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Authors: Fernando Trujillo

La biblia de los caidos (40 page)

BOOK: La biblia de los caidos
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—Déjame que eche un vistazo a tu pierna.

—¡Que no!

El niño dio un manotazo al aire y luego cruzó de nuevo los brazos.

—Te prometo que no pensaba con claridad. No lo hice a propósito.

—¡Claro que sí! Cargaste con el delincuente, ¡y yo estaba herido! Ese cerdo es el culpable de todo, seguro, y tú le salvaste en lugar de ayudarme a mí.

—Tenías a Miriam para ayudarte. No podía dejarle solo, le hubiera matado el demonio.

—¡Pues que se muera! —Diego dio un puñetazo en el suelo—. Es su hija la que intenta masticarnos. Y no te fíes tanto de Miriam. Cuando las cosas no concuerden con su código asqueroso, verás lo maja que es la tía. Asco de ángeles, de verdad.

Sara no quería hablar de los ángeles, pues el niño se enfurecía, gruñía y se volvía insoportable. Y era muy complicado discutir con alguien que no puede mentir porque eso implica que todo lo que dice es cierto o él piensa que lo es. Además, aunque aún no conocía los detalles de su maldición, parecía más que razonable que tuviera motivos de sobra para albergar ese rencor perpetuo hacia los ángeles y sus seguidores.

—Niño, no puedes enfadarte conmigo, no lo soportaré. Tú me has enseñado lo poco que sé de este mundillo, y me salvaste de Silvia cuando intentaba atraparme durante el exorcismo, ¿recuerdas? Me ayudaste a cruzar las runas y me pusiste a salvo. ¿Cómo podría desearte algún mal? No tiene sentido.

Lentamente y a regañadientes, Diego giró la cabeza hacia ella. Sara le devolvió una mirada arrepentida y sincera.

—Está bien. ¡Maldita sea! No puedo enfadarme contigo si me miras así.

Era una protesta pero el tono revelaba que en el fondo se alegraba.

Sara tuvo la fuerte impresión de que el niño la apreciaba. Podría preguntárselo directamente, para forzarle a que le diera una respuesta, pero sería aprovecharse de su maldición y no lo hizo. La invadió una gran alegría al constatar que al menos un miembro del grupo se llevaba bien con ella y la tenía en buena consideración.

No pudo evitar darle un beso en la frente. Diego fingió que le molestó la muestra de afecto.

—Y ahora, niño gruñón, vamos a ver esa pierna. ¡Dios! Es el peor vendaje que he visto en mi vida.

La rastreadora retiró la camiseta empapada de sangre.

—¡Ay! ¡Cuidado, tía!

La herida seguía sangrando. Sara no tenía conocimientos suficientes para evaluar la gravedad del zarpazo.

—¿No puedes curarte? El Gris estaba mucho peor que tú y le dejaste como nuevo.

—Yo soy la única persona a la que no puedo curar. ¡Putos ángeles! No tendría mucho sentido que pudiera hacerlo, dada la maldición.

Sara cada vez sentía más curiosidad por conocer todos los detalles de la maldición. No entendía cómo algo supuestamente tan terrible le permitía curar a la gente. A ella le sonaba más bien a bendición, incluso a milagro.

Encontró algo de ropa sobre una de las sillas. Rasgó una camiseta para usarla de venda.

—Está limpia, no te preocupes. Menuda chapuza habías hecho. No te muevas, que no me dejas vendarte. Y no te quejes tanto. Eso es. ¿Lo ves? Ya está. ¿No te sientes mejor?

El niño echó un vistazo al improvisado vendaje con ojo crítico.

—No está mal —reconoció.

—Ahora, ¿qué hacemos?

Diego la miró perplejo, como si acabara de preguntar la mayor estupidez del mundo.

—Nada en absoluto. Esperar. No pienso salir de esta sala hasta que vea la cabeza de esa niña en la mano del Gris.

Se llevó las manos detrás de la cabeza y se recostó en una esquina.

—La verdad es que ese trato sí me interesa —dijo el Gris, bajando la mano que empuñaba el cuchillo—. Por mi nombre y mi pasado, sí podemos llegar a un acuerdo.

Silvia se frotó las manos, complacida, y aulló. La pequeña niña-demonio dividió su rostro con una sonrisa torcida.

—Excelente, exorcista. Sabía que nos entenderíamos...

Se agachó y rodó a un lado, con una voltereta rapidísima, justo una fracción de segundo antes de que el puñal del Gris cortara el aire donde estaba su cabeza. El Gris saltó sobre ella. La niña le esquivó, retrocedió varios pasos y saltó, para acabar agarrada a la pared opuesta.

—¿Qué estás haciendo? —gruñó—. Teníamos un trato.

El Gris extrajo su cuchillo de la pared con un tirón limpio.

—Debes de ser un secuaz muy estúpido para intentar engañarme con ese truco tan malo. ¿Crees que es la primera vez que intentan tentarme con mi pasado? Es la artimaña más simplona y poco imaginativa que se puede usar contra alguien con amnesia. Si la mitad de los que me han prometido algo similar hubieran dicho la verdad, a estas alturas recordaría mi vida pasada mejor que si tuviera mis propios recuerdos.

Silvia caminó por la pared con las manos y los pies, hasta situarse enfrente de él, y se posó en el suelo con otra voltereta.

—Estás empezando a cansarme de verdad, exorcista. Hasta ahora he sido paciente, te he dejado pelear, sentirte bien, que pensaras que estás a mi altura. Pero parece ser que no hay forma de que me entregues la página, así que si no puedo lograr mi objetivo, no hay razón para que no te despedace. Ya no me contendré más.

—En algo estamos de acuerdo, demonio, esto es el final. Después de todo, ya he descubierto tu juego. —El Gris dio unas palmadas en el espejo, que ahora estaba a su espalda, desde que habían cambiado sus posiciones—. He visto tu alma, monstruo. Ahora entiendo cómo resististe el exorcismo. Toda esta conversación me da exactamente lo mismo. Solo necesitaba colocarte ante el espejo el tiempo suficiente para estudiarte.

—Se te ha pasado algo por alto, exorcista. Ibas a descubrir la verdad antes o después. Así que esto no cambia nada, no te sientas tan seguro. Y una cosa más. Yo también te he colocado donde quería.

Silvia se arrodilló y golpeó el suelo con sus diminutos puños. El mármol crujió, se abrió una grieta que se propagó a toda velocidad. El Gris reconoció los trazos que siguió la grieta mientras desgarraba el suelo. Era una runa, y él estaba en el centro.

El suelo se vino abajo y el Gris cayó en el agujero.

VERSÍCULO 29

—No pongas esa cara —dijo el niño—. ¿Nunca has visto una herida?

Sara no podía evitarlo. Le daba una pena tremenda ver a un crío de catorce años sufriendo. No importaba que Diego demostrara ser mucho más que un simple adolescente; ella seguía viendo a un chiquillo desvalido que se estaba desangrando.

—Voy a apretarte más la venda. Tengo que conseguir que deje de sangrar.

—No te molestes. Lo que necesito es morfina, no que me duela más aún. ¡Aaaah! ¡Joder! ¡Para ya!

—Ya está, no es para tanto. Necesitarás algo para usar de muleta. —Sara miró alrededor—. No creo que puedas apoyar esa pierna.

Diego soltó un gemido y apretó los dientes.

—Y el delincuente durmiendo. ¿Es que nada le despierta? Me recuerda a Plata en el cuerpo del gordinflón. ¿Pero qué haces?

Sara rompió una silla de madera destrozándola contra la pared. Separó el respaldo del resto de la estructura, y aisló como pudo una de las piezas de madera más largas.

—Al menos te servirá como bastón —dijo enseñándoselo al niño.

La casa entera vibró en ese instante con un gran estruendo. Sara tuvo que rectificar su posición y apoyarse en la pared para no perder el equilibrio. Los cuadros y las sillas cayeron al suelo.

Diego permaneció bastante calmado, mirando al techo, y sin mostrar miedo en ningún momento.

—El Gris está peleando con la perra del infierno —le dijo a Sara.

—¿Cómo lo sabes?

—¿Qué otra cosa podría ser? ¿Un pequeño terremoto en la casa de Mario?

Sara comprobó si algo había caído sobre el millonario, que continuaba inconsciente. Después de ver que estaba bien, regresó con el niño.

—El Gris es el mejor, ¿verdad? Por eso le acompañas.

Diego cambió la posición de la pierna con una mueca de dolor.

—¿Estás asustada?

—Un poco —admitió ella—. Dime que el Gris acabará con ese demonio.

—Has escogido al peor para que te consuele. Yo no puedo mentir, ¿recuerdas? Y un buen consuelo en nuestras circunstancias requiere de una trola que no veas.

—Entonces, ¿no crees que el Gris pueda con la niña?

Diego guardó silencio un rato.

—Eso depende —dijo sin tapujos—. Los demonios puros son invencibles, como los ángeles, es lo que tienen las criaturas de origen divino. Todo el que ha intentado cepillarse a uno ha palmado sin remedio. Luego tenemos a los demonios corrientes, que son esbirros, escoria, pero que reparten bastante. Uno de esos es el que ha poseído a la niña. Los puros no poseen porque no lo necesitan, y además acabarían con el Gris con un estornudo. A los esbirros sí que se los ha cargado el Gris en alguna ocasión, aunque también hemos tenido que salir por patas con alguno que era muy fuerte. Así que la cuestión es lo poderoso que es este en concreto y quién es su amo. Y viendo cómo se ha descojonado de nuestros intentos de expulsarle del cuerpo de Silvia, la cosa no pinta bien.

Sara no sabía qué concluir del tono despreocupado del niño. ¿Ya no tenía miedo? De repente hablaba sin el menor temblor en la voz, como el que está contando el argumento de una película aburrida.

—Pero Elena y Mario dijeron que el Gris es el mejor exorcista —repuso Sara, más para alimentar su propia esperanza que por otro motivo—. ¿No es esa la razón por la que vas con él, porque es el mejor?

—No exactamente. Le acompaño porque me viene de perlas para mi maldición, y la verdad es que me cae bien. Es un poco aburrido, pero es interesante.

—Aún no me has dicho si es o no el mejor —protestó la rastreadora.

En esos momentos le preocupaban más las posibilidades del Gris de acabar con el demonio y salvarles a todos, que las motivaciones personales de Diego.

—El Gris es especial. Ni él mismo conoce sus límites. Es un menda sin alma, en un mundo en el que todo tiene alma, una esencia inmortal, incluso las cosas. Algo como el Gris no debería existir, va en contra de todas las leyes y reglas conocidas. Eso le da ventajas curiosas, como ser inmune a una posesión porque para ello los demonios necesitan fundirse con un alma, y también tiene implicaciones terribles, peores incluso que mi maldición. Vamos, que está bien jodido... A ver, que se me va la olla. No sé si es el mejor o no, pero es capaz de cosas que absolutamente nadie más puede hacer, aunque no sé si eso bastará contra el esbirro de un demonio.

—¿No se supone que mató a un ángel? Por eso Miriam ha venido a detenerle.

El niño puso cara de sorpresa. La rastreadora se sorprendió al descubrir que deseaba que el Gris hubiera matado al ángel, para confirmar que podría con el demonio. Sin embargo, era un pensamiento que debería repugnarla y provocar un rechazo incondicional en su interior. ¿Cómo unirse a alguien que mataba ángeles? Claro que Diego los odiaba, y lo demostraba abiertamente. ¿Por qué continuaba con ellos? Tal vez porque también luchaban contra demonios. Se sintió confusa. La lógica no la ayudaba a clarificar sus ideas. Sus emociones, por otra parte, parecían menos desorientadas, tenían bastante claro que aquel grupo la agradaba, que quería saber más del mundo fascinante por el que discurría su camino. Ni el peligro ni la aversión de Álex lograban mermar los sentimientos que crecían dentro de ella.

—Una buena apreciación, se me había olvidado... —dijo el niño—. Esa historia del ángel apesta. Es imposible. Nunca jamás ha muerto un ángel. Son divinos, ni con alma ni sin ella te los puedes cargar.

—Pero el demonio dijo que despedazó al ángel ese. Lo escuchamos todos.

Diego volvió a guardar silencio, miró al suelo con gesto reflexivo.

—No tiene sentido —dijo al fin—. Si es verdad, el Gris está definitivamente muerto. Los ángeles no permitirán que viva alguien capaz de matarlos. No, tiene que haber otra explicación.

—Me sorprende lo calmado que estás últimamente.

—Ah, bueno, eso es fácil de explicar. —Diego hizo un gesto con la mano para demostrar lo poco preocupado que estaba—. No tenemos escapatoria, así de sencillo. Yo me como la cabeza cuando puedo huir, pero este no es el caso. Si el Gris no se cepilla a la niña, ella nos matará y nadie podrá evitarlo. Y será una putada. Esos cerdos matan de una manera brutal. Muchos torturan. He conocido casos...

—No es preciso que seas tan sincero —le cortó la rastreadora.

—Perdona, cuando se me suelta la lengua no me controlo. Bien mirado, tu situación es la más triste de todos. Yo, en tu pellejo, me estaría acordando de todos los antepasados del Gris. No sé qué te contó, pero seguro que no te advirtió de esto. Nosotros, a fin de cuentas, sabemos de qué va el rollo, pero tú eres una novata, e ingenua hasta decir basta. Debería haberte avisado, o mejor aún, no debería haber dejado que te involucraras. Menudo caso para estrenarte.

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