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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

La Casa Corrino (13 page)

BOOK: La Casa Corrino
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Una imagen de lady Shando Vernius caminaba al lado de la novia. Rhombur no había visto a su madre desde que se habían separado durante la sangrienta conquista de los tleilaxu. Ella siempre había esperado mucho de su hijo.

Los cuatro se reunieron en el pasillo central, las holoproyecciones de Dominic y Shando a los lados, Rhombur y Tessia en el centro. Tras ellos trotaba el sacerdote, cargado con una gruesa copia de la Biblia Católica Naranja. La multitud calló. Los guardias se pusieron firmes y alzaron la bandera ixiana. Duncan Idaho sonrió, y después adoptó una expresión más seria.

Sonaron las trompetas, y el
Concierto Nupcial Ixiano
se oyó en toda la sala de baile. La novia, el novio y el séquito avanzaron por el pasillo alfombrado. Rhombur caminaba con un paso mecánico impecable, sacando pecho como un noble orgulloso.

Aunque el espacio para el público era limitado, las imágenes de la ceremonia se transmitían a todo el planeta y capturaban cada momento. El pueblo de Caladan era muy amante de los espectáculos.

Rhombur se concentraba en mover las piernas, y en el aspecto adorable de Tessia.

Jessica estaba sentada en el primer banco, y de vez en cuando miraba a Leto, quien estaba de pie cerca del altar. Entornó los ojos e intentó dilucidar qué estaba pensando. Pese a sus poderes de observación Bene Gesserit, le costaba penetrar en la mente de Leto. ¿De quién había aprendido eso? De su padre, sin duda. Pese a que llevaba veinte años muerto, el viejo duque todavía ejercía una profunda influencia sobre su hijo.

Al llegar al altar, Rhombur y Tessia se separaron, para dejar que el sacerdote pasara entre ellos. Después, volvieron a juntarse ante él, y las holoformas de Dominic y Shando se quedaron al lado de Leto, que era el testigo. La música nupcial terminó, y se hizo el silencio en la sala.

El sacerdote cogió dos palmatorias incrustadas de joyas de una mesa dorada que había sobre el altar, y las alzó en el aire. Después de tocar un sensor oculto, un par de velas surgieron de cada base y ardieron en llamas de diferentes colores, una púrpura y otra rojiza. Mientras recitaba la fórmula matrimonial, entregó una palmatoria a Rhombur y otra a Tessia.

—Nos hemos reunido aquí para celebrar la unión del príncipe Rhombur Vernius de Ix y la hermana Tessia Yasco de la Bene Gesserit.

Pasó las páginas de la Biblia Católica Naranja, que descansaba sobre un atril ante él, y leyó varios pasajes, algunos de los cuales habían sido propuestos por Gurney Halleck.

Rhombur y Tessia se volvieron y cada uno extendió su vela hacia el otro. Las llamas se mezclaron y transformaron en una sola, púrpura y rojiza. Rhombur levantó el velo de Tessia para descubrir su rostro radiante e inteligente, henchido de bondad y amor. Su cabello castaño brillaba, y sus ojos centelleaban. Al ver a su novia, Rhombur no pudo creer que se hubiera quedado a su lado. Sintió el ardor de unas lágrimas imaginarias que su cuerpo mutilado ya no era capaz de verter.

Leto se adelantó, con los anillos sobre una bandeja de cristal. El príncipe y su prometida intercambiaron los anillos sin dejar de mirarse.

—Ha sido un camino largo y duro —dijo Rhombur con su voz electrónica—, para nosotros y para todo mi pueblo.

—Siempre estaré a vuestro lado, mi príncipe.

Comenzó el himno triunfal del
Concierto Nupcial
, y la pareja regresó por el pasillo, cogidos del brazo. Tessia sonrió.

—No ha sido tan difícil, ¿verdad?

—Mi cuerpo artificial es capaz de soportar hasta las torturas más refinadas.

La risa gutural de Tessia provocó que varios asistentes rieran con ella, y se preguntaran cuál había sido su respuesta.

La pareja y sus invitados bailaron, bebieron y comieron durante toda la noche. Rhombur empezó a pensar en nuevas posibilidades.

Pero aún no sabían nada de Thufir Hawat y Gurney Halleck.

La mañana después de la boda, Jessica recibió un mensaje que llevaba el sello escarlata y dorado de la Casa Corrino.

Un intrigado Leto estaba a su lado, frotándose los ojos enrojecidos. Jessica no había contado las copas de vino de Caladan que el duque había consumido durante la noche.

—No es frecuente que mi concubina reciba comunicados de la corte imperial.

Jessica cortó el sello con una uña y extrajo un rollo de pergamino imperial, escrito en el código Bene Gesserit. Jessica procuró no mostrar sorpresa cuando tradujo el texto a Leto.

—Mi duque, lady Anirul Corrino solicita oficialmente que vaya a la corte imperial. Dice que necesita una dama de compañía y… —Contuvo el aliento cuando leyó—. Mi antigua maestra Mohiam ha sido nombrada nueva Decidora de Verdad del emperador. Me ha recomendado a lady Anirul, y esta ha aceptado.

—¿Sin consultarme a mí? —dijo Leto, encolerizado—. Me parece extraño… y caprichoso.

—Estoy sujeta a las órdenes de la Hermandad, mi duque. Siempre lo habéis sabido.

Leto frunció el ceño, sorprendido consigo mismo, porque al principio se había resistido a aceptar a Jessica.

—De todos modos, no me gusta.

—La esposa del emperador piensa que podría quedarme… durante todo el embarazo.

Su rostro oval expresaba sorpresa y confusión.

Leto cogió el pergamino y lo miró, pero fue incapaz de descifrar los extraños símbolos.

—No lo entiendo. ¿Conoces a Anirul? ¿Por qué has de dar a luz en el palacio? ¿Shaddam intenta tomar como rehén a un Atreides?

Jessica volvió a leer el pergamino, como si las respuestas estuvieran escondidas en él.

—La verdad, mi duque, yo tampoco lo entiendo.

Leto estaba preocupado por una situación que no controlaba ni comprendía.

—¿Esperan que abandone mis obligaciones aquí y me traslade a Kaitain contigo? Estoy muy ocupado.

—Yo… creo que la invitación es para mí sola, mi duque.

Leto la miró, asombrado. Sus ojos grises centellearon.

—Pero no puedes dejarme. ¿Y nuestro hijo?

—No puedo rechazar esta invitación, mi duque. No solo se trata de la esposa del emperador. Anirul es una Bene Gesserit poderosa.

Y de Rango Oculto.

—Las Bene Gesserit siempre tenéis motivos secretos. —Las hermanas habían ayudado a Leto en el pasado, pero nunca había descubierto por qué. Contempló el pergamino ilegible que Jessica sostenía en su esbelta mano—. ¿Es una invitación de la Bene Gesserit, o Shaddam está tramando algo? ¿Podría estar relacionado con mi ataque a Beakkal?

Jessica cogió su mano.

—Carezco de respuestas para vuestras preguntas, mi duque. Solo sé que os echaré muchísimo de menos.

El duque sintió un nudo en la garganta. Incapaz de hablar, su única respuesta fue abrazar a Jessica.

18

El hecho de que cualquier familia del Imperio pueda utilizar sus armas atómicas para destruir las bases planetarias de cincuenta Grandes Casas o más no ha de preocuparnos demasiado. Es una situación que podemos controlar. Si somos lo bastante fuertes.

Emperador F
ONDIL
III

A la luz de la importancia del anuncio que iba a hacer aquel día, Shaddam IV había ordenado que el Trono del León Dorado fuera trasladado a la opulenta sala de audiencias imperial. Se sentó sobre el pesado bloque de cristal tallado, llevaba un manto carmín, de majestuoso aspecto, tal como se sentía, mientras aguardaba con impaciencia la reacción del Landsraad.

Después de esto, las Casas rebeldes sabrán que corren peligro si no me hacen caso.

Detrás de las puertas cerradas que daban acceso a la inmensa sala oía el murmullo de los impacientes representantes convocados. Ardía en deseos de ver su expresión cuando descubrieran lo que había hecho en Zanovar.

El pelo rojo de Shaddam untado con brillantina brillaba bajo los globos luminosos. Tomó un largo sorbo de café especiado de una delicada taza de porcelana, estudió los dibujos pintados a mano sobre su superficie. La preciosa copa sería destruida, como todo en Zanovar. Adoptó una expresión terrible y paternal. Hoy no sonreiría, pese al placer que sentía.

Lady Anirul salió de un pasadizo secreto y entró en la sala de audiencias, con la barbilla levantada. Caminó sin vacilar hacia el trono, indiferente a la magnífica decoración. Shaddam masculló por lo bajo, maldijo su falta de previsión al no cerrar todas las entradas a la sala. Tendría que hablar del problema con el chambelán Ridondo.

—Mi esposo y emperador. —Anirul se acercó a la base del estrado y miró hacia el trono legendario—. Antes de que empecéis, he de hablar con vos de un asunto. —El pelo castaño de Anirul estaba recién peinado, y sujeto con una hebilla de oro—. ¿Conocéis el significado de este año?

Shaddam se preguntó qué estaría tramando la Bene Gesserit a sus espaldas.

—Estamos en 10175. Si no sabéis consultar un calendario imperial, cualquier cortesano os habría podido informar sin dificultades sobre la fecha. Ahora, dedicaos a vuestros asuntos, pues debo anunciar algo importante.

Anirul ni se inmutó.

—Es el centenario del fallecimiento de la segunda esposa de vuestro padre, Yvette Hagal-Corrino.

El emperador frunció el ceño, mientras intentaba seguir el razonamiento de su esposa.
¡Maldita sea! ¿Qué tiene que ver esto con mi gran victoria en Zanovar?

—Si eso es cierto, tenemos todo el año para celebrar este aniversario. Hoy he de anunciar un decreto al Landsraad.

Su esposa se mantuvo impertérrita.

—¿Qué sabéis de Yvette?

¿Por qué las mujeres se emperran en hablar de asuntos intrascendentes en los momentos más inconvenientes?

—No tengo tiempo para adivinanzas sobre la historia familiar.

Sin embargo, obligado por su mirada insistente, reflexionó un momento, al tiempo que consultaba un crono ixiano de pared. De todos modos, los representantes sabían que nunca era puntual.

—Yvette murió años antes de que yo naciera. Como no era mi madre, nunca me interesé mucho por ella. Tiene que haber video-libros en la biblioteca imperial, si queréis averiguar…

—Durante su largo reinado, vuestro padre tuvo cuatro esposas, y solo permitió a Yvette que se sentara en un trono a su lado. Se dice que fue la única noble a la que amó de verdad.

¿Amor? ¿Qué tiene que ver eso con matrimonios imperiales?

—Por lo visto, mi padre también sintió un profundo afecto por una de sus concubinas, pero no se dio cuenta hasta que ella decidió casarse con Dominic Vernius. —Frunció el ceño—. ¿Intentáis establecer comparaciones? ¿Queréis que profese en público mi afecto por vos? ¿Cuál es el problema?

—Es el problema de una esposa, pero también de un marido. —Anirul esperaba al pie del estrado, sin dejar de mirarle—. Quiero tener un trono aquí, a vuestro lado, Shaddam, como lo tuvo la esposa favorita de vuestro padre.

El emperador bebió la mitad de la taza para calmarse. ¿Otro trono? A pesar de haber ordenado a espías Sardaukar que vigilaran a Anirul, no habían descubierto todavía nada acusador, y era probable que jamás lo consiguieran. No era fácil penetrar en los secretos de la Bene Gesserit.

Sopesó posibilidades y opciones. Que el Landsraad viera que una Bene Gesserit estaba sentada a su lado podría beneficiarle, sobre todo si persistía en sus agresiones contra ladrones de especia.

—Lo pensaré.

Anirul chasqueó los dedos y señaló una entrada arqueada, donde aparecieron dos hermanas que dirigían a cuatro fornidos pajes, cargados con un trono. No cabía duda de que pesaba bastante, aunque la silla era más pequeña que la del emperador, pero construida del mismo cuarzo de Hagal verdeazulado transparente.

—¿Ahora? —El emperador derramó café sobre su manto carmín cuando se puso en pie de un brinco—. ¡Anirul, tengo que tratar asuntos importantes!

—Sí, y yo debería estar a vuestro lado. Solo será un momento.

Hizo una señal a dos pajes más que caminaban detrás del trono.

Shaddam, furioso, examinó la mancha oscura de la túnica y tiró la taza, que se hizo añicos al estrellarse contra el suelo. A fin de cuentas, tal vez sería este el mejor momento, pues su anuncio iba a provocar un gran alboroto. Aun así, detestaba dejar que Anirul ganara…

Los pajes, jadeando, dejaron el segundo trono sobre el suelo pulido con un ruido seco, y después lo izaron para subir la escalinata.

—Sobre la plataforma principal no —dijo Shaddam, con un tono que no admitía réplica—. Dejad el asiento de mi esposa sobre el nivel inferior al mío, a la izquierda.

Anirul no conseguiría todo lo que deseaba, por más que intentara manipularle.

La mujer sonrió, lo cual provocó que Shaddam se sintiera mezquino.

—Por supuesto, esposo mío. —Anirul retrocedió para examinar la disposición, y asintió satisfecha—. Yvette era una Hagal, y construyeron su trono a imagen y semejanza del de Elrood.

—Más tarde ya hablaremos de historia familiar.

Shaddam gritó a un ayudante que le trajera un manto limpio. Un criado recogió los restos de la taza, sin hacer casi ruido.

Anirul levantó la falda y se sentó en su trono nuevo, con la majestuosidad de un pavo real.

—Creo que ya estamos preparados para recibir a vuestros visitantes.

Sonrió a Shaddam, pero este mantuvo una expresión grave mientras se ponía el manto limpio, esta vez de un azul oscuro. Shaddam cabeceó en dirección a Ridondo. —Procedamos.

El chambelán ordenó que se abrieran las puertas de oro, cuyos goznes habrían podido utilizarse en compuertas de carga de un crucero. Shaddam se esforzó en ignorar a Anirul.

Hombres ataviados con capas, mantos y trajes de etiqueta entraron en la sala de audiencias. Estos observadores invitados representaban a las familias más poderosas del Imperio, así como a algunas Casas inferiores que acumulaban enormes reservas ilegales de melange. Muchos parecieron sorprenderse por la inesperada presencia de Anirul sobre el estrado.

Shaddam habló sin levantarse.

—Mirad y aprended.

Alzó una mano, y las estrechas ventanas que rodeaban el techo se oscurecieron. La luz de los globos se atenuó, y holoimágenes aparecieron ante el enorme trono de cristal. Ni siquiera Anirul había visto las imágenes todavía.

—Esto es todo cuanto queda de las ciudades de Zanovar —dijo Shaddam en tono amenazador.

Apareció un yermo ennegrecido, grabado por cámaras de vigilancia automáticas Sardaukar que sobrevolaban la escoria burbujeante. El horrorizado público lanzó una exclamación ahogada al ver las imágenes de edificios fundidos, protuberancias que habrían podido ser árboles, vehículos o cuerpos licuados…, y cráteres que habrían podido ser lagos. Se elevaba vapor de todas partes, algunos incendios todavía quemaban. Esqueletos retorcidos de edificios se alzaban hacia el cielo como uñas rotas.

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