La aventura de los godos (13 page)

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Authors: Juan Antonio Cebrián

Tags: #Historia

BOOK: La aventura de los godos
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La aristocracia y el pueblo hispano godo comenzaban a estar hartos del ineficaz monarca. En Septimania surgieron conspiraciones como, por ejemplo, la del conde Bulgar, que en su primer intento fue desarbolada, siendo el cabecilla desposeído de sus cargos y torturado. Incomprensiblemente, Bulgar fue rehabilitado más tarde debido a una visión que tuvo el rey Witerico; esta historia, sea cierta o no, habla de un rey cada vez más egocéntrico y ensimismado en un mundo irreal. Por fin, los descontentos se organizaron y urdieron una estrategia que acabará con siete años de tiranía absurda. Sorprendentemente, Witerico había conseguido unir todas las facciones del reino; al conde Bulgar no le supuso ningún problema buscar el acuerdo de los que anteriormente habían sido enemigos. Nobles afectos y desafectos a Witerico coincidieron en la eliminación física del rey como mejor solución; desde luego, los católicos impulsaron esa idea.

En abril del año 610, Witerico, mediante engaño, acudió a un banquete que supuestamente se daba en su honor. En ese escenario se produjo el magnicidio. No sabemos si fue en el primer plato o le dejaron llegar al postre, lo que sí sabemos es que el cadáver fue arrastrado por las calles de Toledo entre aplausos y vítores del populacho. Finalmente, recibió sepultura en una fosa común sin que nadie le rindiera honores. Así terminó la vida del dos veces traidor Witerico.

XXI
 
Gundemaro

Reuniré en sínodo a los obispos para dilucidar que Toledo sea capital eclesiástica metropolitana oficial del reino.

Gundemaro, rey de los visigodos, 610-612

Rey enterrado, rey puesto

Gundemaro integraba el cuerpo de nobles afines a la ideología religiosa impuesta por Recaredo. Era duque de la Septimania y en los tiempos del fundamentalista Witerico se había ocupado de recibir a la enorme cantidad de exiliados y perseguidos que llegaban desde el sur. En la Narbonense se gestó la trama para suprimir a Witerico, pues Gundemaro era buen amigo del conde Bulgar que tanto hizo por aguar la fiesta del arriano. Una vez muerto, Witerico fue enterrado sin mayores miramientos; este dato es revelador del odio generado por el personaje entre su pueblo, pues lo normal era que un rey recibiera amplio tratamiento y cariño por parte de sus súbditos en el momento final de su existencia.

Los visigodos no practicaban la incineración, sólo en algunos casos de muerte producida en el campo de batalla, reyes o nobles eran quemados, con alta distinción, entre rezos y admiración de sus guerreros.

Los godos habían adoptado innumerables costumbres de los romanos; una de ellas, la de enterrar a sus muertos rodeados por joyas y utensilios de su gusto en vida. Los romanos abandonaron esta práctica a finales del siglo III y principios del IV; los visigodos, en cambio, mantuvieron la tradición funeraria de cubrir al cadáver con su mejor patrimonio hasta bien entrado el siglo VI, cuando la conversión al catolicismo aconsejó utilizar mejor las riquezas del finado sobre la tierra y no dejarlas bajo ella para que fueran expoliadas por vulgares bandidos.

Los cuerpos eran sepultados a escasa profundidad y de forma horizontal; las tumbas eran rodeadas por lápidas, colocando una losa encima y otra debajo, a modo de ataúd.

El lecho mortuorio se abría generalmente con el cadáver del cabeza de familia, y, poco a poco, se iba completando con sus familiares más allegados. Los cuerpos se enterraban vestidos con la cara hacia arriba y orientados al este.

En la necrópolis excavadas se puede ver cómo en las tumbas anteriores al siglo VI abundan objetos de la vida cotidiana (vajillas, alfarería variada) y algunas joyas de oro, plata y bronce. Las posteriores a ese siglo nos enseñan, sobre todo, hebillas y fíbulas, complementos del vestuario y muy pocos ornamentos que se escapen a ese ámbito textil.

Sospecho que Witerico no se llevó mucho equipaje a su destino final en una fosa común. Esa noche las calles de Toledo vivieron muchas escenas dispares; una de ellas, el linchamiento público de Witerico; otra más agradable, la aclamación del nuevo monarca Gundemaro, elegido por consenso de la nobleza católica, ya que era un personaje respetado y querido por todos. Su vigencia como rey fue breve, sin que pudiera acreditar las buenas dotes de gobernante que se le suponía. Nada más ocupar el trono hizo frente a un grave problema que se mantenía en el tiempo, la confirmación oficial de Toledo como capital religiosa del reino visigodo. En el año 610 se celebró un sínodo con la participación de los quince obispos de la provincia Cartaginense y el asesoramiento de otros notables eclesiásticos como Isidoro, obispo de la Bética. La congregación pretendía el traslado de la capitalidad metropolitana de Cartago Nova a Toledo; no olvidemos que la primera había sido ocupada militarmente por Bizancio en el 554. Esta reunión supuso para Toledo el reconocimiento como capital religiosa del reino, además del que ya ostentaba como sede de la corte. La celebración de este sínodo que a simple vista no tenía otro objetivo más que el de cubrir el pequeño trámite de la nueva ubicación metropolitana nos puede hacer pensar que Witerico no devolvió el reino al arrianismo; de lo contrario, no hablaríamos de sínodo provincial, sino de gran concilio de todos los obispos hispanos para remediar el posible daño efectuado.

En el terreno militar el enfrentamiento con bizantinos y vascones se mantuvo de forma moderada; con los imperiales chocó en alguna ocasión, mientras que los norteños fueron hostigados y calmados como siempre. En febrero del 612 moría en Toledo el rey Gundemaro por causas naturales, siendo muy llorado.

XXII
 
Sisebuto

Acabaré con la vida y propiedades de todo aquel judío que no acepte nuestra fe católica como la verdadera.

Sisebuto, rey de los visigodos, 612-621

Intolerancia católica

El reinado de Sisebuto se prolongará nueve años, y en él quedarán impresas algunas características que permanecerán hasta el final del período visigodo en Hispania. La fundamental es sin duda el inicio de la persecución religiosa contra los judíos. Si bien es cierto que en las relaciones entre las dos comunidades religiosas nunca hubo acuerdo, las disputas de arrianos y católicos habían mitigado las desavenencias cristiano-judías. Algunos reyes veían mal el ascenso brillante de propietarios judíos, quienes pagaban tributos pero se mantenían ajenos a las costumbres de la sociedad goda.

A Sisebuto le cabe el triste honor de ser el artífice de un primer capítulo que culminará siglos más tarde con la total expulsión de este pueblo en tiempos de los Reyes Católicos.

La intolerancia contra los judíos quedó manifiesta nada más llegar al trono; desde luego que el odio no surgió por generación espontánea, ya que todo se había incubado siglos atrás. Una de las medidas adoptadas fue la de promulgar una ley que puso la vida muy difícil a los seguidores del Antiguo Testamento. En esa normativa se prohibía tajantemente a los judíos poseer esclavos, lo que fue duro de encajar para una comunidad acostumbrada, desde muy antiguo, a prosperar con la participación de trabajadores con procedencia diversa —no olvidemos que la esclavitud era práctica común en la sociedad de aquellos días, y resultaba complicado que negocios o labranzas salieran adelante sin que los brazos de los esclavos ayudaran—. Los judíos se vieron obligados a vender sus esclavos a los cristianos sin que pudieran hacerlo a nadie más que no fuera de esa creencia.

Por tanto, la etnia judía quedaba claramente en desventaja frente a la católica; por si fuera poco, también se prohibía la conversión al judaísmo bajo penas severísimas. Por ejemplo: si un judío inducía a un cristiano a renegar de su fe, el judío era ejecutado y privado de sus tierras y bienes, mientras que al cristiano renegado se le suministraban varios latigazos como reprobación de sus actos. Si a pesar de esto mantenía la idea de no volver al catolicismo, entonces era decalvado y convertido en esclavo del rey o de alguien designado a tal fin.

También quedó erradicada la posibilidad de matrimonios mixtos y sobre los que ya existían se aplicó la obligatoriedad de conversión para el cónyuge que fuera judío, así como el bautismo católico a los niños nacidos de esas uniones. No obedecer este mandato suponía el exilio y la confiscación de patrimonio.

La ley entró en vigor el 1 de julio del 612, y fueron muchos los judíos que huyeron a Francia intentando evitar males mayores, pero hay que decir que la gran mayoría acató la decisión real esperando que disminuyera la presión persecutoria inicial, como de hecho ocurrió.

Cristianos y judíos parecían incompatibles, unos recelaban de los otros y la convivencia alcanzaba puntos de máxima tensión en determinados momentos, y éste fue uno de ellos. En los reinados anteriores las posturas más o menos flexibles de monarcas como Alarico II o el propio Recaredo habían permitido que los dos pueblos caminaran juntos a pesar de las acentuadas diferencias que todos se obstinaban en señalar. Con Sisebuto la situación de los judíos empeoró notablemente, asunto que posteriores mandatarios visigodos se encargaron de perpetuar.

No todo fue triste en esos años de persecuciones. Sisebuto también mostró querencia por las bellas artes, él mismo se preocupó de cultivarlas y fomentarlas llegando a ser un buen escritor, como demostró en su hagiografía dedicada a la vida de san Desiderio, lo que acercó su personalidad a la de Isidoro de Sevilla. El sabio no se mostraba conforme con el edicto contra los judíos, limitándose a aceptar la política de hechos consumados del gobierno. A pesar de esta desaprobación, Isidoro y Sisebuto congeniaron hasta el punto de que el futuro santo le dedicó uno de sus libros,
De Rerum Natura
, obra que trataba aspectos físicos y cosmográficos.

Al rey debió interesarle mucho la ciencia, pues en una expedición contra los astures y vascones acertó a escribir un poema que envió a Isidoro con una cariñosa dedicatoria. La composición llevaba por título
Astronomicon
y constaba de cincuenta y cinco versos hexámetros latinos. El texto se basaba en los eclipses acontecidos entre el 611 y 612 que se pudieron ver en la Península Ibérica, hecho que atrajo a las gentes poco romanizadas hacia el paganismo, con la consiguiente preocupación de la Iglesia y gobierno visigodo.

El erudito rey no descuidó el escenario militar. En sus primeros años de reinado sofocó revueltas de las tribus norteñas, llegando a encabezar una operación de desembarco en Cantabria, donde luchó contra los rebeldes nativos con resultado incierto. Más beneficios obtuvo de la campaña lanzada contra los bizantinos, en la que su brillante general Suintila consiguió exitosos avances, llegando a tomar las ciudades de Málaga y Cartago Nova. Según algunos historiadores, puso pie en tierras africanas y se hizo con el control de Ceuta, aunque esa posibilidad ha sido cuestionada por otros. Lo cierto es que Sisebuto no expulsó definitivamente a los bizantinos por la supuesta actuación del gobernador imperial Carsarius, que propuso un plan de paz para evitar más derramamiento de sangre en aquella guerra. Sisebuto, muy cansado por el conflicto, aceptó permitiendo que los imperiales se quedaran un poco más en Hispania, limitados a las zonas del Algarve, además del dominio sobre Baleares.

El rey Sisebuto ha pasado a la historia como uno de los exponentes de la intransigencia católica con su intento de que toda la población de su reino fuera de esa confesión; también ha quedado como monarca culto y amante del saber, y se convirtió en protector de las letras y estudios de la España visigótica. La arquitectura de ese período es bastante pobre, pero cabe atribuirle la inauguración el 26 de octubre del 618 de la basílica dedicada a santa Leocadia, futura sede de cuatro concilios toledanos.

La muerte de Sisebuto es objeto de polémica; unos cronistas defienden la causa natural, pero la opinión más extendida es que el rey fue envenenado por una intriga palaciega encabezada por el duque Suintila, que aspiraba al trono real. El hecho se produjo en Toledo en febrero del año 621, siendo Sisebuto enterrado con honor y dejando a los nobles la difícil tarea de elegir al rey más conveniente para todos.

XXIII
 
Recaredo II

Algunos nobles fieles a mi padre desconfían de Suintila; eso hace que tema por mi vida.

Recaredo II, rey de los visigodos, 621

Renacimiento isidoriano

La muerte del rey escritor dejó algunas incógnitas que el Aula Regia trató de resolver lo antes posible. Siempre era difícil encontrar el candidato más adecuado al trono. En esta ocasión había dos dispuestos a ello: por un lado el pequeño Recaredo, primogénito de Sisebuto y fácilmente manipulable dada su corta edad; por otro, Suintila, el mejor general del reino, perteneciente a la facción nobiliaria dominante en la corte de Toledo. La elección no hubiese supuesto ningún problema para el duque, pero su presunta implicación en la muerte de Sisebuto lo alejó momentáneamente del cargo que tanto deseaba y los nobles más conservadores impusieron su criterio fomentando la idea de que un niño era más moldeable que un beligerante militar, por eso fijaron como más aprovechable la elección del hijo de Sisebuto, que pasó a llamarse Recaredo II.

Al duque Suintila esta decisión le enojó profundamente, pues comprobó cómo muchos nobles no confiaban en su persona para asumir el cargo. Sea como fuere, a los dos meses de reinado, Recaredo II moría en extrañas circunstancias sin haber aportado más que un nombre a la lista de reyes godos. En ese momento el hombre fuerte del reino hizo valer sus argumentos sin que nadie discutiera su elección como monarca; corría el mes de marzo del año 621.

Estos avatares políticos coincidían en el tiempo con un emergente resplandor cultural inusitado en aquellos siglos de barbarie europea, y que benefició de lleno a España gracias a la figura del magnífico Isidoro de Sevilla, futuro santo de la Iglesia católica y máximo impulsor de la cultura medieval. Su obra fue decisiva para entender la época en la que vivió. No es de extrañar que esos años se conocieran como Renacimiento Isidoriano.

Isidoro continuó con el trabajo iniciado por su hermano mayor Leandro. Sobre Isidoro mucho se ha contado; en ocasiones las leyendas se adueñaron de su biografía, pero podemos exponer algunas como aquellas que nos hablan del mundo infantil de Isidoro: en una ocasión, siendo todavía un bebé, un enjambre de abejas entró en la habitación donde se encontraba durmiendo: incomprensiblemente, los valientes insectos no atacaron al retoño, sólo se limitaron a depositar miel en sus labios. El hecho no pasó desapercibido para sus exégetas y dio la justificación que explicará el dulce verbo del que hizo gala el buen obispo en sus predicaciones.

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