forzado que se produjo entre los dos. Florinda, en la tradición, era hija del conde Julián, que la habría enviado a la corte toledana, tal y como hacían otros nobles godos con sus hijos, con el objeto de dar a los descendientes instrucción y educación preferente al lado del rey. Florinda destacaba por su belleza y virtud, facetas que no le pasaron inadvertidas al lujurioso Rodrigo que, impetuoso, desfloró a la joven en contra de su voluntad. La noticia del hecho llegó a Ceuta, donde un atormentado padre buscó cobrarse venganza permitiendo a los musulmanes el paso a Hispania. Como vemos, las leyendas animaron mucho este momento final.
Sea como fuere, la situación en el año 710 no invitaba al optimismo, más bien lo contrario. Los árabes eran poderosos y no estaban dispuestos a dejar pasar la oportunidad única de apropiarse de un territorio rico y cuajado de fertilidad. La guerra fratricida entre facciones godas abonó el campo del conflicto. Los witizanos pidieron ayuda a Musa o Muza, gobernador del norte de África por delegación del califa de Damasco. Seguramente no esperaban de los árabes nada más que la ayuda militar y el consiguiente tributo. Otros líderes visigodos ya habían recurrido a estas alianzas en épocas anteriores: nos acordamos de Atanagildo llamando a los bizantinos, o de Sisenando buscando el refuerzo de los francos; por tanto, no era descabellado buscar el amparo de aquel poder emergente, sobre todo si tenemos en cuenta que la situación de los seguidores de Agila II comenzaba a ser angustiosa. Ese mismo año una partida de 500 bereberes bajo el mando del capitán Tarif Ibn Malluk ponía pie en Hispania con el propósito de un reconocimiento militar de la zona. Tarif y los suyos cumplieron con éxito la misión y regresaron a África con un cuantioso botín; el recuerdo de aquella acción inicial dio nombre a la actual Tarifa. Un año más tarde, el rey Rodrigo movilizó a su ejército ante una sublevación vascona en las cercanías de Pamplona. Hacia ese lugar partió, y la casualidad o el servicio secreto witizano hicieron que fuera el momento aprovechado por los musulmanes y sus aliados para iniciar la agresión.
En abril del año 711 cuatro hermosas naves del patrimonio que poseía el conde Julián comenzaron a transitar las aguas del estrecho con miles de hombres reclutados en las poblaciones berberiscas. Al frente de la expedición se encontraba Tariq Ibn Ziyad, lugarteniente de Musa, además de un espléndido estratega militar. Durante varios días centenares de soldados fueron llegando a las estribaciones de un monte que pasaría desde entonces a denominarse Gibraltar, la montaña de Tariq.
El contingente bélico musulmán estaba compuesto por casi 7.000 guerreros que pronto comenzaron a fortificarse a la espera de refuerzos. La oleada invasora no tardó en ser conocida por toda la Bética; en la zona operaba Bencio, Bancho o Sancho, un supuesto sobrino de Rodrigo, que se lanzó contra los musulmanes terminando en una estrepitosa derrota. El rey recibió la noticia mientras se empleaba a fondo en su campaña contra los vascones, bajando con más prisa que acierto al sur y reclutando en su marcha a todos los efectivos disponibles.
Es complicado efectuar valoraciones sobre el peso numérico del ejército godo alistado por Rodrigo. Según la crónica poética, nos acercaríamos a los 100.000 hombres, lo que sin duda es una exageración. Sabemos que las tropas visigodas eran más cuantiosas que las sarracenas, pero no en esa medida. Los árabes disponían de 7.000 guerreros a los que se sumaron otros 5.000 llegados de África; a los 12.000 resultantes se añadieron tropas auxiliares de origen judío o witizano, por lo que debemos imaginar un ejército que rondaba los 20.000 efectivos. Por su lado Rodrigo contaba con el ejército real, además de tropas clientelares de la nobleza leal a su facción. También se movilizó a la totalidad de la guardia personal de Rodrigo, lo que supuso desguarecer la capital, Toledo, y se aceptó a regañadientes el apoyo de nobles seguidores de Witiza entre los que se encontraban los otrora enemigos Oppas y Sisberto. Todo esto nos daría unos 40.000 soldados visigodos dispuestos a repeler al invasor. Las dos formaciones se fueron acercando hacia el inevitable encuentro que se produjo entre el 19 y el 26 de julio del 711 en Wadi Lakkah, tierra perteneciente a la actual Cádiz, hipotéticamente en las riberas del río Guadalete. Aunque otros historiadores situarían la batalla en Barbate, o en la propia Medina Sidonia, lo cierto es que la refriega ha pasado a la historia como la batalla de Guadalete. Los combates fueron duros y comprometidos; Rodrigo tomó la posición central del ejército visigodo, dejando los flancos para las tropas de Oppas y Sisberto. Los encontronazos iniciales dieron paso a una lucha generalizada en todo el frente, hasta que los witizanos descubrieron el plan urdido en fechas anteriores. El complot cobró fuerza cuando Oppas y Sisberto convencieron a otros nobles para que se pasaran a su bando. Una vez conseguidos sus fines, el desconcierto hizo presa en las filas visigodas. Durante horas, nobles y guerreros cambiaron de lado dejando a Rodrigo solo y sin tropas que defendieran sus alas. La confusión dio paso a unos enardecidos musulmanes que, en poco tiempo, rodearon lo que quedaba del ejército leal al rey hasta consumar una aplastante victoria para los hombres de Tariq. Las bajas musulmanas ascendieron a 3.000 soldados, mientras que las visigodas han sido imposibles de cuantificar, pero es de suponer que fueron muchas más. Los restos del maltrecho ejército godo escaparon a duras penas: un grupo más o menos numeroso se refugió en Écija, los demás huyeron hacia el norte. Nadie pudo imaginar en ese verano del 711 que había llegado el fin para el reino visigodo en Hispania.
Rodrigo acabó su reinado en la batalla de Guadalete; son varias las versiones que circulan sobre la muerte del último rey godo. Unos dijeron que murió a manos del propio Tariq, otros afirmarían que murió ahogado en las aguas del Guadalete cuando encontraron los restos de su caballo y armadura en una de las orillas. Lo más fiable es que Rodrigo escapara con el ánimo de recuperarse para poder organizar una resistencia razonable. Esto se puede conjeturar porque años más tarde apareció una extraña tumba en la antigua provincia de Lusitania. El sepulcro fue hallado cerca de la localidad de Viseu; en la lápida se podía leer
Rodericus Rex
. Muriera aquí o allá, lo único cierto es que con él acaban tres siglos de historia visigoda iniciados con el saqueo de Roma y concluidos en la tremenda batalla de Guadalete. Ni siquiera su familia permaneció fiel a la causa visigoda. Egilona, su mujer, murió en el 712 dejando una hija llamada Egilón, que se casó con el gobernador de Al-Ándalus, Abd Al Aziz, tras convertirse al islamismo. Fruto de esa unión nació Ben Abd Al Aziz Omar, que llegó a ser califa de Damasco entre el 717 y 720. Una paradoja del destino hizo que el nieto del tan cristiano Rodrigo llegara a ser califa del mundo musulmán.
Los musulmanes se propagaron rápidamente por la Península, barriendo en pocos años la escasa resistencia planteada por los antiguos dueños de esos lares. Toledo fue tomada casi sin lucha, y un Tariq triunfal se apropiaba del tesoro visigodo. El hecho molestó al receloso Musa, que ante tanta victoria de su lugarteniente decidió él mismo acudir con un ejército de 18.000 guerreros para asumir el éxito de la operación. Las disputas de los dos árabes se extendieron hasta la lejana Damasco, a la que llegaron para pedir justicia al califa en el reparto del botín hispano. Se cuenta que entre las riquezas incautadas brillaba con luz propia la poderosa mesa del rey Salomón, robada por las tropas de Alarico en el saqueo de Roma y redescubierta por Tariq en Toledo. La pista hacia esta insigne reliquia la perdemos en estos años, aunque ni siquiera podemos dar crédito a que la mesa descubierta por el general de Musa fuera la auténtica, pues las descripciones de una y otra son bien distintas. El expolio no fue completo; como ya sabemos, buena parte del tesoro fue escondido en lugares secretos. Hallazgos como el de Torredonjimeno o Guarrazar así lo atestiguan; por otra parte, siempre se dijo que una cuantiosa dotación patrimonial de los godos sigue todavía oculta en Francia, localizada en la vieja septimania, en sitios como Toulouse o Carcasona.
El tesoro superviviente de los godos sigue siendo, hoy en día, un misterio por desvelar.
El aliento inicial de una simple intervención extranjera en un conflicto civil desembocó en el huracán de una invasión en toda regla. Los habitantes de Hispania vieron en eso una liberación, ya que los árabes eran menos exigentes en los impuestos y religión que los anteriores gobernantes, permitiendo libertad de culto y derecho a las propiedades. El pueblo judío obtuvo pingües beneficios de los magnánimos árabes, que encomendaron a los hebreos gestión y gobierno en algunas de las plazas conquistadas. Hubo un cambio en la capitalidad del reino: Toledo cedía ese honor a Córdoba, que desde entonces se convirtió en centro neurálgico de Al-Ándalus y llegó a rebasar el millón de habitantes un siglo más tarde. El esplendor omeya hizo de la bella Córdoba la ciudad más importante de Europa.
Estas conquistas territoriales preocuparon a los witizanos, pues aquello superaba con creces la ayuda que precisaban para obtener el trono visigodo; fue entonces cuando empezaron a reclamar justicia a los impasibles sarracenos. Éstos, ante todo agradecidos por el inmenso botín capturado, decidieron repartir unas migajas entre sus consternados aliados. Al pobre Agila le ofrecieron la devolución de unas tres mil villas incautadas por la monarquía anterior; seguramente, en rigor a la verdad, deberíamos quitar algún cero. El joven respondió muy enojado que no quería limosna sin su perdido trono, pero ya sabemos cuál fue la réplica de los nuevos amos.
En el 716 moría Agila II, sucediéndole su hermano Ardabasto o Ardón, que mantuvo un cierto dominio sobre zonas específicas de la Tarraconense y Septimania hasta el año 720 en el que falleció sin que ningún otro gobernante visigodo asumiera el trono de aquel pueblo abandonado a su suerte.
Únicamente nuestro querido Pelayo, hijo del duque Favila y primo, por tanto, de Rodrigo, supo aguantar desde sus montañas cántabro-asturianas el golpe de ariete musulmán. Su obstinación provocó en el año 718 el combate de Covadonga y el comienzo de una resistencia de casi ochocientos años en la que surgieron reinos feudales que, al entroncarse, dieron como resultado este lugar común que todos llamamos España.
Alarico, 395-410, primer rey o caudillo de la saga.
Reino arriano de Tolosa
Ataúlfo, 410-415, el primer rey visigodo que puso pie en Hispania.
Sigerico, 415, el reinado más breve de la historia visigoda.
Walia, 415-418, vencedor de suevos, vándalos y alanos, y fundador del reino de Tolosa.
Teodorico (Teodoredo I), 418-451, el reinado más longevo de la historia visigoda.
Turismundo, 451-453, el rey valiente vencedor de Atila.
Teodorico II, 453-466, el rey amigo de Roma.
Eurico, 466-484, el rey visigodo que vio caer el Imperio Romano y primero en crear legislación para los pueblos bajo mando visigodo (Código de Eurico).
Alarico II, 484-507, el rey que perdió Tolosa y que impartió justicia por separado a godos y habitantes de origen romano con la ayuda del Breviario que llevaba su nombre.
Reino arriano de Toledo
Gesaleico, 507-511, primer rey visigodo que gobernó en territorios hispanos.
Amalarico, 511-531, reinó quince años bajo la regencia de su abuelo Teodorico I el Grande, dando paso al intermedio ostrogodo.
Teudis, 531-548, el gran general de Teodorico I que llegó a ser rey por su buen gobierno.
Teudiselo, 548-549, con él termina la influencia ostrogoda en Hispania.
Agila, 549-554, uno de los reyes arrianos más intolerantes. Vio llegar a los bizantinos a Hispania.
Atanagildo, 554-567, con él además de los bizantinos llegó la capitalidad para Toledo.
Liuva I, 567-572, primer rey visigodo que asoció al trono a otro en busca de un mejor gobierno del reino.
Leovigildo, 568-586, gran rey legislador impulsor del Codex Revisus y unificador de todos los territorios hispanos bajo el cetro visigodo.
Reino católico de Toledo
Recaredo, 586-601, primer rey que abrazó oficialmente la fe católica, obligando al Estado y al clero arrianos a su conversión.
Liuva II, 601-603, cuarto miembro de una misma dinastía y uno de los reyes más jóvenes en la historia visigoda.
Witerico, 603-610, que intentó devolver al Estado visigodo a la antigua religión arriana sin resultado.
Gundemaro, 610-612, en su reinado se reconoció a Toledo como capital religiosa de Hispania.
Sisebuto, 612-621, rey culto y guerrero, perseguidor de los judíos.
Recaredo II, Febrero-marzo de 621, hijo de Sisebuto y de breve reinado.
Suintila, 621-631, formidable militar que expulsó a los bizantinos de Hispania.
Sisenando, 631-636, que ocupó el trono gracias a la ayuda de los reinos francos.
Chintila, 636-639, fue el rey que llegó al trono con más edad. Su proclamación coincidió con la muerte de Isidoro, la personalidad más interesante en toda la época visigoda.
Tulga, 639-642, uno de los reyes godos más limitados y peor preparados.
Chindasvinto, 642-653, rey amante de las leyes y ejecutor de 700 nobles disconformes con su gobierno.
Recesvinto, 653-672, editor del
Liber Iudiciorum
o
Lex Visigothorum
, obra que recopilaba las principales leyes godas con el añadido de otras nuevas. Su corona superviviente es el más bello ejemplo del arte visigodo.
Wamba, 672-680, último gran rey de los godos, depuesto por engaño al suministrarle un hipnótico haciendo creer que su muerte era inminente.
Ervigio, 680-687, con él comienza el declive del reino visigodo.
Egica, 687-702, bajo el que continúa la hecatombe económica y se decreta la persecución total contra los judíos. El hambre y la peste bubónica diezman a la población.
Witiza, 702-710, en su reinado se mostró más tolerante con los judíos, reprochando a la Iglesia católica algunas actitudes. La precariedad del Estado se aceleró con las hambrunas del 708-709.
Rodrigo, 710-711, último rey de los godos, vencedor de la facción de Agila II. Su reinado terminó de forma sangrienta en la célebre batalla de Guadalete, donde según la crónica poética finalizó el dominio godo sobre Hispania.
Fin del reino católico visigodo de Toledo